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Una forma de convertir el todo en nada es haciendo de la nada un todo. O, si se quiere, de otra manera: la verdad desaparece si se impone la mentira. Por eso todos los totalitarismos tienen que descansar en la mentira. Los nazis hablan de la superioridad de la raza, los comunistas de la liberación del hombre y los fundamentalistas islámicos de la libertad en Occidente como un mal pagano que debe ser aniquilado. Hoy, además, con las modernas técnicas y recursos políticos y mediáticos, hacer de una realidad falsa un todo verdadero, es algo relativamente fácil.

Así se consigue, por ejemplo, que el Gobierno que más y mejor ha luchado contra el terrorismo, según los resultados producidos, sea percibido por una buena parte de la opinión pública como responsable de la amenaza y atentados terroristas. O que el único presidente de la reciente historia democrática española que ha renunciado al poder y al liderazgo de su partido por voluntad propia, pase como el más autoritario de todos.

Esta experiencia de carácter cotidiano y al mismo tiempo histórico (pues marca un periodo) que está viviendo el Partido Popular y la sociedad española en los últimos años, revela algo que ni siquiera ahora muchos dirigentes populares y quienes les respaldan socialmente son capaces de advertir.

Hasta el punto de que, habiendo firmado un pacto anti-PP, insólito en cualquier democracia, quienes lo han hecho y lo mantienen vigente, pasen por ser los adalides del diálogo, del talante y del consenso, mientras los dirigentes populares tienen que defenderse de su pretendida intransigencia y autoritarismo. Como en las peores épocas nazis y revolucionarias, cientos de sedes del PP han sido asaltadas y quemadas en los últimos años (y todo denunciado ante los juzgados), y sin embargo quienes han alimentado y agitado esas aguas (la izquierda y los nacionalistas), tienen la faz de exhibir una pretendida superioridad en la tolerancia.

Ni siquiera son las leyes, los derechos y las condiciones, sociales o territoriales, ni la forma ni el talante de abordar las cosas, lo sustancial. Estas son partes a las que se recurre, o se imponen y se confunden deliberadamente en medio del ruido de la actualidad, para ocultar el todo que tienen como objetivo la izquierda y los nacionalistas. Enredar a los demás para facilitar el camino propio, es una vieja táctica que sigue dando sus frutos porque se hace desde la falta de escrúpulos y jugando con la buena fe de las personas.

Ese objetivo, el todo, es cambiar el actual régimen y sistema político español. De una forma más o menos abierta o escondida, y en unos periodos de tiempo más o menos cortos. Todo dependerá de las circunstancias. La ruptura revolucionaria que no pudieron hacer hace veinticinco años, cuando se negociaba la Constitución de 1978, quieren hacerla ahora.

Propósito este que será negado y descalificado siempre por sus protagonistas con una facilidad pasmosa, y jugando con la credulidad y el conformismo de buena parte de la sociedad, porque para que triunfe la mentira ni debe admitirse ni debe parecer tal.

De la misma forma que para hacer del todo nada, y de la nada todo, tienen que imponer la idea de que los conflictos y la crisis no se derivan en este caso del terrorismo, y de los independentistas, sino de la actual Constitución, del vigente Estado de las autonomías y, en definitiva, del propio sistema. De esta forma la solución que se va imponiendo es la de cambiar el régimen. Se cambia el sentido de la lógica. Lo lógico no es cumplir las reglas que han sido adoptadas democráticamente, sino cambiarlas para favorecer a los que no quieren cumplirlas.

Por eso, para entender la profundidad y alcance de lo que representa el cambio de rumbo de la política española, hay que partir de dos hechos sobrevenidos con la globalización. Ambos son consecuencia uno del otro.

El primero de estos hechos es la democratización del planeta, producto de la revolución tecnológica de la información. Ni los gobiernos más tiranos, ni los poderes más férreos, pueden impedir hoy que la información impregne la vida íntima y pública de las personas. Y la información es, entre otras cosas, no sólo fuente de conocimiento sino fuente de agitación y el instrumento más poderoso en la lucha por el poder en las democracias.

