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George Steiner (1929-2020). Profesor universitario especializado en literatura comparada, es uno de los ensayistas más influyentes del siglo XX. Premio Príncipe de Asturias (2001).

Adam Zagajewski (1945-2021). Poeta, novelista y ensayista polaco. Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017.

Jacqueline de Romilly (1913-2010). Helenista, traductora, ensayista y académica especialmente conocida por sus estudios sobre la Antigua Grecia, a la que dedicó numerosos títulos.


VV. AA.: Nuestras palabras: educación, mundo clásico y democracia. Ladera Norte, 2023

Una nueva editorial apuesta por las palabras que importan: Nuestras palabras: educación, mundo clásico y democracia. Ese es el título de uno de los primeros libros editados por Ladera Norte que reúne conferencias de George Steiner, Adam Zagajewski y Jacqueline de Romilly pronunciadas en el Nexus Instituut de Rob Riemen. El filósofo escribe el prólogo y cuenta en él la epifanía que le llevó a dedicar su vida a la defensa de los valores occidentales a través del instituto que dirige en la actualidad. Fue gracias al violoncelista János Starker, que, en su último encuentro, le exhortó a «enarbolar la bandera». ¿Qué bandera? La de la república de las letras. La de las preguntas fundamentales de la humanidad. La de los valores espirituales y morales. La de un patrimonio espiritual cosmopolita que ofrece a cada ser humano la posibilidad de cultivar su alma gracias a una formación filosófica y artística, las letras y las humanidades. Si esa bandera es de un país, en ese país están las tres personas que participan en el libro.

Abre el libro George Steiner con una reflexión sobre la universidad en la que carga contra la deriva utilitaria del saber universitario y promueve una encendida defensa de la  educación inútil, porque «lo inútil es la forma más alta de la actividad humana […]. Sabemos muy poco de cómo lo inútil se convierte en indispensable. Pero así sucede».

El volumen continúa con Adam Zagajewski, que escribe acerca del significado y el valor de las humanidades en la búsqueda de la libertad. Bien los conoce un escritor que nació en la antigua Unión Soviética, en el seno de una familia liberal polaca, en la multicultural ciudad de Leópolis que hoy es Ucrania, que hoy está en guerra.

Por último, Jacqueline de Romilly, la gran humanista francesa se dirige, en su conferencia, a cualquier ministro o responsable de cultura para resaltar la importancia del latín y el griego en la formación de los jóvenes, de todos ellos: «Quiero que el latín y el griego sean enseñados a médicos, abogados, empresarios, a todos los que van a ser buenos europeos».


Rob Riemen cuenta en la introducción de Nuestras palabras. Educación, mundo clásico y democracia (Ladera Norte, 2023) cómo le llegó la inspiración, la epifanía, que le llevó a dedicar su vida a la defensa de los valores occidentales a través del Nexus Instituut de Amsterdam, que fundó en 1994 y dirige en la actualidad.

Todo empezó por su relación con János Starker, un violonchelista judío procedente de Hungría y superviviente del Holocausto. Tras la Segunda Guerra Mundial, Starker emigró a Estados Unidos y se estableció en Indiana, en cuya universidad daría clases de música. Pero su intención última iba más allá de la música. En realidad, utilizaba la música para enseñar a sus alumnos una tradición educativa que Hitler y los nazis habían pretendido destruir.

Riemen define la educación ofrecida por Starker como «una bildung o formación espiritual, un conocimiento profundo del patrimonio cultural europeo y sus clásicos; la enseñanza de la búsqueda de valores espirituales como la verdad y la belleza; la consciencia de que la estética y la ética van de la mano, y de que la plena expresión de una obra maestra de la música requiere no solo perfección técnica, sino también compromiso, entrega».

