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marco.jpgLo interesante de este nuevo repaso por la historia de España no es solo el recuerdo de los hechos relevantes del pasado, ni tampoco —aunque, tal y como anda el panorama editorial español, se agradece— el cuidado estilo literario. Lo que llama la atención es la perspectiva. En un momento en que la nación parece haber caído en desuso, no tanto por la fuerza centrífuga de las entidades menores, sino más bien por las nuevas estrategias relativas a la gobernanza mundial que, desde instancias supranacionales, han decretado la obsolescencia del modelo, la reivindicación de un punto de vista histórico patriótico es, cuanto menos, algo digno de atención. Marco, en cualquier caso, está lejos de engalanar los errores del pasado; simplemente, ejerce el sano sentido común que lleva a ver el pasado como algo propio y característico de esto que llamamos España, propio, característico y, sobre todo, inevitable.

No se engañe el lector, ni se deje presionar por quienes se muestran asustadizos por el empleo del patriotismo. No se reivindica aquí nada relacionado con la virulencia de los nacionalismos, sino la aceptación y el reconocimiento de una historia en la que se fragua el país, querámoslo o no. Es reduccionista pensar, como hacen algunos, que la historia es un constructo en manos del poder político o que se puede manejar al antojo de la ideología. Frente al peligro de rescribir la historia —y, lo que es más lamentable, enseñarla adulterada a los jóvenes—, las páginas de Marco no esconden lo desagradable, pero tampoco se tornan mudas ante lo que, visto desde la distancia, han sido éxitos históricos. Este inteligente autor no se deja influir por las nuevas corrientes de la historiografía.

A nadie se le escapa que la necesidad de escribir una historia patriótica de España solo adquiere sentido en el contexto de un país desnacionalizado. Por ello, no estaría de más que este libro comenzara a leerse por los epígrafes finales, en los que el autor expone sin complejos el proceso de descomposición de España por variadas fuerzas ideológicas. Podrá estarse o no de acuerdo, pero es legítimo afirmar que el contrapeso que supuso la transición quiso ventilar la cuestión de España incurriendo en agravios contrarios, pero igualmente agravios, de los que se acusaba al uso ideológico de la historia realizado por el régimen anterior. La desnacionalización culminó con los gobiernos de Zapatero, a juicio de Marco.

La construcción de un modelo demócrata liberal se realizó sin rescatar un proyecto nacional compartido y no se realizó este esfuerzo para evitar conflictos. Lo paradójico es que, finalmente, conflictos han existido. Y se prevé que las disputas ideológicas sobre la historia continúen durante algunos años más, a juzgar no solo por la situación en una historia patriótica de españa España, sino por ese movimiento que está dispuesto a reescribir el pasado al albur del poder político. Creo, sin embargo, que la verdad histórica, por muy terrible que fuera, levantará menos heridas que su manipulación.

Con independencia de que España se pueda reconocer desde Altamira, lo cierto es que existe una línea de continuidad que atraviesa a los pueblos iberos y celtíberos, recogiendo la herencia romana y visigoda, la influencia musulmana y judía y conectando todo ello con la Reconquista y el Imperio, hasta confluir coherentemente en la democracia de nuestros días. El patriotismo que profesa Marco, de noble ascendencia clásica, constituye una virtud cívica y es seguro que, desde este prisma, ayude más comprender nuestra historia, conocerla de una manera realista, que los cursos de educación para la ciudadanía. Muchos pensadores han advertido de que el ciudadano responde menos al compromiso con valores abstractos que a otros motivos más tradicionales. En este sentido, podríamos resumir diciendo que este libro, de lectura obligada, hace más por nuestra convivencia que muchas propuestas políticas.

Profesor de Filosofía del Derecho (Universidad Complutense de Madrid).