Tiempo de lectura: 2 min.

Luis Alberto de Cuenca
Por fuertes y fronteras
Visor Libros
Madrid, 1996, 79 págs.

Había empezado a escribir  esta reseña siguiendo un  procedimiento que me parecía  muy adecuado a la naturaleza  del libro: condensar en una, dos o  tres palabras, en una frase rápida, como  en un juego de asociaciones, la  lectura de cada poema, para sumarlas luego y explicar el resultado. Pero  luego descubrí que el resultado (la  descripción, la apreciación del libro)  estaba hecho: lleva escrito más de  quince siglos.

Respondiendo a la pregunta de  un abogado amigo suyo sobre la clase  de estudios en que podía ocuparse  durante unas vacaciones, Plinio le  aconsejaba, entre otras cosas, que de  vez en cuando escribiera poesía: "No  me refiero a ese género de poema extenso  y seguido (que solo es posible  terminar si no se hace otra cosa) sino  a este otro ingenioso y breve, que nos  saca maravillosamente de ocupaciones  y preocupaciones por grandes  que sean. ‘Juegos’, los llaman, pero  juegos que reportan a veces una gloria  no menor que las obras serias. (…)  Es sorprendente cómo estos pequeños  escritos absorben y relajan nuestro  espíritu. Pues son sus temas los  amores, los odios, la indignación, la  compasión, el humor, todo lo que la  vida, en suma, nos ofrece a diario".

Entonces (como ahora) esta poesía  tuvo que defenderse de los cargos  de frivolidad, superficialidad, intrascendencia,  ligereza, simple juego.  Otro poeta antiguo -más sensible a  esta crítica, pues en su caso era con  más frecuencia merecida— echaba  mano del argumento más contundente: los que de verdad se burlan y  juegan son los que escriben poemas  grandilocuentes sobre historias truculentas  o inverosímiles. Cierto que  son ellos quienes reciben las mayores  alabanzas y el reconocimiento; cierto,  sí, los alaban, pero los que la gente  lee son éstos.

Naturalmente, éste no es un criterio  adecuado. Hasta el propio  Marcial lo habría reconocido: no sirve  como criterio, pero escuece. La  verdadera defensa se encuentra en las  virtudes propias, exigidas siempre y  sin concesiones: brevedad, claridad,  concisión, agudeza, contención, ritmo,  forma, equilibrio, inteligencia.

¿Hubo alguien más que hablara  de este libro hace más de quince siglos?  Ausonio, cuando recomendaba  el suyo: "Lectura de mañana hay en  él y lectura de tarde; con lo alegre/  hemos mezclado lo serio, para que  todo agrade en su momento./ Ni la  vida es de un solo color, ni el lector  de poesía, de un único/ modelo; cada  página tiene su ocasión;/ esto es  del gusto de Venus, delicada, aquello,  de Minerva, belicosa;/ esta parte  complace al estoico, a Epicuro, aquella…".

¿Y en qué quedaron aquellas breves  notas mías? ¿Son igual de actuales?  Más o menos, en esto: ars ovidiana;  Machado (Manuel); Borges,  cruel; Catulo, siglo XX; mirada en  movimiento: serie negra; Ausonio,  pero a lo bestia; ocurrencias, cinismo  de salón, "pub-poetry"; name-dropping,  emblemata-, juegos peligrosos;  hasta el límite justo: alegorías, a cargo  del lector; varias veces: chapeaul, "susurros de soledad", "cálices de  amargura", un nudo en la garganta…

Y antes de dejar en manos de la  única persona autorizada la sentencia  final, volveré a Plinio: en otra carta,  pidiéndole a un amigo una crítica  sincera sobre sus propios versos, escribe:  "por lo demás, el lector informado  e inteligente no debe comparar  entre sí cosas distintas, sino enjuiciar  de por sí cada una, sin tener  por inferior a otra cosa lo que es perfecto  en su género". Suum cuique…

Profesor de Filología latina, Universidad Autónoma de Madrid