MILOSEVIC, que tiene ahora 58 años de edad, nació el 29 de agosto de 1941 en Pozarevac, una ciudad industrial en Serbia central. Su padre era un sacerdote ortodoxo, emigrado de Montenegro a Serbia, y su madre era maestra. Las biografías oficiales no mencionan apenas su juventud, pero las biografías no oficiales aseguran que sus padres se suicidaron.
Después de terminar sus estudios de Derecho en la Universidad de Belgrado en 1964, el joven ambicioso Milosevic se alistó a los 22 años en las filas de la organización de la juventud comunista. Poco a poco fue ascendiendo los escalones de una carrera en la industria. En 1969 era subdirector y en 1974, director de Technogas, desde donde ascendió en 1974 al puesto de director del banco Beobanka, uno de los mayores bancos estatales de Yugoslavia. En esta calidad vivió durante algún tiempo en Nueva York, donde se familiarizó con el mundo bancario americano. Beobanka fue, por cierto, uno de los bancos serbios que, cuando Yugoslavia estaba desintegrándose, rompió la disciplina monetaria emitiendo dinero de forma masiva sin preguntar a nadie, hasta el punto que el jefe del gobierno federal, Ante Markovic, se enteraba de las nuevas emisiones a través de la prensa diaria.
En 1984, Milosevic empezó de forma magistral un golpe contra Ivan Stambolic, su patrón personal y político, sucediéndole primero como jefe del Partido Comunista de Belgrado en 1984 y como jefe del partido de Serbia en 1987. La mayoría de los habitantes de la antigua Yugoslavia recuerdan todavía aquellas larguísimas sesiones del octavo pleno de la Liga de los Comunistas de Serbia, en septiembre de 1987, retransmitidas -contra la práctica habitual- por la televisión estatal, en el curso de las cuales Milosevic consiguió eliminar al equipo anterior. Con una táctica verdaderamente estalinista, echó del poder al jefe del partido de Belgrado, Dragisa Pavlovic. Su caída significó al mismo tiempo la caída de Iván Stambolic, que había sido su amigo y compañero de estudios.
Tito había muerto en 1980 y la desaparición de su fuerza integradora abrió paso al nacionalismo en todas las repúblicas de la cada vez más débil República Federal.
Socialista de Yugoslavia, Milosevic empezó a utilizar consecuentemente estos sentimientos. Hace ahora doce años que Milosevic -cuando era todavía simplemente secretario de la organización del Partido Comunista de Belgrado- se puso al frente del ultranacionalismo serbio frente a una manifestación de serbios en Kosovo Polje, un suburbio de Prishtina. Fue allí donde pronunció en junio de 1987 su famosa promesa: «Nadie os pegará». Entonces, en el balcón de la Casa de Cultura de Kosovo Polje, al lado de Milosevic estaba todavía Azem Vlasi, el jefe de la Liga de los Comunistas en Kosovo, un albanés que Milosevic más tarde metería en la cárcel.
EL DESPERTAR DEL PUEBLO
Milosevic se convirtió entonces en un líder populista. Con gran habilidad consiguió convertir a los obreros en huelga que desfilaban por las calles de Belgrado en octubre de 1988, diciéndoles: «Destruiremos la contrarrevolución en Kosovo y cambiaremos la Constitución serbia». Al poco rato, los obreros empezaron a gritar: «¡Serbia!, ¡Serbia!, ¡Serbia!», y regresaron pacíficamente a sus fábricas. Casi todas las semanas había manifestaciones públicas, que la prensa oficial calificaba de «el despertar del pueblo». Fue en aquella época cuando Milosevic empezó a enviar «activistas» a las provincias y demás repúblicas que provocaron la caída de los antiguos equipos. El 23 de marzo de 1989 Milosevic hizo aprobar una nueva Constitución para Serbia, que -violando la Constitución federal- privó a la provincia de su capacidad de intervenir en los asuntos de la Federación. Y fue en aquel momento, cuando el actual Presidente de Eslovenia, Milan Kucan, comentaba a este corresponsal: «Mañana nos tocará a nosotros, de manera que, antes de que esto suceda, nos vamos de Yugoslavia».
