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Trump afronta su desafío internacional más inmediato y también más importante sin una estrategia de política exterior y de seguridad definida e, improvisando, ha hecho de China la pieza central de su estrategia hacia Corea del Norte. Ejerce continuas presiones para que el presidente chino, Xi Jinping, logre que su aliado norcoreano frene su programa nuclear y de misiles utilizando medidas económicas y diplomáticas, y le ha conminado a hacerlo -dirigiéndose a él a través de Twitter- en estos términos: «Corea del Norte está buscando problemas. Si China quiere ayudarnos, estupendo. Si no, ¡resolveremos los problemas sin ellos». Por su parte, el líder norcoreano, Kim Jong-un, bien conocido por sus provocaciones y por tensar la cuerda hasta niveles irracionales, respondía a través del diario oficial del régimen: «Nuestro poderoso ejército revolucionario está vigilando cada movimiento de elementos enemigos, con nuestras miras nucleares puestas en las bases invasoras de Estados Unidos». Posteriormente, Trump, en un duro mensaje político y militar hacia Pionyang, afirmó que «todas las opciones están sobre la mesa», lo que implícitamente significa que todas sus fuerzas estratégicas, incluidas las nucleares, podrían ser utilizadas para realizar un ataque sobre Corea del Norte y que podría hacerlo en cualquier momento. También anunció un endurecimiento de las sanciones y el despliegue de un escudo antimisiles. El régimen norcoreano, con su más belicosa retórica, ha dicho que una guerra nuclear puede estallar en cualquier momento y que su país está listo para responder. También el secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, afirmaba que llevarían a cabo una acción militar preventiva si Corea del Norte «elevaba la amenaza a un nivel considerado inaceptable», aludiendo a la posibilidad de que desarrollen un misil balístico intercontinental ICBM, en sus siglas en inglés) capaz de alcanzar el territorio de Estados Unidos. Pero Kim Jong-un en la última parada militar, celebrada el 15 de abril, mostró su arsenal de misiles balísticos, incluidos prototipos de los ICBM que está dispuesto a conseguir, y en su discurso de Año Nuevo ya había anunciado que estaban ultimando el lanzamiento de un misil de largo alcance, a lo que Trump respondió por medio de un tuit: «¡No ocurrirá!». Unos días después de la parada militar realizó dos lanzamientos de prueba y ambos resultaron fallidos.

Y es que, además de los mensajes cruzados, también se han sucedido las acciones de provocación. Washington y Seúl han realizado ejercicios militares conjuntos donde simulaban destruir instalaciones clave de Corea del Norte con un ataque preventivo, y Estados Unidos atracó en el puerto surcoreano de Busan un submarino que transporta unos 150 misiles de crucero Tomahawk, con capacidad para llegar a territorio norcoreano. También ha desplegado en la zona un portaaviones, con su correspondiente flotilla, para realizar ejercicios navales con Corea del Sur y Japón. Por su parte, Kim Jong-un respondía con unos ejercicios militares en los que utilizaba fuego real y realizando pruebas de varios tipos de misiles. Mientras que Trump se reunía con el primer ministro japonés, Shinzo Abe, lanzó uno de alcance intermedio con capacidad para llegar a Japón, y el mismo día, a comienzos del mes de junio, en que el recién elegido presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, suspendía el despliegue del escudo antimisiles en su territorio, en una significativa ruptura con la política de Trump hacia Corea del Norte, decidía lanzar varios misiles de crucero desde su costa este.

Además de los mensajes cruzados, también se han sucedido las acciones de provocación

El programa nuclear y los misiles de Corea del Norte

Corea del Norte ha realizado hasta la fecha cinco explosiones nucleares subterráneas y las cinco han tenido lugar en este siglo: en 2006, 2009, 2013 y enero y septiembre de 2016. Hace diez años se especulaba sobre si la primera explosión era realmente nuclear o no, y se daba por seguro que estaba muy lejos de poder fabricar una cabeza nuclear que pudiera ser ensamblada en un misil. Actualmente el debate se centra en si ya ha alcanzado plenamente la capacidad termonuclear en cabezas para misiles de corto y medio alcance, y sobre el tiempo que tardará en tener operativo un ICBM que pueda llegar a detonar una carga nuclear en el territorio continental de Estados Unidos.

Cuando realizaron la cuarta prueba nuclear, aseguraron que habían detonado por primera vez una bomba de hidrógeno, una afirmación que fue acogida con gran escepticismo porque la magnitud del movimiento sísmico provocado —que es lo que denota la potencia de cada explosión— fue similar al detectado tras la prueba de 2013, insuficiente para una bomba H. El quinto ensayo nuclear fue algo más potente, pero tampoco lo suficiente como para tratarse de una bomba termonuclear. Fuentes surcoreanas calculan que la potencia oscilaría entre los 10 y 12 kilotones (las bombas de Hiroshima y Nagasaki fueron de 15 y 20 kilotones, respectivamente) por lo que creen que en realidad están detonando bombas nucleares clásicas reforzadas con algún isótopo de hidrógeno, pero que en puridad no se trata de explosiones termonucleares. Al margen de la potencia específica demostrada, el último test evidencia un enorme avance en su programa nuclear. Tampoco se ha podido determinar con exactitud el material que han utilizado, aunque lo más probable es que detonaran plutonio en los dos primeros ensayos y uranio altamente enriquecido en los tres últimos. Asimismo, se desconoce la cantidad de ojivas nucleares que poseen, aunque se estima que a finales de 2016 el número oscilaba entre trece y treinta. También existen estimaciones de que manufacturan entre tres y cinco por año, con lo que para 2020 podrían contar con entre veinticinco y cincuenta.

El régimen norcoreano ha dicho que una guerra nuclear puede estallar en cualquier momento

Enriquecer uranio al nivel necesario y detonar un explosivo nuclear supone un avance tecnológico muy importante, pero de nada sirve una ojiva nuclear que no pueda ser ensamblada en un misil. Lograrlo presenta un gran número de problemas técnicos, ya que ha de ser ligera, pequeña y de un material capaz de superar los rigores del lanzamiento y de la reentrada en la atmósfera. Los norcoreanos afirman que disponen de la tecnología necesaria para miniaturizar cabezas nucleares (si bien nunca lo han demostrado) y los servicios de inteligencia estadounidenses y surcoreanos, tras años de intentar separar propaganda y realidad, han llegado a la conclusión de que estarían en disposición de montar una cabeza nuclear lo suficientemente pequeña en misiles de corto y medio alcance, para llegar a Corea del Sur y Japón, pero que todavía no habrían logrado la tecnología necesaria para ensamblarlas en los ICBM, que al final de su trayectoria de vuelo han de reentrar en la atmósfera y soportar fuertes vibraciones y altas temperaturas por la fricción. Expertos militares aseguran que, si no se consigue frenar su desarrollo, para 2020 Kim Jong-un contará con dicha tecnología y supondrá una amenaza para la seguridad global mucho mayor que si verdaderamente hubiera conseguido una bomba termonuclear, pues esta aumenta la capacidad destructiva pero estratégicamente añade poco valor marginal.

Es por ello que, paralelamente a su programa nuclear, Corea del Norte ha de avanzar en el desarrollo de sus misiles, pues es necesario disponer de los vectores de lanzamiento adecuados para hacer detonar las cabezas nucleares en el lugar que se pretende. Desde principios de 2016 han probado unos cuarenta misiles de distinto tipo y alcance, pero hay dos programas de misiles en los que Pionyang está especialmente interesado: El prioritario es lograr un ICBM, un misil que solo poseen China, Estados Unidos, India y Rusia, cuyo alcance excede los 5.500 kilómetros y que les permitiría tener al alcance el territorio de Estados Unidos. Para lograrlo tendrán que realizar varios lanzamientos de prueba a lo largo de este año y quizá durante dos o tres años más. El otro es desarrollar un SLBM (Sea-Launched Ballistic Missile), un misil para ser lanzado desde un submarino, con el que podrían evadir los sistemas antimisiles, tener capacidad ofensiva lejos de sus fronteras y responder en caso de recibir un ataque. En agosto de 2016 lanzaron un misil desde un submarino que llegó a una distancia de unos 500 kilómetros y cayó en aguas de Japón, pero quedan años para que Corea del Norte pueda tener este sistema operativo porque han de modernizar su flota de submarinos. En la actualidad carecen de submarinos lo suficientemente avanzados y con la necesaria envergadura para realizar grandes trayectos sin ser detectados. Los que posee son copias del Romeo de la era soviética, que están anticuados, son ruidosos y tienen que salir con demasiada frecuencia a la superficie, por lo cual son fácilmente detectables.

