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Desde la obra de Marcianus Capella, De nuptiis philologiae et Mercurii, que estableció en torno al año 420 el currículo básico de la formación mediante el estudio de las artes liberales, el Trivium (Gramática, Retórica y Dialéctica) llega a nuestros días como base indispensable de la comunicación pública. Y mal que bien (más mal que bien), su uso está presente en las intervenciones de los distintos candidatos de toda lucha electoral.

Sobre todo, la retórica o arte de persuadir al público se siente de urgente necesidad en todas sus formas. Puede ser que el orador se haya pertrechado de conocimientos acerca de sus procedimientos en alguno de esos programas de líderes, que tanto proliferan, o bien que se entregue a los recursos de retórica que la naturaleza le haya regalado. En el fondo, lo que enseña la asignatura es la sistematización de lo que pone en práctica la persona con dotes persuasivas, aunque sea cierto que ciertas oratorias convincentes provengan de una buena asimilación de los correspondientes conocimientos teóricos. Las clases de natación no garantizan la formación de campeones, pero son convenientes para todos, aunque las necesite más quien menos capacidad tenga para nadar. Pues lo mismo.

Una de las aspiraciones retóricas por la que suelen suspirar los líderes es la de conseguir simultáneamente la adhesión de los que comparten ideario y de los que no lo comparten o incluso abrazan uno contradictorio. Aunque lo cierto sea que cuando afirman estar de acuerdo, diciendo unos, una cosa y otros, la contraria, indudablemente todos se equivocan.

Hace muchos años, cuando Mercedes Milá hacía en televisión entrevistas a personajes de la política y de la cultura, preguntó al mítico alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván por cuál hubiera sido su profesión preferida. Don Enrique contestó sin pestañear que «buldero, fraile predicador de la bula de la santa cruzada». Esa respuesta desconcertante atendía a dos públicos: uno, minoritario, que bien sabía qué estaba diciendo con aquel guiño anticlerical que remitía a las historias de la novela picaresca; otro, que provocó en tantísima señora piadosa del momento la suprema objeción a quienes se oponían al laicismo de Tierno: «¡Anda ya! Pero si en el fondo lo que le hubiera gustado a don Enrique es ser fraile»… Don Enrique era un consumado artista en el discurso que tenía en cuenta lo que un colega que se dedica a estas cosas ha llamado «poliacroasis» del público, múltiples sensibilidades de recepción a las que es preciso dirigirse, a todas y a la vez.

Pues bien, esa atención a la «poliacroasis» caracteriza el discurso de Pablo Iglesias, quien también moviliza de manera eminente el ramillete casi entero de los recursos retóricos. Y así se explica la tan comentada proclamación de Podemos como la nueva socialdemocracia que debe suceder a la «vieja» del psoe, pero que tiene un pedigrí con el que cuatro entendidos se pueden sentir conformes. ¡Acabáramos!

Y es que ‘socialdemocracia’, a lo largo de la historia, ha ido acogiendo acepciones distintas e incluso incompatibles entre sí:

1. Dícese de la ideología que, nacida del movimiento obrero y articulada con la doctrina marxista, emerge a principios del siglo XX.

2. Dícese de la ideología que, tras la segunda guerra mundial, se difunde en Europa occidental, acogiendo las doctrinas keynesianas.

3. Dícese de la ideología que, tras el fin de la guerra fría, inspirándose en la socialdemocracia anterior, acoge ciertas ideas liberales en la puesta en marcha del Estado de bienestar que preconiza.

Declararse socialdemócrata puede ser para cuatro comunistas convencidos de Unidos Podemos el bien posible del marxismo para este momento histórico. Evoca, en cambio, para el común de la gente, la zona templada de la sociedad que no sabe si es liberal porque está a favor de las libertades, o socialdemócrata, porque está a favor de la justicia social. Socialdemocracia puede sonar bien hoy a todos (a casi todos), mayores y jóvenes, ex votantes del PP o del PSOE, de arriba o de abajo, de la derecha y de la izquierda.

Si usar la poliacroasis, como hace Podemos, favorece, dejar que te atenacen en el dilema es una maldición, según le suele ocurrir al PP con las corruptelas que le afectan (no hablamos aquí de las corrupciones). Se trata de una figura sobre la que ya hablaba también la Retórica de Quintiliano en el siglo I de nuestra era. Si, yéndonos a un ejemplo que no es de esta campaña, un senador acepta inadvertidamente que a lo largo de unos años le regalen tres túnicas, un cíngulo y un par de sandalias y, descubierto lo cual por Perfectus Detritus, el senador es denunciado por cohecho impropio, se encontrará ante el dilema de reconocer los hechos y ser condenado injustamente por corrupto o negarlos y. aunque no sea condenado por la imposibilidad de que se prueben los delitos, ser descalificado por corrupto y mentiroso. Pésima alternativa la del dilema.

En las actuales elecciones generales en España el partido en el gobierno se asombra de la escasa repercusión que tiene en los votantes ciertos datos económicos contundentes. En diciembre de 2011, según la Encuesta de Población Activa, el número de parados superaba los 5.250.000, el 22,56% de la tasa de paro. Los ocupados apenas rebasaban los 18 millones. Recibido el país en esta situación de ruina y en caída libre, se tomaron medidas que pronto frenaron la tendencia y luego la invirtieron hasta llegar actualmente a estar por debajo de los cinco millones de parados, con un porcentaje de menos del 21% y más de 18 millones de personas ocupadas. Y la economía creciendo a buen ritmo.

En la perspectiva contraria, el psoeno puede comprender que no se vuelvan hacia su bando de oposición los electores, tras cuatro años de durísimos ajustes de un gobierno que, hoy por hoy, apenas han logrado mejorar los números que recibieron y que, por consiguiente, mantiene al país en una altísima tasa de paro, no ha conjurado todavía el peligro para las pensiones que supone el déficit de la Seguridad Social, y que tendría que evitar en los próximos años entregarse a excesivas alegrías, si verdaderamente quiere lograr el equilibrio. Una situación en que se puede denunciar que hay ciudadanos (adultos y niños) en el umbral de la pobreza, situaciones de marginalidad lamentables e imposibilidad de ofrecer una fecha fija para poder decir que estamos liberados de estas lacras.

Pues nada. Ni el PP logra una mayoría para seguir gobernando ni el PSOE se consolida como la alternativa, antes bien lo amenaza Podemos con dejarlo en tercera fuerza.

—¿Qué está pasando?

—Es la retórica (la «poliacroasis»), estúpido.

Claro que si la Retórica, una y otra vez, aspira no a convencer de la verdad, sino simplemente a convencer, cabe temer el efecto que describe el famoso tópico de Abraham Lincoln: «Podrás engañar a todos durante algún tiempo, podrás engañar a alguien siempre, pero no podrás engañar todo el tiempo a todos».

Especialista en Análisis del Discurso, ha sido catedrático de Universidad y Profesor de Investigación del Instituto de la Lengua Española (Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid).