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Avance

En este artículo sobre el concepto de identidad en Alemania y el recorrido del multiculturalismo se recogen, en primer lugar, algunos datos ofrecidos por The Economist en su reportaje titulado Alemania, un país de múltiples identidades. Entre ellos, que la proporción de diputados de origen migrante se ha triplicado desde 2009 y esa diversidad ha llegado a todas las capas de la sociedad; desde el fútbol a los medios de comunicación. El hecho decisivo lo marcó la política de puertas abiertas de Angela Merkelen el verano de 2015 que supuso el paso de una cultura de la acogida a la cultura de la bienvenida.

A los datos sobre la multiculturalidad se incorporan otros procedentes del último informe de gestión sobre el racismo en Alemania. Según este, un 61% de la población opina que el racismo marca la vida cotidiana y una inmensa mayoría, el 90%, piensa que supone un problema en Alemania. Por otro lado, una de cada cinco personas lo ha experimentado en primera persona.


Artículo

«La verdadera patria es la infancia», decía un Rilke siempre adelantado a su época. Porque si hablamos de patria y más concretamente de Heimat, en alemán, la acepción incluye nociones tan amplias como el paisaje, las costumbres, las referencias al hogar y la familia, los hábitos más personales… Todo aquello que confiere identidad es susceptible de convertirse en patria y la lengua tiene un papel muy destacado en esa función. «La patria es donde se habla como se habla como hablas tú», se lee en un artículo de The Economist que trata sobre las identidades en Alemania y los conflictos que estas entrañan. La frase hace referencia al dialecto que se habla en la región de Hunsrück, al sudoeste de Alemania, una zona ligada ya de forma indeleble al concepto de «patria» pues es donde se sitúa la exitosa saga audiovisual titulada así, Heimat, y dirigida por Edgar Reitz, a través de cuyos personajes se puede recrear la historia de Alemania desde principios del siglo XX y hasta los 2000.

Esa región es el punto de partida del reportaje a partir del cual se reconstruye una historia abreviada de la inmigración en el país. El primer contacto de Simmern ‒la ciudad más importante de la región‒ con extranjeros «fue en los años 50, cuando militares estadounidenses se trasladaron a una base aérea cercana. Los más viejos del lugar dicen que fue la primera vez que conocieron a alguien de color. En los años sesenta llegaron los trabajadores turcos», conocidos como Gastarbeiter (literalmente, invitados). ¿Invitados a qué? A la reconstrucción del país después de la Segunda Guerra Mundial. El mismo nombre hacía explícita la intención: al terminar el trabajo se irían, se hicieron «pocos esfuerzos para integrarlos» como recuerda el artículo, que también recoge las palabras de Alfred Dregger, político de la CDU, que en 1982 afirmó que «el retorno de los extranjeros a su Heimat debía ser la regla, no la excepción».

De la acogida a la bienvenida

Paulatinamente el país se fue abriendo y también la sociedad, haciéndose más diversa. El artículo toma referencias del fútbol y la política. Puede que sea anecdótico, pero también revelador ver cómo han cambiado los nombres de la selección desde los noventa y lo mismo la política «cuya proporción de diputados de origen migrante se ha triplicado desde 2009. Dunja Hayali y Cherno Jobatey, ‒prosigue el artículo‒ dos de las personalidades televisivas más conocidas de Alemania, tienen raíces en Irak y Gambia, respectivamente. Muchos de los inmigrantes que se han integrados proceden de países de la UE, del este y el sur de Europa. Alemania es cada vez más un Einwanderungsland (país de inmigración, un país de acogida)».

«La proporción de diputados de origen migrante se ha triplicado desde 2009», subraya un artículo de The Economist sobre Alemania titulado Un país de múltiples identidades

El hecho decisivo al respecto lo marcó la política de puertas abiertas de Angela Merkel en el verano de 2015. Su decisión, en palabras de The Economist, «parece haberse basado en una mezcla de pragmatismo (no había alternativas obvias) e idealismo (la Sra. Merkel, que venía del Este, explicaría más tarde: “Crecí detrás de un muro y no deseo repetir la experiencia”). “Lo conseguiremos”, dijo a sus compatriotas. Casi dos tercios de los 1,2 millones de personas que llegaron en 2015-16 se han quedado», concluye el artículo. Recogía también el resultado de una encuesta realizada a 5.000 refugiados por la Red Europea contra el Racismo que señalaba que Alemania lo estaba haciendo bien, y mejor que la mayoría del resto de países europeos, en cuanto a la integración de sus inmigrantes. Según los datos manejados ‒el artículo está fechado en 2018‒ el 51% de los de los refugiados participaban en programas de integración, frente al 34% en Suecia y el 11% en Grecia. Por todo ello se podía denominar a Alemania como un ejemplo de la cultura de bienvenida o Willkommenskultur (cultura de la bienvenida).

