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América Latina (en inglés «Latin America») es el nombre, generalmente aceptado hoy en todo el mundo, para designar el conjunto de países que cubren casi las dos terceras partes de lo que se llamó el Nuevo Continente, desde el Río Grande en el norte hasta la Tierra de Fuego en el extremo meridional, y las islas mayores del Caribe que son también Estados independientes. Su vasto territorio es más del doble del europeo (sin Rusia) y sus habitantes superan los cuatrocientos millones. Esas veinte naciones constituyen una cierta unidad histórica y cultural, pero también de intereses y de mentalidad.


La denominación América Latina tiene algo menos de siglo y medio, y cuando se inventó, no gustó a casi nadie. Ni a las gentes de allí ni a los intelectuales, historiadores y políticos de las naciones europeas, desde las que se habían colonizado aquellas tierras y se habían implantado en ellas los grandes principios e instrumentos culturales y sociales de las veinte repúblicas en que se organizaron su población y su territorio. A los europeos, colonizadores o emigrantes, deben esas naciones su lengua, su religión, su civilización y su historia.


Parece que la expresión «América Latina» se acuñó en francés a principios del último decenio de Napoleón III. En 1861 la empleaba el geógrafo y economista Chevalier, en la que quizá fue la primera mención del nuevo nombre. Por entonces, las potencias europeas con directos intereses atlánticos —Francia, Inglaterra y España— pactaron una alianza, que fue de corta duración, para una intervención armada en México. La Francia de Napoleón III mostró especial empeño en tomar posiciones en el continente americano (quizá para rivalizar con los Estados Unidos), e hizo posible, con su ayuda militar, la pronto frustrada entronización de Maximiliano de Habsburgo, el infortunado hermano de Francisco José, como emperador de México. Todo aquello fue de corta y sangrienta duración. Pero ese clima de interés por los asuntos americanos que se formó en París debió ser el ambiente en que se empezó a denominar «Amérique Latine» a todo lo que en aquel continente existía al sur de los Estados Unidos.


El nombre se fue extendiendo lentamente, como una mancha de aceite: primero en la propia Francia, después en el resto del continente europeo, en los Estados Unidos y, finalmente, en todo el orbe. En España suscitó una viva oposición entre intelectuales, historiadores y escritores de diversos signos ideológicos y políticos. «Para un español, un mexicano o un chileno… en una visión amplia son sentidos como hispanoamericanos, como más allegados a él que ninguna otra gente fuera de España. De ahí que para un español el término latinoamericano sea artificial», escribía en 1954 Américo Castro. Menéndez Pidal también rechazaba esa palabra. Unamuno en 1920, oponiéndose a que se hablara de razas con referencia a América, criticaba la Fiesta de la Raza, aunque quizá no estaba tan mal hablar de ella, decía, «entre otras cosas para que rabien… los que han inventado eso de América latina, como si se hablara allí el latín». Maeztu y Madariaga se mostraban contrarios a la utilización del término, o más bien del concepto, fuera en forma de nombre o de adjetivo.


A principios del XIX los hispanoamericanos, es decir, los «latinoamericanos» de habla y soberanía hispana, eran considerados aquí tan de la casa como los peninsulares. La Constitución gaditana de 1812 llama ciudadanos españoles por igual a los de «los dos hemisferios». Y actualmente hay convenios de doble nacionalidad del Estado español con varios de los países hispanos del otro hemisferio.


Hoy «América Latina» y «latinoamericano» son palabras que no suenan mal en los oídos españoles de las distintas familias espirituales e ideológicas. En casi todas las naciones de allí la lengua es la misma de nuestra península; la litératura es común, las artes plásticas, la música, el folclore mismo, son considerados aquí cosa nuestra, igual que lo de España allí.


Quizá la creación de estos términos en francés y en uno de los frecuentes momentos de arrogancia de nuestros vecinos del norte, tuvo lugar con el ánimo de apuntarse ellos, los antiguos «francogalos», aunque fuera a la cola, a la gran historia de la «translatio» de la cultura europea a un continente mucho mayor que el nuestro. Pero esas antiguas reservas españolas no tienen vigencia en la época actual. «América Latina» no debe ser considerada como una denominación impropia, sino como una afirmación histórica de presente y de futuro.


La América latina comparte el continente, sin solución de continuidad territorial con la del Norte, con los Estados Unidos y Canadá. Pero es un «universo» cultural, humano e histórico diferente. Uno a uno los veinte países que la componen podrían ir cayendo en una condición social y económica ancilar ante el gigante del norte: «uno a uno como los granos de esa Granada», que cuenta la tradición dijo Fernando el Católico en su larga y lenta guerra de conquista del último bastión musulmán de la península ibérica. Juntos o asociados, sin necesidad de estar revueltos, son, al menos potencialmente, tan fuertes por sus recursos naturales y humanos como sus vecinos anglosajones. Desde el punto de vista humano su cultura en la edad moderna no ha conocido el racismo, seguramente porhaberse formado en una Weltanschauung predominantemente cristiana y católica, para la que todos los hombres son sustancialmente iguales sin distinción de raza, de color o de clase.


Pero hay otra condición compartida por los países y las gentes de América Latina que encierra la semilla de una positiva esperanza para el futuro: su cercanía espiritual y humana a Europa, y muy especialmente por razones históricas y de todo orden, a España y también a Portugal. Las gentes de los Estados Unidos y las de Europa, muy en particular las españolas, por muy atlantistas que algunos europeos e hispanos queramos ser, están lejos unas de otras. Los latinoamericanos y nosotros estamos más cerca y nos entendemos enseguida: no sólo por la lengua que nos es común, sino por la mentalidad.


Reintegrada España en los últimos decenios al pelotón de cabeza cultural, social y económico de las naciones del mundo, está nuestro país en excelentes condiciones de emprender y desarrollar, en colaboración o entendimiento con los latinoamericanos, un sinnúmero de jointventures en los más diversos campos de la economía —finanzas, infraestructuras, energía, industria, etc.— y de la cultura: educación, ciencia, edición, arte, audiovisuales, informática, telecomunicaciones y otras muchas de esas técnicas o actividades que se inventan casi cada día.


Hay tres circunstancias que invitan a españoles y latinoamericanos a hacer cosas juntos. La comunidad de lengua, en primer lugar, pero también el hecho de que España hoy es un país desarrollado social y económicamente, precisamente a unos niveles asequibles para naciones como las hispanoamericanas y con experiencia del reciente ascenso en la escala de la modernización y del progreso. La tercera Circunstancia es que en los últimos años empresarios y promotores españoles han trabajado y trabajan bien y con tan buenos logros como augurios en ese mundo latinoamericano que para nosotros es tan entrañablemente próximo.

Fundador de Nueva Revista