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Entre las muchas minorías que viven en Europa, existe un grupo poco conocido pero de gran importancia estratégica en el sur de Europa, que son los musulmanes de Tracia.

El término «minoría musulmana» ha sido acuñado por Grecia y es el políticamente correcto para designar a esta comunidad, establecida en el norte de este país desde hace al menos un milenio. Ni el Estado griego ni los gobiernos más recientes, incluyendo el actual, quieren hablar, naturalmente, de «minoría turca»: los miembros de este grupo minoritario tienen la nacionalidad griega y todos los derechos ciudadanos de esta nación —en teoría—. Por eso se emplea el término «musulmana», precisando que el carácter diferencial de la minoría procede de la religión, al tiempo que se connota la homogeneidad interna de ese grupo.

Lo cierto, sin embargo, es que dentro de esta minoría existen tres divisiones, no siempre reconocidas con suficiente claridad. Están por una parte los musulmanes conocidos como turcos; por otra, los gitanos rom, denominados «turkoyifti» porque son de lengua turca y religión musulmana, a diferencia de los restantes gitanos griegos; y, finalmente, existen también los pomacos.

No se puede hablar con precisión de números al tratar de estas minorías, porque las estadísticas que les conciernen se han tratado siempre con gran secreto por razones de seguridad nacional. En principio se habla de un conjunto de entre cien mil y ciento veinte mil personas, de las cuales, entre veinte mil a treinta y cinco mil corresponderían a los pomacos.

Estos últimos —una minoría dentro de la minoría— tienen posiblemente un origen eslavo —no turco— y fueron islamizados en el siglo XIII. Los griegos piensan que su origen se relaciona con las tropas de Alejandro Magno; pero esta versión, aunque romántica, es poco verosímil. Desde su islamización en la Edad Media han mantenido vivo su idioma, el pomaco, que forma parte del búlgaro-macedonio y que se habla pero que no tiene escritura. Su particular relación con los «otros» pomacos que residen en el sur de Bulgaria, al otro lado de la cordillera de Rodopi, es también un reflejo de la compleja situación política del siglo XX.

LA  COMUNIDAD POMACA

Esta comunidad se ha identificado con los turcos provenientes de Turquía, habla turco delante de los extranjeros y se relaciona y celebra nupcias con la minoría turca, pero no con la gitana. Muchos pomacos mantienen en su físico caracteres eslavos, siendo en su mayoría más altos y más claros de piel que el resto. Siguen formando una comunidad muy cerrada en sí misma, aunque reconocen que con tan pocas tierras y el precio del tabaco disminuyendo cada año, tendrán que buscar nuevas fuentes de ingresos. El cultivo del tabaco va a perder la mitad de sus ayudas comunitarias en el 2009 y la totalidad de las mismas en el 2013.

La falta de educación secundaria, el limitado contacto con el mundo exterior (únicamente para compras y visitas a médicos o abogados en la capital de la provincia), así como la percepción del griego como una lengua extranjera, hace que los pomacos sigan sintiéndose más aislados respecto de los griegos que el resto de la minoría.

Para paliar este sentimiento, muchos miembros de esta comunidad han decidido renunciar a sus características particulares y pasar a formar parte del grupo de los turcos. La posibilidad de ver ininterrumpidamente, vía satélite, la televisión turca hace que su estilo de vida, sumamente concentrado en las costumbres de su comunidad agrícola, encuentre algún entretenimiento. Los hombres jóvenes que han emigrado a Alemania, Holanda o Dubai, mejoran con los ingresos obtenidos allí el nivel de vida de sus respectivas familias.

Las mujeres aún no se han decidido a dejar de un lado sus costumbres, a vestirse como ciudadanas europeas que son y a estudiar al menos hasta los dieciséis años. «Aquí no se hace esto», contestan mirando al suelo cuando les digo que sus bonitos bordados podrían venderse en Atenas, o que las chicas —no importa que ya estén casadas— podrían terminar sus estudios. Son muchos años de vivir aislados, de sentirse más minoría que el resto de la minoría turca.

Las autoridades griegas siempre han temido que los pomacos pudiesen introducir el comunismo en territorio nacional griego. No hay que olvidar que esta minoría han convivido durante años con un país, al otro lado de las montañas, que pertenecía al Pacto de Varsovia, con una gran industria militar, minas de uranio y hasta, según se rumoreaba, misiles nucleares almacenados por cuenta de los soviéticos en los años ochenta. Secretos que sólo ahora se están revelando… y con los que se quería justificar la vigilancia por parte griega de los pueblos pomacos que se mantenían aislados.

