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El último título del ensayista Jorge Freire (Madrid, 1985), Hazte quien eres, es un código de costumbres para nuestros días y así lo expresa el subtítulo. En la más pura tradición de la literatura moral, el autor ofrece una invitación a cultivar la propia vida a base de pequeñas píldoras de sabiduría en forma de aforismos, reflexiones cotidianas y ejemplos de vida. Este fragmento del segundo capítulo, «Cincela el carácter», invita a despertar del letargo, a esculpir la propia personalidad como un artista y a fortalecer el dominio de uno mismo. A forjar el carácter, en definitiva, pues este «es más fuerte que la fortuna». Aquí lo recuperamos en forma de decálogo… y algo más.

Jorge Freire: Hazte quien eres. Un código de costumbres. Deusto, 2022. 168 pág.

1) Domínate. De lo contrario, flotarás sin rumbo en aguas oscuras, a falta de raíces que hincar a la tierra. Es el sino del súbdito sin tirano, que exige a los políticos serenidad y mesura, pero es incapaz de controlar la mano ante un plato de torreznos.

Decía Confucio que quien gobierna su virtud es comparable a la Estrella Polar, que permanece en su sitio mientras los demás astros giran a su alrededor. ¿Hay aspiración más alta?

Por paradójico que resulte, sólo es libre quien ha aprendido a dominarse

Por paradójico que resulte, sólo es libre quien ha aprendido a dominarse. Hoy, qué le vamos a hacer, abunda la acrasia, que no es sino intemperancia y blandura de carácter. Sobra decir que ésta nada tiene que ver con la acracia. Los acráticos niegan cualquier tipo de autoridad, mientras que los acrásicos son sencillamente incontinentes, como el niño que se hace pis encima y luego llora.

2) Recuerda que no eres el único artífice de tu ventura. Eres, todo lo más, su cómplice. Pero no dejes que eso te amilane. Pocas frases hay más patéticas en la literatura universal que las sirven de excusa al padre de Jenny Wren en Nuestro que amigo común [la última novela completa de Dickens, publicada por entregas entre 1865 y 1865, se considera una de sus obras más complejas y sofisticadas]. «Las circunstancias son más poderosas que yo», dice el envilecido borrachín que, en vez de hacer de la necesidad virtud, hacía de la contingencia vicio.

3) Sé como el junco… Nadie hay más poderoso –vino a decir Séneca– que quien se tiene a sí bajo su poder. Se trata de ser juncal y mimbreño, doblarse sin romperse, mecerse sin que te lleve el viento, encajar los golpes con elegancia, tener desenvoltura… Tener, en resumidas cuentas, flow, cintura izquierda. ¿Es poco?

4) Opón disciplina a la anarquía y contención a la incontinencia. Dota tu existencia de un propósito significativo, en lugar de andar a la birlonga sin saber adónde vas; comprende que es en la confianza en ti, y no en los escrúpulos de pusilánimes y resentidos, donde se halla la verdadera virtud.

5) Endurece la piel. Impón tu suerte frente a una mal entendida aurea mediocritas. Abandona las servidumbres de la grey, aunque, al hacerlo, te expongas a inclemencias del mundo, pues no hay calor más reconfortante que el del rebaño. Endurece la piel. No te queda otra. Si lo que te inquieta es algo inevitable, acéptalo tal cual viene. Recuerda las palabras de Marco Aurelio: «¿Es amargo el pepino? Pues tíralo. ¿Hay zarzas en el camino? Evítalas». Pero no vayas por la vida componiendo mohínes porque haya zarzas en el mundo. Ármate, en resumidas cuentas, de estoicismo.

6) Aprende a renunciar. Malo es tener la concupiscencia de Sardanápalo [uno de los últimos reyes de Asiria, retratado como una figura decadente que pasa su vida en autocomplacencia y muere en una orgía] y el bolsillo de Carpanta [personaje ficticio de gran popularidad en la posguerra española, conocido por un hambre voraz que intenta aplacar sin éxito en todas las historietas]. No seas como el niño que, según Epicteto, llena un frasco de higos por una apertura angosta y luego no puede extraerlos. Suelta la mitad de tu presa y sacarás la mano llena. Desea menos y gozarás más. Las artes marciales están para no usarlas; las drogas, para que las tomen otros.

La civilización no se funda sobre el cumplimiento de las voliciones, sino, precisamente, sobre su renuncia

Recuerda que, por paradójico que suene, la civilización no se funda sobre el cumplimiento de las voliciones, sino, precisamente, sobre su renuncia. Cuando el camino es corto, hasta los burros llegan.

7) No te quejes. Si hace calor, se agobia; si enfría, se acatarra. Cuando va a comer por ahí, ora le atienden muy lento, ora demasiado rápido. Lo tiene aparentemente todo, pero siempre va rezongando. Si la abuela hace roscón, la fruta escarchada le da repeluco; si le doblan el sueldo, viene la angustia por no saber en qué gastarlo; si le toca la lotería, todo son mohínes por el engorro de hacerse con un gestor. Ya lo decía Vauvenargues [escritor francés del siglo XVIII, conocido como uno de los principales moralistas de su época, junto con su amigo Voltaire]: No se ha hecho fortuna si no se sabe disfrutar de ella.

No todo el mundo es capaz de soportar la dicha. De ahí que Juancla de Ramón haya propuesto importar la expresión italiana strepitoso sucesso. Aunque suene raro en español, son los éxitos y no los fracasos los que, en ocasiones, resultan estrepitosos. Hay quien se aviene a una existencia gris y quien, como el toro de Miguel Hernández, ha nacido para el luto. Afortunadamente, también hay quien hace de su vida un vitral diapreado en el que se reflejan todos los colores. Cuestión de carácter…

8) Pelear a la sombra. Diéneces era uno de los trescientos de Esparta. Todos a una en el desfiladero de las Termópilas, cerraban el paso a los persas, que avanzaban a cientos de miles. Pintaban bastos. Alguien les informó de que los enemigos eran tantos que, cuando lanzasen sus flechas, ocultarían la luz del sol. Entonces el soldado Diéneces, según Heródoto el más bravo de todos los espartanos, respondió: «Mejor, así pelearemos a la sombra.»

¿Hay ejemplo más elocuente de valor? Éste va siempre unido a la templanza. El arrojo, en cambio, no es más que una huida hacia delante: la del pobre novillero que se echa de hinojos ante la puerta de chiqueros, como si pudiera espantar el miedo recetándole dos largas. Cuando aparece el valor sereno, el de verdad, el aficionado masculla, dándose codacitos con el compañero de tendido: «A éste le funciona la cabeza».

9) No te adelantes, no te amilanes. Nadie puede traer la faena hecha del hotel, como hacen quienes endosan una solución prefabricada a un problema espontáneo. Piénsese en el columnismo analítico a priori, por decirlo con Kant, que cada semana nos dice lo que ya sabemos. Tal es el engaño de la persona ideológica, que cree escuchar el asenso ajeno cuando una pared de ladrillo le devuelve el eco de sus refranes.

Se me da bien poner al mal tiempo buena cara. Pronto me enseñó mi madre a no amilanarme. Pocos magisterios hay, a mi juicio, más importantes que ése. Cuando tocaba alguna clase aburrida, me desquitaba con un par de caricaturas del profesor; cuando encadenaba trabajos basura, extraía anécdotas que me alegraban la tarde; si algún proyecto fracasaba, me encogía de hombros y pasaba a otra cosa. Con los años he perfeccionado la técnica y, a veces, he libado el más dulce almíbar donde otros extraían un sempiterno acíbar. Será por eso que pocos sinsabores me han dejado mal recuerdo.

10) No dramatices. Tal es el título de un libro de relatos de Teresa Arsuaga. En uno de los relatos que lo componen, un autor teatral se encomienda la tarea de escribir «un drama sin dramas». La cosa, dicha entre bromas y veras, se acerca no poco al ideal estoico. Si la vida es una tragedia, ¿a santo de qué vamos a añadirle escandaleras?