Desde entonces los serbios suelen hablar de su líder utilizando el nombre familiar «Slobo». La concepción que reina actualmente entre los intelectuales serbios es que la creación de una Yugoslavia federada por los comunistas que ganaron la guerra fue una conspiración del Komintern y de sus agentes yugoslavos contra el pueblo serbio.
Esta afirmación se basa en el hecho de que el Komintern apoyó en los años treinta la idea de una federación balcánica. Esta teoría fue presentada de forma autoritaria por vez primera en septiembre de 1986 en un memorándum de la Academia Serbia de Ciencias y Bellas Artes (aunque el memorándum era conocido desde antes, fue publicado en 1989 por la revista Duga). Los autores del texto se quejan de la constante relegación de los serbios bajo el régimen del croata-esloveno Tito, pero pasan totalmente por alto el gran papel que desempeñaron los serbios en Bosnia y en la Krajina croata durante el régimen comunista, especialmente en el ejército. Las cuotas de políticos y funcionarios que las seis repúblicas y las dos provincias autónomas podían enviar a los órganos federales eran casi siempre llenadas con serbios. El hombre a quien Tito había hecho responsable de la seguridad interior era Aleksandar Rankovic, un serbio. Es cierto que fue él quien inmediatamente después de la guerra destruyó a los cetniks (nacionalistas serbios que lucharon contra los partisanos durante la guerra) y a la burguesía de Belgrado, pero la caída de Rankovic en 1966 (había puesto micrófonos incluso en el dormitorio de Tito y su esposa Jovanka) fue considerada en Serbia como «un golpe contra Serbia». Por lo demás la política de opresión comunista no se dirigió sólo contra la burguesía y el campesinado serbio, sino contra la potencial oposición en las demás repúblicas.
A pesar de ello, los autores del memorándum partían de la base de que, después de la Segunda Guerra Mundial, el pueblo serbio en Yugoslavia había sido relegado «sistemática e intencionadamente» por la «política revanchista» de una «coalición antiserbia» dentro del Partido Comunista. Aquella coalición estaba formada por croatas y eslovenos y se había manifestado en la cooperación de Tito con el ideólogo esloveno Kardelj («teoría de la autogestión del trabajo asociado»).
Aquella política de discriminación se basaba en el eslogan de que «una Serbia débil significa una Yugoslavia fuerte» y llegó hasta el punto -dice el memorándum- de que la «nación serbia no tuvo derecho a disponer de su propio Estado». Esta afirmación del memorándum se basaba en el hecho de que, en 1974, Tito había promulgado una nueva Constitución federal que daba una gran autonomía a dos provincias serbias Voivodina y Kosovo, y en la afirmación falsa de que «partes del pueblo serbio, que es muy numeroso en otras repúblicas, a diferencia de las minorías nacionales, no podían ni tan sólo utilizar su escritura y su lengua, no podían organizarse culturalmente ni desarrollar una cultura unitaria de todos los serbios».
LA CONSTITUCIÓN DE 1974 Y EL MEMORÁNDUM
El gran mal fue, para los autores del memorándum, la mencionada Constitución de 1974, que dividía Serbia «en tres partes» y que condujo al «genocidio de los serbios en Kosovo». Esta afirmación del memorándum implicaba una crítica a los serbios de fuera de la Serbia interior, especialmente de la Voivodina. Con su «desinformación», aquellos serbios se habían hecho «corresponsables» de que quedaran problemas sin resolver.
La crítica iba dirigida especialmente a los «asentados antiguos» que habían apoyado la autonomía de su provincia. Especialmente molestó a los autores del memorándum que las provincias fueran declaradas «elementos constitutivos» de la Federación. El catálogo de quejas del memorándum era muy hábil, porque hacía suyas las críticas de los comunistas reformados contra el régimen. Con la tesis de que el sistema comunista se había «burocratizado», el memorándum puso en manos de Milosevic un argumento para iniciar su campaña por el poder como una «revolución antiburocrática». Hasta el fin del memorándum los autores no declaran sus verdaderas intenciones, que intentaban bagatelizar, escribiendo que Serbia no se opuso en 1945 a una Constitución federal, pero que deberían oponerse a la Constitución de 1974, porque aquella Constitución no era «federal», sino «confederal».
La verdadera intención de los autores del memorándum se pone de manifiesto cuando se propugna la celebración de un «referéndum de todo el pueblo serbio» sin tener en cuenta las fronteras y los derechos soberanos de las demás repúblicas. Para la mentalidad occidental es algo difícil de entender la terminología de los autores del texto, pero la intención era clara: los serbios tenían que ser «soberanos» no tan sólo en su propia república sino en las demás repúblicas, donde no eran mayoría.
Uno de los principales autores del memorándum -cuyo texto original nunca fue publicado por la Academia y cuyos autores afirmaron luego que se trataba sólo de un «borrador»- fue el escritor Antonje Isakovic, junto con el profesor Mihajlo Markovic, un representante del grupo neomarxista Praxis que, incomprensiblemente, había sido considerado «liberal» en Occidente. La parte económica del memorándum corrió a cargo del profesor Kosta Mihajlovic. Y fuera de discusión está la participación del escritor Dobrica Cosic, que más tarde sería Presidente de la Federación.
El memorándum es fundamental para conocer la ideología y mentalidad de Milosevic. Si los famosos mediadores internacionales se hubieran tomado la molestia de estudiarlo con atención, seguramente las cosas hubieran ido por otros canales. En mayo de 1989, Milosevic fue elegido Presidente de Serbia, cargo en el que sería confirmado más tarde en elecciones directas. En junio de 1990, fue nombrado como nuevo presidente del Partido Socialista de Serbia (SPS), que era la reconversión del antiguo Partido Comunista. Ya entonces -cuando Occidente estaba contemplando atónito los primeros síntomas de que el bloque soviético iba a derrumbarse- enarboló Milosevic la mágica palabra de guerra. «Serbia se encuentra frente a nuevas batallas, no armadas, si bien no hay que excluirlas», dijo el 28 de junio de 1989. A fines de 1990 proclamó en público otra de las palabras mágicas: «Todos los serbios deben estar dentro del mismo Estado».
UN MENSAJE: EL MUNDO CONTRA SERBIA
Las tres guerras que se han registrado en la ex-Yugoslavia desde entonces eran por lo tanto inevitables. En diciembre de 1992 -en plena guerra en Bosnia- fue reelegido presidente de Serbia. Como tal, impuso la supremacía de Serbia en la Federación. Al principio intentó llevar a cabo este proyecto político apoyándose en los elementos yugoslavistas del aparato estatal, especialmente en el Ejército. Más tarde, los yugoslavistas fueron sustituidos por los panserbios.
Desde entonces, la posición de Serbia no ha cambiado. Los dos principales principios de esta política son: primero, Serbia está allí donde hay serbios y, segundo, los serbios no pueden ser degradados en ninguna parte a la categoría de una simple minoría. Todo ello ha costado un cuarto de millón de vidas y alrededor de dos millones y medio de personas sin casa.
Milosevic utilizó todos los recursos y triquiñuelas para permanecer en el poder. Cuando la Constitución serbia (que él mismo había redactado) le impidió presentarse por segunda vez a las elecciones presidenciales de Serbia, Milosevic cambió simplemente de despacho y se hizo elegir Presidente de la nueva Federación de Yugoslavia, después de haber convertido esta función, que antes era puramente representativa, en una posición de poder ilimitado. Desde entonces reside en el lujoso Palacio Blanco que antes había utilizado el Presidente Tito.
Su ambición de poder no conoce límites. Así, por ejemplo, no tuvo ningún escrúpulo en llamar a los tanques del Ejército para disolver en marzo de 1991 las manifestaciones de protestas en las calles de Belgrado. A fines de 1996 y 1997, consiguió superar las manifestaciones de protesta en diversas ciudades del país, que duraron varios meses, saliendo de ellas más fuerte que antes. El más conocido líder de aquellas manifestaciones era el ex periodista Vuk Draskovic, al que la policía de Milosevic había apaleado y detenido, y que sólo fue liberado de la cárcel cuando la esposa de Mitterrand acudió personalmente a Belgrado para implorar clemencia. Pero Milosevic, después de haber sido humillado por Felipe González (que, en nombre de la OSCE, le obligó a anular un pucherazo electoral en las elecciones municipales), logró con mucha habilidad desunir a la oposición.
En el conflicto actual de Kosovo, lo mismo que en las guerras en Eslovénia, Croacia y Bosnia, su mensaje ha sido siempre el mismo: el mundo se ha unido contra Serbia y Serbia tiene que resistir.
Durante todo este tiempo, la situación económica de Yugoslavia y de Serbia, la mayor de las dos repúblicas que componen lo que ha quedado de la antigua Yugoslavia, se ha agravado de forma continuada. No han sido tan sólo las sanciones lo que ha perjudicado la economía yugoslava, sino el hecho de que Serbia no ha iniciado la transición del antiguo sistema comunista a la economía de mercado. Una buena parte de las fábricas están cerradas y el presupuesto del Estado es empleado para financiar tanto las fuerzas especiales de la policía como el ejército.
Incluso los que se oponen ahora a Milosevic en Serbia no ven ninguna alternativa para sustituirle.
Forzando los acontecimientos en Kosovo, Milosevic sabía que existían las amenazas potenciales de la OTAN. Es muy posible que durante meses Milosevic estuviera convencido de que la OTAN no iba atacar y de que su única tarea era la de digerir los strong messages y los let me be clear de los políticos atlánticos. Milosevic sabe perfectamente lo impopular que es para todos los países democráticos que forman la Alianza Atlántica una guerra en tierra extraña. Ahora, cuando la amenaza se ha hecho realidad, ha seguido su táctica habitual: sacar el mejor provecho de ella y presentarla como la prueba irrefutable de que existe una conspiración mundial contra su pueblo.
Estando cada vez más aislado dentro y fuera del país, se supone que su consejero más importante es su esposa Mira Markovic, una intelectual marxista, cuyas invectivas contra Occidente aparecen con frecuencia en la prensa controlada por el poder. Tienen dos hijos: Marija, que dirige una emisora de radio y televisión (destruida por los aviones de la OTAN) y Marko (a quien la televisión serbia suele enfundarle un traje de militar de camuflaje para demostrar que se ha unido a la lucha contra el imperialismo de la OTAN). Marko es propietario de una discoteca y es un fanático de coches veloces. Recientemente su nombre apareció en la prensa, debido a que pegó a un periodista que había escrito sobre el nacimiento de un hijo natural suyo. Un hermano de Milosevic está al frente de la embajada más importante de Yugoslavia: la de Moscú.
PODER, POPULISMO Y DESLEALTAD
Uno de los biógrafos críticos de Milosevic, Slavoljub Djukic, escribe que el Presidente yugoslavo «es un típico técnico del poder y maestro consumado en conseguir convertir las numerosas derrotas serbias en victorias y en atraerse el fervor popular». Durante los años que trabajó para Beobanka, yendo y viniendo de Belgrado a Nueva York, aprendió todos los trucos que emplea ahora en las negociaciones.
El líder de la oposición, el ex neomarxista Zoran Djindjic, está convencido de que para Milosevic, en el momento actual, «el objetivo prioritario no es Kosovo, ni Serbia, sino únicamente mantener el poder». Djindjic ha llegado a declarar en Munich que, si Milosevic cede, únicamente lo hará en nombre de la paz y «mantendrá con ello la hostilidad de la población con respecto a Occidente».
Una de las características más llamativas de Milosevic es su deslealtad. Toda su carrera política está sembrada de los cadáveres políticos de sus ex aliados.
El primero de ellos fue Iván Stambolic. Uno de los que más le ayudó durante todo el proceso de desintegración de Yugoslavia había sido Borisav Jovic, una especie de Carrero Blanco de Milosevic en la Presidencia colectiva de la Federación. Jovic fue uno de los políticos más importantes en el momento de llevar a cabo las maniobras encaminadas a evitar un auténtico diálogo entre las seis repúblicas de la Federación, cuando de hecho el gobierno federal de Ante Markovic había sido despojado de casi todas sus competencias soberanas. Después de que el antipático Jovic hubiera llevado a cabo su cometido, desapareció de la cumbre.
Más tarde ha escrito un libro extraordinariamente comprometedor para Milosevic.
De la misma forma desapareció de escena una de las figuras más estrambóticas de la tercera Yugoslavia (la primera fue la monarquía de entregue rras, la segunda el régimen comunista de Tito y la tercera el torso que le quedó a Milosevic después de la separación de Eslovénia, Croacia, Bosnia y Macedónia), el ex primer ministro yugoslavo, Milán Panic, un ex corredor de bicicletas que había emigrado a los Estados Unidos, donde se hizo millonario. Milosevic le puso al frente del nuevo gobierno federal, de donde le eliminó en el momento en que Panic intentó llevar a cabo una política propia. Los diplomáticos recuerdan cómo Milosevic le cortó la palabra en plena conferencia de Londres.