Poco a poco se han ido levantando las medidas restrictivas que rodeaban a los pueblos pomacos. Hasta mediados de los años noventa se encontraban totalmente aislados. Para realizar una visita había que pedir permiso a las autoridades militares y ellos, por su parte, tenían que justificar su deseo de abandonar eventualmente la zona. De hecho, la barrera del control militar a la entrada de esta región habitada por pomacos fue retirada en 1995.

La única salida conocida de la pobreza en que vivían era la emigración a Turquía; pero en la actualidad, en aquel país hay mucho desempleo y constituirían una nueva minoría en él, pero esta vez griega y, por tanto, sospechosa. Rechazan de momento el turismo y no se dejan fotografiar con sus ropas oscuras: «No somos un museo», comentan, algo incómodos.

EL FUTURO

Pero el futuro de la minoría está abierto. La educación de sus jóvenes y el que dominen el griego les abre ya nuevas perspectivas laborales y el camino a una más plena integración. De ahí la importancia del nuevo programa de educación que se está realizando, pero que, por intereses políticos ajenos a sus excelentes resultados, está en peligro de no poder abordar su tercera fase en los próximos años.

Todavía falta esa plena integración, como es manifiesto por los contados matrimonios entre individuos de la minoría y de la mayoría, que en todo caso se ven obligados a emigrar a otras ciudades o países. El mejor conocimiento del griego facilitará que todos puedan informarse y conocer sus derechos como ciudadanos griegos —y no sólo sus deberes—. Se conseguirá así que la minoría pueda confiar en el Estado griego, por el que hasta ahora no se ha sentido apoyado.

Los políticos se interesan en este momento por las mejoras reales entre los pomacos. No sólo porque Grecia pertenece a la Unión Europea, sino por algo más concreto: el actual primer ministro, Costas Karamanlis, quiere que Tracia salga de su aislamiento y deje de ser una de las zonas más pobres de la UE e inclusive de Grecia. Dos de sus viceministros son diputados de la zona: el de Asuntos Exteriores, Evripides Stilianidis, y el de Desarrollo Agrícola, Alexandros Kontos.

Junto a ellos, el único diputado musulmán elegido en las últimas elecciones por los conservadores de Rodopi es un joven abogado que terminó su carrera de Derecho en Tesalónica, llamado Ilhan Ahmet. Los tres luchan contra la maquinaria estatal y las mentalidades atrasadas. Insisten en la educación bilingüe y en el conocimiento del griego, que sacará a la minoría del gueto en el que viven. Quieren mejorar las carreteras locales que van a conectar estas poblaciones pomacas con la nueva Vía Ignacia, proyectada para atravesar el norte de Grecia desde la costa adriática hasta la frontera turca; y abrir en 2007 nuevos pasos fronterizos con Bulgaria, lo que será una fuente de turismo e ingresos. Quieren asimismo aumentar el turismo ecológico, sacando provecho de los magníficos paisajes, bosques y ríos de la zona, rica en fuentes termales. Y también ofrecer una solución alternativa al cultivo al tabaco, actividad en la que se ocupa el 95% de la minoría, con el cultivo de plantas energéticas.

Se estudia asimismo el consumo de «biodiésel» y la creación de dos fábricas que comercializarían este tipo de combustible alternativo. Según muchos observadores, la juventud de la minoría de Tracia podrá convertirse en un ejemplo de integración multicultural y los interlocutores ideales para abrir paso a Turquía en Europa, ya que podrán ayudar a solucionar los problemas procedentes de la parte turca ante el mundo europeo.

La muestra más expresiva del mejor clima político y social que se vive actualmente ha sido la visita del primer ministro turco, Erdogan, a Tracia, la primera desde la efectuada hace cincuenta y cuatro años por Celal Bayar. Su viaje fue organizado personalmente por Stilianidis y ha resultado todo un éxito. El que las minorías prosperen y dejen de sentirse aisladas y amenazadas es una muestra inequívoca de adelanto y de prosperidad, tanto para Grecia como para Turquía.

