Desde la década de los sesenta, Jean Lacouture, periodista formado en las páginas de Le Monde, ha cultivado la biografía de grandes personajes de la historia, desde el general De Gaulle a Nasser y Ho Chi Min, que pueden citarse como muestra de su extensa producción. Sin embargo, el interés del autor no se ha limitado tan solo a figuras de nuestra época, sino a otras anteriores, como la de los fundadores de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, Laínez, Ricci, Montoya, Maldonado, etc.
Al mismo período de la Europa de la Edad Moderna, dedica Lacouture su último libro, centrado en la vida y obra de Montaigne, el famoso autor de los Essais, libro representativo del género ensayístico iniciado en 1572, aunque editado por vez primera en 1580. Michel de Montaigne (1533-1592) descendía por línea materna de judíos españoles, los López de Villanueva, y de comerciantes de Burdeos, por la paterna.
Curiosamente, su vida coincide en el tiempo con la de Felipe II, que, si bien nació seis años antes (1527) murió seis más tarde (1598). Ambos vivieron en una época, la segunda mitad del siglo xvi, en la que coinciden, en el ámbito europeo, una complicada situación político- militar con un notable florecimiento de la cultura.
Lacouture presenta a su protagonista, burgués que por su riqueza y educación se vio elevado a gentilhombre, siempre «a caballo», tanto por exigencias de las guerras de religión, que sacudieron Francia durante muchos años, como porque -según el propio Montaigne- nunca pensaba más y mejor que cuando montaba a caballo. Tal vez por esa razón atravesó grandes distancias en su silla de montar, en misiones al servicio de la Corona o llevado por su intensa curiosidad intelectual.
En la obra puede contemplarse a Montaigne como típico humanista moderno, que era capaz de afirmar que: «un homme qui a lu et retenue, est plus capable de grandes enterprises qu’un autre». Lacouture, a través de un cuidadoso diseño de la semblanza psicológica del personaje, de sus actividades políticas y de sus textos ensayísticos, demuestra sin lugar a dudas que leyó mucho, retuvo también mucho y fue capaz de hacer y escribir mucho, a lo largo de una vida relativamente breve.
Montaigne cobra, a través de la bien realizada revitalización biográfica de Lacouture, la dimensión temporal que le corresponde dentro del sentir europeísta. Discípulo de Maquiavelo «moins avoué, mais tres evident», supo llevar a término graves y espinosas misiones con espíritu realista, muy próximo al del secretario florentino y también al que mueve en la actualidad a los forjadores de la Unión Europea. Desde su nacimiento, en tiempos de Francisco I, vio ocupar el trono de Francia a Enrique II, Francisco II, Carlos IX, a quienes sirvió de regente su madre, la extraordinaria Catalina de Medici.
Dentro de esta rápida sucesión, cambio dinástico incluido, a favor de la familia Borbón, presenció la terrible «noche de san Bartolomé», favorecida por los Guisa, así como una larga serie de actos crueles cometidos por ambos bandos. Lacouture acredita, con su estilo fluido, sentido del humor y adecuada perspectiva histórica, cómo su protagonista supo afrontar estas delicadas circunstancias. En efecto, este «familier des rois et des princes», logró sobrevivir a todas ellas «respecté dans tout le Royaume», gracias a su maquiavélica prudencia, que le indicaba cómo actuar y cuándo replegarse a sus plácidos dominios en su Perigord natal.
Allí reposaba su espíritu, en compañía de su mujer, y de sus hijas, y también de su madre, una dama de complejo carácter. En la paz familiar tenía tiempo disponible para dedicarse a sus Essais, que, en principio, no eran sino observaciones y glosas de lecturas disfrutadas y meditadas, que después eran fertilizadas por la reflexión personal.
Entre el político que fue alcalde de Burdeos (1581-1585) y el pensador al que se considera promotor del liberalismo filosófico, por su escepticismo indulgente y teñido de humor y su afición a plantear interrogantes sin respuesta, se adivina también en estas páginas el perfil del ser humano. Amigo incondicional de sus amigos, fiel a pesar de todo a su fe católica, hedonista y con gran éxito entre las damas, tan pródigo con el dinero como ahorrativos fueron sus padres.
Aunque Lacouture avance algunas hipótesis sensacionalistas e insinúe aspectos dudosos, en plan «postmoderno», tampoco deja de reconocer en Montaigne un espíritu moralmente íntegro, capaz de anotar – a pesar de su ya reconocido escepticismo- pensamientos como éste: «c’est trahison de se marier sans s’epouser».