Pese a décadas de prosperidad económica, después de dos guerras atroces, cuando Riemen conoce a Starker, el violonchelista percibía una cierta decadencia espiritual en la vieja Europa y en Estados Unidos. Incluso mencionaba como síntoma que el último presidente norteamericano que tenía por costumbre asistir a conciertos de música clásica había sido John Fitzgerald Kennedy.

Enarbolar la bandera

Tras su último encuentro, al despedirse, János Starker, ya próxima su muerte, agarró con fuerza las manos de Riemen, le miró fijamente a los ojos y le dijo en voz baja pero enérgica: «Rob, carry the flag!» (¡Rob, enarbola la bandera!). ¿A qué bandera se refería?  «A la bandera de la república de las letras —explica Riemen—. Es la bandera más antigua en la historia de la humanidad, la bandera de la república literaria (…) Es una república sin fronteras, donde todos son bienvenidos para contribuir a un bien común: un mundo en el que todos pueden vivir en libertad y con dignidad. Es la república de las preguntas fundamentales de la humanidad, de los valores espirituales y morales que debemos incorporar. Es la república de un patrimonio espiritual cosmopolita que ofrece a cada ser humano la posibilidad de cultivar su alma con la bildung: la formación filosófica y artística, las letras y las humanidades. Es la única y exclusiva república en la que puede existir la “nobleza de espíritu”, una nobleza que todos pueden y deben hacer suya».

Es la misma bandera, según Riemen, que portaba su admirado Thomas Mann en 1938 cuando llega al puerto de Nueva York huyendo del nazismo. Su significado se concreta en una de las primeras frases que dijo a los periodistas que le esperaban: «Where I am is German culture» (Donde yo esté estará la cultura alemana).

La bandera también que acarrea otro superviviente, Johan Polak, quien ya en los años sesenta crea la editorial Athenaum Piolak & Van Gennep con el objetivo de publicar los clásicos de la poesía europea. Con Riemen, funda la revista Nexus, cuyo lema era una cita de Marguerite Yourcenar en sus Memorias de Adriano: «Todo hombre lo bastante afortunado para beneficiarse en mayor o menor medida de aquel legado cultural se me antoja responsable de él, su fideicomisario ante el género humano».

Con ese mismo lema de Marguerite Yourcenar, Rob Riemen funda el Nexus Instituut, llamado a «crear claridad intelectual sobre la vida misma», que es lo que Thomas Mann pretendía cuando escribió La montaña mágica.

La universidad, según Steiner

El primer libro de la recién nacida editorial española Ladera norte («Libros con brújula en la era de la desorientación»), incluye los textos de tres intelectuales europeos, que tienen en común su relación con Riemen y el hecho de proceder de conferencias pronunciadas en Nexus Instituut.

La primera de las tres disertaciones incluidas en el libro lleva por título ¿Universitas? y fue pronunciada por George Steiner en 2012. Educado simultáneamente en alemán, francés e inglés, Steiner se definía como una persona «extraterritorial». Por todo ello, deduce Riemen, es «arquetipo del intelectual europeo».

«Universitas: ¡qué orgullosa palabra! Una institución que comprende la totalidad del conocimiento. Un organismo que aspira al concepto dinámico de la totalidad tanto abstracta como empírica». Así arranca Steiner su exposición. Sostiene que va más allá de la akademia platónica y del gymnasium de Platón y Aristóteles. «Universitas, según usa la palabra Cicerón, tiene un alcance distinto». Y explica por qué: «La universidad buscará reproducir y clasificar, reflejar y transmitir la totalidad de los fenómenos, el omnium del universo, para que sean accesibles tanto a la memoria como a la evolución».

Steiner asegura que «las universidades, como las conocemos, son herederas directas de un propósito grecorromano. La gran mayoría de las otras civilizaciones y comunidades étnicas no generaron universidades». «Las diferencias entre nuestras aulas seminarios o laboratorios y el seminario rabínico o la sala de recitación coránica —añade— son, o deberían ser, no negociables. La herejía, el desacuerdo y la crítica son los umbrales de la verdad».

