Revisión crítica de «Más allá de la libertad y de la dignidad», de B. F. Skinner

Luis Fernández Navarro analiza la obra de Skinner, uno de los más destacados representantes del conductismo, indicando sus aciertos y también sus carencias y errores de base

Burrhus F. Skinner. Foto: CC Wikimedia Commons
Luis Fernández Navarro

Burrhus F. Skinner. (Susquehanna, Pensilvania, 1904-Cambridge, Massachusetts, 1990). Psicólogo y filósofo social. Uno de los principales teóricos del conductismo o ciencia de la conducta. Su obra más importante es Más allá de la libertad y la dignidad (1971).


Avance

Luis Fernández Navarro hace un análisis crítico del libro Más allá de la libertad y la dignidad, de Burrhus F. Skinner, uno de los psicológicos más destacados del conductismo o ciencia de la conducta. Esta corriente, también llamado behaviorismo, aspira a convertir en ciencia la psicología, según el modelo de las ciencias naturales. Surgió en Estados Unidos en 1914 de la mano de de John B. Watson y llegó a su cénit con Skinner, considerado el psicólogo de mayor relevancia del siglo XX por la American Psychological Association. En sus experimentos pretendía comprender la conducta en función de las historias ambientales de refuerzo.

Este volumen de Luis Fernández Navarro se suma a anteriores revisiones críticas de destacadas obras del pensamiento, la cultura y la ciencia contemporáneas, que han tenido una notable influencia en la sociedad, de la mano de especialistas en esas materias, y dentro de la colección Ciudadanía y valores, que dirige Benigno Blanco. A continuación, publicamos un resumen que Fernández Navarro ha hecho de su propio ensayo.

ArtÍculo

En la corriente behaviorista confluyen empirismo, positivismo y pragmatismo. Su propósito fundamental es convertir en ciencia la psicología, según el modelo de las ciencias naturales. A partir de este paradigma, la ambición de Skinner es estudiar al ser humano bajo unas condiciones determinadas por variables que puedan ser modificadas y faciliten comprobar la reacción (omnis actio est reactio) que tiene lugar en el objeto de estudio.

Esta autodisciplina metodológica convierte la conducta pública y observable en la única vía de acceso hasta nosotros mismos: solo el hombre objetivo o externo, solo su vida psíquica encarnada en la acción, solo el examen del comportamiento visible. De esto se trata, porque, para el conductismo, ninguna otra estrategia nos llevará a alcanzar el logro pragmático esencial que se busca: una tecnología de la conducta, del control causal del comportamiento, propósito más importante que la mera teoría.

Luis Fernández Navarro. «Estudio crítico de “Más allá de la libertad y de la dignidad”». Colección Ciudadanía y Valores, 2025

En un sentido preciso, más que una ciencia, el conductismo es una filosofía. Es la filosofía de una ciencia posible: la ciencia práctica del comportamiento humano, la del análisis científico-experimental de la conducta. Un estudio, como decimos, que no ha de limitarse a producir conocimiento informativo o teórico, sino herramientas prácticas de control conductual. Pero lo que venimos a aquilatar en nuestro examen crítico es el precio a pagar por este diseño científico, debido al compromiso que implica. Porque hay un alto costo relacionado con la adopción de dicha perspectiva en aras del control de las variables de conducta, en interés de la eficiencia tecnológica y de un esquema consecuencialista1 de la acción. Y es que del ser humano solo nos quedará el hombre objetivo y externo; de su vida psíquica, lo que se muestra en la acción; de la acción, la reacción a los estímulos; de la mente y de sus facultades, una «caja oscura»; del hombre interior, nada. Solo tendremos una historia ambiental, una promesa de explicación fisiológica y conductual, ni un ápice de autonomía, de mérito en la voluntad, de misterio en la elección libre de valores, de dignidad en el ser personal.

Solo subsistirá el control reforzado o aversivo del comportamiento (entendido como función del refuerzo) y un montón de preguntas que hemos de hacer a un lado, pues no se pueden contestar. Solo persistirá el efecto, la probabilidad de comportarse, los medios sin los fines, los fines que no avanzan más allá de los medios: como el sobrevivir. No permanecerá el sujeto humano, solo el objeto científico hombre, una figura epistemológica reducida, alejada del ser ontológico real y su complejidad. Lo que obtendremos a cambio no excede esa promesa de dominio y el anhelo de una explicación naturalista. Promesa no lograda, explicación llena de cabos sueltos.

