Este libro de Luis Rosales no es un libro de Luis Rosales. Su extraño título, tres puntos suspensivos entre corchetes, […], quiere indicarnos que se ha ido recortando de su poesía completa. ¿No dibuja la hoja de una navaja de barbero? Más claro, con todo, es su subtítulo: Aforismos extraídos. Estamos ante un florilegio de aforismos sacados de los versos de Rosales. En consecuencia, tampoco esta reseña será un “barbero” más, sino que el “barbero” ya lo fue. En realidad, es todo el libro en sí. Tan “barbero”, que la selección la firma el mismo yo que semanalmente hago esta sección.
Luis Rosales: […] Aforismos extraídos. La isla de Siltolá, 2018, 124 páginas.
En el prólogo, para justificar la extracción, se recurre a Chesterton, que dijo que, aunque “es indiscutible que, para ciertos fines, quizá los más importantes, es preferible conocer el texto completo de algún documento dado”, no se puede afirmar que los fragmentos carezcan de valor. Y recurre a dos ejemplos supremos: “Es más que probable que casi todos los documentos sobre los cuales basamos nuestra creencia en la existencia de Jesucristo o de Sócrates, habrán sido mutilados y editados una y otra vez. El arte de seleccionar no ha sido inventado por los editores modernos”. Remata con esta constatación: “El hecho de hacer selecciones de la obra de un escritor es el coronamiento de su fama, es la prueba de su inmortalidad”. Podríamos añadir que es una prueba de su vitalidad: que los lectores se lo echan, a pedacitos, a los bolsillos de la memoria para llevarlos consigo por la calle.
Además, en el caso de Luis Rosales, los aforismos incluidos en su poesía cumplen un papel protagonista. A medida que fue acercándose a la “poesía total”, como él la llamó, de imbricados componentes líricos, narrativos y filosóficos, con influencias cinematográficas, el poeta tuvo que buscar nuevas formas de salvar la tensión, el ritmo y la musicalidad de sus poemas. Su verso se alargaba y ensanchaba, y el poeta recurrió más y más al aforismo. Al sobrepasar el verso clásico, Rosales sustituía los acentos por los aciertos, como forma de reciclar, recalcar y recrear su ritmo. Por esto, mucho más que por la pericia del barbero, resulta tan fácil extraer tantos aforismos de su poesía y que se noten tan poco las costuras y los cortes.
Por supuesto, él venía entrenado por lo sentencioso de la poesía flamenca, que tanto le interesó siempre, y por el conceptismo y el empaque del verso barroco. Rosales fue, no puede olvidarse, uno de los grandes conocedores de nuestra poesía del Siglo de Oro. La querencia hacia el aforismo le venía, como se dice de la sangre, por las dos ramas.
Asombra la variedad de tonos. Desde la inesperada imagen poética, esperable en un poeta (“Hay que darse a la vida como el agua a la arena”) hasta una descripción minuciosa y minúscula propia de un Jules Renard: “Las abejas volaban sobre el depósito [de agua] con ese vuelo torpe y musical que avanza a impulsos rachados y sosteniéndose en dos niveles, dando la sensación de que tropiezan con el aire”. A veces, encontramos una sencillez salvada por la emoción biográfica reconocible: “Tener primos, ya lo sabéis, es una maravilla”; y otras, una reflexión muy filosófica: “Como la verdad es retrospectiva, tienes que andarla y desandarla hasta cerrar el círculo”. Veta que sabe contrarrestar con el humor: “Hasta en mi propia voz escucho interferencias”. Hay una sombra de asombro y maravilla que recuerda a Chesterton: “Cualquier rincón me parecía un reloj de cuco, es decir: me parecía un rincón donde de cuando en cuando podía ocurrir algo increíble”; y una ingenuidad segura de sí misma a lo Mario Quintana: “Lo maravilloso de ser hombre es que puedes pensar en lo que quieras”. No evita el desengaño en plan Cioran: “Aun el elogio tiene su pequeño esqueleto de calumnia”, pero tampoco el apunte impresionista propio de un Gómez de la Serna: “La brisa, que parece una bandera”. Ni el trazo metafísico de un Porcchia: “Lo más seguro sería decir: Tal vez”. O la perspicacia psicológica de un Ramón Eder: “Un hombre circunspecto casi nunca es alegre”. Estos ejemplos remarcan que Luis Rosales, aunque extraído, puede muy bien considerarse un par entre los aforistas más insignes.
Sus aforismos funcionan, además, como un tráiler de su poesía, llevando a algunos lectores a la película completa de su poesía total. Y pueden funcionar aún mejor como un cinefórum, esto es, como aquellas escenas especialmente intensas e interesantes que invitan al comentario posterior. En cualquier caso, este […] no se conforma con ser un florilegio de aforismos: quiere ser una estación de paso, de ida o de vuelta, de ida y de vuelta, a la poesía completa, íntegra e impagable de Luis Rosales.
Entre los aforismos que el libro selecciona, nosotros seleccionamos estos, en doble rasurado, apurado máximo:
El mar, a veces, es menor que un pez.
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La sonrisa es siempre más profunda que la alegría.
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No hay nada verdadero en la vida que no sea compatible con la inocencia.
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Nadie puede quitarte lo que amas.
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En la vida, no nos llevan los pies, sino las huellas.
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Quien no duda nunca se miente a sí mismo.
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Para ser justo es preciso parecer cobarde.
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Lo que no se recuerda se acaba.
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Hay personas tan vivas que siempre que nos hablan nos despiertan.
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En el mundo actual no hay otra forma de diálogo que escuchar a los muertos.
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Para ser un buen extremista sólo es preciso simplificar un poco las cosas.
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Entre todas las cosas que se pueden hacer en esta vida, la primera es seguir.
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Cuando un país decide suicidarse a quien no está conforme lo suicidan.
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El camino más corto para saberlo todo es la ignorancia.
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La vida al recordar se hace tan corta. Cabe en unas palabras.