Esperando a Godot (Samuel Beckett)

Comentario de Esperando a Godot de Samuel Beckett (1948). Cien volúmenes de la Biblioteca de Occidente en contexto hispánico.

Adolfo Torrecilla

Si hay autores difíciles de clasificar, uno de los que con más claridad pertenecen a ese género es el irlandés Samuel Beckett (1906-1989), premio Nobel de Literatura en 1969.

Aunque desde los años treinta publicó narrativa, la fama internacional llegó para él con el teatro de Esperando a Godot, escrita en francés y publicada en 1952. La versión en inglés, hecha por él mismo, se editó en 1955. Luego vendrían Fin de partida (1955-1957), La última cinta (1958) o Días felices (1961). Pero en narrativa ya había destacado en Murphy (1934-1937), como lo haría más tarde en Molloy (1951), Malone muere (1951) o en El innombrable (1953).

Esperando a Godot  transcurre en dos actos en los que no ocurre nada más que la espera, por parte de Vladimir y Estragón, de un cierto Godot, cuya naturaleza no se concreta nunca. De vez en cuando aparecen Pozzo y su esclavo, Lucky, para anunciar que hoy tampoco será, quizá mañana. Las primeras palabras de la obra son: «No hay nada que hacer». En medio, expresiones de este estilo: «¿Y si nos arrepintiéramos?». «¿De qué?». O en este otro intercambio: «¿Qué quieres decir con que algo es algo?». «Que es algo, por lo menos». El final deja todo abierto: Vladimir dice: «Qué, ¿nos vamos». Estragón responde: «Nos vamos». Y Beckett acota: «No se mueven».

Algo tan sencillo y lineal se prestó desde el principio a muchas interpretaciones. En el contexto de la moda existencialista, típica de los primeros años cincuenta, se dijo que ese Godot era Dios (God) y que la obra reflejaba la ausencia de Dios, el desamparo humano… Esa interpretación quizá se apoyó en que en una de sus caóticas conversaciones, Vladimir y Estragón hablan del buen ladrón y del mal ladrón, con referencias claras a los evangelistas y a la salvación. Pero Beckett, con su contundente franqueza y su rechazo de cualquier retórica de moda, dijo que si hubiese querido que fuese Dios habría puesto «Dios».

Vladimir y Estragón son el tipo de personajes que gustan a Beckett, como la Winnie de Días felices, absurda en su afán de felicidad en medio de un deterioro creciente. Murphy, en el relato del mismo nombre, que es muy anterior a Vladimir y Estragón, es ya un ser errático, cuya vida no le importa a nadie.

Esperando a Godot es una obra amena, gracias, en gran parte, a los gestos, reacciones y contradicciones, puntualmente acotadas en la obra. Gracias también a la sencillez de la puesta en escena, ha sido representada miles de veces, hasta hoy.

Los temas marcados en Esperando a Godot son los de toda la producción de Beckett: el desgaste del tiempo, la espera, el sinsentido, la muerte, el exilio, la pérdida, lo elemental, el olvido. Nadie más minimalista que Beckett, antes de que se hablara de eso. Y todo atravesado por un humor negro pero no tremendista, como si todo fuera un juego al que hay que jugar necesariamente.