Tiempo de lectura: 4 min.

¿Qué convierte un libro en algo delicioso? Pienso que una feliz conjunción de elementos. Una leve exageración, las memorias del poeta polaco Adam Zagajewski (Lwów, 1945-Cracovia, 2021), combina magistralmente la reflexión moral, la evocación del pasado, la sensibilidad poética y el espíritu de resistencia. Parece banal apuntarlo, pero un libro es palabra, lenguaje, estilo. Si carece de una forma bella, puede ser un ensayo riguroso o un valioso testimonio, pero no literatura.

Una leve exageración. Acantilado. 2019. 352 págs. Traducción:Anna Rubió Rodón y Jerzy Slawomirski. 20,90 € (papel) / 14,00 € (digital).

Zagajewski siempre está en contacto con la belleza. Su prosa se caracteriza por una transparencia salpicada de apuntes líricos y filosóficos. Nunca lleva al lector a la penumbra y aridez del concepto puro. Cultiva esa cortesía que evita la frustración causada por lo hermético. Eso sí, su estilo no se limita a alumbrar frases claras, elegantes y preciosas. Además, posee hondura, precisión, sustancia. Para él, la belleza no es una pátina o una pirueta, sino profundidad y trascendencia. Amante de la música, católico de espíritu crítico y firme defensor de las sociedades libres y plurales, considera que el alma de Europa está en la Pasión según san Mateo, de Bach. El ser humano puede darle la espalda a las religiones, pero no al espíritu, pues siempre albergará el anhelo de verdad y belleza. Tenemos una naturaleza poética, metafísica. No nos conformamos con estar. Necesitamos hallar un sentido a las cosas, trazar un camino hacia alguna forma de plenitud, echar raíces, crear vínculos, sentir la caricia de lo permanente.

Aprendió a usar la escritura como una especie de pala que le ayudaba a escapar de los cánones estéticos del socialismo, una utopía que había devenido pesadilla

Zagajewski nos cuenta su vida, pero desde el pudor y la delicadeza, evitando las confesiones desgarradoras o  escandalosas. Se considera un hijo de la historia. Parece una afirmación banal, pero no lo es, pues quiere dejar claro que su obra no se mueve en un terreno abstracto o atemporal. Nacido en Lwów, hoy Ucrania, los rusos expulsaron a su familia de su hogar, obligándola a desplazarse a Silesia. El poeta creció con la conciencia de vivir bajo un poder totalitario y muy pronto alumbró la determinación de resistir. No solo con los actos, sino también con el espíritu. Tras estudiar filosofía en Cracovia, comenzó a escribir. En la poesía de Czesław Miłosz halló las lecciones que le permitieron forjar su identidad como autor. Al igual que Miłosz, se cobijó bajo el paraguas de la trascendencia y aprendió a usar la escritura como una especie de pala que le ayudaba a escapar de los cánones estéticos del socialismo, una utopía que había devenido pesadilla. Zagajewski sostiene que el destierro se hereda. No es una simple catástrofe, sino una forma de estar en el mundo asociada a la certeza de ser un nómada sin remedio. Aunque se considera una pluma beligerante contra el  totalitarismo, descarta el compromiso con fuerzas políticas concretas. Le pesan mucho las dudas, aprecia demasiado su independencia, el escepticismo le prohíbe comulgar con dogmas ideológicos. Su único absoluto es el rostro humano, que nunca cesa de convocarnos, demandando nuestra solidaridad. El poeta es un loco que busca el milagro del encuentro, ese chispazo de fraternidad que nos rescata de la soledad y el desarraigo.

Uno de los aspectos más emotivos de Una leve exageración es la evocación del padre, Tadeusz, ingeniero, catedrático universitario y activista del movimiento Solidaridad. Amante del paisaje otoñal y las montañas, escribía unas postales donde despuntaba su capacidad de síntesis y su sentido del humor, pero cuando intentó redactar sus memorias, no logró esquivar los escollos de la reiteración y lo disperso. Tadeusz no desdeñaba la poesía, pero estimaba que constituía «una leve exageración». Prefería el silencio a las metáforas, la contemplación a la inflación del lenguaje que engendra un torrente de palabras. La figura de la madre no es tratada con menos afecto. Zagajewski le agradece que le haya ayudado a conocer el pasado, narrándole las deportaciones masivas de judíos que presenció en su juventud. En Lwów, vivían 200.000 judíos. Después de la guerra, solo quedaban 500. El comunismo, lejos de honrarlos y acogerlos, los consideró una presencia molesta. Los poetas del Este de Europa, atrapados por los peores vendavales de la historia, no pueden transigir con la frivolidad. Deben ser la voz del sufrimiento y los heraldos de la esperanza. No es suficiente contar lo sucedido. Hay que avanzar hacia una mañana luminoso y exento de miserias. No se conseguirá con fórmulas políticas, sino con «un soplo de música». Escuchar «Erbarme dich, mein Gott», la famosa aria 39 de la Pasión según san Mateo, no es un simple placer para los sentidos, sino una forma de asomarse a la esperanza, trascendiendo «el jadeo de la historia».

UN LIBRO QUE INCITA A LA ALEGRÍA

Una leve exageración es un libro que incita a la alegría. El sufrimiento está entre nosotros, truncando ilusiones, pero también el júbilo de existir. Podemos escuchar a Mozart, pasear por un bosque de hayas, examinar un cuadro de Rembrandt, sonreír al reparar en un gato pelirrojo tomando el sol o sentarnos en una catedral para que la luz de los vitrales nos bañe el rostro con una claridad tibia y dorada. «Nuestro tiempo odia la grandeza», lamenta Zagajewski, pero no ha conseguido erradicarla. Está en nosotros, esperando la oportunidad de manifestarse. A veces lo hace de forma ejemplar, como cuando Bergson, pese a su Nobel, hizo cola para inscribirse en el censo judío impuesto por el ocupante alemán. Zagajewski afirma que la música expresa «una añoranza activa de la eternidad». Pienso que no le falta razón. Aconsejo leer Una leve exageración con La Canción de la Tierra, de Gustav Mahler, sonando como fondo. Conjuntados, el libro y la partitura nos conducen al terreno de lo inefable, que –es según Zagajewski– el espacio genuino del arte. Ojalá esa fuera nuestra morada habitual, pero como no es así, solo nos cabe recurrir a esas obras que promueven la nobleza de espíritu, aunando inteligencia y bondad. Los buenos libros nunca se acaban, pues cuando llegamos al final, surge el deseo de volver al principio. Es lo que sucede con las memorias de Zagajewski, que perduran en el recuerdo como una melodía con el poder de suscitar simultáneamente nostalgia y esperanza, melancolía e ilusión por el porvenir

Periodista y escritor.