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Ver productosEntre 2022 y 2025 han desaparecido al menos 170 ejemplares de gran valor en instituciones de nueve países, con una clara preferencia por las obras de Pushkin
15 de octubre de 2025 - 7min.
Avance
Entre 2022 y 2025, varias bibliotecas de al menos nueve países europeos sufrieron una acción coordinada para sustraer con métodos dignos de Hollywood libros clásicos de la literatura rusa. El autor favorito de la banda es Aleksandr Pushkin, pero los ladrones también «admiran» a Nikolái Gógol y Mijaíl Lérmontov, entre otros, sobre todo si se trata de sus primeras ediciones.
Según Europol, la Agencia de la Unión Europea para la Cooperación Policial, el balance provisional es de 170 volúmenes desaparecidos y un daño cultural estimado, como mínimo, en 2,5 millones de euros. La cifra es prudente, porque no todas las instituciones denuncian. Hay un punto de vergüenza en admitir la ineficacia de sus sistemas de seguridad, por lo general poco preparados para defenderse contra el crimen organizado. Los ladrones de libros utilizaban identidades falsas, se hacían pasar por académicos o investigadores y pedían los ejemplares para consultarlos con diferentes excusas. Algunas veces recurrían a técnicas de distracción. Otras, sustituían los originales con falsificaciones.
La Biblioteca de la Universidad de Ginebra fue la primera en dar la alerta, en octubre de 2023, tras descubrir el robo de cuatro primeras ediciones de Pushkin. Estaban aseguradas en 173.000 francos suizos (186.000 euros). Pronto se supo que en otros países también estaban desapareciendo libros rusos de alto valor. La colaboración policial dio sus frutos y nueve ciudadanos georgianos fueron detenidos el pasado mes de abril.
The Guardian ha reabierto el caso con un pormenorizado relato de lo ocurrido, en el que busca conexiones internacionales, rastrea la salida a la venta del material robado en subastas celebradas en Rusia e indaga incluso en la posible implicación del Gobierno de aquel país. Quizás las pruebas solo sean circunstanciales, pero los crímenes comenzaron dos meses después de que Putin anunciara la invasión de Ucrania con un discurso que evocaba «la cultura y los valores, la experiencia y las tradiciones» de sus antepasados. En todo caso, según el servicio ruso de la BBC, se trata del mayor robo de libros en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Artículo
Los ladrones de libros no son nada nuevo, como prueba que el delito llegó a estar castigado con la excomunión desde los tiempos de Pío V, en el siglo XVI. A título individual, puede que la cleptomanía bibliográfica más célebre sea la de Elois (o Aloys) Pichler, sacerdote y teólogo alemán que en el siglo XIX le hizo un roto a la Biblioteca de San Petersburgo. De nuevo los autores rusos como tentación. Pichler acabó en Siberia, donde solo pasó tres años de condena gracias a la intervención del príncipe Leopoldo de Baviera. Como estrategia colectiva, los nazis saquearon las bibliotecas públicas y privadas de Europa mucho antes que la banda ahora desmantelada. En la Segunda Guerra Mundial se produjo otro fenómeno curioso, como resalta The New York Times: «Las bibliotecas ardieron, los soviéticos se llevaron libros de Alemania y los nazis se llevaron libros de Rusia».
El expolio actual es más intrigante, aunque hay indicios que podrían ofrecer una explicación. Según la investigación realizada por The Guardian, titulada «The Pushkin job: unmasking the thieves behind an international rare books heist» (El caso Pushkin: desenmascarando a los ladrones responsables de un robo internacional de libros raros), existen sospechas de que algunos ejemplares robados encontraran compradores gracias a la casa de subastas rusa Litfund. De su director, Sergey Burmistrov, cuentan que mantiene «impresionantes contactos» con el Ministerio de Cultura y otros órganos gubernamentales, y que su récord en este campo lo marcó precisamente la subasta de la novela en verso Eugenio Oneguin, de Pushkin, vendida en julio de 2023 por 268.000 euros.
Desde la compañía rusa aseguran que no venden «ningún libro que tenga en sus páginas sellos o marcas que indiquen su pertenencia a alguna biblioteca estatal existente» y que trabajan «de acuerdo con las leyes rusas vigentes». The Guardian desmonta al menos la primera afirmación, pero el diario británico tiene la prudencia de resaltar que esto no significa que los ladrones actuaran en connivencia con Litfund.
Lo que se sabe con certeza, según informa Europol, es que el grupo criminal es responsable del robo de al menos 170 libros, lo que causó daños económicos por un valor aproximado de 2.500.000 euros y una pérdida patrimonial inconmensurable para la sociedad. Europol también sostiene que «algunos de estos bienes históricos robados se vendieron en casas de subastas de San Petersburgo y Moscú, lo que los convierte en prácticamente irrecuperables». Que se sepa, solo un libro (de los robados en Francia) ha sido recuperado.
Como en otro tipo de delitos, muy diferentes, las instituciones afectadas tuvieron que superar la vergüenza antes de denunciar. En octubre de 2023, la Biblioteca de la Universidad de Ginebra (Suiza) admitió el robo de cuatro primeras ediciones de Pushkin. Después de ese primer paso, fue más fácil conocer otros casos y tirar del hilo. The Guardian publica incluso un mapa con el recorrido de los ladrones, una batida que pasó por Francia (París y Lyon), Suiza, Alemania, Países Bajos, República Checa, Polonia, Lituania, Letonia, Estonia y Finlandia.
En realidad, el camino fue inverso. El primer «golpe», cosa de niños, se produjo entre marzo y abril de 2022 en la Biblioteca de la Universidad de Tallin (Estonia), donde desaparecieron diez volúmenes raros, incluida una edición de 1834 de la Historia de Pugachev, de Pushkin. El siguiente paso fue Riga (Letonia) y de allí los ladrones saltaron a Finlandia.
Los miembros de la banda (o de las bandas) tenían algo en común. Eran personas capaces de moverse en entornos académicos (lectores con credenciales, investigadores invitados, etcétera) y seguían siempre un patrón similar. Solicitaban acceso a los ejemplares, los fotografiaban y estudiaban hasta donde era posible, antes de devolverlos. Días, semanas o incluso meses después, volvían a pedirlos en una nueva visita y entonces procedían a sustituir el original por una copia de gran calidad. Eso les permitía ganar tiempo. Cuando alguien detectaba el cambiazo, los libros podían estar ya muy lejos, fuera del ámbito de cooperación judicial. En bibliotecas menos vigiladas, simplemente estudiaban el modo de distraer al personal o de entrar cuando estuvieran cerradas para llevarse el material deseado.
En la primavera de 2022 las autoridades comenzaron a atar cabos. En diciembre de ese año, la policía letona arrestó a un hombre gracias al ADN encontrado en varios libros abandonados durante el robo a la Biblioteca Nacional de Riga, ocho meses antes. El sospechoso poseía carnés de bibliotecas de Múnich, Vilna, París, Kiev y Viena, así como una colección de sellos de biblioteca y herramientas para restaurar material impreso, como un juego de agujas y carretes de hilo. Beqa Tsirekidze, de 46 años, tenía antecedentes y era de nacionalidad georgiana, como todos los detenidos hasta la fecha.
A partir de ahí, fue más sencillo localizar al resto de la banda. Para ello se formó un equipo, coordinado por Eurojust (European Union Agency for Criminal Justice Cooperation) y compuesto por investigadores de Francia, Georgia, Lituania, Polonia y Suiza. El resto de los países afectados también participaban. No todos compartían las mismas teorías: ¿era una única banda o varias que competían entre sí por un bien muy valioso en los mercados negros? Uno de los investigadores, de nacionalidad polaca, está convencido de que «es imposible que un grupo de ladrones emprendiera una acción así sin la participación de algún Estado». Y ya sabemos cuál era el principal sospechoso.
Hay otros factores que apuntaban hacia Moscú. Pushkin no es visto igual dentro y fuera del país, en parte por la dificultad que supone siempre traducir a los poetas. En Rusia, es considerado una figura fundamental, con la ventaja de que su ambigüedad política le ha permitido triunfar a lo largo de la historia, independientemente del régimen dominante. «Fue sin duda un gran patriota y, como casi toda su clase aristocrática, era monárquico», afirma Andrew Kahn, profesor de literatura rusa en Oxford. Pero también hay rebelión en la obra de Pushkin, celebrado por Stalin y abrazado por los comunistas, para disgusto de los disidentes. En la Ucrania invadida por las tropas de Putin, no faltan intelectuales que denuncian esa utilización política del gran autor y la coartada del misterio del alma rusa.
La imagen que encabeza este artículo pertenece al expediente de Europol y se puede ver aquí.
Este texto ha sido redactado por Federico Marín Bellón.