La obra para piano de Joaquín Rodrigo no es tan conocida como su obra orquestal, pero constituye un capítulo muy importante en su producción, no solo por su cantidad sino por su calidad. Posee el sello personalísimo de su autor y un gran interés desde un punto de vista pianístico, pues ha enriquecido el repertorio español para este instrumento.
En este disco, grabado originalmente en 1960 y reeditado ahora en compacto, destacan varios aspectos. En primer lugar, es importante la propia grabación de las obras de Rodrigo para piano, muy escasamente registradas. En segundo lugar, que sea el propio compositor el que interpreta estas piezas, que por ser suyas conoce y sabe desentrañar mejor que nadie. En tercer lugar, es obligado mencionai la gran categoría de su interpretación, que pone de manifiesto el virtuosismo de que es capaz, dada la enorme dificultad que tienen algunas de estas partituras.
Las piezas recogidas en este disco son las más relevantes de su producción pianística, y fueron escritas entre 1926 y 1954. En ellas se nos muestra al Rodrigo más característico, esto es, una música de cierta influencia francesa, pero enraizada en el folklore español y con pinceladas de música antigua española. Su ambientación es, ante todo, pintoresca y su españolismo está fundamentado en el color y el melodismo fácil y agradable, muy cercano al espíritu clásico del siglo XVIII. Se trata una música muy personal que representa un caso aislado en el período artístico en que ha sido desarrollada, pues en cierto modo significa una vuelta al pasado más nacionalista. Aunque Rodrigo se permite algunas osadías politonales, no puede decirse que haya asimilado las nuevas corrientes estéticas de nuestro siglo. Sin embargo, este neoclasicismo no constituye un impedimento para crear piezas de gran belleza y hondo significado.
Al igual que le ocurre a su música vocal, esto es, las canciones acompañadas al piano, o a las numerosas partituras para guitarra sola, la música para piano de Rodrigo es un marco perfecto para su personal forma de componer, que huye de las grandes sonoridades y contrastes. Su lenguaje puede calificarse de cercano a la miniatura, pues recrea los giros melódicos más españoles con detalles preciosistas y coloristas.
Sin duda alguna, el Preludio al Gallo Mañanero (1926) es su obra más destacada, tanto por su gran virtuosismo como por el trabajo pianístico que representa. En contraste con esa algarabía del gallinero, otra de las piezas más logradas de Rodrigo, la Sonata de Adiós (1935), homenaje a Paul Dukas con motivo de su muerte, representa el polo opuesto de su estilo. En un tono melancólico, expresa la honda emoción sentida ante la desaparición del que fuera su maestro. Las Cinco Sonatas de Castilla a modo de pregón (1951) también son un ejemplo de su estilo personal. Una de las más bellas es la cuarta, recogida en este disco y subtitulada Sonata como un Tiento, que se aproxima a los «tientos de falsas» o de disonancias del Renacimiento español.
Junto a ellas también puede disfrutarse, tocada a cuatro manos con su mujer Victoria Kamhi, la Gran Marcha de los Subsecretarios (1941), un divertimento irónico dedicado a Antonio Tovar y Jesús Rubio, que tenían estos cargos ministeriales. Dentro del ambiente más españolista, no hay que olvidar las Cuatro danzas de España (1936), A l’ombre de Torre Bermeja (1945) y Vendedor de chanquetes, de las Estampas de Andalucía (1950).
No son pocos los que creen que la mejor música de Joaquín Rodrigo se encuentra en estas obras para piano.