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La población actual no es (no se comporta) como la de hace medio siglo, ni la población del futuro va a ser (en volumen, en características, en formas de actuar) como pensábamos hace algunos lustros. Sobre la base de esta reflexión inicial, pretendo analizar en este trabajo dos cuestiones referidas a la demografía del futuro. Dos grandes cuestiones que plantearé bajo la forma de dos interrogantes: ¿Cuántos seremos? y ¿Cómo seremos? Mi horizonte temporal para ello será el año 2050. Por supuesto, tenemos proyecciones a más largo plazo, pero su valor prospectivoempieza a disminuir a medida que nos alejamos en el tiempo.

¿CUÁNTOS SEREMOS?

Empezaré diciendo cuántos somos en la actualidad. Para ello utilizaré los datos del Population Reference Bureau, quien a las 14 menos diez del día 18 de septiembre del año en curso daba una población para el conjunto del mundo de 7.088.208.386 habitantes, tras haber rebasado la cifra de 7.000 millones en noviembre del año anterior. La página web del citado organismo incluye una especie de reloj demográfico que da el aumento de la población de manera permanente y que se traduce en un habitante más cada segundo: 60 al minuto, 3.600 a la hora, 86.400 al día…

Para valorar la intensidad del crecimiento resultan relevantes dos datos complementarios. Uno, la evolución de las cifras absolutas; la población de más de 7.000 millones en 2012 era tan solo de 1.600 millones a comienzos del siglo XX y de 2.500 millones a mediados de ese siglo. Dos, el tiempo en el que el volumen de habitantes tarda en alcanzar mil millones más. El paso de 1.000 a 2.000 millones duró ciento treinta años. En cambio, para pasar de 6.000 millones a 7.000 millones bastaron tan solo doce años.

Sin embargo, las cosas hace tiempo que empezaron a cambiar. El crecimiento medido en términos relativos ha disminuido desde el máximo logrado en los años sesenta del siglo pasado. Entonces la tasa de crecimiento fue del 2,1% al año, lo cual significa que la población podía doblarse en treinta y cinco años. Hoy el índice es tan solo del 1,2%, que no solo produce crecimientos absolutos menos intensos, sino que hará que, probablemente, los efectivos actuales nunca vayan a doblarse.

La inercia demográfica (tasas de nacimiento más reducidas aunque aplicadas a una población creciente) ha retrasado el comienzo de la ralentización del crecimiento absoluto, pero este ha llegado al fin. En los pasados años sesenta crecíamos 87 millones al año. En 2010 algo más de 80 millones y si todo se produce como pensamos en el 2050 solo 29 millones.

Así pues, somos ya casi 7.100 millones, pero ¿cuántos seremos en el 2050? Antes de darles esta cifra para ese año redondo, déjenme advertirles que las proyecciones de población (en este caso las de Naciones Unidas que voy a utilizar aquí) no son predicciones. La profesión de nigromante escasea entre los demógrafos. Lo que hacen son simples previsiones partiendo de una población del presente y estableciendo unas hipótesis para las variables fundamentales (natalidad y mortalidad para la población del mundo en su conjunto y estos indicadores más las migraciones para los distintos espacios geográficos).

Estoy admitiendo con esta observación que los datos que resultan de las proyecciones son simples aproximaciones a una realidad cambiante difícil de aprehender en su volumen exacto. No obstante, conviene advertir igualmente que los datos de los que partimos son cada vez mejores y que las técnicas utilizadas están cada vez más depuradas, lo que ha mejorado mucho la calidad de las previsiones, que son más plausibles cuanto más cerca es el horizonte al que se refieren y menos a medida que nos alejamos en el tiempo.