De la misma forma se deshizo de Dobrica Cosic, intelectual y uno de los principales autores del mencionado Memorándum de la Academia de Ciencias, al que puso por poco tiempo al frente de la Federación yugoslava.
Una de las separaciones más espectaculares fue la del líder serbio de Bosnia, Radovan Karadzic, a quien Milosevic apoyó desde el momento en que estaba claro que Bosnia-Hercegovina -de acuerdo con el arbitraje elaborado por la entonces Comunidad Europea- iba a declararse independiente. Antes, Milosevic había dejado en la estacada a los dirigentes serbios de los territorios ocupados de Croacia: cuando el nuevo ejército croata reconquistó en 1995 Eslavonía occidental y la Krajina, Milosevic no movió ni un dedo. Tampoco lo hizo cuando la aviación de la OTAN bombardeó las posiciones serbias en Bosnia, bombardeo que hizo posible las negociaciones de paz de Dayton.
En aquellas fechas, Milosevic obligó a Radovan Karadzic a darle poderes para firmar en nombre de los serbios de Bosnia el acuerdo de paz.
Cuando Panic (como jefe del gobierno federal) y Cosic (como Presidente de la Federación) empezaron a estorbarle, se deshizo de ellos y acudió al jefe de los radicales, Vojislav Seselj, del que se volvió a separar cuando le convino (y con cuyo partido gobierna ahora de nuevo).
También se separó sin ningún tipo de contemplaciones del economista Dragoslav Avramovic, que había sido gobernador del Banco Nacional y que en 1994 detuvo la inflación con una política de «moneda escasa». Más tarde, en septiembre de 1997, Avramovic se presentaría como candidato de la oposición «Zajedno» en las elecciones para la Dieta de Serbia.
La última destitución, la de Vok Draskovic, pudimos seguirla hace no tanto en los medios de comunicación.
El número de generales y altos funcionarios de seguridad que ha consumido Milosevic es incontable. Desde el principio, supo que tenía que apoyarse en dos columnas del poder: las fuerzas armadas (y en especial, las fuerzas especiales de la policía) y el control de los medios de comunicación social. Esta política ha sido llevada a cabo de forma consecuente.
LAS FUERZAS ESPECIALES Y EL CONTROL DE LOS MEDIOS
Las fuerzas especiales se han convertido en un segundo ejército de Serbia que dispone de todo tipo de armamento pesado y equipo sofisticado. Sus miembros están tan bien entrenados como pagados: sus salarios y los del ejército son pagados a costa de la inflación. En 1994, un nuevo dinar valía un marco alemán: ahora, con un marco alemán pueden comprarse en el mercado negro (del que se benefician los bancos estatales) más de diez dinares.
El control progresivo de la prensa ha desembocado en la nueva ley serbia de información, con la cual hizo cerrar en abril la última importante emisora de Radio B 92 y el resto de prensa independiente. La televisión es el gran instrumento del que se sirve para instrumentalizar en su favor el sentimiento de frustración que tiene la población. Tenía razón el mediador español en Bosnia, Carlos Westendorp, cuando no hace mucho recomendaba a los políticos occidentales que dejaran de «peregrinar» al despacho de Milosevic. Porque los responsables de la propaganda serbia saben utilizar estas entrevistas de forma magistral: es lógico que un serbio normal piense que Belgrado se ha convertido en el ombligo del mundo, cuando día tras día ve cómo en las pantallas de la televisión aparecen, uno tras otro, los ministros de Asuntos Exteriores de los principales países del mundo en el despacho de un Milosevic distendido, sonriente y seguro de sí mismo.
Este corresponsal ha hecho repetidas veces la misma experiencia. Si en una conversación con un serbio de la calle se plantea la actual crisis de Yugoslavia, lo más normal es que dicha persona intente sondear el punto de vista del interlocutor sobre Kosovo. En este caso el interlocutor, que ha pasado semanas y semanas en Kosovo, no tiene apenas tiempo para describir lo que está sucediendo allí, porque es interrumpido por una avalancha de argumentos patrióticos y pseudopatrióticos que esta persona ha oído en la televisión. Pero, si uno desvía la conversación, y contesta diciendo que lo más preocupante para él es la actual crisis en la economía del país, el interlocutor asiente inmediatamente. Y si, con una cierta habilidad, uno menciona -por ejemplo- la palabra «mafia», la criminalidad organizada, o el «disco», los coches de carreras y las novias de Milosevic júnior, aparece la otra cara de la moneda y Slobo ya deja de ser Slobo.
