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29 de septiembre de 1997 - 3min.
Luis Alberto de Cuenca
Por fuertes y fronteras
Visor Libros
Madrid, 1996, 79 págs.
Había empezado a escribir esta reseña siguiendo un procedimiento que me parecía muy adecuado a la naturaleza del libro: condensar en una, dos o tres palabras, en una frase rápida, como en un juego de asociaciones, la lectura de cada poema, para sumarlas luego y explicar el resultado. Pero luego descubrí que el resultado (la descripción, la apreciación del libro) estaba hecho: lleva escrito más de quince siglos.
Respondiendo a la pregunta de un abogado amigo suyo sobre la clase de estudios en que podía ocuparse durante unas vacaciones, Plinio le aconsejaba, entre otras cosas, que de vez en cuando escribiera poesía: "No me refiero a ese género de poema extenso y seguido (que solo es posible terminar si no se hace otra cosa) sino a este otro ingenioso y breve, que nos saca maravillosamente de ocupaciones y preocupaciones por grandes que sean. ‘Juegos’, los llaman, pero juegos que reportan a veces una gloria no menor que las obras serias. (…) Es sorprendente cómo estos pequeños escritos absorben y relajan nuestro espíritu. Pues son sus temas los amores, los odios, la indignación, la compasión, el humor, todo lo que la vida, en suma, nos ofrece a diario".
Entonces (como ahora) esta poesía tuvo que defenderse de los cargos de frivolidad, superficialidad, intrascendencia, ligereza, simple juego. Otro poeta antiguo -más sensible a esta crítica, pues en su caso era con más frecuencia merecida— echaba mano del argumento más contundente: los que de verdad se burlan y juegan son los que escriben poemas grandilocuentes sobre historias truculentas o inverosímiles. Cierto que son ellos quienes reciben las mayores alabanzas y el reconocimiento; cierto, sí, los alaban, pero los que la gente lee son éstos.
Naturalmente, éste no es un criterio adecuado. Hasta el propio Marcial lo habría reconocido: no sirve como criterio, pero escuece. La verdadera defensa se encuentra en las virtudes propias, exigidas siempre y sin concesiones: brevedad, claridad, concisión, agudeza, contención, ritmo, forma, equilibrio, inteligencia.
¿Hubo alguien más que hablara de este libro hace más de quince siglos? Ausonio, cuando recomendaba el suyo: "Lectura de mañana hay en él y lectura de tarde; con lo alegre/ hemos mezclado lo serio, para que todo agrade en su momento./ Ni la vida es de un solo color, ni el lector de poesía, de un único/ modelo; cada página tiene su ocasión;/ esto es del gusto de Venus, delicada, aquello, de Minerva, belicosa;/ esta parte complace al estoico, a Epicuro, aquella…".
¿Y en qué quedaron aquellas breves notas mías? ¿Son igual de actuales? Más o menos, en esto: ars ovidiana; Machado (Manuel); Borges, cruel; Catulo, siglo XX; mirada en movimiento: serie negra; Ausonio, pero a lo bestia; ocurrencias, cinismo de salón, "pub-poetry"; name-dropping, emblemata-, juegos peligrosos; hasta el límite justo: alegorías, a cargo del lector; varias veces: chapeaul, "susurros de soledad", "cálices de amargura", un nudo en la garganta…
Y antes de dejar en manos de la única persona autorizada la sentencia final, volveré a Plinio: en otra carta, pidiéndole a un amigo una crítica sincera sobre sus propios versos, escribe: "por lo demás, el lector informado e inteligente no debe comparar entre sí cosas distintas, sino enjuiciar de por sí cada una, sin tener por inferior a otra cosa lo que es perfecto en su género". Suum cuique…