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De finales del reinado de Isabel o comienzos del de Jacobo, Tomás Moro es una de las obras literarias más intrigantes, fascinantes y misteriosas jamás escritas. No debe su importancia primordialmente a su valor literario (aunque representa un ejemplo estupendo, con sus imperfecciones, de la dramaturgia inglesa de comienzos de la modernidad), sino a su significancia histórica. Obra procatólica, escrita en tiempos muy anticatólicos, deja entrever de manera interesante la naturaleza de la censura estatal inglesa de finales del siglo XVI y principios del XVII, y refleja la poderosa presencia de Tomás Moro en la conciencia cultural, religiosa y política de Inglaterra, pasados más de cincuenta años de su martirio. Y lo más importante es la relación de la pieza con William Shakespeare y las pruebas que ofrece de las simpatías procatólicas del escritor.

 

El estudio del manuscrito original de Tomás Moro ha ocupado a muchos de los mejores historiadores y críticos literarios, y ha servido para destacar el poder y los prejuicios de la investigación literaria. Por un lado, parece que hay consenso con respecto a la identidad de los diversos escritores cuya caligrafía aparece en el manuscrito; pero por otro, hay cualquier cosa menos consenso con respecto a la relación de los escritores entre ellos y con la pieza en su totalidad. Lo más controvertido es el alcance y la naturaleza de la implicación de Shakespeare en la obra, y la importancia que tiene esta para nuestro conocimiento de las creencias filosóficas, teológicas y políticas de Shakespeare. En pocas palabras, Tomás Moro es más que una simple obra de teatro: es un misterio cuyo desentraña-miento es importante para nuestro conocimiento del más grande dramaturgo del mundo y de la naturaleza de los tiempos en que vivió.
El manuscrito original, que contiene la caligrafía de siete personas distintas y se conserva en la colección Harley del Museo Británico, tiene una historia fascinante. El primer dueño que se le conoce es John Murray, coleccionista de manuscritos y libros singulares en el siglo XVIII. El manuscrito fue publicado por primera vez en 1844, por la Sociedad Shakesperiana, en edición del historiador literario Alexander Dyce. El estudioso pionero Richard Simpson fue el primero en expresar, en 1871, la posible implicación de Shakespeare en la obra; James Spedding, editor de la obra de Francis Bacon, aceptó la idea, con reservas, un año más tarde. En 1911, la pieza fue reproducida en facsímil reprográfico, en edición de W.W. Greg; la Reader’s Encyclopedia of Shakespeare describió la obra como «uno de los mejores ejemplos de investigación literaria»¹. Cinco años más tarde, el paleógrafo sir Edward Maunde Thompson publicó un estudio meticulosamente detallado de la caligrafía de uno de los colaboradores del manuscrito, y declaró que era obra de Shakespeare. En 1923, Greg y Thompson hicieron causa común con otros tres estudiosos shakesperianos destacados, A.W. Pollard, J. Dover Wilson y R.W. Chambers, para publicar La mano de Shakespeare en la obra «Tomás Moro» (Cambridge University Press), que establece con autoridad la implicación de Shakespeare en la composición de la obra. Hoy, las más respetadas ediciones de la obra de Shakespeare, como la de Oxford y la de Arden, incluyen Tomás Moro como parte del canon shakesperiano. En 2005, más de cuatrocientos años después de su composición original, la Royal Shakespeare Company la puso por fin en escena.
Aparte de Shakespeare, el manuscrito contiene la caligrafía de seis personas más. La mayor parte del manuscrito, conocida entre los estudiosos como Mano S, fue escrita o transcrita por Anthony Munday, con pasajes adicionales escritos por Henry Chettle (Mano A), Thomas Heywood (Mano B), un escriba anónimo (Mano C), William Shakespeare (Mano D) y Thomas Dekker (Mano E). La séptima y última mano que aparece en el manuscrito es la de sir Edmund Tilney, maestro de festejos, el censor oficial del Estado isabelino y jacobino. De manera intrigante, pues, Tomás Moro muestra un nivel de colaboración entre cinco de los más conocidos dramaturgos de la época y, además, las palabras de censura directa escritas por el representante del Estado.