Así las cosas, la proyección de la población mundial para el año 2050 según la variable intermedia de Naciones Unidas (la más verosímil) alcanzará los 9.100-9.200 millones de personas. Serán 2.000 millones más en poco menos de cuarenta años, pero serán bastantes menos de los que alguna proyección del pasado daba para esa fecha, en la que se llegaron a estimar casi 12 mil millones de personas. ¿Qué ha pasado? ¿Cuáles son los motivos que explican unos cálculos tan erróneos? Pues principalmente dos: la fecundidad, que ha bajado mucho más aprisa de lo previsto (en 1950 la fecundidad media mundial era de 5 hijos por mujer y en la actualidad es tan solo de 2,4 hijos por mujer), y la mortalidad, que en algunas zonas no ha disminuido con la intensidad esperada debido a la incidencia negativa de algunas enfermedades como el sida (África subsahariana). Paralelamente a este proceso de crecimiento se va a producir en el mundo otro de concentración de la población en los países en desarrollo. Las naciones desarrolladas reunían un tercio de los efectivos a mediados del siglo XX; ahora solo un 18,5% y en 2050 bajaría a un 13,5%. Ya pueden entreverse los cambios económicos, sociales, ambientales y geopolíticos que esta tendencia va a imponer. Un cambio que se producirá igualmente a nivel de países. China es hoy la nación más poblada de la tierra, con casi 1.340 millones, y entre las diez primeras tan solo hay tres consideradas como desarrolladas: Estados Unidos, Rusia y Japón. En 2050 India será la más poblada (1.748 millones) y China pasará al segundo lugar (1.437 millones), pero entre las diez primeras solo figurará Estados Unidos, con 423 millones de personas.

¿CÓMO SEREMOS?

Demográficamente hablando, seremos menos fecundos, más longevos, más viejos, más móviles (?) y más urbanos. Evidentemente esta caracterización de conjunto presentará diferencias según la pertenencia a un país desarrollado, a una nación en desarrollo o al grupo más pobre de los países subdesarrollados. Pero las tendencias generales de unos y otros irán en la dirección señalada.

En efecto y en primer lugar, todo indica que la caída de la fecundidad va a seguir intensificándose. En el periodo 2045-50 la tasa será de 2,17. El mundo en su conjunto estará en el límite de la renovación de generaciones (2,1 hijos por mujer) con todos los continentes salvo África por debajo de ese umbral. Ni que decir que esa situación, impensable hace algunos años, va a plantear serias dificultades no solo en los países desarrollados, sino en muchos en vías de desarrollo que ya hoy o en el futuro van a tener tasas de fecundidad sub-reemplazo.

También seremos más longevos. La reducción progresiva de la mortalidad, la general y la infantil, y la atenuación de las diferencias entre el norte y el sur, es una de las grandes conquistas de la humanidad. En 1950 la esperanza media de vida al nacer era de cuarenta y seis años y en el 2012 de setenta años y va a seguir subiendo hasta alcanzar un valor de conjunto de setenta y seis años en el periodo 2045-50. Este ascenso será más rápido en los países en desarrollo (diez años de ganancia) que en los desarrollados (cinco años de ganancia), rebajando la distancia entre ellos, pese a lo cual aún mantendrán diferencias (82,7 años las naciones desarrolladas y 74,4 las menos desarrolladas).

La reducción de la fecundidad por un lado y el aumento de la longevidad por otro provocarán un envejecimiento demográfico generalizado. Crece la población que rebasa los sesenta años y crece, igualmente, la de ochenta años y más (envejecimiento de la propia vejez) Paralelamente a este proceso de concentración de los habitantes en las franjas altas de la pirámide de edades, se produce una disminución de la población joven. En 2011 los de menos de quince años suponían un 27% de los efectivos, gracias a la población de muchas naciones en desarrollo que tienen valores bastante más altos (por ejemplo, en África o Asia con el 40% o el 36%, respectivamente).

