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Decía Ortega que la realidad es permeable. Dúctil al conocimiento, a la estructura dinámica e interactiva que se genera permanentemente entre el individuo y su entorno, su «circunstancia». ¿Cuál es la circunstancia con la que debemos contar en los próximos años, qué tendencias de futuro se vislumbran en el horizonte inmediato? Para analizar la realidad en la que nos estamos moviendo, es preciso verla en su perspectiva, en su kairós, y sentar las bases para obrar en consecuencia.

No puedo por ello sino coincidir plenamente con Alejandro Llano cuando afirma en este número de Nueva Revista dedicado a reflexionar sobre nuestro futuro próximo que lo que necesitamos en España es una «cultura de lo nuevo». Un pensamiento vital y lúcido que no ceda ante los agoreros y los cinismos de uno u otro signo; tampoco ante la hipercrítica que acaba siendo autodestructiva porque se alimenta de una innecesaria dosis de frustración. No. Resulta patente que como pueblo somos capaces de remontar las situaciones más desfavorables. La omnipresencia de la crisis parece en ocasiones no dejarnos ver todos los elementos positivos con los que cuenta este país, y que cualquier mirada desapasionada desde el exterior confirma enseguida: una extraordinaria historia y cultura, una lengua universal, una presencia empresarial de peso en los cinco continentes, un capital humano de primer nivel, unas incomparables dotes para imaginar soluciones con rapidez y creatividad…, incluso, a pesar de su indudable necesidad de modernización y adaptación, unas instituciones que han hecho posible el mayor periodo de estabilidad y prosperidad relativa de nuestra historia.

Esas instituciones y ese sistema político precisan de una acelerada remoción y capacidad de innovación si pretendemos que sigan siendo eficaces. Los nubarrones que se ciernen sobre el horizonte son bien ciertos, nadie podría desdeñarlos. Pero la solución, lejos de aplicar la piqueta y abandonar la tarea, es renovar el compromiso con el interés general y con nuestro futuro.

Ese futuro está ya ahí, y lo que hacen las páginas que el lector tiene en sus manos es pensar sobre sus posibles líneas de trazado, examinar los datos, establecer previsiones basadas en comparaciones fehacientes, sugerir escenarios y alternativas, en algunos casos, avanzar soluciones. En su diseño inicial se optó por no establecer una metodología homogénea para las diferentes aportaciones, ni se ha buscado seguir las directrices de ninguna de las diferentes Escuelas u orientaciones que con mayor o menor éxito se han aventurado en el camino de las previsiones de tendencias. Más bien, lo que se hizo fue buscar un grupo de colaboradores que plasmaran su pensamiento, que volvieran a pensar en común sobre unos temas escogidos, en el marco de la comunidad intelectual y abierta que ofrece esta renovada Nueva Revista, tan fiel al espíritu liberal y siempre comprometido con el cultivo serio y sistemático de la política, el arte y la ciencia, de su fundador, el muy recordado Antonio Fontán.

Ahí se encuentra el núcleo regenerador de la vida social, en esa radical identificación con la cultura como medio de revitalizar, de nutrir de nuevo, de superar cualquier tendencia al pesimismo o el abandono. Hay que actuar comprometiéndose, seguir reflexionando sin descanso y en profundidad.

Estas vuelven a ser palabras imprescindibles en este momento decisivo de España y de Europa. No cabe argumentar que no hay espacio posible o que todo se ha dicho ya o que lo que se dice y escribe solo clama en el desierto. Hay que seguir comprometiéndose. Con la innovación por la cultura. Con la realidad del país, con sus inmensas posibilidades, con la búsqueda de soluciones en común.

Para ello nos hemos planteado analizar en primer término una variable tan fundamental para los próximos años como la demográfica, y nadie mejor que Rafael Puyol para plantearse el interrogante cuantitativo, y, sobre todo, el cualitativo: ¿Cuántos seremos hacia el año 2050?, y, más importante, ¿cómo seremos? Y una respuesta nítida: seremos bastantes más, pero no tantos como pensábamos. Un mundo notablemente envejecido en todas partes, dominado por la movilidad y que vivirá principalmente en ciudades.

Pero, ¿viviremos mejor? A esa pregunta crucial van dando posibles contestaciones los siguientes artículos. El de Ignacio Molina, sobre el lugar de España en el mundo, se plantea la cuestión desde la perspectiva de la pervivencia de los valores de libertad, democracia y Estado de derecho en un mundo en el que la población europea apenas superará el 5% del total mientras dos tercios del planeta se concentrarán en Asia. Y el del gran especialista que es Fernando Delage, sobre hacia dónde va China, tan necesitada de reformas institucionales e ideológicas si verdaderamente desea asumir sus nuevas responsabilidades mundiales. Una nueva estructura del poder a escala planetaria que requerirá, como desarrolla Rafael Domingo, una nueva rule of law global, un orden jurídico integrado basado en la subsidiariedad y en la solidaridad de cara a la preservación de un creciente número de bienes públicos globales.

¿Implica ese contexto y el de la actual crisis económica una revisión, o acaso una refundación del capitalismo sobre nuevas bases? ¿Cuál es el papel futuro del Estado, la divisoria entre sector público y privado? Ese es el mihura al que se enfrentan las contribuciones, primero en perspectiva histórica, de Agustín González Enciso; más adelante, con la propuesta de una estrategia global para España basada en el conocimiento intelectual y la innovación por el cambio, Antxón Sarrasqueta; y desde una revisión del Estado de Bienestar que suponga una fuerte innovación en las técnicas de gestión pública, en tercer lugar, por parte de Pablo García-Manzano.

El muy esclarecedor artículo de José Luis González Quirós aborda el problema central de la crisis de la representación política, y el de Guido Stein, el no menos determinante del liderazgo. Me quedo con varias de sus conclusiones. Por ejemplo, que no existen atajos para mejorar la representación y legitimidad políticas en nuestras sociedades si lo que se pretende es aminorar de manera irresponsable el principio de gobernabilidad democrática. Pero también que no cabe duda de que la exigencia de los ciudadanos de recuperar los destinos de su nación frente al aumento de la influencia del poder público hace perfectamente verosímil la frase de Clint Eastwood en la Convención Republicana de septiembre de este año (que yo tuve la ocasión de escuchar en vivo): «We own this country».

Esta reapropiación de nuestro destino, de nuestro futuro, es un ejercicio de responsabilidad y compromiso que tiene mucho que ver con el liderazgo. Cuando muchas personas lo están pasando mal de veras, es el momento para mostrar —como afirma Guido Stein— que es posible afrontar el futuro con ilusión a base de esfuerzo y que toda situación tiene salida. El camino es alimentar las oportunidades a base de trabajarlas, extrayendo todas sus potencialidades, a la vez que se aprende a convivir, sobrellevándolas, con las circunstancias irresolubles.

Otro capítulo esencial es el del papel creciente de la religión en el espacio público, cuestión a la que se enfrenta con su habitual elegancia intelectual Ignacio Sánchez Cámara, y para cuyo análisis aporta datos definitorios sobre el mapa de la creencia e in-creencia en el mundo actual José Grau. Un somero, pero muy atractivo, apunte de José Gabriel López Antuñano sobre los derroteros del arte dramático, en los que ocupa un lugar clave la experiencia de la intensidad de la presencia que caracteriza a los nuevos existencialismos radicales y escenografías postmodernas —frente a la representación dramática tradicional— muestra en realidad la necesidad de que un futuro número de Nueva Revista se centre en exclusiva en las nuevas tendencias en arte dramático y figurativo.

Por último, se concede un espacio significativo a las tendencias en ciencia y tecnología, de la mano de especialistas tan singularmente cualificados como César Nombela, quien señala como ejes de esa dinámica la continuada preponderancia de las ciencias de la vida, el tratamiento de la complejidad y la relevancia de la bioética, mientras Karim J. Gherab Martín describe muy ilustrativamente el interesante fenómeno de la incidencia de la innovación tecnológica sobre la modificación de las conductas. Se complementan estos artículos con una excelente entrevista de Miguel Ángel Gozalo al presidente del CSIC y las recensiones de tres libros dedicados a las redes sociales y cómo a través de ellas se generan nuevas identidades y sociabilidades.

En suma, el lector tiene ante sí un rico menú de análisis sobre tendencias de futuro y sugerencias para su aplicación de cara a una posible estrategia como país. No un trazado rectilíneo, sino fecundas incitaciones a seguir reflexionando.

Abogado. Diputado del Partido Popular