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Detrás de los datos siempre hay muchas preguntas y la pregunta de por qué hemos llegado a los datos a los que hemos llegado.

Veníamos de una legislatura, o pseudolegislatura, anómala, que es la que comenzó como consecuencia de la moción de censura [la moción de censura contra el Gobierno de España presidido por Mariano Rajoy se celebró entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 2018], donde después un partido, el PSOE, apoyado exclusivamente en 84 escaños, consiguió una proeza relativa, aguantar durante nueve meses en el Gobierno.

Pero venimos también de uno de los grandes traumas que ha sufrido la política española desde la Transición, que fue el famoso otoño catalán de 2017, que generó una situación que podríamos llamar de psicosis política nacional. Me parece que no entendemos nada de lo que está pasando si no aludimos a ese shock, un shock muy relevante que ha tenido una traducción en el comportamiento de la mayoría de nuestros actores políticos. Y esto creo que es muy relevante. O sea, que el trasfondo es: una anomalía, una anomalía que viene desde la época de la crisis económica, que es cuando se rompe el sistema bipartidista y cuando entramos en un fraccionamiento mucho mayor y una puesta en cuestión realmente de la herencia de la Transición, que acaba derivando en un periodo de cuatro elecciones en cuatro años, sin contar la de ayer, que nos ofrece algunas respuestas que se quedaron sin contestar en las generales.

Nueve millones de votantes votaron algo distinto en abril de 2019 de lo que habían votado en el 2016. Este es un dato espeluznante. Lo que significa es que estamos ante un sistema tremendamente volátil, es decir, que los cambios pueden ser profundos. Lo estamos observando también en otros sistemas políticos de nuestro entorno. Es una patología del mundo occidental, donde realmente no sabemos a qué atenernos. Los puntos de orientación tradicionales nos sirven cada vez menos. Esto creo que es muy importante.

Hay un castigo evidente al PP. Las razones no son fáciles de definir pero me parece que eso queda claro en las elecciones generales.

Y luego se produce una situación muy extraña donde un país acostumbrado al bipartidismo de repente se encuentra con un pentapartito, donde cinco partidos tienen más del diez por ciento pero ninguno supera el 30 por ciento. Es decir, hemos aniquilado a los partidos de masa. Los grandes partidos han desaparecido y ahora nos encontramos con un pelotón donde un partido que saca solo —subrayo lo de solo, porque en la historia democrática española es una anomalía– el 28,2 por ciento, que se traduce después más o menos en un 35 por ciento de escaños, se le da como vencedor casi absoluto de las elecciones.  Es decir, aquí hay una anomalía, pero realmente esto es un terremoto. ¿Cómo se puede decir que vence en unas elecciones alguien que no ha llegado si quiera al 30 por ciento del voto?

Y sin embargo, después de haber visto funcionar al PSOE con 84 escaños, decimos ahora que casi está garantizada la gobernabilidad. Porque después de cada elección tenemos que preguntarnos siempre: ¿está garantizada la gobernabilidad? Y en el caso de que optemos por una respuesta afirmativa también tenemos que contrastar eso con respecto a cuáles son los retos, los desafíos que tenemos que afrontar como país. Porque una cosa es la gobernabilidad corriente y otra la gobernabilidad necesaria para hacer frente a según qué retos.

Se ha hablado mucho de la participación, y del aumento de la participación. Cuando en España y en otros países democráticos sube tanto, generalmente tiene que ver con la necesidad que tienen los ciudadanos de alzar la voz, de participar en algo que les parece importante. Dicen: «Aquí estoy yo». Por eso normalmente cuando sube la participación es cuando va a haber cambio de Gobierno. «Te quiero dar la patada», sería la traducción. Fue lo que ocurrió en 1982, con la participación más alta que tuvimos; fue cuando se produjo por fin la alternancia de la derecha en 1996; fue lo que se produjo como consecuencia del 11M y todo aquello en la traumática elección del año 2004 –la participación también subió entonces al 80 por ciento–, y ha ocurrido ahora. Es decir, que un sector muy importante de la ciudadanía española percibió señales de alarma que le hizo salir a la calle a votar para decir «aquí estoy yo».