Un reto contra el humanismo

Mas pese a todo esto que decimos, y hemos procurado argumentar en nuestra apología, el conductismo, nadie puede dudarlo, es un sistema bien trabado de pensamiento en el que no resulta fácil alumbrar debilidades. Skinner, como veremos, ha dispuesto una defensa razonada de forma comprensible a partir de la experiencia cotidiana. Y ha usado la ciencia y la literatura para alzar su fortaleza. No ha conseguido, sin embargo, ni la ponderación ni el equilibrio y todo en su sistema tiene el sesgo y las características audaces de un reto. Un reto de superación lanzado contra aquello que se puede llamar, de modo general, el humanismo.

Esto es lo que hemos tratado de mostrar en un escrito estructurado en tres partes. Una primera dedicada al autor y su época, en la que presentamos a Skinner, su formación, su carrera académica, su obra y el contexto intelectual en que cabe situarla. Una segunda, más extensa, en que se empieza reseñando la obra principal de Skinner, en que se desarrolla el contenido de sus ideas principales y se expone su filosofía de la ciencia y su antropología, es decir, el conductismo como teoría global, como método que vamos a evaluar. La tercera parte es de carácter conclusivo y en ella terminamos recapitulando y componiendo la valoración final del proyecto y la influencia del psicólogo norteamericano en el panorama intelectual contemporáneo. Vamos a resumir todo esto.

La primera parte de nuestro ensayo da cuenta de las relaciones entre Skinner y la Universidad de Harvard, en la que fue estudiante, investigador y profesor, después de un sorprendente inicio de formación en humanidades. Sorprendente en quien luego se habría de convertir en adalid del cientificismo más clásico. Fue el filósofo inglés Bertrand Russell el primero que lo incitó a embarcarse en la aventura del conductismo.

Esta corriente guarda estrechas relaciones con el marco asociacionista del empirismo filosófico y compitió en sus inicios con la Gestaltpsychologie, más próxima al constructivismo kantiano. John B. Watson, a partir del impulso pionero de Wundt y de Thorndike, empezó a publicar sus ideas a partir de 1914, habiéndose formado como alumno de William James, profesor de Harvard y uno de los padres intelectuales del pragmatismo americano, otra de las grandes influencias iniciales en el movimiento behaviorista, además de la fisiología psicológica del ruso Pavlov. Skinner recogió todo esto que sembraron sus predecesores para dar origen a su teoría del condicionamiento operante o radical. Así se explica en los tres apartados de la primera parte, que termina haciendo un repaso a las publicaciones del psicólogo de Massachusetts.

La segunda parte tiene también tres apartados, que son mucho más extensos que los anteriores. El primero habla del conductismo como filosofía de una ciencia aplicada de la conducta. La aplicación, la vocación tecnológica es siempre un prius respecto del cultivo teórico. Su objetivo es modelar los mejores ambientes en lugar de los mejores hombres. Lo demás vendrá por añadidura. Las causas del comportamiento, según Skinner, no tienen relación con sentimientos o estados de la mente, ni con el moralismo valorativo de la cultura tradicional, que no pueden conocerse objetivamente, sino con las circunstancias y la historia ambiental, con los mecanismos de adaptación que ponen en marcha los «reforzadores», entendiendo por tales todo aquello que tiende por sus consecuencias a promover (o a evitar) determinadas acciones. Es este terreno científico, tan poco explorado, el que debe dar a luz la ciencia conductual, concentrando en él todos sus esfuerzos y olvidando lo que pueda alejar de este núcleo, como las nociones de voluntad libre y dignidad de la persona, obstáculos ambos de carácter propagandístico que impiden el desarrollo de un control racional del comportamiento humano. En este sentido, Más allá de la libertad y la dignidad aparece como un prontuario o exhortación a promover dicho desarrollo, que habrá de concluir en el conocimiento de la determinación objetiva de la conducta por el ambiente y en la obliteración de cualquier vía de análisis subjetivista, voluntarista o intencional. Hay que decir que Skinner asume sin titubeos una versión cientificista del determinismo que ya en sus tiempos resultaba caduca.

En la obra de Skinner, como hemos señalado, hay un aliento utópico, una inspiración que se realiza muy concretamente en su novela Walden Dos, pero que no deja de impulsar todos sus trabajos. Como en toda utopía, reconoce el norteamericano la existencia de una simplificación, de una presentación esquemática de los hechos, pero se defiende afirmando que es este el compendio abstracto que nos vamos a encontrar en toda ciencia, que siempre nos presenta un conjunto de casos ideales de aplicación universal. El debate va a estar en si esta síntesis abstracta llega o no a convertirse en extremo falsario (supersimplificación). Como el autor de Más allá de la libertad y la dignidad es consciente de que esto se sospecha, dedica mucho esfuerzo a convencernos y mostrarnos que todos estamos persuadidos en el fondo de que el hombre es una criatura de la circunstancia. Los ejemplos cotidianos sacados del contexto pedagógico son los más convincentes. El problema es que en ellos nos vamos a encontrar con infantes o animales, no con hombres adultos en uso pleno de razón. Lo que se aduce contra este inconveniente es que, en el fondo, todos los seres vivos responden a los mismos resortes, a un mecanismo idéntico, a una ley del efecto o consecuencia que debemos a Thorndike.

No hay que decir que este mecanicismo va a dar lugar a otro inconveniente superior. Pero eso será para los críticos de Skinner, quien, mientras tanto, construye su teoría del condicionamiento operante y los reforzadores positivos, señalando que su desconocimiento, su intencionada y propagandística desconsideración, conduce a concebir, erróneamente, una libre voluntad en dependencia de un fantasma: el del hombre interior, o, por decir mejor, el del homúnculo encerrado en la mente. Nuestro autor se atreverá a afirmar que la vida mental y el mundo en que se vive esa vida son invenciones; que pensar, en realidad, no es sino comportarse; que el gran desacierto consiste en colocar nuestro comportamiento en la mente, en lugar de en el medio; que buscar o conducirse hacia algo no es más que comportarse de formas que han sido reforzadas cuando ese algo ha aparecido. Para Skinner, esto no está ausente ni siquiera del pensamiento creativo. Todo es selección a partir de unos disparadores. No hay más que estímulo y reacción. Los estímulos construyen nuestra historia de condicionamiento personal. Y el comportamiento está controlado por las historias genética y ambiental, no por la persona misma como agente iniciador, por mucho que, desde la literatura propagandística de la dignidad, quiera ser ocultado, igual que se oculta el control en la educación. La verdad, para Skinner, es que el ambiente social y la cultura en general evolucionan a partir de las mismas consecuencias de refuerzo.

Cabos sueltos

El apartado seis de esta segunda parte de nuestro ensayo es el más largo y se ocupa de argumentar críticamente sobre los costos y «cabos sueltos» de esta propuesta tecnológica skinneriana. En primer lugar, sobre el control. La humanidad siempre lo ha necesitado, es verdad, hemos carecido del acomodo imprescindible en la naturaleza y hemos tenido que adaptarla a nuestras condiciones. También ha sido necesario construir una compleja estructura social que ha originado sus propios problemas y retos para la convivencia. Siempre ha sido precisa la intervención humana en favor de una homeostasis natural y social. Pero la cuestión fundamental es el criterio que nos conduce a operar, y su medida. Skinner lo ha rebajado a una estrecha cuestión adaptativa elemental, a la supervivencia, y es este un criterio muy insuficiente. Podemos concederle que precisamos del control de condiciones ambientales, pero el criterio evolucionista que consiste en mantenernos vivos es una orientación realmente pobre.

En segundo lugar, se plantea la cuestión de nuestra especificidad. Cierto que el hombre no es radicalmente diferente de otras formas vivas, verdad es que guardamos semejanzas y que no se debe exagerar nuestra diferencia, pero no puede tampoco negarse. Un esquema conductual basado en la reacción a los estímulos puede ilustrar muy bien lo elemental, el proceder abstracto de toda forma viva, de mucha de nuestra parentela animal, pero es un exiguo marco para entender al ser humano en su intrincada vastedad. La conquista del hombre bajo estos supuestos nos crea la inquietud de su propia abolición tal como lo hemos conocido. Deja fuera facetas humanas esenciales, como el ámbito ético, entendido no como mutualismo subjetivo, sino como objetiva autorrealización de la excelencia. Excelencia que incluye la imprescindible autonomía, la determinación interna de los fines, el sacrificio voluntario por algunos valores elevados. Mientras que el animal contesta siempre afirmativamente ante las exigencias de realidad, el hombre puede decir no. Y solo por ello se puede edificar un reino ideal de pensamiento, canalizar la energía hacia el espíritu, sublimar los impulsos naturales. El espíritu es aquello capaz de alzarnos sobre estos fines biológicos innatos hasta negarnos la supervivencia y traspasar el condicionamiento orgánico, rechazando el alimento, el agua y la vida. Está claro que el hombre conductual no puede hacerse cargo de esta dimensión. Pero no basta negarla para hacerla desaparecer.

