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Tras publicar al principio de su carrera una interesante biografía sobre Edith Wharton, Jorge Freire regresó a la actualidad ensayística con Nuestro hombre en España (Ed. Alrevés), una biografía sobre Arthur Koestler. Como ya hizo con Wharton, Freire opta por un tono narrativo para repasar la vida del periodista y escritor nacido en Budapest en 1905 y fallecido en Londres, donde se suicidó en 1983 junto a su tercera mujer. A través de Koestler, Freire repasa la historia europea del pasado siglo, pues, en palabras del propio biógrafo, Koestler “resume en sí mismo el siglo XX”.

Jorge Freire: Arthur Koestler, nuestro hombre en España. Editorial Alrevés, 2017.

 ¿Cómo definirías a Arthur Koestler? ¿Periodista? ¿Escritor? ¿Intelectual?
Definirlo es difícil, porque Koestler es bastante inclasificable. Yo diría que fue una especie de periodista aventurero al estilo stevensoniano, como aquellos que se meten en la cueva del lobo y vuelven vivos de milagro para contarlo. Quizás, para definirlo mejor, diría que Koestler es un periodista con vocación de escritor y, a la vez, es un hombre de acción. Sin embargo, no lo definiría como intelectual, porque hoy esta palabra o bien remite al intelectual engagé del mayo del 68 o bien remite a lo que dice Julien Benda en su libro La trahision des clercs, es decir, a la idea del intelectual como ser angélico que está por encima de los conflictos humanos y de las cuestiones políticas. A mí la palabra intelectual no me gusta mucho, si al menos remitiera a la imagen del intelectual del siglo de las luces, como pensador de la civitas, estaría mejor, aunque con muchos matices.

Es decir, ¿el intelectual como alguien comprometido con su tiempo?
Sí, en parte, aunque en la Ilustración no siempre es así. Saint-Simon, por ejemplo, siendo ilustrado situaba al intelectual en una especie de sanedrín por encima de las nubes, muy alejado de las cuestiones humanas. Esta me parece una definición complicada. Por el contrario, sí me parece interesante lo que dicen Diderot, D’alembert y, más en general, los enciclopedistas, para los cuales el intelectual es una conciencia crítica que pone la lupa frente a los desmanes del poder.

El homme de lettres según la definición de Voltaire
Efectivamente. La definición de homme de lettres está bien con todo lo que conlleva, pero lo que sucede es que luego hay otros que, como decía Comte, ven al intelectual como una especie de director espiritual de la sociedad. Esta idea de intelectual corresponde a la imagen del filósofo-rey de Platón y, personalmente, esta definición me parece terrible. Por tanto, los intelectuales que más me gustan son lo más humildes, aquellos que sirven de contención al monarca, como eran los ilustrados, y, por utilizar la metáfora platónica, los que son el tábano escandaloso que despierta a la polis adormecida. Y creo que es a partir de esta idea que podemos definir a Koestler, teniendo siempre en cuenta que no es un intelectual entendido como disidencia tolerada al modo de Sartre ni tampoco busca a ser el filósofo rey o director espiritual.

Koestler sería un pensador activo, alguien que se deja contaminar por los asuntos humanos

Siguiendo la distinción entre contemplativos y activos que tú mismo proponías hace unos días en un artículo, ¿Koestler es un intelectual activo?
Sí, efectivamente. Para mí los intelectuales se dividen dos categorías, los contemplativos y los activos. Yo creo, no tengo datos, pero por lo que leo, siempre han preponderado los intelectuales contemplativos, a los que en el artículo que dediqué a Gustavo Bueno definía, citando unas palabras de la cuarta Enéada de Plotino. Plotino sostiene que “las matanzas y el saqueo de las ciudades son simples menudencias que en ningún caso deben preocupar al sabio, cuya atención debe dirigirse siempre a cuestiones más elevadas”, puesto que nada puede perturbar al sabio, cuya atención debe dirigirse hacia lo más elevado. Koestler, sin embargo, es todo lo contrario, él sería un pensador activo, alguien que se deja contaminar por los asuntos humanos. Y es precisamente su relacionarse con los asuntos humanos que le rodean lo que le lleva a polemizar con todos lo coetáneos, a hacer de espía, a ejercer mil profesiones rocambolescas e, incluso, ya en su madurez, a experimentar con drogas.