Esta democratización hizo a finales del siglo XX que socialistas, comunistas y nacionalistas fuesen los grandes perdedores ideológicos. No sólo se desmoronó el imperio soviético, sino que no han podido impedir que la democracia liberal sea el modelo de liderazgo y de referencia. Una nueva realidad que exigía una regeneración de la izquierda, y que en Europa ha tenido en el laborista Tony Blair su principal valedor. Pero su línea no ha sido seguida por las principales fuerzas del socialismo continental.

LA LÓGICA ANTI-SISTEMA PARA CAMBIAR EL SISTEMA

La incapacidad para generar una nueva alternativa propia ha hecho que los socialistas europeos caigan en manos de otras fuerzas, que según los lugares y circunstancias son verdes, nacionalistas o comunistas, y antiglobalización. Es ilustrativa a este respecto la fotografía del nuevo Gobierno socialista español junto a las minorías radicales de las que dependen.

En la evolución de los procesos, la falta de regeneración conduce a la degeneración. La izquierda europea evoluciona hacia sus orígenes totalitarios. Es la razón por la que están dejando de presentarse con su propia identidad. Se presentan detrás de una máscara que expresa contrariedad y protesta. El antisistema, la antiglobalización, el anti-PP, el antisemitismo, el antiliberalismo, el antiatlantismo… son diferentes variables de un mismo modelo, prefijado en la superioridad sobre los demás y el sometimiento del contrario.

Para los socialistas españoles lo importante en los últimos años no ha sido vender un nuevo proyecto socialista, que ni siquiera se han preocupado de hacerlo, sino realizar alianzas y acuerdos anti-PP con las demás minorías, por muy extremistas o antisistema que éstas fueran. Todo ello envuelto por unas formas y dialéctica fáciles de imponerse al pensamiento débil. Se hacen del diálogo y el talante elementos sustantivos para ocultar lo verdaderamente sustantivo, la responsabilidad de los actos y sus consecuencias.

Un modelo totalitario fija sus expectativas y supervivencia en la destrucción del contrario. Por eso es totalitario. Pero en este caso hay un grado de perversión y sutileza mayores, si cabe, porque se trata de aniquilar al contrario, pero no que desaparezca. Es decir, se trata de someterle, para poder seguir utilizándolo en beneficio propio. Los modelos de poder que actualmente rigen en las comunidades vasca y catalana son ejemplos precisos al respecto: la oposición existe, pero bajo un clima de hostilidad y amenaza permanente, y sin expectativas de poder. Es una forma de hacer en el día a día un proceso irreversible de dominio totalitario que se va imponiendo en las escuelas, en las administraciones, en las normas, en los ambientes. Por eso escuchamos desde hace años a ciudadanos vascos y catalanes no nacionalistas quejarse y denunciar esta realidad. Por eso las leyes y normas del Estado y de sus instituciones son incumplidas por los poderes nacionalistas, sin que tenga consecuencias.

No se puede decir que este sea ningún modelo nuevo, sino muy conocido en la historia política de las democracias de corte populista (el PRI mexicano ha sido una referencia habitual para ilustrarlo), pero que en el caso que nos ocupa tiene nuevos factores diferenciales. Uno de ellos es el uso del terrorismo para ocupar y mantener el poder; y otro, las técnicas científicas para imponer climas políticos y de opinión sobre grandes masas de población.

La matanza terrorista en Madrid a setenta y dos horas de las elecciones del catorce de marzo, y su influencia en el cambio producido de la mayoría, se ha convertido ya en un primer caso de estudio de la historia política y de procesos electorales. Pero el uso que se hizo del terrorismo para imponer la mayoría de un signo, se viene haciendo desde hace años en el País Vasco, donde el poder nacionalista y comunista están aliados con los terroristas de ETA, y desde comienzos de año lo mismo ocurre con el nuevo poder autonómico catalán. El llamado tripartido catalán de socialistas, comunistas e independentistas hicieron un doble pacto: negociar con ETA y conjurarse contra el PP (aspecto este último mencionado anteriormente y que ocupa un anexo del acuerdo suscrito entre las tres fuerzas).

