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Lo primero que cabe advertir es que, muy probablemente, el título de esta obra confunda a todos aquellos que no traspasen su portada. En primer lugar porque su autor, lejos de constatar el fracaso del liberalismo, más bien acredita su inmenso éxito, aunque anuncie su próximo colapso. Una desigualdad creciente, el agotamiento de los recursos naturales y unos gobiernos tecnocráticos que dan la espalda a los intereses de la mayoría serían los causantes de ese futuro fracaso. Por otro lado, porque el liberalismo en la concepción de Deneen abarca todo el pensamiento político y todas las opciones partidarias nacidas del racionalismo y la Ilustración; de derecha a izquierda todo es liberalismo una vez derrotados el comunismo y el fascismo.

Editorial Rialp, Madrid, 2018, 256 págs.

Deneen caricaturiza así los fundamentos ideológicos del liberalismo clásico para respaldar sus tesis, lo que sin duda debilita su fuerza argumental. Montesquieu, Stuart Mill, Mises, Hayek o Berlin apenas existen para él, mientras que juicios parciales de algunos otros son sobredimensionados en beneficio de sus argumentos. A partir de este particular punto de vista, muy próximo a las raíces ideológicas de un cierto neoconservadurismo norteamericano, este profesor de ciencia política de la Universidad de Notre Dame articula su obra. En su opinión, las opciones políticas actuales parecen dejarnos escoger qué mecanismo debe preservar nuestra libertad y nuestra seguridad, pero, en realidad, nos colocan ante una falsa opción: los riesgos asociados a un individualismo descarnado reclaman la aparición de un Estado protector y, al mismo tiempo, un estatismo creciente propicia un individualismo reactivo. Mercado y Estado se necesitan, «ambos crecen constante y necesariamente dándose apoyo mutuo». Las libertades que el liberalismo nació para proteger —afirma Deneen— se ven ampliamente comprometidas por la expansión de la actividad gubernamental en todos los aspectos de la vida y, mientras, unos mercados globalizados generan legiones de perdedores a los que el auxilio material del Estado no puede consolar.

La crisis del liberalismo también alcanza a la economía, la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología. Tanto el liberalismo clásico como el progresista, ambos fundidos en la concepción del autor, están sucumbiendo ante un capitalismo corporativo incontrolable, un sistema educativo cada vez más elitista, un populismo mediático que rezuma «anticultura» y unas tecnologías que limitan la libertad individual abriendo paso a unas nuevas formas de totalitarismo. No cabe ya la vuelta al pasado, «el liberalismo no ha tenido compasión al vaciar unas reservas materiales y morales que es incapaz de restituir» y, por eso, «la única vía para la liberación de las fuerzas inexorables e ingobernables que el liberalismo impone es la liberación frente al propio liberalismo».

Aunque pueda sonar original, la crítica de Deneen no se aleja mucho de las que se pudieron escuchar en las primeras décadas del siglo XX, más intensamente a partir de la crisis económica de 1929. Crecieron entonces las fuerzas políticas totalitarias, pero también surgieron muchas voces nostálgicas que añoraban una idílica sociedad preindustrial plena de hermosos valores tradicionales. El liberalismo que Deneen combate «tiene en su núcleo un rechazo a todas las fuentes de la personalidad que no han sido elegidas por el individuo, como la tradición, la costumbre, la religión, la comunidad o la familia». De este modo el autor, que expresamente rechaza cualquier forma de nacionalismo populista de corte autoritario —que considera la más probable herencia del liberalismo—, se sitúa próximo a un cierto comunitarismo de orientación cristiana.

Tras doscientas páginas de ampulosas críticas, Deneen nos desconcierta con un final netamente moderado; para quien haya asumido sus argumentos a lo largo de la lectura, serán sin duda frustrantes sus conclusiones. Porque, en su opinión final, es justo reconocer los logros del liberalismo y «el deseo de retornar a una era preliberal debe ser desechado». «En vez de intentar una ideología de reemplazo hemos de enfocarnos en desarrollar prácticas que fomenten nuevas formas de cultura, una economía doméstica y la vida de la polis. Del caladero de esta experiencia y esta práctica podría emerger por fin una nueva teoría política y una nueva sociedad».

Lejos del profundo pesimismo que Deneen transpira, el mundo es hoy más libre, próspero y pacífico de lo que nunca fue,

Para un lector europeo queda claro el fuerte aroma local de esta obra. Solo a partir del contexto político norteamericano, de su concreto modelo capitalista y del peso de su derecha más conservadora es posible encuadrar su contenido. Porque, lejos del profundo pesimismo que Deneen transpira, el mundo es hoy más libre, próspero y pacífico de lo que nunca fue, aunque la mayor parte de su población resida en países que poco o nada tienen que ver con el liberalismo. Con todos sus límites, la economía de mercado se ha ido abriendo paso como la fórmula más eficaz para la creación y el reparto de la riqueza, al tiempo que las democracias —más o menos imperfectas— tienden a generalizarse como forma básica de legitimación del ejercicio del poder. La defensa de la libertad individual, el respeto de los derechos humanos y la garantía de la igualdad siguen siendo tareas pendientes en la mayor parte de ellas.

Si nos ceñimos a las democracias occidentales, el enfoque de Deneen encierra un peligro para la política práctica. Para reforzar los lazos «que nos unen a la familia, nuestro lugar de origen, la comunidad, la religión y la cultura», como él reclama, no parece necesario alterar nuestros esquemas constitucionales, sino más bien acertar en la transmisión de valores profundos a las futuras generaciones. La libertad individual de la que disfrutamos nos ampara para libremente reforzar nuestros vínculos más cercanos, así como para prescindir de modos de vida que no queramos compartir (cómo hacen los amish, que tanto llaman la atención de Deneen).

Pero lo cierto es que conservadores y liberales — en el sentido europeo del término— han trabajado juntos durante las últimas décadas para articular mayorías sociales capaces de contrapesar el empuje de las fuerzas políticas de la izquierda, y minusvalorar sus logros, sin duda parciales, invitará a muchos a prescindir de dicha colaboración y, de este modo, facilitarán el paso a su alternativa. 

Abogado. Inspector de Hacienda del Estado, interventor y auditor del Estado. Ha sido secretario de Estado de Organización Territorial, portavoz de Ciencia y Tecnología y presidente de la Comisión de Hacienda en el Congreso. En la actualidad es miembro del patronato de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES).