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Columnista de referencia en La Vanguardia, poeta y ensayista, Antoni Puigverd (La Bisbal d’Empordà, 1954) acaba de publicar en castellano y en catalán La ventana discreta. Cuaderno de la rueda del tiempo (Libros de vanguardia, 2014), un generoso dietario que se lee como un ensayo sobre el paso del tiempo, el sentido del arte, la cultura y la vida y, en definitiva, el valor intelectual de la discreción en una época definida por el exhibicionismo y el culto a la inmediatez. 

·         Me gustaría empezar hablando de La ventana discreta, su último libro. En la tradición hispánica –católica en general–, el dietario ha sido un género poco frecuentado entre los escritores, quizás por un sentido del pudor o por algún tipo de énfasis barroco en la exterioridad. Ese déficit –resuelto sólo en parte en el siglo XX con nombres como Josep Pla o José Jiménez Lozano– ¿se traduce en una cierta falta de tono íntimo y de reflexión en la literatura española? ¿Podemos decir que hay culturas literarias vertebradas, al menos en parte, por el cultivo del diario y otras que no?  

·       No me atrevería a contestar en términos generales, porque, aunque estoy de acuerdo con su aserción inicial, no podemos olvidar que la cultura francesa, de matriz católica está vertebrada por  Montaigne, el mayor dietarista. Y no podemos olvidar que un nombre capital de las letras italianas es Leopardi, cuyo colosal Zibaldone es una verdadera enciclopedia del género. Sin embargo, es en la cultura británica ciertamente en la que el dietario se convierte en un género de primer orden. En lo que se refiere a la cultura peninsular, El libro del desasosiego de Pessoa, la prosa de Azorín y la obra de Josep Pla son exponentes formidable del género. En el caso catalán, además, resulta que nuestro prosista más brillante es Pla, verdadero creador del catalán literario contemporáneo y, por consiguiente, para cualquier autor catalán actual, su lectura es determinante. A esta influencia hay que añadir, en mi caso, la de Gaziel, el gran periodista, las prosas de El pas de l’any de Joan Maragall i el formidable poemario novecentista de Josep Carner, Els fruits saborosos, que identifica una fruta con una edad y con un momento del año para reflexionar sobre la vida y el tiempo. Un libro delicioso.   

·         De hecho, el siglo XX ha sido pródigo en dietaristas: de Cesare Pavese a Cyril Connolly, de Ernst Jünger a Franz Kafka. En catalán, como usted señala, contamos con una obra maestra indiscutible: El quadern gris, de Josep Pla; y con una magnífica obra menor que releí precisamente este verano: El vel de Maia, del poeta y traductor Marià Manent. ¿Se reconoce en esta tradición? ¿Qué le acerca al Pla dietarista y qué le separa de él? 

·         Me reconozco, como no puede ser de otra manera, en la tradición de Josep Pla, aunque a  distancia. A pesar del tópico de la boina y de su interés por la agricultura, el paisaje y el clima, Pla es expresión de la burguesía cosmopolita de Palafrugell, que desde el siglo XVIII comerciaba mediante cabotaje con Inglaterra o Francia, sin olvidar las conexiones de ultramar. Una burguesía ilustrada, mercantil y viajada, con un sentido muy terrenal, antilírico, de la vida que un sentido muy peculiar de la ironía subraya. Mi mundo es, en cambio, el de la menestralía católica. Mi Ampurdán no tiene casi nada que ver con la ventana abierta al mundo que siempre fue Palafrugell.  La Bisbal, donde nací, es una pequeña capital de distrito o comarca, de origen eclesiástico como su nombre indica, que durante algunos siglos fue sede de los hacendados rurales de la zona, contaba con un mercado importante y ejercía la capitalidad administrativa sobre las poblaciones más dinámicas de la costa (Palafrugell, Palamós i Sant Feliu de Guíxols) gracias al juzgado de primera instancia y al registro de la propiedad. Aunque el substrato rural y curialesco no impidió la industrialización, el peso de la tradición era mucho más acusado en mi infancia de finales de los cincuenta y principios de los sesenta (también debido al asfixiante clima de postguerra) que en el Palafrugell de El Quadern Gris.  Yo abrí los ojos en los últimos estertores de la posguerra,  en una familia en la que el valor del trabajo es esencial, la influencia clerical intensa y la mayoría de los libros son de influencia católica. Un pequeño mundo que inoculó en mi sensibilidad infantil la pasión por el absoluto y cierta tendencia a la melancolía, que son antagónicas a la sensibilidad irónica, mediterránea y antitranscendental de Pla. Mi pequeño mundo de la infancia explotará durante mi pubertad, en mayo del 68, con todo lo que esta fecha resume. Pla tenía la edad de mi abuela, pero su punto de partida es cosmopolita, divertido e irónico. El mío es menestral, sufrido y triste. Mi estilo debe a Pla su pasión por la sensualidad, y la obsesión por el adjetivo, pero expresa una visión de la vida menos desenvuelta, más condicionada por la búsqueda del absoluto, menos divertida: ensimismada.  

