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Desde 2001 Ediciones Acantilado viene publicando en español la obra narrativa de Slawomir Mrozek (1930-2013), prolífico escritor y autor dramático polaco. A los libros Juego de azar (2001), La vida difícil (2002), Dos cartas (2003), El árbol (2003), El pequeño verano (2004), La mosca (2005), Huida hacia el sur (2008) y El elefante (2010), -aunque previamente se había publicado en 1969 por Seix Barral- se suma Magacín radiofónico, obra que reúne setenta piezas satíricas que el autor escribió para la radio polaca en la década de 1960.


Sławomir Mrożek: Magacín radiofónico. Y «El agua (pieza radiofónica)». Acantilado, 2019 (Traducción de A. Rubió y J. Slawomirski)


Mrozek fue periodista y dibujante satírico antes de emprender su carrera literaria en 1957 en Polonia, país que abandona en 1963 para regresar en 1966 y volver a comienzos del nuevo siglo. Vivió más de treinta años fuera su país natal, en Italia, Alemania, Francia y México y puede considerarse uno de los autores más universales de Polonia, así como uno de los dramaturgos europeos más representados en las últimas décadas.

En su faceta como narrador Mrozek se inscribe dentro de la tradición más centroeuropea del absurdo donde el humor surrealista, negro y afilado, la sátira y el esperpento se entremezclan provocando una sonrisa, pero también un cierto vacío existencial, un nihilismo que puede resultar algo desolador y sin esperanza.

Ciudadanos y funcionarios, jefes y subordinados, son dos caras de una misma moneda, todos son unos pobres seres que provocan entre risa y pena

Los relatos de Magacín radiofónico, algunos brevísimos, cubren dos temas fundamentalmente. El primero y más recurrente es la burocracia que se retroalimenta de una administración y de todo un sistema donde proliferan despachos con funcionarios ineptos, jefes con títulos y cometidos rimbombantes y ciudadanos que se pierden entre papeles y procedimientos a cual más incomprensible. El segundo son los encuentros y desencuentros de la vida diaria, sucesos que pueden tener lugar en cualquier pueblo, situaciones en la familia, el trabajo, entre vecinos, etc.  Al final, ciudadanos y funcionarios, jefes y subordinados, son dos caras de una misma moneda, todos son unos pobres seres que provocan entre risa y pena.

La gran mayoría de los relatos se desarrollan a través de diálogos. Otros muestran el discurso interno, el razonamiento que un personaje se hace ante situaciones como poder comprarse unas hojas de afeitar, un cambio de destino, etc. Y otros, los menos, describen algunas situaciones directamente. En los tres formatos de piezas el autor plantea la situación que suele ser inicialmente ya absurda para llegar a un final aún más inconsecuente.

Hay un personaje que se repite en estas piezas. Se trata de “el director”, que sería como el antiguo “jefe” en España antes que lo llamásemos de modos más modernos. Y luego hay otra clave común a muchas de ellas: ideas estrambóticas que pretenden mover a la acción para solucionar un supuesto problema, acciones en sí mismas también absurdas, lo que acaba desembocando en situaciones esperpénticas.

No hay una referencia explícita al país donde esto sucede, pero la constante y sutil referencia al abuso del poder, al conformismo y las limitaciones de la libertad humana dibujan un sistema totalitario que podría ser cualquiera

A veces es “el director” el que tiene esa brillante idea, pero otras veces viene de más arriba, a través de un memorándum que llega, una conmemoración que hay que celebrar, etc. Con todo, la figura de “el director” no está descompensada respecto al retrato que se hace de los subordinados que acuden a su despacho y aportan su pertinente dosis de incongruencia e ineptitud. Por resumirlo de alguna manera: se trata de un mundo donde unos y otros, “directores” y empleados o funcionarios, como no tienen nada que hacer, se lo inventan. El procedimiento, la normativa, creada o nueva, los expedientes, las comisiones, etc. son también recurrentes.

El bar o la taberna son, junto a la oficina, otro de los lugares preferentes de estos relatos. En este entorno hay otra figura señera: los tertulianos que discuten sobre los temas más diversos –desde la moral hasta un monumento- y en su caso, como en las oficinas, llegan a poner en marcha ideas peregrinas. Beben, comen, opinan y aportan soluciones a problemas habitualmente inexistentes.

No hay una referencia explícita al país donde todo esto sucede, pero la constante y sutil referencia al abuso del poder, al conformismo y las limitaciones de la libertad humana dibujan inicialmente un sistema totalitario que podría ser cualquiera. El autor evidentemente sorteó bien la censura comunista como estos textos muestran y al hacerlo, precisamente, dejó unos relatos que no pierden frescura.

Leyendo Magacine radiofónico uno se acuerda también de esos otros autores españoles del absurdo, si bien son más luminosos en sus tonos como pueden ser Jardiel Poncel y Mihura. Pero en Mrozek hay más tristeza de fondo, menos cosquilleo, es, en definitiva, más centroeuropeo y más disolvente.

El autor sorteó bien la censura comunista como estos textos muestran y, al hacerlo, precisamente, dejó unos relatos que no pierden frescura

Las piezas que componen Magacin radiofónico no han perdido un ápice de actualidad. Salvas sean las distancias digitales y otras temporales, saltan del sistema totalitario polaco, en cuyo contexto fueron escritas, a la realidad hoy de muchas democracias occidentales asfixiadas no sólo por la creciente burocracia, sino por la corrección política, el capitalismo woke y otros modos de limitar la libertad y pretender ser lo que no somos bajo consignas y constricciones. De igual modo, parte de la dinámica descrita entre el “el director” y los subordinados, la idea, etc. es plenamente aplicable al mundo de algunas empresas.

Así, algún ofendidito –como se le denominaría hoy. ya aparece en los relatos de Mrozek, también los discursos rimbombantes y cursis propios de cualquier totalitario, como también esa pretendida superioridad moral o señalización de la virtud de quien tiene la sartén por el mango, amén de esos afanes regulatorios y, por supuesto, esos títulos de puestos de mando en plaza, cuanto más largos menos hacen.

Crítica literaria y escritora.