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Desde el primero de Noviembre de 1993 hasta la cumbre del Consejo de Europa de 1996 en que será revisado el Tratado de Maastricht, Europa tendrá que orientar sus pasos en una de estas dos direcciones. O avanza en el camino de la centralización y burocratización o estabiliza y reduce sus actuales niveles de centralización. La ampliación del número de miembros para 1995 y sobre todo la naturaleza profunda de Europa, me induce a pensar que finalmente asistiremos más a una estabilización en las cesiones de soberanía que a un proceso de federalización de Europa. A continuación me extenderé un poco en estas dos ideas: el carácter histórico profundo de Europa y el peso de la opinión como elemento de control de los gobiernos nacionales. En 1981, el historiador Eric L. Jones publicó un espléndido libro titulado The European Miracle con el objeto de encontrar una explicación al hecho de que hacia el año 1450, un pequeño y pobre continente fuera capaz de iniciar una preponderancia de civilización tan espectacular y dilatada sobre otros continentes y culturas. La tesis del autor es que la esencia de Europa reside en su pluralidad y diversidad junto a la existencia de poderes políticos efectivos, pero limitados, de alcance regional y en los nuevos Estados nacionales. Gracias a una gran diversidad de espacios geográficos, climáticos y sobre todo, a la ausencia de un poder imperial homogeneizador y centralizador, las plurales y abiertas sociedades europeas consiguieron generar un desarrollo político, cultural y económico singular, que posteriormente demostró sus potencialidades y capacidad de adaptación en otros continentes. Si la esencia de Europa es su diversidad y pluralidad, entonces se entienden mejor las resistencias que durante siglos han tenido los europeos a someterse a cualquier poder unificador y burocrático, ya fuera producto del racionalismo revolucionario francés con Napoleón o con el totalitarismo nazi o comunista. Por el contrario, el Imperio Austrohúngaro es una confirmación de la tesis de Jones: el respeto de la libertad, diversidad y pluralidad de los pueblos que componían el Imperio, posibilitó un factor de equilibrio centroeuropeo hasta el inicio del siglo XX que todavía no se ha recuperado. La reconstrucción de Europa Occidental en el siglo XX, después de dos guerras mundiales, que en Europa fueron guerras civiles, comenzó en 1945 y es evidente que los procesos de cooperación e integración desde el Plan Marshall a la CECA y posteriormente el Tratado de Roma, han sido un rotundo éxito. Esa es la senda por la que pretenden transitar los otros europeos del centro y del este de Europa, en un camino iniciado en 1989, después de la caída del muro de Berlín. Precisamente lo que atrae a los otros europeos es el ejemplo de la CEE, su caracter consensuado, abierto y libre. Justo lo contrario de lo que era el COMECON: un sistema coercitivo de resultados desastrosos. A mi juicio, el significado del reducido entusiasmo que ha suscitado Maastricht, es debido al hecho de que los europeos desean una Europa abierta y libre sobre la base de sus respectivos Estados nacionales. Así por ejemplo, los daneses han reconocido la virtualidad de la CEE (no olvidemos que Dinamarca aprobó en referéndum el Acta Unica Europea), pero se han opuesto a la constitución de un nuevo centro de poder federal en Bruselas. Si esto es así, lo que se ha puesto en crisis en relación al Tratado de la Unión son unos plazos, un procedimiento y un concepto de construcción de Europa que avanza por el camino del idealismo y de la centralización, en dirección contraria del realismo, del paso a paso y de esa esencia de Europa fundada en la diversidad y pluralidad. Una última reflexión sobre el concepto de la opinión. Un grabado de Hollar, fechado en 1641, contenía la frase siguiente: El mundo está gobernado y dominado por la opinión y esa fue una idea extendida posteriormente por otros pensadores, como Hume. Los ciudadanos europeos han sido muy conscientes y celosos de la eficacia de la opinión como elemento de control de sus gobiernos. Por ello la desconfianza al nuevo centralismo de Bruselas se fundamenta en un concepto muy claro de lo que es el peso de la opinión pública nacional como poder constituido, como elemento efectivo de control de los respectivos gobiernos. Cualquier gobierno de una democracia consolidada que pretenda gobernar ignorando o contraviniendo la opinión, tiene sus días contados. Eso lo saben perfectamente los ciudadanos europeos y las reservas expresadas al Tratado de Maastricht se basan en que no quieren perder voluntariamente el control de sus gobiernos por medio de sus opiniones nacionales, sustituidos por una nueva e inexistente opinión europea; los europeos no quieren trasladar el control que ejercen sobre sus gobiernos a una burocracia instalada en Bruselas sin un mandato imperativo de una opinión pública articulada. En el último debate parlamentario sobre la Unión Europea celebrado en España, hasta los socialistas han reconocido dos cosas: no es posible imponer el Federalismo en Europa y tampoco va a aprobarse una Constitución Europea en un plazo políticamente previsible. Y es que la Historia, la naturaleza profunda de este continente, termina por imponerse incluso a los más idealistas. La realidad termina por imponerse y da la razón a Sancho Panza frente a Don Quijote.

Profesor títular de Historia Contemporánea. UNED