El hombre nuevo de Skinner no es el sujeto humano. Producto de la ingeniería social, se evita en él a la persona, al individuo que es más que fenotipo, que no es un ente, un algo, sino más bien un alguien, más bien un quien en donde arraigan libertad y dignidad, dos notas específicas que si se dejan a la espalda se nos convierte en otra cosa. Naturalmente, si esto no se hace, es imposible diseñar el condicionamiento abstracto de un ser único, porque en definitiva eso es la persona, no un ser común, ni siquiera un concepto, sino más bien un nombre propio general, como explicamos siguiendo a Robert Spaemann. Skinner, por el contrario, quiere encerrar al hombre en el espacio de la ciencia. Espacio al que pertenece como objeto, pero no como sujeto. La ciencia es el país de la homogeneidad. Es el conocimiento imprescindible para abordar algunas de nuestras dimensiones. La ciencia, que procede investigando las condiciones comunes de cualquier fenómeno, describe con sus leyes aquello general, aquello regular y universal que también caracteriza al hombre, pero solo como ente biológico. General y común es la esencia, pero no la existencia, que también explica al hombre, y explica que no todas las acciones humanas resultan de la naturaleza. Justo por ello las personas pueden autodeterminarse, ser libres.

El modelo conductual de determinación ambiental conlleva ciertas paradojas que pueden descubrirse en la lectura de esta parte de nuestro ensayo. En realidad, el conductismo de Skinner, aunque le guste presentarlo como tal, no resulta de una experiencia de laboratorio ni describe hechos científicos observables, sino que nos exhorta a construirlos a partir de un modelo teórico, por mucha insistencia que se ponga en la necesidad de una tecnología de la conducta. Y estos modelos científicos —esta es la paradoja última— sin el hombre interior no existen. El propio cientificismo tampoco es una tesis científica.

Concluimos diciendo que la vida mental humana no puede reducirse a una combinatoria sistemática de refuerzos conductuales, del mismo modo que no puede reducirse la inteligencia humana a los procedimientos algorítmicos de un computador. La conducta humana requiere de la inteligencia, no solo de la recompensa agradable. Y la inteligencia necesita conciencia, pues procede mediante formación de juicios que extraen conclusiones abstractas y concretas de los datos empíricos, datos que no nos limitamos a procesar de manera automática ligados a un programa hedonista. La conciencia productora de juicios, que está dentro de la «caja oscura» de la mente, es la que nos capacita para entender la verdad y para decidir en correspondencia con ella. La voluntad es otra facultad mental distinta de la anterior y no queda reducida ni determinada por ella. De ahí que nos consideremos libres, a pesar de la existencia innegable de condicionantes, porque estos no nos agotan. De la misma manera, la mente de que hablamos tampoco acaba en la privacidad, pues tiende al desarrollo de cierta transparencia observable en la vida social, vida con otros sujetos que se leen las mentes en la interacción, con todas las limitaciones que se quieran poner, pero sin descartar la evidencia de las analogías en que se basa el mundo de la vida cotidiana.

Por último, la tercera parte de nuestra Apología recapitula de entrada todas estas dificultades a que se enfrenta el enfoque positivista conductual. Nuestra naturaleza objetivable y el mundo interior del sujeto humano forman una unidad. Esta es la posición que defendemos como correcta. El hombre no tiene solo una faceta, no consiste solo en su dimensión físico-natural, sino que esta se ha de unir a nuestra dimensión simbólico-espiritual y así lograr la descripción veraz de lo que somos. A esta tercera parte pertenece también el apartado final en el que se recoge, ahora en positivo, la influencia y el legado intelectual de Skinner. A pesar de que el color psicológico dominante en el momento presente parece poseer un claro matiz cognitivo, la terapia conductual, con ese contenido práctico que gustaba tanto a nuestro autor, no ha dejado de producir frutos muy notables.

  1. El consecuencialismo es una postura ética que evalúa la moralidad de una acción basándose únicamente en sus consecuencias. ↩︎

Foto de cabecera: Burrhus F. Skinner. El archivo de Wikimedia Commons se puede consultar aquí.


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