Los giros ideológicos de Koestler, del sionismo al socialismo de Stalin al anticomunismo dificultan o, incluso, hacen imposible, definir a Koestler a partir de un único marco ideológico
Es imposible definirlo ideológicamente. Limitándonos a su aventura política, creo que algo interesante de Koestler es que, para bien o para mal, sirve de espejo a la historia política europea; lo define todo. Decía Eric Hobsbawm que el siglo XX empieza en 1914 y termina en 1991; si nos atenemos a esta idea, Koestler vivió el siglo XX entero y participó en todo lo que hubo entre medias: vive el derrumbe del Imperio Austrohúngaro siendo un niño, se educa en Viena, vive en un kibbutz en Palestina, en los años treinta llega a Berlín, es condenado a muerte por Franco, pasa por dos campos de concentración y, finalmente, se convierte en punta de lanza del anticomunismo durante la Guerra Fría. Es decir, vive desde el fin del Imperio hasta el fin del comunismo o, mejor dicho, puesto que muere en 1983, llega a ver las postrimerías del comunismo.

Podemos decir que resume, en sí mismo, la historia de los “ismos” europeos
Sí y, de hecho, cuando todavía estaba en fase muy incipiente de la investigación, lo que más me llamaba la atención es que era una especie de libro de historia andante. Paul Valéry decía que no se puede pensar en serio utilizando palabras terminadas en “ismo”, pues los “ismos” te dejan encapsulado. Y, sin embargo, Koestler se metió hasta el gañote en todos los “ismos” posibles, siendo: sionista, positivista, comunista. Y, años después, rizando el rizo fue: antisionista, esoterista y anticomunista.

El sionismo fue el primer “ismo” que abrazó Koestler. ¿Qué importancia tuvo el tema judío en el pensamiento de Koestler, antes como sionista y, después, como antisionista?
La relación de Koestler con lo judío es complicada. Los primeros en sorprenderse de que se interesara por el sionismo son sus allegados, puesto que nunca había dado muestra de interés por la cuestión sionista y, sin embargo, de un día para otro, se va a Palestina y comienza a trabajar la tierra, sudando la gota gorda en la espalda del monte Gilboa, en el kibbutz. Sin embargo, ese poco interés, que siempre se le había atribuido, por el tema sionista fue evidente de inmediato, porque duró muy poco en el kibbutz. En verdad, a Koestler ni le gustaba el ambiente ni le gustaba la gente y, en cuanto le encomendaron la tarea de ponerse a limpiar las rocas para construir un jardín vegetal o a recoger fruta dejó el kibbutz y se marchó. Él se negó a realizar todas estas tareas, incluso se negó a aprender hebreo, aunque en su novela La gran hipnosis da otra versión: cuenta que estuvo un mes en el kibbutz, algo que es mentira, pues estuvo solamente diez días tras los cuales se fue entre vítores de todos aquellos que se alegraban de su marcha.

Sin embargo, ese escaso y momentáneo interés por el sionismo, ¿de dónde le vino?
Es imposible de saber a ciencia cierta, pero todo indica que su interés por el sionismo le vino de la Unitas, que era la hermandad judía pangermánica, muy exclusiva, en la que su madre, a través de algunos contactos, había conseguido meterlo. Sin embargo, a Koestler la hermandad le sirvió poco más que para emborracharse, para meterse en líos y llevarse unos cuantos golpes. Y esto porque no sólo era la única hermandad que permitía los duelos, sino que encima los fomentaba. Eso debía e ser como el club de la lucha. En cualquier caso, esa experiencia imprimió en él un carácter y forjó su personalidad, mientras en el ínterin iba descubriendo la faceta más risueña, la faceta más solidaria y filantrópica del sionismo y así, de tapadillo, se le iba dejando caer a él y a todos los miembros de la hermandad ciertas ideas hasta que, un buen día, se les planteaba el objetivo final: la emigración a Palestina, un poco a rescoldo de la Declaración Balfour de 1917. Lo que yo creo, y los textos de Koestler me dejan pocas dudas al respecto, es que, en verdad, la cuestión judía le dejaba frío hasta el punto que sintió una repulsa casi instintiva al yiddish.

