Tiempo de lectura: 4 min.

“Creo que un poeta no dice o no debe decir cosas nuevas –afirmaba Borges en una conversación con César Fernández Moreno–. Debe expresar lo que todos los hombres alguna vez han sentido o sentirán en su vida. Es decir, debe encontrar una música verbal para esas emociones que son lo esencial de toda vida humana. Lo demás es mera novelería o sólo puede interesar a los historiadores de la literatura, no a la literatura en sí”. Con este breve fragmento, del prólogo de Miguel D´Ors a la antología poética de Javier Almuzara, podríamos catalogar –si es que ese verbo es factible en la obra de cualquier escritor, llena de matices y de excepciones a la norma general- la producción literaria de dos poetas con una trayectoria notable, de peso y nombre propio: Javier Salvago y Karmelo C. Iribarren. De Iribarren y de Salvago, norte –el primero vasco- y sur –el segundo andaluz- de la poesía contemporánea española, se desprende un estilo que recorre los últimos veinte años del siglo XX y los veinte primeros del XXI: la literatura cercana a lo coloquial, al lenguaje de lo diario, a la ironía, a la claridad en la palabra y en el tono; un estilo ajeno al artificio y a lo hermético, a la “babosa emoción” de Pound. No obstante, la obra de Iribarren y Salvago juega en ese difícil terreno de las emociones, sí, pero sabiendo y conociendo los secretos para driblar y escapar airosos del delicado abismo del sentimentalismo y de la expresión fácil y previsible. En sus libros y en su poesía hay emoción, hay vida, hay reflejo de nuestra condición humana, hay sencillez y precisión, aunque siempre acompañado de una nota de sorpresa, de nueva perspectiva, de original mirada, de sugerente proposición. De todos los logros que encontramos en sus poemas –logros indiscutibles–, me quedo con ese: el hablar con la compleja sencillez de la emoción sin tropezar con el inoportuno sentimentalismo; llegar al del lector de poesía desde el yo del autor sin recurrir a tópicos ni clichés, sin necesidad de acudir a lo solemne ni a la oscuridad en la expresión para justificar la existencia y el motivo del poema.

EVOCACIÓN Y ELEGÍA

Miradas

curiosas.

Dichosas

veladas.

 Espadas

pringosas.

Sabrosas

tostadas.

 Relatos

pausados.

Vagancia.

Zapatos

mojados:

infancia.

 Javier Salvago

 Este poema de Salvago, tan cercano en geometría y apariencia al conocido de Manuel Machado, nos lleva a sus influencias, a los nombres que hicieron al poeta de Paradas. La primera pista ya la hemos desvelado, o mejor dicho, se desvela sola al leer el poema. Es Manuel Machado una clave indispensable para comprender los poemas de Javier Salvago, tanto en geometría y estructura como en los temas y en la forma e intención de tratarlos. Hay más, claro. Están el maestro Fernando Ortiz –quien contribuyó de manera decisiva a su estilo y su modo de asimilar la literatura en la década de los 80–, los poetas franceses del simbolismo, Gustavo Adolfo Bécquer, el olvidado Giovani Papini, Jaime Gil de Biedma, etc. De todos bebe y de todos se nutre para escribir como éste:

ACLARACIÓN DE INTENCIONES

No era la gloria, porque yo en la gloria

qué pinto. Ni siquiera era la fama.

Siempre fui tímido y le tuve siempre

un cierto horro al público y las cámaras.

Tampoco el oro, porque el oro exige

otra estrategia y otras artimañas.

-Mi ambición es llegar a no tener

más ambiciones que las necesarias-.

Desde esta altura, si me asomo al fondo,

presiento que quizás lo que buscaba

Era escribir, sobre mi propia vida,

mi versión de la vida retirada.

Una vida retirada que entra en colisión con su vida profesional, con su oficio: el de guionista. Paradojas. Guionista en los programas de Jesús Quintero –fue Salvago quien hizo al personaje y buena parte de todo lo que fue Jesús Quintero en la radio y en la televisión-, Carlos Herrera o Iñaki Gabilondo. Entre tanto, lo importante, sus nueve libros de poemas: Canciones del amor amargo y otros poemas (1977), La destrucción o el humor (1980), En la perfecta edad (1982), Variaciones y reincidencias (1985), Volverlo a intentar (1989), Los mejores años (1991), Ulises (1996), Nada importa nada (2011) y Una mala vida la tiene cualquiera (2014). También podemos mencionar su obra en prosa, con sus libros de relatos como El miedo, la suerte y la muerte o sus memorias Memorias de un antihéroe y El purgatorio.

En el poeta vasco Karmelo C. Iribarren es también la vida un sinónimo de su obra. Desde que el editor, y también poeta, Abelardo Linares lo descubriera y lo editara, nueve han sido sus libros de poemas: La condición urbana, Serie B, Desde el fondo de la barra, La frontera y otros poemas, Ola de frío, Atravesando la noche, Otra ciudad, otra vida, Las luces interiores, La piel de la vida. Todos ellos recogidos en el volumen Seguro que esta historia te suena. Iribarren es un poeta con una voz propia y con algo más complicado aún: lectores. Heredero de la estética de Roger Wolfe, se distancia de Salvago en la métrica y en una realidad más próxima, si aún cabe, a lo cotidiano, a lo intrascendente de la vida, a lo sórdido de la rutina, al plomo de la calle y al ruido de la condición humana. En Iribarren prima el ingenio y lo descriptivo a la “fermosa cobertura”. La realidad devora en todo el momento la estética y el prisma del poema. Lejos de las academias y del bullicio de las vanidades y los egos literarios, Iribarren ha fabricado un mundo tan personal como colectivo. Quizá por esta lejanía de los círculos literarios que apuntamos, quizá por eso, ha sabido del mismo modo, como pocos, dar en la tecla de la originalidad y de la tradición. Hablar como todos hablamos pero observando como pocos observamos. Creo que sus poemas serán buena prueba de esto que decimos:

POÉTICA

 Poner una palabra

detrás de otra

hasta llegar a la última.

Y cerrar con un

punto. Y que dentro

esté yo, o alguno

de vosotros,

o alguna. Haciendo

cualquier cosa

interesante.

 UN MOMENTO FELIZ

 Miro la fotografía

Sobre el estante.

Está hecha en Peñíscola,

En el verano de 2005.

Aparecemos mi hija y yo.

Ella me coge por el hombro y se ríe.

Yo, como siempre,

Con mi gesto

Serio,

Adusto.

            Engañando

A la cámara,

Esta vez.

EL AMOR

 El amor,

                ese viejo neón

al que aún

se le encienden

las letras.