El tamaño de las ciudades

Una diferencia importante que The Economist ponía de relieve era la diferencia entre ciudades más pequeñas y grandes urbes por lo que respecta a esta temática. En las pequeñas, tomando como ejemplo el caso referido de Simmern, se hablaba de tranquilidad, en términos generales; de la importancia de aprender el idioma, haciendo hincapié en el papel decisivo de los voluntarios que trabajan por la integración. Algo muy diferente a lo que pasa en las grandes ciudades, donde «la fotografía es bien distinta. Los jóvenes no acompañados, algunos traumatizados por la guerra, constituyen buena parte de los refugiados alemanes, y tienden a gravitar hacia las metrópolis. En ciudades como Berlín las solicitudes de asilo y apelaciones pueden llevar años. Abandonados en un limbo, sienten que tienen mucho que hacer. Se les prohíbe trabajar y el dinero proporcionado por el Estado es escaso, así que decenas de miles de jóvenes frustrados, pobres y, a veces, violentos, andan por ahí».

Se cita a continuación casos como la agresión sexual masiva a mujeres por parte de hombres de origen árabe que se produjo en Colonia en la Nochevieja de 2015 o el ataque en 2016 del tunecino Anis Amri, al que se le había denegado el asilo, y que embistió a la multitud que visitaba un mercado navideño en Berlín, causando doce muertos. Y se menciona el antisemitismo, recordando la quema de una estrella de David en la Puerta de Puerta de Brandemburgo de Berlín en protesta por el reconocimiento del presidente Trump de Jerusalén como capital de Israel, además de los ataques con cuchillo por y entre refugiados en la ciudad oriental de Cottbus. La conclusión: «Nada de esto afecta mucho a la vida del alemán medio, pero la sensación de inseguridad se ha extendido».

Últimas noticias sobre integración y racismo

El último informe de gestión ‒el documento que cada dos años prepara el Comisionado del Gobierno Federal para Migración, Refugiados e Integración y que acaba de hacer público la ministra Reem Alabali-Radovan (SPD)‒ desmiente, al menos, el primer enunciado de esa conclusión. El racismo afecta, y mucho, a los alemanes. El 61% opina que el racismo marca la vida cotidiana y una inmensa mayoría, el 90%, piensa que es un problema en Alemania. Por otro lado, una de cada cinco personas, el 22% de la población de ese país, ha experimentado el racismo en primera persona. Los datos proceden en su mayoría de un estudio previo, Rassistische Realitäten (Realidades racistas), que se presentó en mayo de 2022 como parte del trabajo del Observatorio Nacional de la Discriminación y el Racismo. Aparte de las cifras mencionadas aporta otras también muy reveladoras, junto con sus conclusiones:

Según los datos más recientes, el 90% de la población piensa que el racismo es un problema en Alemania. El 22% lo ha experimentado en primera persona

  • Ciertas ideas que constituyen la base del racismo como ideología siguen estando muy extendidas: el 49% de los encuestados cree en la existencia de razas humanas, por ejemplo. Y el 27% de la población cree que una sociedad necesita grupos que estén arriba y otros que estén abajo. Aquí no hay diferencias significativas entre las personas con menor o mayor nivel educativo.
  • Se acusa a las víctimas de hipersensibilidad: el 52% considera exagerado que algunas personas teman ser víctimas del racismo todo el tiempo y en todas partes.
  • Existe una reacción defensiva ante las críticas: un 44,8% piensa que se trata de una restricción de la libertad de expresión; que a uno le tachan de racista por cualquier nimiedad lo piensa un 53,4%; y que no tiene sentido que ahora las palabras normales sean tomadas por racistas un 54,4%.
  • Alrededor del 70% de la población está dispuesta a implicarse contra el racismo, por ejemplo, donando dinero (37%), participando en manifestaciones (42%), recogiendo firmas (66%) o interviniendo cuando se hacen declaraciones racistas (82%). El potencial de compromiso contra el racismo es especialmente fuerte en los grupos de edad más jóvenes y entre las personas con estudios superiores.

De vuelta al más reciente informe de gestión, en el acto la presentación la ministra Reem Alabali-Radovan, subrayó el peligro que el racismo significa «para la democracia, pues atenta contra las personas y su dignidad humana, garantizada por la Constitución». Y aunque lo más llamativo, lo más urgente sean siempre los ataques y las medidas que se toman para combatirlos y prevenirlos, el informe, según señaló, la responsable, «muestra que sobreviven estructuras que, consciente o inconscientemente, pueden conducir a situaciones de desventaja y discriminación racial en la vida cotidiana. Por ejemplo, en la escuela y la formación profesional, en el mercado laboral o inmobiliario o en contacto con las autoridades». Son frentes no tan recurrentes cuando se tratan temas como la integración o la identidad, pero decisivos a la hora de construir la diversidad de un país o patria; Heimat, en el caso de Alemania.