Tiempo de lectura: 5 min.

Uno de los indicadores más interesantes de la importancia de Internet puede encontrarse en el creciente aumento de seminarios, masters y cursos sobre su uso y funcionamiento. Estar presente en Internet será cada vez más importante, porque gran parte de los negocios y del conocimiento accesible se realizarán en ese nuevo espacio añadido al espacio físico, que es el virtual. Esta novedad de Internet tiene dos características principales, de las que depende su carácter innovador y, según todos los indicios, democratizador o igualitario. Se trata de la accesibilidad y de la indiscriminación. En principio, salvo desarrollos inéditos, toda persona puede acceder a Internet y difundir lo que quiera por la red, y todo lo que hay en Internet está al alcance de toda persona. Sólo hacen falta cumplir dos condiciones. La primera, tener acceso al sistema; la segunda, saber buscar lo que se necesita.

La idea de que toda persona que pueda conectarse con Internet puede hacerlo sin impedimento alguno de que, en principio, todo lo que se haya introducido en la red queda al alcance de cuantos accedan a ella, ha contribuido a difundir el sentimiento de que Internet es una herramienta esencialmente democratizadora e igualitaria. Esta sensación que liga un instrumento de comunicación a una posibilidad democratizadora no es nueva. Lo mismo se pensó de la escritura y de la imprenta. La palabra escrita añadía a la oralidad la posibilidad técnica de su conservación literal del mensaje. Desde el punto de vista tecnológico, la ventaja que la escritura añadía a la oralidad no podía ser más decisiva. Se renovaban todos los medios conocidos de conservación de mensajes: el mito, la tradición, los refranes o la poesía no eran, en su origen, únicamente medios de expresión de un contenido de conciencia, sino también métodos de conservación, de selección y de transmisión de recuerdos. Pero con el don de la escritura se pasa del verba volant al scripta manent, como arguyó Platón en El Fedro. La memoria quedaba aliviada de su esfuerzo: si el individuo quería conservar algún tipo de mensaje por el que sintiera interés, no tenía que elegir entre sobrecargar su memoria literal hasta extremos imposibles o quedar supeditado a las interpretaciones míticas o al recuerdo transmitido por otros individuos cuya función social era, justamente, representar a la memoria colectiva como memorizador y transmisor de lo que valía la pena preservar del olvido.

La función igualitaria de la escritura quedaba manifiesta también de este modo: permitía a todo individuo conservar sus propios mensajes y prescindir de intermediarios para esa conservación. Sólo se necesitaba una condición: pertenecer al inventario de los alfabetizados, porque si el habla se aprende de un modo natural y espontáneamente indiscriminado, la escritura requiere de un proceso de aprendizaje específico y artificial. Así, pues, el efecto democratizador o igualitario estaba previamente condicionado a una rígida discriminación, que apenas se va dulcificando desde los escribas a los glosadores.

La imprenta contribuyó decisivamente a romper esa rigidez y, por tanto, a democratizar la condición que hizo de la escritura un medio de comunicación tan poderosamente eficaz como altamente selectivo. No solamente permitía a todo individuo que supiera leer y escribir conservar un mensaje, sino que la multiplicación de un mensaje en miles de copias facilitaba que todo individuo pudiera acceder al mensaje que deseara. Caben pocas dudas de que el periodismo impreso constituye la última fase de este proceso democratizador iniciado por la imprenta, pero siempre, claro está, subordinado a una condición previa: la de que el individuo se halle alfabetizado. La distinción entre población alfabetizada y población analfabeta fue, durante muchos siglos, una frontera inexpugnable. El analfabeto, evidentemente, no podía gozar de las ventajas o de la eficacia que proporcionaba la escritura.

