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Blaise Pascal es uno de los más grandes, aunque (o quizá por eso) no está exento de contradicciones. Para las cuales, se puso la venda de sus «razones que tiene el corazón que la razón no conoce», tan quijotescas. Su corazón, en consecuencia, bien pudo ver razonable que «todas las desgracias del hombre se deriven del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación»; e, inmediatamente después -sístole-diástole- asegurar que «el yo es odioso», a pesar de que será casi lo único que va a encontrarse uno en la susodicha habitación.

Viaje alrededor de mi habitación. (El funambulista), 176 págs.
Viaje alrededor de mi habitación. (El funambulista), 176 págs.

En su línea hay toda una literatura de la quietud, fascinante, que se está citando mucho estos días a cuenta de nuestra cuarentena; pero que no recoge fielmente la situación real. No estamos ante el retiro solitario del sabio que descubre las vanidades del mundo. El confinamiento es obligatorio y, encima, familiar y estricto.

Tan juntos y revueltos estamos ahora que nos viene más bien a la memoria Viktor Frankl. El psiquiatra austríaco en su imprescindible El hombre en busca de sentido (1946), cuenta que lo más duro de estar recluido en un campo de concentración nazi era la falta de soledad. Él la buscaba desesperadamente y le bastaban cinco minutos mirando las nubes o el paisaje tras las rejas para coger aire.

Xavier de Maistre aporta una actitud lúdica hacia su confinamiento y unas sutiles tácticas para tratar a las ocasionales y forzosas compañías y al propio yo

Retirándome a mi cuarto, allí, asomado a la ventana, recuerdo una obra que misteriosamente no se está citando en todos los recuentos de literatura apropiada para la cuarentena salvo en Twitter por Juan Claudio de Ramón Jacob Ernst y por Alonso Pinto. Se trata de Viaje alrededor de mi habitación (1794), del delicioso escritor francés Xavier de Maistre (1763-1852), hermano menor del conde de Maistre, Joseph, el implacable teórico de la política reaccionaria. Xavier de Maistre aporta una actitud lúdica hacia su confinamiento y unas sutiles tácticas para tratar a las ocasionales y forzosas compañías (el criado y los vecinos) y, sobre todo, al propio yo, con piedad, ironía y un secreto sentido moral.

Protagonista de una fascinante y fecunda biografía que es una larga novela, ya estaba exiliado de la Francia revolucionaria cuando escribió este libro. Prestaba servicios militares en Turín. Su participación en un duelo prohibido fue la razón de que le condenasen a un largo arresto domiciliario de cuarenta y dos días. Ante esa situación, sin embargo, él, muy ufano, se pregunta: «¿Era acaso para castigarme por lo que me habían relegado en mi cuarto, en esta comarca deliciosa que encierra todos los bienes y todas las riquezas del mundo? Tanto valdría desterrar a un ratón en un granero».

Casi embriagado de recuerdos, ensoñaciones, divagaciones y esperanzas, transforma el confinamiento en unas semanas tan apacibles como provechosas. Tanto que, cuando lo van a liberar, exclama: «País encantador de la imaginación, que el Ser bienhechor por excelencia ha otorgado a los hombres para consolarlos de la realidad, es preciso que me despida de ti. Hoy es el día en el cual […] pretenden volverme a la libertad, como si me la hubieran quitado, como si estuviera en su poder arrebatármela un solo instante e impedirme recorrer a mi antojo un vasto imperio siempre abierto ante mí. Me han prohibido ir y venir en una ciudad, en un punto; pero me han dejado el universo entero; la inmensidad y la eternidad están a mis órdenes».

Que no nos engañe, con todo, la solemnidad enternecida de las despedidas. En su cuarto, también ha tenido tiempo de aburrirse, de fantasear, de desesperarse. Con todo, es un espléndido espejo (bastante favorecedor, como deben ser los espejos) para nuestro presente. Incluso encuentra, como nosotros, un consuelo muy especial en la compañía de su perrita, “Rosina”, y eso que no tenía permiso para sacarla de paseo. Dice: «He tenido algunos amigos, varias amantes, una porción de relaciones y muchísimos conocidos, y ahora ya no soy nada para toda esa gente, que ha olvidado hasta mi nombre», a diferencia de “Rosina”.

Como es lógico, pierde a ratos la mesura: «A veces río, a veces lloro, a veces las dos cosas a la par…» Y hasta se le escapan, a pesar de su cuidada pose de frívolo descuidado, pensamientos hondos. Entonces, se revela tan contrarrevolucionario como su severo hermano. Emociona el recuerdo orgulloso que dedica a su padre. Cuando al fin pueda visitarlo en su tumba, se presentará allí, asegura, sin haber dado un motivo para que su altivo progenitor pueda avergonzarse de él. Son vislumbres de una vida interior más sólida. Enseguida, vuelve a sus sonrisas y a la prosa ligera, aunque sin perder nunca el peso: «… pero todo va hacia la muerte y la eternidad… Todo va a concluir. Por eso puede uno reírse, llorar o las dos cosas a la vez».

UN LIBRO AHORA IMPRESCINDIBLE

No gasta frases grandilocuentes ni, mucho menos, presume de ahorrarle ningún mal al ser humano con su aislamiento. Eso, a nosotros, no nos hace falta, porque los bienes sociales y sanitarios que saldrán del nuestro los sabemos de sobra. En cambio, Xavier de Maistre nos da ejemplo de cómo llevarse razonablemente bien con el propio yo, riéndose un poco de uno, que es la mejor forma de viajar alrededor del propio cuarto. Siempre fue un libro encantador; ahora quizá sea imprescindible.

Poeta, crítico literario y traductor.