Como documento histórico, el manuscrito no tiene precio; además, es explosivo, causante de divisiones y polémicas entre historiadores y críticos literarios. A medida que se ha estudiado y discutido, ha sido objeto de desacuerdos con respecto a la fecha del original, sobre si fue escrito o transcrito por Munday, y también con respecto al tiempo que pasó antes de la intervención de los otros cuatro autores y el escriba anónimo. Hay acuerdo en que la inusual colaboración, entre dramaturgos rivales con opiniones muy dispares, estuvo instigada con el evidente objeto de aplacar a Tilney para que se pudiera publicar y escenificar la pieza, pero no hay consenso en cuanto a por qué se unieron escritores protestantes y católicos para evitar la censura de una obra evidente y declaradamente procatólica. ¿Por qué Munday, reputadamente un virulento anticatólico, iba a escribir una obra cuyo héroe indiscutible es el mártir católico sir (ahora santo) Tomás Moro? Esta aparente incongruencia ha llevado a algunos estudiosos a sugerir que Munday no pudo ser el autor principal de la pieza, sino mero transcriptor de la obra de otro. Algunos sugieren incluso que el autor principal no es otro que Shakespeare en persona, y que el Bardo de Avon escribió mucho más que el fragmento relativamente corto escrito de su propia mano que le ha atribuido el consenso crítico. Pero si Munday no es el autor principal de la obra, ¿por qué consentiría en transcribirla en lugar del autor? Estas preguntas envuelven en misterio Tomás Moro, y le otorgan un hechizo para el estudioso, pero también arriesgado para su reputación.
Para entender las distintas controversias que rodean la datación y la autoría de la obra, es necesario conocer perfectamente el propio manuscrito. En el margen de la primera página, a la izquierda de las primeras líneas del texto original escrito o transcrito por Anthony Munday, aparecen estas palabras de sir Edmund Tilney, censor estatal, maestro de festejos desde 1579 hasta su muerte en 1610: «Omitid la insurrección en su totalidad, y su causa, y comenzad con Tomás Moro en las sesiones del alcalde, informando del buen servicio que prestó siendo alguacil de Londres con ocasión de un motín contra los lombardos; solo un informe breve, y no de otra manera, bajo vuestra responsabilidad». El hecho de que las palabras de Tilney estén dirigidas a más de una persona indica que tal vez conociese la naturaleza colaborativa de la autoría del texto original, del que Munday pudo ser simplemente el transcriptor, o bien uno de los varios autores implicados. Por otro lado, los comentarios de Tilney solo aparecen referidos al texto original de Munday, y no en las partes escritas por los otros autores, indicando que estas fueron añadidas después de la censura de Tilney. Pero es posible que los otros dramaturgos (Shakespeare, Chettle, Dekker y Heywood) estuviesen implicados como coautores, y que las palabras de Tilney vayan dirigidas al grupo colectivo. No olvidemos que Tilney recibiría una versión final «en limpio» de la obra, transcrita por una sola mano, y no vería los esbozos anteriores en que apareciesen las distintas manos. En resumen, el hecho de que el texto original censurado por Tilney estuviese escrito por un escriba único, Anthony Munday, no demuestra que Munday fuese el único autor de la obra. De hecho, que Tilney se dirija a un colectivo puede muy bien significar lo contrario. Una interpretación más prosaica concluiría tal vez que Tilney se dirige a la compañía de teatro, y no solo al autor. Pero en cualquier caso, permanece el hecho de que la transcripción de Munday de la versión en limpio de la pieza no indica necesariamente que fuese el único autor del original. Siendo así, es posible que al menos algunos de los otros autores estuviesen implicados en la autoría del original, lo cual ayudaría a explicar su evidente empeño en evitar la censura de Tilney. Como partes interesadas en el original, querrían verlo aprobado para su escenificación y publicación […].
Como Chettle, Dekker y Heywood eran todos, en mayor o menor grado, anticatólicos, la posibilidad de que el autor de la pieza fuese Shakespeare cobra importancia. Un examen más detallado de la contribución indisputada de Shakespeare a la obra, la sección que está escrita de su propia mano, refleja su simpatía por Moro y la presencia palpitante de las lecciones que se podían aprender en su propia época del santo ejemplo del mártir. Las líneas atribuidas a Shakespeare reflejan los esfuerzos de Tomás Moro por razonar con una multitud rebelde empeñada en atacar a los inmigrantes recién llegados, considerados como una amenaza a la forma de vida de la población autóctona. Su consejo de caridad cristiana calma la tormenta de la rebelión. La multitud se apacigua y declara al unísono que él «dice la verdad» y que, como buenos cristianos que hacen eco de las palabras del Evangelio, deben «hacer a los demás como quisiéramos que los demás nos hagan a nosotros» […].
