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Ver productosEl autor confirma su maestría como memorialista narrando su peripecia personal y la de la España reciente con un estilo emocionante y poético

11 de noviembre de 2025 - 12min.
Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953). Escritor, traductor, poeta y editor. Autor de más de treinta novelas y ensayos, como Los amigos del crimen perfecto (Premio Nadal) y Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), y de los veinte tomos de diarios del Salón de los pasos perdidos.
Avance
Andrés Trapiello ratifica su maestría como memorialista con Próspero viento, que repasa su trayectoria biográfica, sus recuerdos de infancia y juventud y sus avatares políticos y literarios, con el telón de fondo de la historia de España de la segunda mitad del siglo XX y principios del actual. El encargo que dio origen al libro tenía como objetivo combatir la supuesta «hegemonía cultural de la izquierda», y el autor denuncia en sus páginas la «extrema intolerancia» de aquella por las ideas que no comparte. Y aunque no es un político de partido, más allá de su fugaz aventura en UPyD, sí es un «hombre público» —en el sentido griego— que se ha visto obligado a alzar la voz e intervenir en determinados debates.
Pero basta leer el volumen en su conjunto para reparar en que trasciende esos motivos al ofrecer un brillante ejercicio literario narrando su propia trayectoria. La «barojiana» lucha por la vida en Madrid, las empresas culturales que acometió con las editoriales Trieste y La Veleta, el magisterio de su mentor Ramón Gaya, el referente de Ferlosio o las cuitas literarias de Las armas y las letras, la investigación dedicada a los escritores de la Guerra Civil. Los pasajes más emocionantes son los que tienen que ver con los recuerdos de su familia y particularmente de su padre, que le echó de casa porque guardaba bajo la cama ejemplares de la revista Mundo Obrero. O aquellos en los que evoca colores, sabores y olores de la infancia.
Omnipresente está la sombra de la Guerra Civil, como refleja el autor en los fragmentos dedicados a la batalla de Teruel, en la que participó su padre como soldado, durante la Nochebuena de 1937. Cuarenta años después, muerto Franco, los supervivientes de ambos bandos decidieron «poner fin a la guerra con una reconciliación sincera y esperanzadora». Esa apuesta dio origen al Régimen del 78, que, con sus luces y sombras, Trapiello elogia en lo que vale; y que ahora está siendo cuestionado por ambos extremos del arco parlamentario y por quienes se empeñan en resucitar el fantasma guerracivilista con las leyes de Memoria Histórica o Memoria Democrática. El autor parafrasea a Nietzsche: «Un exceso de memoria daña la vida»; y advierte que «la mayor delicadeza» no es reparar a unas víctimas agraviando a otras. «Al contrario. Así es como se debilita la democracia».
El resultado es un libro muy sugestivo que se asoma al devenir de la España contemporánea, de sus heridas y sus esperanzas, a través del mirador personal del autor, con sensibilidad, inteligencia y un estilo literario emocionante y poético.
Poeta, novelista, ensayista, articulista, renombrado diarista con más de veinte tomos del Salón de pasos perdidos a sus espaldas, Andrés Trapiello se ha revelado como un consumado memorialista en La Fuente del Encanto (2021), en el que hacía un recorrido por su trayectoria poética, y en varios pasajes de su Madrid (2020), donde recordaba su llegada y primeros pasos en la capital de España.
Ahora ratifica plenamente esa veta memorialista en Próspero viento (2025), donde hace un repaso de su trayectoria biográfica al hilo de los acontecimientos políticos que van desde finales de los años setenta del siglo XX hasta nuestros días, sin olvidar la historia de su familia y el pasado —siempre, por desgracia, presente— de la sangrienta Guerra Civil y la durísima posguerra, que parece haber condicionado y seguir condicionando las lecturas sobre la historia de España y sobre la cultura, la literatura y el arte españoles contemporáneos.

Andrés Trapiello no es un político, y mucho menos un político de partido (aunque en 2015 se presentara como candidato al Senado en las listas de UPyD), pero sí es un «hombre público» —en el sentido griego— que se ha visto impelido a participar en determinados debates y acontecimientos patrios de cariz netamente político. Sus dos discursos ante las muchedumbres en las plazas de Colón y de Cibeles venían mermados por el grito afónico y quebradizo de quien no está hecho para arengar a las masas, con la ayuda equívoca y metálica del micrófono o el megáfono, sino para comunicarse por escrito y en voz baja con sus lectores.
El primero fue en una manifestación contra los indultos que quería conceder el presidente del Gobierno a los separatistas catalanes, ya condenados por el Tribunal Supremo por sedición y malversación, y el segundo contra la amnistía que se pretendía regalar a los mismos. También recuerda Trapiello una «media» ocasión previa en la que, en una plaza de Cáceres, se manifestó contra el referéndum ilegal que quería perpetrar el presidente de la Generalitat de Cataluña.
Con esos precedentes y con el modelo de sus columnas políticas de los últimos años en El Mundo, el encargo de la editorial que dio origen a este libro tenía como objetivo combatir o desacreditar la supuesta «hegemonía cultural de la izquierda». En la llamada batalla cultural que se ha venido fraguando y disputando encarnizadamente en la última década, uno de los puntos centrales de discusión es el de la tan traída y llevada «superioridad moral de la izquierda».
Como resume Andrés Trapiello en el prólogo: «De eso se trata aquí: de aquellos que han inmolado (y seguirían haciéndolo si se les dejara) a millones de seres humanos en el altar sacrificial de “la razón progresista”. Nunca el progreso ha sido más reaccionario ni la izquierda tan ciega. Y de cómo la superioridad moral precisa en primer término acabar con la libertad, dictando normas políticas y culturales que les aseguren su supremacía. Sin hegemonía no hay tal superioridad» (p. 19). Para, a continuación, unas páginas más adelante, denunciar a esa «izquierda de extrema intolerancia por las ideas que no comparte y de supremo desprecio por las existencias pequeñoburguesas, tan complaciente, sin embargo, consigo misma hasta olvidar que allí donde sus ideas han llegado al poder, solo causaron devastación, terror y miseria».
Pero pronto se da uno cuenta de que este libro es mucho más que un texto de intervención política en una supuesta batalla cultural, lo que no sería más que su motivo circunstancial. Próspero viento está lleno de pasajes inolvidables, llenos de vida y poesía, en los que Trapiello recuerda su infancia y juventud en León y Palencia, sus primeras incursiones en la capital de España o sus desventuras políticas en Valladolid: «Podría resumirse esa primera etapa de mi vida así: a mis nueve años había querido ser eremita, a los doce legionario y a los catorce, poeta […]. A partir de los diecisiete, la política y la prosa (o la lucha por la vida, dicho barojianamente)».
Quizá los pasajes más emocionantes, que se quedan más profundamente adheridos a la mente del lector, son los que tienen que ver con los recuerdos de su familia, sobre todo de su padre, que le echó de casa tras descubrirse que guardaba bajo la cama unos ejemplares de Mundo Obrero. El juego de las siete y media con cinco de sus amigos muertos en las trincheras, la persecución religiosa durante el final de la República (esa procesión del Corpus abierta pistola en mano y en la que unos y otros se miraban ferozmente, «entre la tradición y el progreso, entre la religión y el ateísmo, entre lo blanco y lo negro», preludio muy cierto de la inminente guerra), los recuerdos del hospicio viejo de León del que era capellán su tío cura («amontonados en una sala, los gigantes y cabezudos que desfilaban en las fiestas» y que le daban «un aire aún más fantasmagórico y espeluznante a los ojos de un niño», las habitaciones que olían al tabaco que fumaba su tío, «un olor punzante a vinagrillo, y también a polvo de siglos, a la lejía con la que habían fregoteado las gastadas tarimas de madera y a coles hervidas», «el olor universal de la miseria»), los efluvios de la tienda de ultramarinos que regentaba la familia en León («La mezcla de los olores que desprendían aquellos bastimentos era grata y única, prueba de que podían armonizarse mundos distantes entre sí; tenía un poco de todo, el olor a azúcar de los licores y destilados y la fragancia de los jabones, el del áspero esparto y el aroma desplegado del café, el de las manzanas reineta y el de una estufilla de petróleo de lenguaje persuasivo y humilde»), etc.
Todo lo que Trapiello va narrando con ese estilo preciso, que invade de imágenes y experiencias nuestra imaginación y de colores, olores o sabores nuestros sentidos, queda retenido en la memoria del lector con la fuerza de las películas clásicas o los cuadros impresionistas o las obras maestras de la literatura.
Mención especial merecen los dos artículos —de 1998 y de 2001— en los que recuerda a su padre en la batalla de Teruel, aquella Nochebuena helada del 37 en que los combatientes de ambos bandos se dieron unas horas de tregua en las trincheras, imágenes que una y otra vez volverían al recuerdo de su padre, que todas las Navidades lo rememoraba de nuevo: «Era una nevada que nos alcanzaba a cada uno de nosotros y una soledad que hacía que valorásemos el que estuviéramos todos juntos celebrando la Navidad. […] No hablaba de los miles de muertos que hubo por uno y otro lado, ni de lo absurdo de aquella batalla por una vieja ciudad levítica de 13.000 almas, […] solo contaban sus nítidos recuerdos de dolor y alegría, y si acaso, tal o cual amigo, casi siempre paisano suyo. Se acordaba de lo que les dieron de cenar aquella noche, un poco de turrón, un puñado de uvas pasas, seis peladillas por hombre y una botella de coñac para cada dos. […] Combatientes de uno y otro bando abrigados con sus capotes demacrados, con la mirada febril de los condenados a muerte. La mayoría, con los dedos crispados y arrecidos por el frío, ni siquiera podían hacer uso del fusil. […] Le quedaban los pequeños detalles, que jamás olvidó, la nieve en las trincheras, la luna sobre los campos fríos de Teruel, la fantasmagórica ciudad, cercana y a lo lejos, sus tristes alpargatas, el trozo de turrón, y todas las otras nochebuenas que sobrevivió para hacernos entrega de esta historia, como imagen de lo mejor de sí mismo, su propia bondad y lealtad al mismo tiempo, y diríase además que lo hizo durante todos estos años para poder dar fe de una guerra que también a él, pese a haberla ganado, le destrozó sin saberlo. Para siempre» (pp. 57-59).
Todo este tipo de imágenes y de recuerdos, tan vívidos, relatados con ese estilo magnífico, cadencioso, sutilmente poético, nos hacen palpar y sentir, aunque sea por unos instantes, el horror más cruel y duro de la guerra.
Los tres años de la Guerra Civil fueron más determinantes para los españoles, según Andrés Trapiello, que las cuatro décadas de dictadura: «Recién terminada la Guerra Civil, solo quedó el dolor, un agudo desgarro en unos y otros. Pese a él la gente aprendió a rehacer su vida. Del bando que fueran. En general sin mucha queja, en silencio. […] Poco a poco ese dolor de la guerra fue dando paso a otros sentimientos. El país mejoraba, el Régimen abría algo la mano y la mayoría pasó del luto riguroso al alivio. […] Nuestros padres y abuelos, a quienes la guerra marcó tanto, decidieron en la Transición, muerto Franco, poner fin a la guerra con una reconciliación sincera y esperanzadora» (pp. 37-38).
Lo que los supervivientes de la contienda se dijeron cuarenta años después, en 1978, es «Basta de guerra civil», dando origen al tan repudiado por algunos —de ambos extremos del arco parlamentario— Régimen del 78: «Lo hicieron con seriedad y un respeto mutuo que pasó a la letra impresa con el nombre de Constitución. Y por supuesto que unos y otros decidieron olvidar. Eran conscientes de que muchas de las injusticias que habían cometido y sufrido unos y otros en el pasado eran ya irreparables, pero también de que “un exceso de memoria daña la vida», que decía Nietzsche» (p. 64).
Al hilo del prólogo de Manuel Chaves Nogales a su libro A sangre y fuego, recuerda Trapiello que la primera víctima de una guerra es la verdad y que «el principal enemigo de la verdad es la ficción, principalmente esa de recordar por otros o de recordar lo que nunca ha sucedido», en referencia a las leyes de Memoria Histórica o Memoria Democrática promulgadas desde el Gobierno. «Naturalmente que ha de repararse a las víctimas, pero la mayor delicadeza no es reparar a unas agraviando a otras, no es recordar lo que no ha sucedido o solo una parte en nombre de la reparación y de la democracia. Al contrario. Así es como se debilita la democracia» (p. 65).
Trapiello considera que, por desgracia, más de ochenta años después, «la Guerra Civil ha vuelto a la política española encendida por los socialistas Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez, con el único propósito de dividir a los españoles y ganarla en nombre de sus padres y abuelos, ya muertos» (p. 66).
El repaso de la vida de Andrés Trapiello, al hilo de los acontecimientos políticos, que se va desgranando en el resto del libro, daría para muchas páginas más de glosa pormenorizada: la lucha por la vida en Madrid, las aventuras editoriales en Trieste y La Veleta, el magisterio de Ramón Gaya, el referente de Ferlosio, las cuitas literarias de Las armas y las letras, el caso Gil de Biedma, etc. Es la trayectoria biográfica desplegada (siempre unida a la literatura), las memorias conscientes y ponderadas, si bien con el telón de fondo de las variaciones políticas.
En cierto modo, da igual el contenido de los libros de encargo que le puedan hacer los editores a Trapiello, pues él sabe hacerlos suyos y la calidad del resultado está asegurada de antemano. Tiene lo más importante: la sensibilidad, la inteligencia, la experiencia, los conocimientos y, sobre todo, el estilo, un estilo literario —emocionante, poético— que nunca falla. Solo pedimos que los editores tengan el buen tino de ofrecer ideas adecuadas.
Nos atrevemos a darles desde aquí algunas ideas: su visión del arte contemporáneo desde los principios y exigencias estéticas de Ramón Gaya y Juan Ramón Jiménez; el arte de descubrir papeles y libros antiguos en las librerías de viejo o entre los cachivaches del Rastro (junto a su inseparable amigo Juan Manuel Bonet), con la consiguiente emoción que producen y la justicia poética de rescatar joyas del pasado ya olvidadas; el impacto de las ciudades visitadas por España y los viajes por Europa, Asia y sobre todo la otra ribera de las Españas más allá del Atlántico; los secretos de la edición bien cuidada y con valor estético; y un Libro de los amigos, siguiendo la línea del de Ramón Otero Pedrayo, por ejemplo.
Esperamos todos esos libros posibles como un regalo de la mejor escritura que se puede leer hoy en España, la que está realizando Andrés Trapiello.
Imagen de cabecera: El escritor Andrés Trapiello. El archivo de Wikimedia Commons se puede consultar aquí.