¿Por qué ríe el trágico? ¿Por qué Eugenio [humorista español famoso por sus apariciones en televisión en los años ochenta y noventa, conocido por su humor absurdo, su semblante permanentemente serio y su marcado acento catalán], contando chistes de luto, era tan buen cómico? Porque, si todos estamos condenados, no existe la condenación. Si la vida es una tragedia, sonríe.

Conque, si el enemigo cubre el sol con una nube de flechas, pelea sin que el calor te moleste. ¿Hay mejor forma de trocar las coacciones en mercedes? No culpes a la circunstancia si bebes la ponzoña que te envenena, si te unces la coyunda que te esclaviza. Como dice Epicteto, que seas cojo supone un obstáculo para tu pie, no para tu voluntad.

Si te pones a pensar en cuántas cosas te quitaban el sueño hace una semana, hace un mes o hace un año, forzosamente concluyes que muchas de ellas no eran tan importantes. ¿Quién no se ha ahogado nunca en un vaso de agua? Lo que in situ es una película de terror se vuelve, con el correr del tiempo, una pantomima.

La mejor forma de afrontar los sinsabores será, en consecuencia, tomárselos a risa. El colombiano Gómez Dávila [escritor, filósofo y aforista de gran erudición, conocido como uno de los críticos más radicales de la modernidad], cuyos escolios sirven para toda circunstancia, decía que culto es aquel para quien nada carece de interés y todo carece de importancia.

Sé como Diéneces. Mantén la sonrisa, aunque a tu alrededor silben las flechas. O, como el dramaturgo del cuento, vive la vida, que es un drama, sin añadirle dramas.

Estrambote o bonus track: Sirvan de estrambote los versos de Javier Salvago: Si algo enseñan los años / es la poca importancia / que tiene todo. / Todo,/ tarde o temprano, pasa. El título del poema, «Nada importa nada», lo dice todo.

Así se cierra: El dolor que creías /interminable. El ansia / por conseguir aquello / que, conseguido, es nada. / La vanidad, sus pompas: / gloria, fortuna, fama,/ uno mismo, sus obras,/ sombras de un sueño, escarcha, / rocío de una noche/que el sol de otra mañana/derrite, vanidades, /espejismos, fantasmas… / Si algo enseñan los años / es que todo se acaba. /Que nada, en este juego,/ dura ni importa nada.

LO QUE LAS CHUCHES ENSEÑAN SOBRE EL AUTOCONTROL 

Los griegos llamaban enkrateia al dominio de uno mismo. A duras penas podremos acometer las grandes empresas de nuestra existencia si no conseguimos dominarnos. Buen ejemplo de ello es, como ha señalado Manuel Toscano, el célebre test de la golosina, o malvavisco, llevado a cabo por el psicólogo austríaco Walter Mischel [psicólogo austríaco conocido por sus contribuciones a la teoría de la personalidad, afincado en Estados Unidos y profesor de la Universidad de Columbia]. En él se trataba de determinar cuántos niños en edad preescolar serían capaces de aguantar quince minutos sin comerse la golosina; el premio a su paciencia sería recibir dos en lugar de una. ¿Hace falta precisar los resultados que ofrecía el seguimiento posterior?

Al parecer, les iba mejor en la vida a aquellos que habían conseguido postergar la gratificación, por cuanto eso iba unido a mejores resultados académicos, un mejor manejo de la frustración y menores problemas de peso, entre otros factores. «Nada de lo cual, por cierto, hubiera sorprendido a un pedagogo tradicional como Durkheim –dice Toscano–, para quien inculcar una disciplina personal en el niño es un objetivo fundamental de la educación, convencido como estaba de que el autodominio es condición necesaria para ser libres».

* Extractos del libro Hazte quien eres. Un código de costumbres, de Jorge Freire (Deusto, 2022), publicados con la autorización del autor.