Teniendo en cuenta la evidente devoción que siente Shakespeare por Tomás Moro², no sería disparatado creer que escribió una obra de teatro sobre el mártir más famoso de la Reforma inglesa, cuyo martirio sirvió de arquetipo y antecedente de todos los mártires que le siguieron, incluyendo a unos cuantos que Shakespeare, por lo visto, conoció personalmente.
Si aceptamos a Shakespeare como autor principal de la pieza, aún nos queda la cuestión de su irregularidad. Tomás Moro, a pesar de todos sus méritos y sus destellos de brillantez, no tiene la misma calidad que otras piezas escritas por Shakespeare en la época en que fue presentada a Tilney, como por ejemplo Medida por medida y Bien está lo que bien acaba; y no tiene ni punto de comparación con las obras de pura brillantez como El rey Lear, Otelo y Macbeth, escritas pocos años más tarde. ¿No sería este, a fin de cuentas, simplemente el mayor argumento de peso contra la autoría de Shakespeare? Thomas Merriam, que ha pasado más tiempo que nadie estudiando las pruebas a favor de la implicación de Shakespeare en la obra, cree que fue escrita muchos años antes, por encargo tal vez de su patrono católico, el conde de Southampton, o posiblemente de la madre del conde, para su escenificación privada en casas católicas³. Esto es perfectamente posible, considerando la tradición de que compañías católicas trabajasen en las casas de la nobleza católica rebelde, y su fecha temprana explicaría sus fallos. Como nos recuerda Merriam, muchas de las obras tempranas de Shakespeare no son obras maestras, como por ejemplo la primera y la tercera parte de Enrique VI4. Si Merriam tiene razón, como parece desde luego posible, Shakespeare sabría que la pieza jamás pasaría la censura de Tilney para su escenificación o publicación durante el reinado de Isabel. Es posible que, en los días de alborozo y esperanza que siguieron a la muerte de la reina, desempolvara la vieja pieza con la ilusión de que había llegado el momento de pasarla por la censura, aprovechando el ambiente favorable del nuevo reinado. Al fin y al cabo, la madre de Jacobo, María Estuardo, había sido decapitada por orden de Isabel, igual que Tomás Moro lo había sido por orden de Enrique, padre de Isabel.
Shakespeare albergaría enormes esperanzas de que el nuevo régimen mirase con benevolencia su pieza teatral. Pero esas esperanzas se hundieron cuando una nueva ola de brutal persecución se abatió sobre los muy castigados católicos de Inglaterra. Shakespeare se desquitaría contra el nuevo rey en la subtrama alegórica de Macbeth, y menos evidentemente pero con la misma potencia en las otras obras oscuras, como Lear y Otelo, que reflejan la vuelta de la oscuridad a Inglaterra tras la falsa aurora de la muerte de Isabel. Pasarían otros cuatrocientos años hasta que, bajo el reinado de otra Isabel, se pusiera en escena por fin Tomás Moro. Cuando la Royal Shakespeare Company escenificó la pieza en el nuevo teatro Globe en el verano de 2004, Shakespeare y Moro se vieron por fin unidos en el arte, como siempre lo habían estado en la fe. El Bardo que, según las palabras memorables de Ben Jonson, «no es de una época, sino de todos los tiempos», pudo por fin rendir homenaje al santo que, como dice el título de la obra memorable de Robert Bolt, fue «un hombre para la eternidad». �
* Anthony Munday, Henry Chettle, William Shakespeare, Tomas Dekker, Thomas Heywood, Tomás Moro. Traducción castellana de Enrique García-Máiquez y Aurora Rice. Editorial Rialp, Madrid, 2012.
NOTAS
¹  Oscar James Campbell, ed., The Reader’s Encyclopedia of Shakespeare (New York: MJF Books, 1966, p. 799).
²  El libro recientemente publicado por Charles y Elaine Hallett, The Artistic Links Between William Shakespeare and Sir Thomas More (New York: Palgrave Macmillan, 2011), aporta más pruebas contundentes de que Shakespeare estaba bien versado en las obras de Moro y de que lo admiraba muchísimo.
³  Thomas Merriam, correspondencia con el autor, 11 de mayo de 2012.
4 Ibíd.  
Escritor y profesor de literatura de la Ave Maria University (Florida). Se han publicado versiones en español de varios de sus libros, entre ellos su biografía de G. K. Chesterton, “Sabiduría e inocencia”