Una última medida que se perfila como necesaria en un futuro no muy lejano es la separación de la personalidad jurídica del mufti —líder musulmán y árbitro en temas religiosos— de su faceta como legislador en temas económicos y de derecho familiar en la minoría. De momento, sigue siendo el mufti quien puede aprobar un matrimonio de una niña de trece o catorce años con un joven de quince (ilegal para los restantes griegos), o impedir un divorcio. Aunque la Constitución griega se adecúa al derecho europeo en estas cuestiones, se sigue respetando la letra del Tratado de Lausana entre Grecia y Turquía (1923) y autorizando el cumplimiento de las decisiones del líder religioso musulmán entre miembros de esta minoría. Hay personas de la minoría que consideran que se puede obtener un consenso entre las autoridades, respetando el espíritu del Tratado de Lausana pero llegando a una solución más acorde con los tiempos.

Otra asignatura pendiente es atraer a la segunda generación de la minoría que ha emigrado a Turquía o a otros países, incentivando su regreso.

Mucho queda por hacer, pero mucho se está adelantando para conseguir que Tracia se convierta en un ejemplo de sociedad multicultural, capaz de arrinconar esas dos culturas paralelas que vivían en la desconfianza y en el atraso.

Tres escenas tracias
Junio de 2005

PRIMERA ESCENA

Ejinos es un pueblo de montaña de la minoría musulmana, conocido por su población enteramente pomaca. Dista media hora del centro de Xanthi, en la provincia de Xanthi (Tracia). Localidad rodeada de altas montañas y bosques, con poca tierra cultivable. Cada terrenito que se ofrece a nuestra vista —unos pocos metros cuadrados— está siendo sembrado a mano con semillas de tabaco. Lo hacen mujeres vestidas de negro, arrodilladas sobre el suelo, mientras un hombre riega la tierra.

En la casa donde me reciben y donde me ofrecen para beber café turco, todas las mujeres visten de negro, con un abrigo ligero de raso, que llega hasta el suelo. Andan descalzas; la cabeza, cubierta. Saben conversar en griego, aunque no saben escribirlo; hablan también en turco y en lo que ellos llaman búlgaro, que en realidad es pomaco.

La chica de dieciséis años que me sirve café se casó cuando tenía catorce con un chico del pueblo que tenía dieciocho. Desde entonces no ha vuelto al colegio. Se ocupa de las faenas de la casa y vive rodeada de las mujeres de la familia, así como de innumerables niños pequeños. Espera la vuelta de su marido, que cada cuatro meses regresa desde Alemania, donde desarrolla labores pesadas y no muy sanas: trabaja en la limpieza de los grandes buques, en los astilleros. Gana tres mil euros al mes. Si sólo contaran con el cultivo del tabaco en la aldea, esta familia no tendría apenas para comer. Cada familia media del pueblo —progenitores y cuatro hijos—, cuando viven sólo del tabaco, disponen de siete mil euros al año; las que tienen un poco más de suerte, más miembros y terrenitos, pueden llegar hasta los treinta mil, siempre y cuando trabajen sus buenas doce horas al día, durante seis meses seguidos, sin fiestas. No hay tierra suficiente para criar ganado.

SEGUNDA ESCENA

Ciudad de Xanthi, a dieciocho kilómetros del pueblo de Ejinos. Llegamos al Centro de Apoyo al Programa de Educación para Niños Musulmanes, un sábado por la mañana, Nos dirigimos a un edificio nuevo, luminoso, donde se desarrollan actividades educativas y de información para la minoría musulmana. En el interior, seis jóvenes, educadores y asistentes sociales del centro, acogen sonrientes a varios grupos de niños y adolescentes. Cada uno saluda en el idioma que le corresponde —griego o turco— y se encamina al aula donde dará comienzo la actividad que le ha traído hasta aquí. Un grupo se dirige a la sala de ordenadores, recién instalada; los más pequeños, a un cuarto de juegos donde están construyendo con cola y papel un pueblo en miniatura. El pueblito de juguete tiene una mezquita con su minarete y una iglesia ortodoxa, un puente y muchas casas. Algunos padres de los niños de la minoría se reúnen en otra aula para recibir clases de griego. Hay libros nuevos y material gráfico por todos lados.

