La irrupción de Podemos amenaza con alterar el “statu quo” político español. Con la opinión de cuatro expertos, analizamos su ideología y lo que los partidos pueden aprender de su éxito. El “comité de sabios” está formado por:
Valentí Puig, firma habitual en medios nacionales –de ABC a La Vanguardia o El País-, es escritor, ensayista político y columnista de largo recorrido y consolidado prestigio.
Ramón González Férriz, editor de la edición española de Letras Libres, y autor del muy alabado volumen La revolución divertida (Debate).
Daniel Capó, crítico de libros y columnista de Prensa Ibérica (Diario de Mallorca), labores en las que presta singular atención a las corrientes de fondo en la política y los movimientos sociales.
Rafael Rubio, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Complutense y reputado asesor de comunicación, experto en redes.
Al menos hasta ahora, los españoles siempre han manifestado unos ciertos instintos de moderación a la hora de votar. El auge de Podemos, ¿puede volver a activar esos correajes, o estamos abocados –por esta y otras causas, del desgaste de las instituciones al debate territorial- a un cierto cambio institucional? ¿Puede un reencendido socialdemócrata por parte del PSOE ser la mejor respuesta a Podemos?
VALENTÍ PUIG. No vayamos a encargar los funerales del bipartidismo antes de hora. Llegarán sin duda, si la política sigue sin ideas, intelectualmente inocua o, por decirlo en términos anglosajones, entregada a la «policy» sin reforzarla con el hacer política. Cierto que Podemos es un producto fulminante, pero si la respuesta es adecuada, pudiera ir caducando a un cierto ritmo. De todos modos, eso va dejando un poso de infantilismo ideológico llevado a extremos rupturistas. En fin, no hay que olvidar que Podemos se nutre el chavismo.
La psicosis de cambio ineludible y unívoco responde a mecanismos pre-adolescentes. Cambiar por cambiar y no definir lo que se quiere cambiar y ver hasta qué punto eso es hacedero. Significativamente, hablamos del aniversario del muro de Berlín sin abandonar el culto a las ideologías y a las utopías. A mi entender, centro-derecha y centro-izquierda debieran mantener su eje central, pero diversificando intelectualmente lo que hoy es pragmatismo abusivamente prosaico. Pensar el mundo, pensar la sociedad, pensar la política. También hay una imaginación política.
Podemos tal vez sea una manifestación del malestar a la española, según hemos visto que ha pasado en tantos países en las últimas europeas. Ese voto del malestar, ¿no implica, en la percepción del votante, una reducción de las posibilidades de la política? ¿Tiene algo de puro acto de fe? ¿Hay una minusvaloración de los riesgos a la hora de votar a un partido poco institucional, con un mensaje de radicalismo novedoso en nuestra política?
RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ. Sin duda, es una manifestación de malestar que se está produciendo, de maneras muy dispares, en todo Occidente: no solo en Europa, sino también en Estados Unidos. Creo que por lo general -pensemos en el Tea Party, en el Frente Nacional, en el Movimento 5 Stelle, y también en Podemos y tantos otros- se trata de movimientos que expresan recelo y desprecio hacia la élite; se sienten engañados por ella y quieren echarla y sustituirla por algo que identifican como el «pueblo», «los trabajadores honestos», «la gente de la calle». Las élites, y singularmente una parte de la española, no han sido particularmente admirables en estos últimos tiempos, por lo que es lógico que este mensaje sea muy atractivo. Y por supuesto tiene algo de llamada a la fe -toda forma de poder apela a la fe, pero estos partidos lo hacen de una forma particular: «si la política la hacemos los buenos, todo irá bien, y nosotros somos los buenos y ellos, todos ellos, los malos».
Por supuesto, no basta con ser moralmente bueno para que todo vaya bien: la política y la economía actuales requieren una gran cantidad de conocimientos muy especializados que sólo pueden entender y encauzar gente experimentada y técnica, sea buena o mala. Pero esta visión estrictamente moral de la política y los grandes asuntos es, de nuevo, muy atractiva. Y sí, lamina nuestra concepción de la política como un espacio de negociaciones, concesiones, pactos. ¿Por qué iban los buenos a negociar con los malos? Dicho esto: en democracia se debe asumir como normal la aparición de nuevas formaciones cuando las viejas resultan poco eficientes o directamente algo peor. Y aunque no celebro ni mucho menos la llegada de Podemos, creo que habría sido un poco iluso pensar que con un 50 por ciento de paro juvenil y un 25 de paro general no se iba a mover el sistema de partidos. Además, creo que la democracia española es suficientemente fuerte como para hacer, por medio de las instituciones y las necesidades electorales, que un partido como este se modere si quiere tener relevancia. Aunque reconozco que mientras tanto el estropicio que puede provocar, sobre todo fragmentando aún más a la izquierda, puede ser notable.
Podemos tiene un innegable cariz populista y, al mismo tiempo, es un partido de profesores, de intelectuales, de ideólogos. ¿Qué cabe esperar de esta combinación?
DANIEL CAPÓ. Sin voluntad de polemizar, primero habría que calibrar hasta qué punto el recorrido de Podemos puede ser tan extenso como las encuestas auguran. Permítame que mantenga alguna reserva. ¿No es acaso el éxito de Europa en la segunda mitad del siglo XX un ejemplo evidente de las bondades de la desdramatización en la política frente a los efectos perversos de la teatralización de los conflictos? Después de treinta años de democracia, ¿no cuenta ya la sociedad española con un instinto suficiente de ponderación? Hasta donde yo sé, ningún partido ha llegado al gobierno de España sin establecer un pacto previo con ese espacio difuso de la centralidad. Y, de hecho, quien ha roto con esos valores de moderación y de equilibrio ha sido derrotado en las urnas muy rápidamente.
Sobre su pregunta en concreto, yo creo que Josep Pla tendría algo que decirnos. Para él, la ideología constituye la metafísica de la política, el punto de ligazón entre el populismo, la utopía y la irrealidad. Hay una forma concebir la política – no necesariamente de inspiración conservadora – que se asienta en las vetas de prudencia y que aspira a la racionalidad de lo posible. Hay otra concepción de la política, enfrentada a la anterior, que nace de la ideología y que pretende ceñir la realidad al idealismo de un pensamiento inmaculado. La primera hace de la equidistancia, la libertad, el respeto a las leyes, las instituciones, los principios y la representación parlamentaria un credo virtuoso sobre el que edificar una sociedad imperfecta que, a partir de la prueba y el error, aspira a su continua mejora. La segunda, en cambio, construye una ficción que cree posible un nuevo inicio, desligado de la crudeza de la historia y de sus servidumbres. Como todas las ficciones, debe contar con elementos de verdad para resultar creíble. Y éste, sin duda, también es el caso.
Yo no me atrevería a afirmar, con Revel, que la ideología son las anteojeras de la mentira, pero sí que existe un vínculo estable entre la ideología y el populismo. Se alimentan la una de la otra, del mismo modo que necesitan establecer un relato maniqueo que divida el mundo y a la sociedad entre buenos y malos. Algo que me inquieta profundamente. Quizás más que una ideología, lo que necesitemos en estos momentos sea profesionalidad técnica para desatascar problemas evidentes en nuestra arquitectura institucional, voluntad reformista y generosidad transversal. Esto es, un horizonte de realismo más que una peligrosa dialéctica ideológica.
Podemos parece tener algo de “laboratorio”: lo vemos en su uso de las redes, de los medios, en su escenografía… En todo caso, ¿qué pueden aprender de ellos los partidos tradicionales?
RAFA RUBIO. No sé si los partidos tradicionales tienen que aprender a hacer diferente, o aprender a ser distintos. Lo que puedo decir es lo que yo he aprendido de Podemos (quizás los partidos tradicionales también puedan hacerlo):
1. Cambiar el debate público lleva tiempo y esfuerzo. La perseverancia y la convicción, es quizás uno de los principales lecciones. Podemos ha conseguido convertir ideas y símbolos que hasta hace poco se veían con condescendencia en auténtico mainstream, y no lo han hecho de repente. Son muchos años de ideas, intentos, fracasos constantes y miles de actividades con escasa repercusión, indispensables para entender el éxito y la atención que ahora generan.
2. Trabajo, mucho trabajo: preparación de hasta el más mínimo detalle, convencidos que no hay actos pequeños, intervenciones secundarias y que hoy todo puede ser prime time, independientemente del horario o el canal.
3. La importancia de un posicionamiento claro y bien construido, coherente, continuo, y la importancia de no abandonar ese mensaje por grande que sea la tentación de agradar a determinados públicos, de obtener éxitos momentáneos…
4. El no despegarse de la realidad para resultar siempre creíble y entender que la confianza de su público es el valor político más necesario para su éxito. Poner el marco, establecer el eje, y contemplar cómo todos los demás se apuntan a tu campo de juego.
5. El romper con lo ideólogico, sus valores innegociables, para mantener y defender su ideología. Centrar la atención en el proceso cuando el proceso se convierte en el tema principal y entender lo demás como secundario.
6. El hacer sentirse importantes a sus seguidores, partes del proyecto, y no simples espectadores. En los actos de Podemos, los asistentes son mucho más que asistentes, notan que se sienten parte de algo más grande.
7. Generar grupos de acción, con interés comunes temáticos y locales, manteniéndolos continuamente movilizados y no dejar de alimentarlos, con contenidos atractivos, directos, movilizantes…. haciéndoles sentirse ya acompañados, parte de la “mayoría”.
8. Entender las redes en su justa medida, y no despreciar el papel de los medios de comunicación. Entender el impacto de las redes en el mundo real, más allá de las modas tecnológicas y las veleidades tecnocráticas. Entender cómo es posible ir de las calles a las redes y de las redes a la calle, como dos planos de la misma realidad. Y utilizar la tecnología de manera inteligente, sin miedo a experimentar, a innovar, incluso a equivocarse y fallar.