En la misma fecha la población de más de sesenta años era del 11% y la de más de ochenta años del 2%. Para el año 2050 los datos de la proyección reducen la población joven al 20% y elevan la de más de sesenta y la de más de ochenta al doble, respectivamente (22% y 4%). En esta evolución los países desarrollados presentarán cifras más altas (32% y 9%) que los en vías de desarrollo (20% y 4%), pero la tendencia al envejecimiento es general e intensa. Las consecuencias de este proceso van a ser realmente importantes. En el frontispicio de nuestras preocupaciones se sitúan las económicas (pago de pensiones y otros gastos sociales, particularmente los sanitarios), pero no hay que olvidar las sociales, las poblacionales y hasta las políticas. Viviremos en sociedades con más viejos que jóvenes, que irán languideciendo demográficamente. Que haya más gente que viva más años, y ojalá que en condiciones cada vez mejores, no debería entenderse ante todo como un problema. El envejecimiento es principalmente una conquista social a la que hay que dar la bienvenida. El problema no es el envejecimiento, sino su combinación con esa pérdida de importancia relativa de los jóvenes.

Eso provocará aumentos considerables de la dependencia especialmente graves en países en desarrollo, que carecen de sistemas económicos y sociales de atención a la tercera y cuarta edad y en los que los jóvenes no serán suficientes para atender a sus mayores; y, como en otros casos, la peor parte en esta evolución se la llevarán las mujeres, que por su mayor esperanza de vida van a tener niveles de envejecimiento más intensos.

¿Y las migraciones? Seremos más y más viejos, pero ¿seremos también más móviles? Las migraciones internacionales son el componente del cambio demográfico más difícil de medir y de estimar. Son los datos, por lo tanto, que deben considerarse con mayor precaución. Al enunciar una mayor movilidad al inicio de este epígrafe incluía conscientemente un interrogante. Ello se debe a esa mayor incertidumbre que tenemos con las estimaciones y también al hecho de que si solo consideramos la migración internacional, Sur-Norte, las tendencias marcan una suavización de las cifras. Otra cosa es la movilidad internacional entre países en desarrollo y la migración interior (campo-ciudad y otras variedades), que esa sí mantiene fuertes volúmenes.

¿Más móviles? La respuesta es definitivamente afirmativa siempre que tengamos en cuenta toda la movilidad, la interna y la internacional, a todos los niveles.

Ciñéndonos a la migración internacional Sur-Norte, estos son los datos y las perspectivas. En el periodo 20002010 la migración neta en los estados desarrollados alcanzó una media anual de casi 3,5 millones de personas que se repartieron por Europa (54%) y Norteamérica (39%). Las estimaciones para el futuro prevén una disminución paulatina hasta alcanzar la cifra más baja (algo menos de 2 millones anuales) en la década del 2040 al 2050. Asia, Latinoamérica y África mantienen durante todos los años saldos negativos, aunque en el interior de cada continente o entre países de continentes distintos se dan y continuarán existiendo movimientos intensos Sur-Sur. A la movilidad internacional hay que sumar la que se produce en el interior de cada país, ahora con más intensidad en el mundo en desarrollo, que produce el imparable proceso de concentración de los habitantes de la Tierra en ciudades. Si en la actualidad tenemos 3.600 millones de habitantes residiendo las áreas urbanas, a mitad de siglo ya serán 6.300.

Crecerá el volumen de ciudadanos y con él los modos de vida propios de las ciudades, lo cual va a ser uno de los vectores del cambio social más importantes del futuro inmediato. Crecerán todas las urbes, pero muy especialmente las llamadas megaciudades, y con ellas los procesos de pauperización que llevan aparejados (insuficiencia de los servicios de agua, electricidad, saneamiento, educación o salud).

Así pues, el retrato robot del futuro demográfico es relativamente fácil de establecer. Seremos bastantes más, pero no tantos como pensábamos. Será un mundo con menos niños y con más viejos. La población en bloque envejecerá en todas partes. Nos moveremos más y viviremos principalmente en las grandes ciudades. El problema es preguntarse ahora ¿pero viviremos mejor?

Catedrático emérito de Geografía Humana y presidente de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).