Las ciencias exactas y aplicadas, según constata, «ahora constituyen una universidad dentro de la universidad». Alerta de que «su presupuesto es cien veces mayor que el de las humanidades» y de que «en la época más grandiosa que la ciencia haya conocido, hay más miseria en nuestras calles y más colapsos mentales que nunca».

Steiner describe una situación preocupante ya en 2012 y que hoy, once años después, lo es aún más. «Las humanidades no viven una situación floreciente. Un buen número de licenciados de universidades que se consideran cualificadas apenas están alfabetizados. Su capacidad para alcanzar una expresión literaria, para leer textos clásicos o exigentes, para manejar otros idiomas incluso en un nivel básico, para identificar fechas y eventos históricos, es muchas veces menos que rudimentaria. Los requisitos intelectuales exigidos a los aspirantes al ingreso suelen ser mínimos en disciplinas humanísticas. Un setenta por ciento de graduados de una institución prestigiosa de la Ivy League fue incapaz de determinar el siglo de la Revolución Francesa o si Irlanda está al este o al oeste de Gran Bretaña».

¿A qué se debe este deterioro? Steiner cita tres causas. La primera, «que la promesa de la Ilustración de que una educación más extendida mejoraría socio políticamente a la humanidad resultó errónea como se demuestra tras los 70 millones de muertos y la barbarie del siglo XX». La segunda, «la democratización de la alta educación y el hecho de que, al contrario que las ciencias, las humanidades carecen del más mínimo rigor al admitir alumnos». Y la tercera causa, el «vacío discapacitante» que ha dejado la emancipación de la universidad de los orígenes teológicos de la institución.

¿Qué propone Steiner? Antes que nada, «purgar nuestro vocabulario» para definir qué es una verdadera universidad. «Es el custodio y la cita con el pasado vivo. Se esfuerza por promover el conocimiento y por esclarecer críticamente los procesos del pensamiento. Una verdadera universidad no sirve ni a causas políticas ni a programas sociales, necesariamente partidistas y transitorios. Sobre todo, rechaza la censura y la ‘corrección’ de cualquier tipo».

«Una universidad —añade— debería acoger y honrar la provocación anárquica y la pasión por la inutilidad (…) lo inútil es la forma más alta de la actividad humana. La música es inútil pero no podríamos vivir sin ella. No deberíamos preguntar cuánto ganaré con mi título ¿qué trabajo conseguiré? Sabemos muy poco de cómo lo inútil se convierte en indispensable. Pero así sucede».

Tras denunciar que «la abdicación del derecho a enseñar o expulsar por parte de los maestros ha sido una de las desgracias del sistema moderno», Steiner ofrece un consejo: «Aprendamos de memoria, par coeur —no «por cerebro»—, un poema o un pasaje relevante de la prosa. Memorizar es agradecer lo que el texto nos ha dado, la inagotable generosidad del significado, el milagro del sentido. Lo que sabemos de memoria no nos puede ser arrebatado». Y concluye; «Habrá quien menosprecie estas ideas por utópicas, pero hay ocasiones en que la utopía es el único realismo».

Zagajewski y la lucha continua por la cultura

La segunda conferencia incluida en el libro corresponde al poeta polaco Adam Zagajewski (1945-2021) y lleva por título Lotta continua. Se muestra preocupado el Premio Príncipe de Asturias porque «toda la riqueza del arte, de la contemplación […] legada a nosotros por nuestros ancestros» se encuentra «amenazada en nuestro momento histórico por el achatamiento de la cultura popular, radicalmente comercial».

Incluso se acompaña de algunas observaciones que califica de «puramente empíricas». «La ausencia de una educación clásica en nuestras escuelas, una ignorancia general de la Historia, […] la decreciente venta de discos de música clásica, el desprecio (o indiferencia pura) entre mucha gente educada hacia la poesía y la música más ambiciosa, el final de la antigua idea que daba por sentado un cierto grado de familiaridad con las grandes obras literarias…». Lo que le lleva a preguntarse: «¿aún alguien se avergüenza por no haber leído a Homero o a Mandelstam?»