Para lograrlo tendrán que realizar varios lanzamientos de prueba a lo largo de este año y quizá durante dos o tres años más

Los otros tipos de misiles balísticos que siguen desarrollando y probando son los Scud, de corto alcance, y los No-Dong, de alcance medio (entre los 1.200 y 1.500 kilómetros). En marzo de 2017 lanzaron cuatro de estos misiles en prueba y tres de ellos se desplazaron unos mil kilómetros hasta caer al mar, a 250 kilómetros de la costa de Japón, dentro de su zona económica exclusiva. Más irregulares están resultando las pruebas del misil de alcance intermedio denominado Musudan, con capacidad suficiente para llegar a las bases militares que Estados Unidos tiene desplegadas en el Pacífico, incluida la de Guam. Los servicios de inteligencia estiman que Corea del Norte tiene desplegados unos 600 misiles balísticos Scud de corto alcance, que pueden alcanzar el territorio de Corea del Sur; unos 200 misiles de alcance medio No-Dong, que pueden llegar hasta Japón; y poco más de cincuenta misiles de alcance intermedio Musudan y Taepo-Dong, capaces de recorrer 4.000 kilómetros. Pionyang siempre exagera al hablar de sus capacidades militares, pero lo cierto es que ha progresado a un ritmo alarmante y que continúa impulsando con especial celeridad en los últimos meses el desarrollo de sus misiles.

Los misiles son, además, la principal fuente de divisas de Corea del Norte y desde que la Unión Soviética colapsara, Pionyang se ha convertido en uno de los más activos exportadores de misiles balísticos, de sus componentes y de sus tecnologías. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha adoptado varias resoluciones imponiendo sanciones para disuadir a los potenciales compradores de misiles, o de tecnología de misiles, o de materiales para fabricarlos, o de cualquier otro tipo de armamento, y que todos los países se abstengan de realizar transacciones con Corea del Norte. Además, aplicando la PSI (Proliferation Security Initiative), se han bloqueado varios barcos norcoreanos que transportaban misiles. En diciembre de 2002 España y Estados Unidos interceptaron uno, en ruta hacia Yemen, que portaba quince misiles Scud. La PSI, aunque no ha logrado disuadir a todos los compradores, ha conseguido que los riesgos y los costes de tales adquisiciones se hayan incrementado notablemente. Para zafarse de estos bloqueos, Corea del Norte ha incrementado los envíos a través del transporte aéreo, ha utilizado intermediarios chinos y paquistaníes, y se ha dedicado a vender más licencias y a realizar más transferencias de tecnología, que son más difíciles de detectar. Se sabe con certeza que ha exportado cientos de misiles, principalmente del tipo Scud, armados con cabezas convencionales, a países como Egipto, Irán, Libia, Pakistán, Siria y Yemen, y lo que se teme es que el régimen norcoreano —tal como hace con los misiles— opte por realizar transacciones con la tecnología nuclear y comience a transferir bombas nucleares, material fisible, tecnología nuclear o conocimientos para su desarrollo a otros Estados o, lo que es más preocupante, a actores no estatales como organizaciones terroristas. Existen sospechas fundadas de que asistió secretamente a Siria en la construcción del reactor nuclear que Israel bombardeó en 2007 y de que ha vendido tecnología nuclear a Irán.

Evaluando las opciones

Kim Jong-un es consciente de cómo acabaron derrocados después de abandonar sus aspiraciones nucleares tanto el presidente de Libia, Muamar Gadafi, como el iraquí Sadam Husein y, por ello, la posibilidad de que renuncie voluntariamente a su armamento nuclear es tan remota que no puede considerarse una opción. Según un informe elaborado por el Pentágono en 2015, titulado Military and Security Developments involving Democratic People’s Republic of Korea, el objetivo estratégico supremo del régimen norcoreano, en un contexto en que los Estados vecinos aumentan su poder militar, económico y político, consiste en asegurar su supervivencia. Y el armamento nuclear es el garante de esa supervivencia.