Los serbios -y Milosevic- han sido siempre muy capaces de llevar a cabo una excelente política de propaganda y desinformación. Esta es la razón por la que los corresponsales radicados en Viena (la escuela de Viena, como solían calificarnos los funcionarios que trataban con nosotros) eran mirados con desconfianza en Belgrado durante el régimen comunista: sabían que no estábamos sometidos al permanente bombardeo de información y des información de los medios diarios y, por lo tanto, menos dóciles.
Y esto es lo que están haciendo en el momento actual. Sólo un ejemplo: alguien ha puesto en Internet una página serbia de «Kosovo y Metohia». En ella aparece un cuadro estadístico sobre la población de Kosovo. Según éste, actualmente viven en Kosovo 1.378.980 habitantes, de los cuales sólo 917.000 son albaneses y 221.000 serbios. Si este corresponsal no dispusiera del último censo de 1991 elaborado por la Oficina de Estadística de la antigua Yugoslavia, creería en los milagros.
Según dicho censo, en 1991, en Kosovo vivían 1.954.747 personas, de las cuales 1.607.690 eran albanesas y 195.302, serbias.
Aparte de que este «genocidio estadístico» podría servir como orientación para adivinar cuáles son los objetivos que persigue la actual represión de las fuerzas serbias en Kosovo, la frescura de sus autores permite maniobras políticas. Así, por ejemplo, el sonriente Milán Milutinovic (presidente de la República de Serbia) podía citar tranquilamente estas cifras mientras se paseaba por las calles de Rambouillet rodeado de micrófonos de toda la prensa internacional: ¿quién va por Rambouillet con un voluminoso libro del Instituto de Estadística yugoslavo en la mano? Y, cuando uno ha consultado el censo, las declaraciones de Milutinovic han dado ya la vuelta al mundo.
UN HOMBRE QUE SE ADAPTA A CUALQUIER SITUACIÓN
Milosevic es un tipo muy especial, del que se conocen pocos amigos. Pero es muy inteligente, habla bien inglés y sabe adaptarse inmediatamente a las nuevas situaciones y a la técnica moderna. Holbrooke menciona con admiración la capacidad de Milosevic de sentarse, con un vaso de whisky en la mano, frente a un ordenador del ejército americano durante la conferencia de Dayton, para ver cómo se dibujaba, con la ayuda de un programa especial de cartografía, el trazado de una nueva carretera que debería unir el enclave musulmán de Gorazde con la capital de Bosnia-Hercegovina. Sabe quién es fuerte y quién es débil: en marzo, por ejemplo, no tuvo inconveniente en tratar hasta el límite de la descortesía al ministro de Asuntos Exteriores noruego, Vollbaek, que había acudido a verle en nombre de la OSCE. Pero sabía que no puede hacer lo mismo con el mediador americano Richard Holbrooke, porque sabía que Holbrooke se pondría a su altura.
Una de las tácticas habituales de Milosevic es la de conseguir saltarse los acuerdos hechos, creando nuevas situaciones. Por ejemplo: se acuerda poner un límite al número de fuerzas armadas serbias en Kosovo, para lo cual sería preciso retirar bastantes unidades serbias. Inicialmente se retiran las unidades, después de haber dejado el armamento escondido o almacenado sobre el terreno, pero más tarde los mismos soldados empiezan a regresar vestidos de civil. La noticia se publica y nadie reacciona. A los pocos días, empiezan a llegar más tropas en uniforme y con nuevo equipo.
Después de muchas idas y venidas, los mediadores internacionales consiguen reiniciar el diálogo con los responsables serbios. El resultado es que las nuevas negociaciones ya no versan sobre el cumplimiento del acuerdo inicial, sino sobre la forma de buscar una solución de compromiso a la nueva situación creada por nuevas fuerzas armadas, que se añade a un nivel de fuerzas que, de entrada, estaba ya por encima del nivel acordado.