Para hacer frente a esta situación, Zagajewski toma prestado un eslogan de la izquierda radical italiana: Lotta continua (Lucha continua). Porque, según él, «parece proponer una especie de solución. Lotta continua simplemente significa que ciertamente existen muchas amenazas a la alta cultura […], pero también que esa misma cultura no está muerta ni mucho menos […]. Significa que tenemos que actuar en la forma en que los grandes artistas han actuado (debe ser posible ser contaminados por la energías y firmeza que ellos han mostrado […]. También significa que hay una corriente viva de pensamiento, emociones y sensaciones, unida tanto al pasado como al futuro, a lo desconocido y misterioso». Y termina con una cita del Nobel de Literatura Saul Bellow (1915-2005): «Debajo de los escombros de las ideas modernas, el mundo seguía ahí para ser descubierto».

Jacqueline de Romilly, orgullo clásico

Cierra el volumen la conferencia de Jacqueline de Romilly (1913-1019), titulada Lo que cualquier ministro de Educación debería saber. La prestigiosa helenista arranca su exposición denunciando la situación de los sistemas de enseñanza en Europa. «No se ha prestado atención a la cuestión de fondo: qué es lo que se está enseñando en las universidades europeas, y qué es lo que se debería enseñar […]. El asombroso éxito de la ciencia y la tecnología y las posibilidades económicas que ha generado nos han fascinado tanto que hemos poco menos que sacado de circulación todo lo que tiene que ver con la educación y formación literarias, cuando es precisamente ahí donde se trata de responder a la pregunta crucial que la humanidad se hace desde siempre: ¿Cómo actuaremos? ¿Cómo debemos actuar, qué tenemos que hacer? El pasado ya no importa y no hay interés por conocer las obras clásicas. Estamos viendo crecer una generación que apenas se interesa por esas preguntas fundamentales».

Asegura De Romilly que hay tres palabras clave en las que se concreta el legado de los clásicos griegos. Democracia, que alude a «una determinada manera de convivir en estados o grupos políticos». Filosofía, «la búsqueda de la sabiduría, de las respuestas a preguntas como ¿qué hacemos?, ¿por qué? y ¿para qué?». Y teatro, que representa «la emoción, el sufrimiento y la imaginación».

«Formamos a nuestros jóvenes para que sean parte de algún tipo de élite», explica la helenista, traductora, ensayista y académica. «¿Y cuál es el problema? ¿Por qué no aceptamos que en el ámbito intelectual intentemos trabajar con los mejores, cuando en el deporte no ahorramos esfuerzos para hacer exactamente lo mismo?».

Aboga por la enseñanza de las lenguas clásicas, pero para todos los estudiantes: «No quiero que haya latín y griego solo para especialistas del lenguaje —asegura—; quiero que también puedan aprenderlos aquellos que van a formarse en ciencia y en tecnología que deberán saber cómo aplicar sus conocimientos y cómo trabajar con técnicas modernas. Quiero que el latín y el griego sean enseñados a médicos, abogados, empresarios, a todos los que van a ser buenos europeos».

Con su fino sentido del humor, termina la charla excusándose porque «quizá peco de un poco de optimismo, pero eso se lo debo a las humanidades. Esas personas [los clásicos] crearon algo, y estaban orgullosas de ello, estaban orgullosas del ser humano ¿Y no queremos ser así también nosotros?».


* Ilustración a partir del diseño de cubierta de ZAC diseño gráfico
© Fotografía de cubierta, templo de Garni en Armenia, Diego Delso, delso.photo, Licencia CC-BY-SA

Periodista y editor de Nueva Revista. Es autor del ensayo "Los chicos de la prensa" (Nickel Odeón) y participa habitualmente en libros sobre cine de la editorial Notorious.