·         El título del libro nos ofrece ya, de entrada, un doble homenaje a La ventana indiscreta de Hitchcock y a la Roda del temps de Salvador Espriu. ¿Por qué este doble homenaje? ¿Qué papel desempeñan el cineasta inglés y el poeta catalán en la educación sentimental de Antoni Puigverd? 

·         Confieso que la influencia de Hitchcock es meramente instrumental. La película me encanta y la he visto muchas veces, pero el verdadero título del libro es, en realidad, el subtítulo, Cuaderno de la rueda del tiempo. Buscando, con la editora Ana Godó algo más llamativo, me pareció que el juego de “La ventana discreta” permitía expresar mi posición ante la vida, especialmente, en lo que se refiere al desnudo obligatorio que impone Twitter, Facebook y compañía. En el prólogo del libro cito el interesante ensayo de Pierre Zaoui: “La discretion” (Les Grands Mots. 2013). Este ensayista describe la discreción, no como silencio o alejamiento eremítico, sino como gesto vital: el gesto de la abdicación.  

Me gusta el velo de la discreción: escribir  sobre cosas que me han sucedido o creo interesantes y hacerlo con sinceridad, sí, pero detrás de una cortina, a cierta distancia del lector. La modernidad hipermediática está dominada por la obligación de la visibilidad y por la carrera de la celebridad. Esta presión pone en valor la actitud contraria: el placer de la contención, la gracia de cierto retraimiento. Por otro lado, la contemplación del mundo es más precisa, creo, en la distancia.

 Si el uso de Hitchcock es instrumental, el homenaje a Espriu es reverencial. Su obra e su actitud vital me influyeron mucho en mi juventud y durante mis años de profesor de instituto (publiqué una antología de su obra en prosa y verso para bachilleres). La visión lírica y descarnada del paso del tiempo, la percepción lúcida y desolada de la existencia, su contención,  el desprecio de las pompas y de los círculos literarios y mundanos, su tendencia al barroco conceptista… son influencias que reconozco. Espriu fue más determinante que Pla en mi juventud. Incluso su retraimiento personal y su visión de España y de Cataluña me influyeron. 

·         En La finestra discreta se habla, y mucho, del valor de la nostalgia. “La nostalgia es el premio que se concede a sí mismo el derrotado. Cede el paso; y se aísla.”, leemos en el libro. Pero, al mismo tiempo, usted subraya que “existe, sin embargo, una forma creativa de nostalgia”. Este aspecto me interesa, ya que resulta fácil confundir el tono nostálgico con un esteticismo vacío o con la mitificación del pasado. Me interesa pensar que las derrotas son, o pueden ser, creativas… Al menos, literariamente. 

·         Mantengo cierta tensión dialéctica con la nostalgia. Por una parte me atrae, por otra me da miedo. Es intelectualmente fascinante (recrear lo que ya no existe), pero a la vez puede ser puro fango, puro ensimismamiento. Es factor literario de grandes creaciones, como la de Proust, pero también de grandes pasteles cursis como los que de un tiempo a esta parte abundan (mejor no citar nombres) entre gentes de mi generación que, después de haber quemado todas las naves que heredaron, ahora resulta que las añoran. 

En cuando a la derrota, es creativa cuando no genera autocomplacencia, cuando no fabrica edulcorante sentimental, cuando no pretende revertir el resultado de la batalla con un triunfo retórico.

Licenciado en Derecho. Columnista, crítico literario y asesor editorial.