Por otro lado, la política de sanciones no ha surtido el efecto deseado porque el régimen norcoreano las elude a través de la extensa y compleja red de tráfico ilegal que tiene establecida. Tampoco ha funcionado la denominada «paciencia estratégica» de Obama (a la que algunos irónicamente se han referido como «paciencia, sin estrategia») consistente en no sobreactuar cada vez que realizaban un nuevo ensayo nuclear o  probaban un misil más avanzado, pero sin proponer iniciativa alguna más allá de continuar con las sanciones e insistir en que antes de comenzar a negociar tenían que destruir su arsenal nuclear. Esta precondición solo ha servido para bloquear el que se pudieran iniciar unas negociaciones porque Kim Jong-un no va a renunciar a su armamento nuclear, que es su única baza para ser alguien en el mundo y para asegurar la supervivencia de su régimen. La solución tampoco pasa por imponer sanciones más duras y coercitivas, que lleguen a afectar incluso a los bancos de China que negocian con Pionyang, o por imponer un duro embargo que bloquee todos los puertos de Corea del Norte para paralizar sus finanzas, porque China no lo va a permitir. Xi Jinping sabe que si restringe o paraliza las exportaciones de alimentos y petróleo, o cesa de ayudar al régimen norcoreano, este podría colapsar. Corea del Norte se convertiría en un Estado fallido y millones de refugiados pedirían asilo en China. Además, una vez desaparecido el colchón norcoreano, las fuerzas armadas estadounidenses desplegadas en Corea del Sur quedarían a sus puertas. Así pues, confiar en que el régimen pueda llegar a colapsar reforzando las sanciones y los embargos es mostrarse demasiado optimista porque China se opondrá por su propio interés, a pesar de que las relaciones entre ambos países hayan sufrido un gran deterioro en los años de mandato de Kim Jong-un.

La opción de usar la fuerza militar contra Corea del Norte conlleva unos riesgos extremadamente altos porque Seúl, con su enorme población, podría resultar arrasada solamente con el armamento convencional. Un ataque preventivo para destruir las instalaciones nucleares y las bases de misiles tiene que afrontar severas dificultades operativas y no tiene garantizado que consiga eliminar o retrasar permanentemente el programa nuclear norcoreano. Además, provocaría una fuerte respuesta militar de Pionyang, que podría desembocar en una segunda guerra coreana e involucrar a China en la escalada del conflicto regional. Además, en el caso de que Corea del Norte lograra poner a salvo alguna bomba nuclear, millones de personas en Corea del Sur y en Japón, incluidos los soldados estadounidenses destinados en las bases militares de ambos países, correrían peligro. El uso de la fuerza, por tanto, no debería ser una opción, porque una confrontación militar causaría daños intolerables y una catástrofe en la región. La amenaza continua del uso de la fuerza tampoco lo es porque da credibilidad a Kim Jong-un cuando argumenta que necesita armas nucleares para no ser atacado y le permite acelerar su programa de armamento nuclear.

La opción de usar la fuerza militar contra Corea del Norte conlleva unos riesgos extremadamente altos

La mejor opción y la más viable es comenzar un proceso de negociaciones sin precondiciones onerosas. Es prioritario buscar un acuerdo para congelar las pruebas nucleares y de misiles de Corea del Norte y hacerlo antes de que llegue a desarrollar un ICBM o realice una sexta prueba nuclear. Para conseguirlo, Estados Unidos debería de comprometerse a no imponer nuevas sanciones y a dejar de realizar ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur así como otras acciones deliberadamente amenazadoras, tales como sobrevolar la península de Corea con aviones cargados con bombas nucleares. Si la moratoria funciona, el siguiente paso podría consistir en reducir paulatinamente la producción de uranio enriquecido y de plutonio, bajo la supervisión de inspectores internacionales, a cambio de que las sanciones se fueran reduciendo. Después habría que continuar negociando hasta llegar a desmantelar el programa de armamento nuclear norcoreano, algo que será difícil y puede no llegar a conseguirse.

Trump cuenta con un estrecho margen de maniobra para recalibrar su política hacia Pionyang y afrontar uno de los más serios retos a la seguridad global. Es por ello que recibe presiones, que van en aumento, para que inicie unas negociaciones que, sin duda, han de resultar muy complicadas, pero que son la mejor opción. De momento su respuesta ha sido que las negociaciones no van a ser inminentes y que ahora es tiempo de centrarse en ejercer más presiones económicas y diplomáticas sobre Corea del Norte, exigiendo a China que las lleve a efecto.

Sería más oportuno intentar negociar primero y luego, si la intransigencia de Kim Jong-un sabotea la diplomacia, presionar. El peligro que supone Corea del Norte, desde la amenaza directa a Corea del Sur y Japón, a la amenaza creciente a Estados Unidos, hasta la posibilidad de que llegue a transferir tecnología nuclear a grupos terroristas para conseguir divisas, no aconseja demorarlo más. Una fallida política que retrase aún más el inicio de las negociaciones, que es la alternativa más prometedora, solo conseguirá que Kim Jong-un se sienta menos vulnerable y, por tanto, mucho más peligroso.

Doctora en Ciencias Políticas (Relaciones Internacionales) por la UCM. Investigadora Senior de UNISCI