Según defendió MacLuhan en La Galaxia Gutenberg y en otros ensayos, como Para comprender los medios, la televisión consiguió quebrantar esa condición discriminatoria inherente a la palabra escrita. A través del medio audiovisual se rompe ese corsé de la transmisión del conocimiento científico y abstracto, que oprimía la difusión de los conocimientos durante más de dos milenios de cultura occidental. Ahora es posible a través de los medios audiovisuales conservar, reproducir y difundir el mensaje sin necesidad de cumplir con la condición de que sea previamente codificado como mensaje escrito, o sea, alfabetizado. Cuando Giovanni Sartori en Homo videns, un libro que ha dado mucho que hablar, comenta —como antes lo hizo MacLuhan— esa característica de la nueva tecnología, lo hace con tono severamente crítico. Su argumento no es inconsistente, pues asegura que la oralidad no es apta para el esfuerzo teórico y abstracto, y que sólo la escritura es un soporte idóneo para la transmisión del pensamiento discursivo. La sustitución de los medios alfabetizados por los que no requieren de esa condición, como lo son los audiovisuales —dice— supondrán una regresión para la capacidad discursiva humana.

Pero independientemente del sentido crítico de esas y otras interpretaciones, como las de Bourdieu o Castell, lo que importa es que el medio de comunicación audiovisual ha conseguido eludir, para conservar y transmitir el mensaje, la condición alfabetizadora. Esto, dicho de otra manera, se puede interpretar como que ha roto con ese molde que impedía a la escritura ser esencialmente un soporte universalmente igualitario o democrático. Paradójicamente, eso ocurre cuando ya se ha considerado la alfabetización como un bien no sólo deseable, sino también generalizado.

Pero ahora nos encontramos con el nuevo fenómeno de los espacios virtuales de comunicación, que permiten la transmisión y el acceso individualizado y simultáneo de cualquier información y cuyo ejemplo principal es Internet. A través de Internet todo es posible. Las posibilidades de una comunicación individualizada, de un acceso indiscriminado a toda información, las posibilidades de conservar, reproducir y difundir mensajes están abiertas a cualquiera que pueda utilizar la red. Puede interpretarse que si el usuario de Internet tiene a su alcance de modo individualizado tal posibilidad de ventajas para la conservación, transmisión, reproducción, difusión simultánea de mensajes, sería ridículo, e incluso temerario, que no las usara. Temerario, claro está, porque quien prescinda del instrumento quedará en situación de desventaja o de inferioridad respecto del que lo use, de modo similar a como el hombre analfabeto quedó en situación de desventaja respecto del hombre alfabetizado.

Pero del mismo modo que la escritura dependía de una condición, también Internet depende de condiciones: la de que pueda o no pueda, y en qué grado, utilizar la red. Se trata de una condición que puede calificarse de «alfabetización tecnológica». Se comprende así el que, como decía al principio, haya tantos seminarios sobre uso y posibilidades de Internet. En el futuro inmediato, hay quienes estarán alfabetizados, quienes lo estarán a medias, y quienes no lo estarán, no porque no quieran, sino porque no puedan estarlo. En primer lugar, hay que poseer la máquina, el instrumento, pero luego hay que saber utilizarla, y no todas las máquinas son iguales ni pueden usarse del mismo modo. La diferencia entre el hombre alfabetizado y el analfabeto se traslada ahora al hombre que ha aprendido a usar la red y que cuenta con los medios adecuados para hacerlo con la máxima eficacia, y el que carece de esa pericia o de esos medios. Se abre así una nueva perspectiva que distinguirá nuevos tipos de analfabetización, de pueblos incapacitados para sumarse a esta expansión tecnológica, y pueblos doblemente alfabetizados. Una nueva condición para que aumenten las distancias entre pueblos desarrollados y pueblos que no lo están tanto.

Alguien observó en cierta ocasión que cada vez que el progreso aporta una invención cuya función sea democratizar e igualar a los hombres, se las arregla para aportar a la vez los motivos para que esa aportación se convierta en una nueva fuente de distinciones, discriminaciones y diferencias. Internet no va a quedar libre de esa observación.

Doctor en Derecho, licenciado en Filosofía, catedrático de Estilística Aplicada, Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense