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La industria farmacéutica, sustentada en la investigación y en la aplicación de la nueva tecnología, no ha sido ajena a los avances espectaculares que en los últimos decenios se han producidos en todos los campos científicos. Su protagonismo en la sociedad ha ido aumentado en la medida que ha copado los canales de comercialización de los propios medicamentos. Este hecho ha provocado que la sensibilidad de los ciudadanos —reflejada a través de movimientos y asociaciones—, preocupados no sólo por la salud si no también por las consecuencias negativas que pueden derivarse de una mala práctica empresarial, se haya fijado de un modo activo en la industria referida. López Guzmán  se imbuye en el conflicto entre el poder y el deber trasladable a cualquier ámbito empresarial, pero que, en el caso de la industria farmacéutica, cobra vital importancia al tener ésta como objetivo inequívoco, al margen de su finalidad lucrativa, el ámbito de la salud. Entre los aspectos que López Guzmán analiza cabe destacar uno de carácter interno como es la cláusula de conciencia, y otro externo como es la relación de la industria con los más desfavorecidos. En este último caso, el autor, además de recordar la premisa de que la industria farmacéutica necesita capitales económicos y recursos humanos muy importantes para cumplir su misión de progreso, hace referencia a los muchos ejemplos del esfuerzo de la industria en investigar posibles vías de colaboración, esfuerzos que no tienen cabida en muchas de las revisiones bibliográficas que se realizan sobre los aspectos éticos que afectan a la industria, siempre copadas por los casos de abusos, problemas o dudas acerca de su actuación en los países en vías de desarrollo.

Profesor de Deontología farmacéutica, Universidad de Navarra