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Si Bernstein continuara vivo, tendría ahora ochenta años. Por ello quizá resulte un poco exagerado hablar de la «centuria Bernstein», como reza el título de la colección. Sin embargo, es tan amplio el catálogo de discos grabados por este director y compositor americano, que es muy posible que su reedición pueda extenderse casi hasta cumplirse el centenario.

Desde que en 1943 tuvo que sustituir a Bruno Walter a última hora al frente de la Filarmónica de Nueva York en un concierto ampliamente divulgado, puede decirse que la fama de Bernstein ha sido enorme. Tenía gran poder de comunicación y como showman en programas de televisión, logró ganarse al público que se iniciaba en la música. Se prodigó en numerosos conciertos multitudinarios y en actos musicales de gran difusión, recibió una gran cantidad de grabaciones.

Como creador, componía una música muy al gusto del público, con elementos neoclásicos, románticos y ritmos americanos con acentos jazzísticos, pero con indudable maestría en la orquestación. Como director buscaba igualmente ese éxito inmediato. Sus versiones no siempre observaban un rigor histórico, tal como se exige en nuestros días y, en general, su estilo tendía a las sonoridades orquestales amplias propias del postrromanticismo.

Entre el amplísimo repertorio cultivado por Bernstein, desde la música barroca hasta la más actual, se ha destacado como gran intérprete de Mahler, de Stravinsky y, sobre todo, de los compositores americanos del siglo XX, de quien se convirtió en verdadero especialista. Sus versiones de la música de Gershwin, Ives, Copland o Carter son de referencia. Por esa razón he querido detenerme en este disco.

Charles Ivés (1874-1954) es el primer compositor verdaderamente norteamericano, hecho a sí mismo, gran innovador, pionero en la liberación de la disonancia, en la polirritmia y politonalidad -mucho antes de que Schonberg ideara el dodecafonismo—; encarna hoy al héroe musical estadounidense. Ciertamente, no todas sus obras poseen la misma calidad, pero aquí puede decirse que se encuentran algunas de la mejores.

 En The Unanswered Question, para trompeta, cuarteto de flautas y cuerda, se establece de manera ingeniosa y muy lograda el contraste entre la consonancia, en segundo plano, y la disonancia, en primer plano, protagonizada por la trompeta y flautas. La Sinfonía Holidays, más bien corresponde a la idea de suite, y en ella Ivés hace un retrato de la América del siglo pasado, con la pintura sonora de lo que eran entonces las distintas conmemoraciones nacionales, integrando himnos y cantos patrióticos de forma simultánea y contrastada. Central Park in ihe Dark nos ofrece la visión bucólica de lo que era en 1906 este parque neoyorquino.

La música de Ivés no es fácil de tocar, por la simultaneidad de melodías de distinto ritmo y tonalidad. Bernstein logra un trabajo admirable al desentrañar estas intrincadas partituras. El mismo grado de comprensión alcanza el Concerto for Orchestra de Elliot Cárter (n. 1908) en manos de Bernstein. Heredero del americanismo de Ivés, pero con formación también europea, Cárter encontró su vía personal a través de lo que llamó «modulación métrica», o cambios de velocidad controlados de forma casi matemática. El propio Bernstein se encargó del estreno de esta obra en 1940 y, poco después, realizó la grabación que aquí se recoge.

Tenemos pocas ocasiones de escuchar esta música. Esta razón por sí misma justifica el interés del disco, pero conviene añadir que el entusiasmo que imprime Bernstein en sus interpretaciones, y de forma muy especial hacia la música de estos autores, lo hace doblemente atractivo.

Profesora de música y periodista