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Este libro (El nacimiento del mundo moderno, -editorial Vergara-) es una provocación. Será un libro insoportables para los historiadores científicos tanto por su objeto (el mundo entero)  como por el método. Me atrevo a vaticinar que no será recomendado por la inmensa mayoría de los profesores universitarios de Historia contemporánea a los jóvenes estudiantes de Historia. Con ello, los profesionales de la historia darán un paso más en el despego que los lectores y la opinión pública manifiestan hacia la Historia que, de día a dia, se hace más erudita, aburrida, sin sentido, localista y sectorial.

La equiparación que el autor realiza de Napoleón con Hitler es sin duda el alegato más claro contra los llamados periodos de «liberación», o revolucionarios

El nacimiento del mundo moderno se debe al surgimiento de Demos que Johnson sitúa entre 1815 y 1830. Contra lo que se ha venido manifestando no fue el periodo revolucionario encarnado en Napoleón un periodo de desarrollo de las ideas democráticas sino más bien todo lo contrario. La equiparación que el autor realiza de Napoleón con Hitler es sin duda el alegato más claro contra los llamados periodos de «liberación», o revolucionarios, que causan muchas más desgracias, muertes y totalitarismo que los de estabilidad política.

De este modo, el periodo 1815-1830, reputado por la historiografía hasta ahora como una época de inmovilismo y reacción, en opinión de Johnson fue el espacio de tiempo en el que nace el mundo moderno: en política y relaciones internacionales. El Congreso de Viena es la primera conferencia de paz  entre las grandes potencias; el arte y los artistas (Beethoven, es el caso mas claro) se emanciparon de los mecenas y pasaron a ejercer una influencia política y cultural extraordinaria en los pueblos; la opinión pública comenzó a articularse y en 1828  se realizó la primera campaña electoral moderna en Norteamerica; nunca como en esos años se produjo un avance tan espectacular  en los campos científicos en la moderna producción industrial y los transportes, que los europeos pudieron colonizar grandes extensiones de todos los continentes.

Aunque el autor confiesa que no aspira a escribir una tesis, el libro es mucho más que una descripción de acontecimientos. Los valores morales, los juicios éticos, los balances de las acciones humanas y los análisis de caracteres personales van dibujando un rico mosaico  en el que lo decisivio es el peso y choque de las ideas y de los hombres enfrentados a las circunstancias. En cierto sentido, este libro es un ejemplo acabado de que el retorno a la narrativa que hace diez años  solicitó el historiador Laurence Stone en una furibunda crítica a los historiadores matemáticos o «cliometristas»:

No es extraño que esta tarea haya sido abordada por un periodista-historiador británico, Paul Johnson (muy conocido por sus libros, Intelectuales y Tiempos modernos, entre otros). Es difícil pensar en un historiador «científico» francés o español  que se atreva a echar un vistazo a todos el planeta durante quince años del siglo pasado. Pero además, la historiografía española ha estado muy mediatizada por las dificultades del reinado de Fernando VII por lo que el balance de aquellos años muy difícilmente puede verse con optimismo desde nuestro país.  En Francia, la Restauración Borbónica con su Carta Otorgada ha tenido igualmente muy mala prensa a pesar de que en aquellos años se iniciara por fin la Revolución Industrial, (con notable retraso en relación con Inglaterra), entre otras cosas por culpa de la Revolución Francesa y su secuela napoleónica, y que personalidades como Talleyrand hicieron posible que Francia pasara  a ser considerada, en vez de un país vencido, una potencia en Viena, en condiciones de igualdad, en la nueva reconstrucción europea de 1815.

Biografías e historia universal

El historiador Barraclough recomendó a quien deseara escribir historia universal que hiciera un esfuerzo para situarse mentalmente fuera del espacio y observar la tierra desde la distancia: «este libro describe el mundo entero y no tiene un ángulo único de visión». En efecto, Johnson hace un esfuerzo extraordinario por recorrer, con un magistral entrecruzamiento de biografías, practicamente todo el mundo y todos los ámbitos: la historia política, la historia intelectual, el arte, las ideas, los cambios tecnológicos, las guerras….

Johnson entrecruza con singular habilidad vidas diversas que puntualmente se relacionan entre sí. Lo cual confiere al relato una viveza y realismo que fácilmente engancha al lector. No se trata de una historia «novelada» por cuanto las asunciones son escasas. El aparato documental y la utilización de las fuentes resisten las exigencias más rigurosas. Se puede discrepar de los juicios de valor pero los alegatos en que se apoyan son de una consistencia muy notable.

Johnson parece querer provocar a los historiadores «sociales», a quienes critica por su concepto estático de la historia, al iniciar su libro con el relato de la batalla de Nueva Orleans, del 8 de enero de 1815, entre norteamericanos e ingleses; continúa con una breve biografía de Andrew Jackson y una introducción de historia política sobre la futura relación entre ambos  países anglófonos. En pocas páginas, el autor hace un recorrido por los géneros propios del historicismo liberal decimonónico (biografía, batallas, historia política) que decayeron en Europa en el siglo XX por el choque de la modernidad, sólo respetuosa con la historia social y económica, es decir, anti-individualista.

La nómina de biografías entrecruzadas es multitudinaria: Adams, Fulton, Irving, Goya, Wellington, Talleyrand, Metternich, Beethoven, Byron, Miranda, Bolívar…

A lo largo de casi novecientas páginas la nómina de biografías entrecruzadas es multitudinaria: Adams, Fulton, Irving, Goya, Wellington, Talleyrand, Metternich, Beethoven, Byron, Miranda, Bolívar… Con este método expositivo, Johnson describe el nacimiento del mundo en el que juega un papel fundamental la relación Especial entre los EE.UU. y el Reino Unido. Sin preocupaciones atlánticas continentales, confiadas ahora a la doctrina norteamericana de Monroe, el Reino Unido, la gran potencia mundial del siglo XIX, puede orientar todos sus esfuerzos para establecer un prolongado y fructífero equilibrio entre las potencias europeas, y desarrollar todas las posibilidades de su condición pionera en la nueva economía del capitalismo industrial.

Así, frente a la visión negativa del Congreso de Viena que insistentemente ha transmitido la historiografía dominante, el autor defiende la evidencia de que durante el siglo XIX, desde 1815 a 1914, se produjo el cénit europeo sobre la base del equilibrio, la estabilidad y el sistema fundado por los restauradores del orden frente a las alteraciones revolucionarias francesas. Cierto que el sistema se modificó parcialmente en 1830 con la independencia de Bélgica o la guerra franco-prusiana de 1870, pero en su conjunto el Congreso de Viena continuó funcionando, de modo bien provechosos para los europeos, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial.

En conclusión, a mi juicio, Johnson ha realizado en este libro un trabajo aun más interesante y brillante que en sus anteriores obras. Y menos mal que el autor no se propone desarrollar tesis alguna en este libro. La revalorización del periodo 1815-1830 habría sido considerada además de una provocación, un insulto.

Profesor títular de Historia Contemporánea. UNED