Desde 1997 y hasta 2004 se han desarrollado las dos primeras partes de un importante y revolucionario programa educativo para la minoría musulmana, con un 75% de fondos de la UE y un 25% del ministerio de Educación griego. Se le conoce como Programa Frangoudaki, por Anna Frangoudaki, la profesora de Sociología de la Universidad de Atenas que lo dirige, en colaboración con otra profesora, psicóloga de prestigio, Thatia Dragona.

La necesidad imperiosa de una mejor educación para la integración de los niños musulmanes en la sociedad griega hace que este programa, concienzudamente elaborado, haya sido un éxito. Tras la no poca desconfianza inicial por parte de griegos y musulmanes, de educadores de una y otra comunidad, de padres y de hijos atemorizados, ahora se empiezan a ver los primeros resultados.

La situación de la que se partía era dramática: el 22% de los niños musulmanes no continuaban sus estudios después de los diez años; sólo el 44% de los chicos que continuaban su educación secundaria la terminaba; más del 65% de los alumnos no terminaba la educación obligatoria griega (cuando la media de nacional solamente sumaba un 10% de fracasos); y quienes no terminaban su educación secundaria y se quedaban sólo con la primaria eran, en su mayoría, niñas de pequeños pueblos aislados en la montaña.

Hoy, sábado, la pequeña Aisél ha llegado vestida con pantalones color rosa, corriendo, encantada. Muy educada, ha preguntado en griego a qué hora acaba su proyecto y ha gritado a su madre en turco: «¡Ven a buscarme a las doce y media!». La madre lleva la cabeza tapada, pero saluda y sonríe. Apenas sabe hablar griego y mucho menos lo escribe. Su hija, de siete años, hace ambas cosas. Además, sabe utilizar un ordenador y lee libros ella sola. En casa, sus padres no le pueden ayudar, pero en el colegio y en el centro de apoyo sí.

Este invierno, su madre y otras mujeres más se han atrevido a pedir en el Centro que alguien les enseñara griego, para aprovechar las horas que esperaban aburridas cada mañana a que sus niños acabaran de jugar, entre las once y las doce y media. Y ahora tienen sus clases.

El programa educativo que se ha llevado a cabo hasta el año 2004 ha sido un éxito. Nuevos métodos para enseñar griego, nuevos libros en muchas asignaturas, nuevas actitudes. Asesoramiento para los educadores, para los directores educativos y para los padres de los niños de la minoría musulmana y de la mayoría griega. Ha mejorado el nivel de griego hablado de todos los musulmanes. Hay motivos de esperanza: en el curso 1990-91 sólo había setecientos cincuenta alumnos musulmanes en educación secundaria (aunque por ley son obligatorios y gratuitos en Grecia nueve años de educación); es decir, sólo el 14% de todos los alumnos musulmanes de las provincias de Xanthi y Rodopi. En el curso 2003-04, son nada menos que tres mil los alumnos de secundaria, que suman el 44% de todos los alumnos musulmanes de las dos provincias. Y si antes, en el curso 1997-98, el 46% de los alumnos que terminan la enseñanza primaria abandonaban el colegio y eran sobre todo chicas, en el curso 2001-02 lo han hecho sólo el 22%.

El programa ha conseguido interesar y acercar a educadores griegos y turcos, a padres y alumnos de la mayoría griega y de la minoría musulmana, de modo que mejoran sus complejas relaciones y logran que la minoría se integre más fácilmente con el resto de los ciudadanos.

TERCERA ESCENA

Komotini, capital de la vecina provincia de Rodopi. En un café dónde sólo hay griegos, oigo frases sueltas. Al preguntar cómo es el trato del dueño del establecimiento con los musulmanes, éste contesta lacónicamente: «Bien; también ellos tienen derecho a vivir». Nadie hace comentarios en presencia de foráneas como yo. Y a la pregunta de que si es bueno que la minoría mejore su nivel de educación, se oye una voz irónica, que responde: «Sí, para que se vuelvan mejores espías de los turcos…». De nuevo, silencio.

La ciudad de Komotini está dividida, hay una parte griega y otra musulmana. No sucede como en Xanthi, donde todo está mezclado. En Komotini hay una línea invisible que divide edificios altos con mármoles y aspecto próspero, y tiendas modernas, por el lado griego; casitas bajas y modestas, con tiendas que se han quedado con aire de provincias de los años sesenta —las turcas—, por el otro. En un lado hay muchas iglesias; en el otro, muchas mezquitas.

Corresponsal de diario ABC en Grecia