Una repulsa que, poco tiempo después, se hizo más que evidente.
Sí, y es que no sólo no estaba muy familiarizado con la cuestión judía, sino que, después, se hizo eco de las boutades de Otto Weininger, el filósofo maldito que se suicidó a los 23 años en 1903, el mismo año en que se publicada su libro Sexo y carácter, que está lleno de insensateces racistas y machistas y que sirvió de munición al antisemitismo. Fue un libro que tuvo mucho eco en Viena, tanto Kafka como Musil o Strindberg lo leyeron.

Posteriormente y hasta finales de la Guerra Civil, Koestler se entusiasma con el modelo soviético y termina trabajando para el propio Stalin.
Sí, es cierto, pero si uno atiende a lo que pasa en 1932 y 1933, la cerrazón de Koestler y su sectarismo son proverbiales. Que luego se reconvirtiese y se volviese un pensador crítico es otra cosa, pero ¿qué piensa Koestler cuando llega a Ucrania y ve que en cada estación se agolpan campesino desarrapados que piden pan? Al verlos, piensa que serán los antiguos terratenientes, los opulentísimos kulakí que han perdido sus tierras. ¿Y cuando llega a Jarkov, que entonces era la segunda capital de la URSS, en pleno Holodomor, en diciembre y a treinta grados bajo cero, y se encuentra la calle llena de viejos y madres esqueléticas con sus niños? Pues lo único que piensa es que son víctimas colaterales a las que antes o después salvará la Revolución. Todo indica que interiormente Koestler sí albergaba algunas dudas, pero su actitud es la de alguien que quiere sacudirse las dudas y hacía algo que las desmentían. En este caso, después de estar en Jarkov, escribió un panfleto claramente pro-soviético titulado Días rojos, noches blancas. Es como si Koestler tuviera la fe del carbonero, justo en el momento en que más le asedian las dudas, es cuando se recompone.

¿Quiere creer a toda costa en un sistema que la realidad desmiente?
Sí, piensa en cuando está en medio de una partida de cartas y le avisan de que los nazis han quemado el Reichstag. Ante este aviso, Koestler contesta que no pasa nada, dice que no es problema, porque va a ser útil para el contragolpe comunista definitivo. Así que peccata minuta y él sigue jugando.

Si bien era periodista, ¿podemos decir que Koestler mostró una gran ceguera con la Rusia de Stalin?
Sí, claro, tenía una gran ceguera, pero como no era tonto, sí que se daba cuenta de que algo no cuadraba. Lo que sucede es que, como te decía, lo que hacía era buscar o hacer algo que le permitiese recuperar la fe. Cuando nota que la fe le está flaqueando y se da cuenta de que su forma de pensar es esencialmente burguesa, Koestler decide hacer el tour por los lugares de culto que prescribía la imaginería soviética: va a la fábrica de automóviles de Gorki y a la presa del río Dniester, donde había la estación hidroeléctrica. Y precisamente en ocasión de esta última visita, Koestler escribe que el movimiento de turbinas pugnando contra un lazo de cemento gigantesco es un espectáculo mayor que las Cataratas del Niágara y, añade, recurriendo a la vulgata estalinista, que con esa central Stalin había ganado la batalla a la naturaleza. Y, para Koestler, era cuestión de tiempo que el mundo se beneficiase de este progreso.

Su posterior anticomunismo, ¿se debe a una decepción ante ese sistema idealizado o a un firme giro ideológico?
En estos casos, siempre va bien citar lo que creo que decía Carrillo: nadie cambia de ideología si no es para vivir mejor. Y lo cierto es que uno puede estar de acuerdo o no en los virajes de Koestler, pero todas las decisiones que tomó fueron, en la práctica, las más complicadas que podía tomar. ¿Se equivocó o no se equivocó? No lo sé, en cualquier caso, lo cierto es que cuando abandona la causa comunista, le hubiera ido mejor no hacerlo, puesto que era la época en la que en los cenáculos intelectuales la causa comunista tenía más influencia.

El hecho de que Koestler pasase a militar en el anticomunismo hizo que fuera muy criticado, sobre todo por los franceses

¿Tuvo que pagar un precio por su anticomunismo?
El hecho que pasase a militar en el anticomunismo hizo que fuera muy criticado, sobre todo por los franceses que, hasta ese momento, lo adoraban, sobre todo por su ensayo El cero y el infinito, que se convierte en Francia en el mayor best seller después de Los Miserables. Sartre, Camus, De Beauvoir… todos lo leen, pero de pronto cuando comienza a escribir artículos contra la Unión Soviética en la Paris Review, entonces es percibido como un judas. De hecho, en los cenáculos intelectuales de Francia, a Koestler lo llamaban “el judas Koestler”. De la noche a mañana se convirtió en un personaje muy odiado, pero ¿por qué no se quedó, entonces, en las filas comunistas? Seguramente por cierta honestidad. Ahora bien, no quiere decir que la honestidad fuera el único motor que le impulsara para sus cambios de chaqueta; al contrario, todo indica que cuando se acercaba a una causa era por algún tipo de interés.

¿En qué sentido interés si, como has dicho antes, el anticomunismo le conllevó un desprecio por parte de la intelectualidad francesa?
Me refiero a un interés que él mismo reconoce. En el caso del sionismo, él mismo dejó por escrito que consideraba que el sionismo era la causa que mejor le iba a permitir medrar en el mundo cultural y convertirse en un escritor. Lo que pasa es que, aunque se uniera a una causa por interés, luego era capaz de morir por ella.

¿El interés último era ser escritor, medrar como escritor?
Sí, es así. Aunque, dicho esto, en último término él tenía aspiración espiritual. Por esto, suelo decir que los cambios de chaqueta de Koestler fueron, más bien, conversiones. Y lo ni digo con ánimo polemista, sino porque creo que fueron conversiones al modo de San Agustín, aunque no fueran sustancialmente religiosas. Después de toda la vida dando tumbos, comprendió que solo una utopía podía colmar sus ansias de absoluto, sin embargo, lo que había hecho a lo largo de toda su vida era buscar el todo. El propio Koestler hablaba de esto y lo definía como “absolutitis”.

Por tanto, en él se unían un interés propiamente material y un interés espiritual
Sí, efectivamente, hay una mezcla entre lo material y espiritual y, además, sobre todo en relación al marxismo, una mezcla entre lo personal/privado y lo histórico. Después de ser un don nadie, sin asideros, ni patria, encontró en el marxismo la lucha de clases, que era algo que le devuelve la existencia porque no sólo le da sentido a su propia existencia personal, sino que era el pilar de una gran cosmovisión perfecto que lo convertía a él, a Koestler, en un sujeto de la historia.

¿Este doble interés, el material y el espiritual, es el que le lleva a España en plena Guerra Civil?
Claro, lo que le lleva a España es una mezcla de intereses espurios e intereses muy elevados y, precisamente, por estas ansias de convertirse en un gran escritor y, a su vez, por su interés de estar a la altura frente a las encomiendas políticas que se le hacen termina condenado a muerte, siendo, según él, uno de los más cobardes de su generación. Se considera así porque él había salido escopetado cuando todos los demás, grandes periodistas internacionales, Hemingway, Martha Hellhorn, Malraux, se habían quedado en Madrid. Lo que Koestler no sabía es que sí que se habían quedado en Madrid, pero en el Hotel Victoria inflándose a copas y pasándolo bien. Sin embargo, esto da igual, porque de cara a la historia ellos se convirtieron en héroes y Koestler en un don nadie, en una nota a pie de página. Esta idea de que él debía estar al pie del cañón es lo que le hace ser el único en ser condenado a muerte, porque ninguno de los otros héroes terminó por arrastrar lo que él arrastró.