En cuanto a las técnicas científicas para imponer climas políticos y de opinión, no es una cuestión de poder, sino de querer. Y de igual forma que la revolución tecnológica de la información abre un proceso democratizador incontrolable, las fuerzas totalitarias han encontrado en la propia información un recurso formidable de poder y manipulación.

Entre otras cosas porque son más veloces y profundos los cambios tecnológicos, que la capacidad cultural y social que tenemos las personas para digerir y formar criterio de la volcánica actualidad. Lo que facilita el uso de los medios más sofisticados y extraordinarios para fabricar climas de opinión dirigidos al primer nivel de nuestro sistema perceptivo, que es el más simple de la mente. A esto se le ha llamado «pensamiento lateral», y ya en un libro de varios autores publicado por la Universidad de Oxford hace tres años, Edward de Bono hablaba de ese escenario como del área mental que no entra en el análisis de las cosas, sino en planteamientos simples y provocadores (por eso en la campaña contra el PP se llegan a utilizar hasta los llamados programas de televisión basura).

Comparadas estas técnicas en el debate político español, se comprueba que mientras unos buscan y debaten la lógica de actitudes, declaraciones y decisiones (como puede ser pactar con ETA y decir al mismo tiempo que se está contra el terrorismo, o hablar de un talante y razones que sencillamente se contradicen con los hechos de manera sistemática), para la izquierda y los nacionalistas esto no son más que mecanismos de provocación y atracción de la opinión pública. No cuentan los contenidos de lo que se dice o se hace, sino sólo sus resultados.

DOS MODELOS EN CONFLICTO

Hacer de una idea falsa un poder de decisión colectiva, es uno de los resultados de este tipo de procesos. Por este mecanismo se ha llegado a convencer a una gran parte de la opinión pública española, que la amenaza terrorista del fundamentalismo islámico en España es consecuencia de haberse decidido el Gobierno de Aznar a intervenir en la guerra contra el tirano Sadam Hussein. Ello, a pesar de haberse demostrado que, por ejemplo, los preparativos terroristas de la matanza del 11-M fueron iniciados meses antes de que empezase el conflicto bélico iraquí. Y de haberse demostrado asimismo que España ha sido desde hace años un centro clave de las operaciones de Al Qaeda y sus grupos terroristas.

A todo esto hay que sumar otros dos aspectos derivados también del nuevo orden marcado por la globalización. Por una parte, la decisión de algunos gobiernos y poderes árabes dispuestos a impedir la democratización y liberalización de sus propios regímenes y cultura; y por otra, la de gobiernos y países como el francés dispuestos a mantener una política antiamericana para impedir el liderazgo transatlántico en Europa. De ahí la confluencia de intereses que puede observarse en muchos casos, y cómo esa posición francesa ha dividido a Europa frente a Estados Unidos y la guerra contra el terrorismo que se inicia con el 11 de noviembre de 2001.

La política española se ve inmersa en este gran proceso de luchas y transformaciones políticas, y las posiciones adoptadas en estos años por el PP y el PSOE, y sus respectivos liderazgos, hacen que en el día a día se viva con intensidad el conflicto de los dos modelos políticos: el de una democracia liberal, y el de una falsa democracia, que empieza por corromper sus principios y valores, ocultando un auténtico proceso involucionista.

Lo que estaba en juego en las elecciones españolas del pasado catorce de marzo, es lo mismo que sigue estándolo hoy: un modelo de democracia. Estamos ante una batalla ideológica no sólo de eficacia en la gestión política y administrativa. De hecho, es la falta de esa solidez ideológica y de valores democráticos lo que hace posible la fácil manipulación de la opinión pública y la volatilidad del voto, cambiando en veinticuatro horas casi dos millones en contra del gobierno de los populares.

De tal forma que los propios resultados electorales del catorce de marzo van a marcar tanto el futuro del gobierno socialista presidido por José Luis Rodríguez Zapatero, como de la oposición del PP, que cuenta con casi diez millones de votos y la mayor representación (148 escaños y el 37,64%) que tiene una fuerza opositora desde que se inició el actual régimen constitucional hace veinticinco años.