La pregunta es: «¿Qué fue lo que provocó las señales de alarma?». Esta es la pregunta del millón de dólares. Mi tesis fundamental es que hubo un factor tremendamente distorsionante, casi hasta traumático: la aparición de Vox como un fantasma cuyo tamaño ignorábamos y que se hizo una interpretación tremendamente errónea de los resultados de las elecciones andaluzas.

Yo creo que los resultados de las elecciones andaluzas del 2 de diciembre de 2018 han sido patológicos a la hora de explicar muchas de las sobreactuaciones de algunos de los sectores políticos españoles. Porque las consecuencias de estas elecciones, como ha señalado Cristóbal Torres, yo creo que ha sido el aumento de la participación, y que ha beneficiado fundamentalmente a la izquierda. Pero ha beneficiado también y sobre todo a los nacionalistas e incluso a los regionalistas. En el fondo el enmarque fundamental en el que tuvieron lugar las últimas elecciones generales fue España: España, la unidad nacional (por parte de aquellos que no comparten la visión de España –lo que en seguida empezó a llamarse el bloque de derechas, el tridente–: el temor a que ese trío pudiera acceder al poder e imponer un determinado modelo de España). Eso ha sido muy perceptible en la España periférica, en la España nacionalista. Al final esa concentración sobre una visión de España profundamente ideologizada, que ha sido prácticamente el único tema sobre el que han discutido los tres partidos de la derecha, ha contribuido enormemente a movilizar al nacionalismo.

La izquierda se ha movilizado fundamentalmente no tanto por esa visión de España, como por la propia presencia de Vox, y la indiferencia de los partidos de centro derecha, que se supone que son Ciudadanos y el PP, ante Vox. Y aquí está el precedente andaluz. Es decir, el pensamiento de que «ojo, estos no van a tener ningún inconveniente de pactar con un Vox que puede llegar a sacar, porque se dijo, 60 escaños». Es decir: «Aquí no nos va a gobernar la derecha tradicional del PP, en el caso de que venza, ni una especie de coalición Ciudadanos-PP, sino que aquí vienen una derecha dura». Estaba la polarización de la derecha y su elección de una única cuestión en el orden del día del debate electoral: la denigración de toda visión de España que no coincidiera con la más radicalizada. ¿Quién es Albert Rivera para decidir qué partido no forma parte del consenso constitucional?

Aprovecho para abrir un paréntesis: hablar de constitucionalismo carece de sentido en una Constitución donde no hay cláusulas de intangibilidad. Es decir, que cualquier cosa reformable de la Constitución, mientras se tenga una mayoría suficiente, es reformable. Por lo tanto no se puede decir que la Constitución, tal y como existe, son las tablas de la ley que Moisés ha grabado y que por tanto tienen que permanecer inevitablemente así, que es la interpretación que se hace desde Ciudadanos y desde el Partido Popular, y que no se hace desde el PSOE.

Eso es algo de lo que se dio cuenta Pedro Sánchez, o quien quiera que esté detrás de Pedro Sánchez, su equipo. Al no poder el PSOE pactar con Ciudadanos, que hubiera sido un pacto de Gobierno perfectamente estable, se produce una anomalía que obliga al partido de la izquierda a flexibilizar su posición respecto los partidos que clásicamente llamábamos nacionalistas. Aunque desde luego hay una serie de líneas negras que son las que marca la Constitución, que, en contra de lo que se ha dicho, no ha transgredido Pedro Sánchez. Pedro Sánchez no ha reconocido el derecho de autodeterminación, no tiene poder para hacerlo, no ha pactado una solución al juicio, que se sepa, etc., etc.

Las elecciones andaluzas estuvieron muy dominadas por la cuestión catalana, que casi se discutió más que cualquier otra cuestión de política regional y no provocó una reacción de la izquierda. Es decir, la izquierda no estaba movilizada en Andalucía, y no estaba movilizada porque a la izquierda, en el fondo, o a un sector de esa izquierda, tampoco le parecía tan absolutamente importante. Primero porque no pensaba que fuera a caer Susana Díez, pero por otra parte el PSOE andaluz había generado una fatiga en su apoyo que no era trasladable automáticamente al resto de España.

Aquí hay dos lecciones que la derecha no supo tener en cuenta: primera, que la izquierda se puede activar, dependiendo de cómo formules tú tu propio discurso, y la segunda es que tres no suman: que la derecha solo ha conseguido gobernar históricamente en España cuando ha conseguido unificarse e ir al centro. Que es exactamente lo contrario de lo que ha hecho a lo largo de estas últimas elecciones.

Andalucía creó la imagen de que era posible una derecha polarizada, fundamentalmente en la cuestión nacional, y dividida. Cada uno se equivocó de diferente manera. El PP se equivocó pensando que su adversario era Vox, cuando su adversario era su propio posicionamiento más a la derecha de lo que venía siendo tradicional en el PP, es decir: tú eres tu propio adversario si dejas de atender o prescindes de uno de los elementos que te ha dado prestigio a lo largo de la historia reciente de España que es tener una hoja de servicios de una gestión bien hecha. Con casos de corrupción, lo que se quiera. Pero se renuncia a esa dimensión del PP, para saltar a la doctrinaria nacionalista española, aznarista, y se renuncia a la de Rajoy, Santamaría, etc., de gestión, gestión, gestión. Y hay que recordar lo que significó la crisis, que el PP fue el que sacó a España de la crisis, pues no se habló de esto. De esto no se habló: se habló exclusivamente de si Sánchez y una determinada concepción de España, la España constitucional, frente a una España «bastarda», evidentemente con una simplificación. En el último capítulo de Juego de Tronos, uno de los protagonistas propone elegir a otro para ocupar el Trono de Hierro porque dispone de la mejor historia (storytelling). El relato  que se crea es muy importante: el que tiene la mejor historia al final suele ser quien gana.  Y yo creo que ni el PP ni Ciudadanos –Vox todos sabemos cómo lo enmarcó– supieron enmarcarlo bien. Así pues, el PSOE, sin hacer grandes esfuerzos supo enmarcarlo relativamente bien porque lo que vino es a aparecer como la fuerza moderada. Sabían que la indiferencia del PP y de Ciudadanos hacia Vox les iba a presentar a ellos como moderados y que por lo tanto ahí tenían mucho que ganar. El discurso del PSOE era que se trataba de elegir entre continuidad, con un Gobierno moderno, un Gobierno feminista, un Gobierno con conciencia social, o la vuelta al semifranquismo. No estábamos hablando ya de la vuelta al PP, de la corrupción, etc.: no hizo falta recurrir a eso, sino que había algo que daba todavía mucho más miedo.

Yo he salido de las elecciones muy preocupado. El aumento espectacular de los nacionalismos, que ahora se ha acentuado –porque desde el momento en que se plantean unas elecciones en clave de unidad de España, de cuál es la naturaleza de este país llamado España, de una manera tan radical, y gana, que ganó en número de votos, la heterodoxa, es decir, la que no coincide con la que veníamos entendiendo que era la visión de España tradicional desde la época de la Transición–, nos obliga a entrar en un tema delicadísimo. Tenemos el deber en nuestro país, un país integrado, cohesionado, de reformular otra vez algo tan cansino como puede ser el modelo de Estado.

A mí me parece que lo que han sacado a la luz la elección de abril y la de ayer es que el modelo constitucional que tenemos de España no nos sirve o por lo menos tenemos que intentar revisarlo y que sobre todo lo que no podemos hacer si queremos defender de verdad la Constitución es imaginar que la única Constitución posible es la actualmente existente. La mejor manera de defender la Constitución algunas veces es reformarla. Sobre todo si a través de esa reforma conseguimos la supervivencia de España tal y como la tenemos.

La mayor consecuencia y la más preocupante consecuencia de las elecciones generales y de lo que ocurrió ayer es que el PP no existe en el País Vasco y apenas existe en Cataluña; está además el aumento de partidos radicales como Bildu, por ejemplo, el aumento espectacular de ERC, lo que ha ocurrido con Puigdemont — es decir, los resultados de las europeas en Cataluña, donde yo creo que han pasado ya del 50% por primera vez los independentistas–, todo eso son llamadas de atención. Son llamadas de atención y solo hay un partido del espectro de los partidos nacionales –quitando a Podemos, que se ha hundido en estas últimas elecciones— que mantiene un discurso de: «Vamos a intentar no ofrecer una versión muy dogmática de lo que pensamos que debe ser España, y vamos a intentar negociar con los más propensos a tender puentes en Cataluña y en el País Vasco». El PNV está tan seguro de sí mismo y sabe que ahora mismo solo tiene que ganar, que ni siquiera se quiere plantear la opción por la independencia, si se plantea como tal independencia.