Su experiencia en la cárcel, fue, además, determinante para el giro religioso que tomaría después.
Hay dos experiencias centrales en su celda que se pueden explicar en clave espiritual. Una de ellas tiene lugar una noche en la que él empieza a llenar la pared de fórmulas y ecuaciones, buscando entre los números el orden en medio de caos, confiando en que la razón puede prevalecer sobre la muerte. Al fondo de esto está la idea de Sócrates: la razón prevalece sobre nuestro cuerpo mortal. La otra experiencia tiene que ver con el recuerdo: estando en la celda, recuerda una escena de los Buddenbrock de Thomas Mann. En concreto, recuerda la escena en que el patriarca de la familia, sintiéndose próximo a la muerte, coge un libro al azar de su biblioteca y en él encuentra un ensayo muy breve de Schopenhauer, donde se afirma que la muerte no es algo definitivo, sino que es un tránsito hacia una forma de vida despersonalizada. Y precisamente son estas las palabras que utiliza Koestler en su carta de despedida cincuenta años más tarde. Estas dos experiencias le llevan a perder el miedo a la muerte ante la inminencia de su condena.

Sin embargo, ¿esta confianza en que la razón pueda dominar el caos no es una visión utópica? O, dicho de otra manera, ¿la razón no acaba convirtiéndose en razón del caos?
Efectivamente, Mefistófeles es, de hecho, una especie de demonio del racionalismo. Y algo así deja entrever el propio Koestler cuando insinúa que detrás de la psique comunista hay una intención racionalista y utilitaria de ordenar la vida. Visto así, la idea de una razón que domine el caos es una utopía.

Más allá de todos los motivos por los que vino a España, cuentas en tu ensayo que Koestler fue uno de los pocos, sino el único, periodista que vio caer Málaga
Es cierto que él vino como espía para realizar una acción de contra-propaganda, pero en él también había una motivación periodística: Koestler quería convertirse en el gran periodista de su época, tras haber sido el gran periodista científico de Alemania. Él quería ser el primer periodista que viese caer una ciudad de la República, aunque esto le suponga perder la vida. Y, seis meses después de su llegada, es testigo de la caída de Málaga y es testigo de la Desbandá, un episodio del que poco se ha escrito. Si, como dicen algunos, tanto se ha escrito sobre la Guerra Civil, ¿por qué el crimen de la carretera de Málaga sigue siendo tan desconocido? El escenario es terrible: 175 km por donde huían miles de personas en dirección a Almuñecar. De repente, toda esta gente se topa con un enorme barco de guerra apuntándoles directamente. Nunca ha quedado claro el número de muertos, pero no bajan de los 5000. Bombardeadas por el mar y por el aire, por los aviones de Mussolini, a quien le interesaba tener un puerto que le conectara directamente con el norte de Marruecos.

Y, a pesar de ser testigo de todo esto y dejarlo por escrito, las crónicas periodísticas de Koestler no están –corrígeme si me equivoco- disponibles en castellano.
No, no hay un vacío y espero que este libro sirva para poner un poco de moda a Koestler y para que se traduzcan muchos de sus textos. Koestler tiene un libro maravilloso dedicado a su experiencia en la cárcel; está dividido en dos partes: la primera parte son sus crónicas bélicas donde lo que hace es denunciar los crímenes cometidos por el bando franquista y, en la segunda parte, es una narración más literaria sobre la experiencia en la cárcel. Yo creo que el valor de este libro aproxima a Koestler al Dostoieviski o al Boecio que escribe desde su mazmorra; creo que este libro convierte a Koestler en un autor de alta literatura. ¿Por qué no se ha traducido? No tengo ni idea. Hay una edición argentina y ya está. Para mí es un gran enigma, no entiendo porque no se traducen sus textos, que son interesantísimos y, además, están muy bien escritos.

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la Universidad de Barcelona. Es colaboradora habitual de El Asombrario, El Confidencial, Letras Libres, The Objective, Llanuras o Altair.