En ningún lugar la política es algo local. Pero no es sólo global por razones geoestratégicas, sino ideológicas. Las ideas, valores y la actitud frente al terrorismo y el totalitarismo tienen una dimensión intelectual, humana, científica y moral. Una dimensión global (de conjunto), como lo es la persona y sus universos interior y exterior.

Con el liderazgo de José María Aznar, el PP ha tenido un proyecto global e ideológico, para España e internacionalmente: consolidando y potenciando el papel del centro derecha en el liderazgo democrático español; haciendo de la dimensión transatlántica un eje del desarrollo español, europeo e internacional. Tanto respecto a Estados Unidos como a Iberoamérica, y tanto en lo político como en lo económico y social. Y, finalmente, haciendo de los valores y las convicciones una referencia del modelo político. Todo ello es lo que ha contribuido a consolidar la posición y fortaleza de España.

Esto es lo que no podían tolerar ni la izquierda, ni Francia, ni Marruecos, ni otros… para los que la fortaleza de una España moderna y liberal consideran que no les beneficia. Tampoco podían tolerarlo ni los terroristas, ni los nacionalistas, ni muchos otros en los más diversos campos. Suele decirse que resulta desconocido el nivel de odio y ataques a los que han tenido que hacer frente Aznar y el PP, pero no es así.

Cualquiera que estudie con una atención mínima lo que significa luchar por la democracia, sabe que estos ataques involucionistas están a la orden del día. Recuerdo muy bien el día que el primer ministro británico del momento, el laborista Harold Wilson, nos convocó a los periodistas para anunciarnos que dimitía. Era mediados de los setenta. Nunca he visto tantos periodistas en una rueda de prensa, hasta el punto que tuvo que celebrarse en un salón muy amplío del ministerio de Defensa, en Whitehall. Todavía hoy se habla de la conspiración de los servicios secretos sudafricanos (y parte de los propios británicos) contra Wilson. Hasta se han realizado series de televisión sobre ei caso. Yo mismo le pregunté sobre ello a Wilson en un salón de la embajada española en Londres (la primera vez que él la visitaba) tras su renuncia, e ironizó sobre la cantidad de fuerzas ocultas que suelen moverse en las luchas de poder -la mayoría antidemocráticas-.

El potencial de fuerzas y recursos que se ha utilizado -y se seguirá haciendo- para impedir un proyecto como el que ha impulsado Aznar, viene a confirmar la importancia del mismo. Hace veinticinco años el nuevo rey de España presentó en el Congreso de los Estados Unidos el diseño de un proyecto democrático y modernista para la nueva monarquía parlamentaria. Hace solo dos meses intervenía en la misma tribuna de Washington el presidente José María Aznar, y constataba que se habían cumplido los compromisos de una España moderna y comprometida, a nivel interno e internacional. Pero las amenazas rupturistas de la izquierda y los nacionalistas, que no pudieron ganar hace un cuarto de siglo, han rebrotado y quieren hacerlo ahora.

Las grandes batallas políticas y de poder (y ésta evidentemente lo es), hay que darlas en el terreno de las ideas y los valores. Las personas, las políticas y las instituciones se mueven por las ideas. Eso significa la necesidad de utilizar a su vez la ciencia y los recursos mediáticos. Pero no tímidamente, sino sin reparar en gastos. La democracia no tiene precio, aunque algunos se lo pongan.

Sin embargo, nada de esto servirá si no se parte de la certeza y convicción de que lo que está en juego es el todo, y no sólo la parte. Si no se llega a esta convicción, no se puede hacer realidad lo que es real: que la virtud del poder sólo puede nacer de la nobleza, y no de la vileza.

  La globalización representa una nueva dimensión de la vida, del ser humano y de su entorno universal, de las pequeñas y grandes cosas. Una realidad donde todo afecta a todo, y que por tanto hay que conocer y entender para desarrollar con acierto en nuestras actividades y pensamiento. ¿A dónde nos dirigen estos cambios? ¿Cómo están impactando en nuestra forma de sentir y entender el mundo. ¿Qué evolución nos espera?

A diferencia de los libros que se han escrito hasta ahora sobre la globalización, éste aborda el fenómeno desde la única perspectiva que lo hace comprensible: globalmente. Como una nueva realidad humana y científica, dominada por la información y la comunicación.