Se nos ha abierto en canal la cuestión nacional, lo vivimos ya el 1 de octubre de 2017, y está volviendo. Y seguramente va a volver ahora en el escenario europeo con una virulencia tremenda. Con todo, y a mí me parece que este es un dato que debería apaciguarnos un poco, los resultados de las elecciones generales, pero sobre todo los resultados de ayer, lo que muestran es que a pesar de la polarización, por lo menos en el espectro izquierda-derecha, estamos eligiendo la moderación. Vox, como algunos ya habíamos anticipado, va camino de una erosión progresiva y la derecha está tomando nota de que al final solo puede quedar unoCiudadanos es incapaz de conseguir que gane la derecha pero es incapaz también de conseguir un Gobierno de coalición centrado: centro-izquierda o centro-derecha; impide que haya salida por alguna de las dos opciones.

El resultado de Unidas Podemos ha sido verdaderamente patético. El titular real de ayer es «Madrid salva a Pablo Casado de la quema y entierra a Pablo Iglesias». Hemos asistido a que hay una recuperación provisional –estoy hablando desde mi perspectiva– del nuevo liderazgo del PP. Casado ha ganado tiempo, lo cual no significa que se haya asentado. Cuando los cargos del PP hagan balance, señalarán al responsable, y no les va a servir de nada decir que se ha conservado la Comunidad de Madrid o que se ha conseguido el Ayuntamiento de Madrid. Eso puede ser insuficiente -creo yo-. Puede ser más una ilusión que no una realidad lo que hemos visto con el PP.

Pienso que la investidura va a ser relativamente sencilla y luego vamos a ver qué es lo que dice Sánchez, porque lo que está claro es que lo que ocurrió ayer ha devaluado a Pablo Iglesias como partner posible de un Gobierno de coalición, y que ayer el propio Sánchez dijo explícitamente: vamos a ver si nos dejamos de vetos, y estaba dirigiéndose claramente a Ciudadanos.

Ahora tenemos que salir del juicio. Los catalanes vamos a estar en el centro del debate europeo con Puigdemont y con un alcalde en Barcelona independentista. Tenemos que llegar a un entendimiento como se produjo a la hora de la reforma constitucional de 2011:  hay momentos en los cuales hay que unir fuerzas y hay que ser un poco realistas.

El PSOE no ha ganado más poder territorial porque se ha derrumbado Unidos Podemos. Y esa es la factura que le va a presentar Pedro Sánchez a Pablo Iglesias: «¿Quiere ser ministro de qué?»

Sobre la gobernabilidad: me preocupa mucho la gobernabilidad sobre todo porque ERC no es un socio fiable como se vio sobre todo en el caso de Miquel Iceta.

En definitiva: tenemos que redefinir lo que es el patriotismo español, nuestra identidad colectiva, buscar cómo podemos sumar sin generar exclusiones. Cataluña no está dividida en dos sino en tres tercios: uno independentista que ya no hay quien recupere; otro españolista que se va a mantener leal pase lo que pase, pero el tercer tercio es el que hay que conquistar, porque dependiendo de quién se lleve ese tercer tercio el futuro de Cataluña estará dirigido hacia un lado o hacia otro.

Estamos en un momento en el que el liderazgo es muy importante, precisamente por los desafíos a los que tenemos que hacer frente. Nuestro gran desafío es la reconstrucción de un consenso transversal imprescindible no solo para satisfacer este reto sobre la naturaleza de la nación, sino para afrontar otros asuntos decisivos: la propia presencia internacional, la reforma laboral, la transición energética, la financiación autonómica, etc.

Fernando Vallespín, Cristóbal Torres y Pedro Arriola: de izquierda a derecha en la imagen.
Fernando Vallespín, Cristóbal Torres y Pedro Arriola (de izquierda a derecha en la imagen) han intervenido hoy en el seminario de Nueva Revista sobre “Análisis del votante”. Foto: © Josema Visiers

[Lo anterior es una transcripción de la conferencia, que se puede seguir también en el vídeo]

Véase también:

Análisis del votante. Cristóbal Torres: “Uno de cada diez votos es nacionalista”

Análisis del votante. Pedro Arriola: “Solamente hay ‘el problema’. El de los territorios”

Catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid. Ex presidente del CIS.