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Catedrática de Lengua Española en la Universidad de Sevilla, Lola Pons Rodríguez es filóloga e historiadora de la lengua, de los modos de hablar y los fenómenos lingüísticos de hace siglos, pero también de los de ahora. Lo mismo dedica un hilo en Twitter al qué pluralizado, con Lola Flores como protagonista, que recuerda en su último libro a Pedro de Solís, quien a mediados del XVII decía de cierto personaje que hizo testamento y «dio el vale al mundo». El «¡vale!», o sea que adiós, chao, que se murió, en definitiva. La lupa del estudioso la posa así, esta estudiosa, sobre la actualidad hasta revelar lo que las palabras quieren decir más allá en ocasiones de lo que dicen. Y es que la lengua es, ante todo, un «vehículo de comunicación y de transmisión de ideas», como no se cansa de escribir y repetir Lola Pons, pero también es lo que quienes la usamos hacemos de y con ella. De cómo la lengua nos constituye, de lo que revela respecto a nuestra identidad como individuos y como sociedad, de fenómenos como la polarización política que una vez fue lingüística y de la dicha de compartir idioma con millones de personas hablamos con Lola Pons. Lo hacemos a partir de fragmentos de su último libro, El español es un mundo, editado por Arpa.

«Las palabras que usamos dicen mucho de cómo somos, también dicen qué somos como sociedad». Empezando lo primero, ¿cuál es el papel de la lengua que uno habla en la construcción de la identidad personal?
Si la imagen de nosotros mismos que proyectamos a los demás tiene como primera impresión nuestro aspecto físico y la compostura de nuestra indumentaria, la segunda marca personal que ofrecemos es la lingüística, cómo nos comunicamos con nuestros interlocutores, qué vocabulario y qué rango de habla elegimos según el contexto y con qué grado de corrección y cuidado queremos (o podemos) elaborar nuestro discurso. Estas marcas lingüísticas ofrecen a los demás un retrato fiel e inmediato de quiénes somos y de dónde procedemos.

La segunda marca personal que ofrecemos es la lingüística

Y otra: ¿Somos lo que decimos por lo que decimos o por cómo lo decimos?
Por ambas razones: somos libres para formular cualquier tipo de juicio sobre cualquier realidad en cualquier medio, ámbito o contexto, con las consecuencias que eso pueda traernos, y somos un poco menos libres en la elaboración de nuestro discurso, porque pudiendo elegir qué tono, registro o grado de formalidad queremos conferirle, siempre habrá rasgos de habla inconscientes que delatarán nuestra procedencia geográfica y social, y todo ello proyectará una imagen de nosotros, una huella lingüística indeleble.

Lola Pons Rodríguez: El español es un mundo. Arpa, 2022

Vuelvo a la primera pregunta y recupero la primera cita: «Las palabras que usamos […] también dicen qué somos como sociedad». ¿Qué fenómenos lingüísticos cree reveladores de lo que somos como la sociedad? «Estamos atontados y punto», se lee en el libro. ¿Estamos atontados?
Las sociedades son entes heterogéneos que están en continuo cambio. Las lenguas varían al tiempo que las sociedades y en muchos casos los cambios lingüísticos obedecen a las mismas motivaciones que los cambios sociales. La sociedad española de este primer cuarto de siglo XXI ha tenido que adaptarse en poco tiempo a las redes sociales, a la comunicación audiovisual inmediata, a las gestiones digitales, al ocio a través de la red… y todo ello con los cambios de uso lingüístico que esta revolución ha provocado.

Atendiendo a la cita concreta que usted señala, esa era la frase final de una columna de opinión del periódico El País de agosto de 2021 titulada «Me estás ofendiendo. Y punto», donde yo me sorprendía por la curiosa ofensa que provocaba en algunos la corrección lingüística, señalaba el daño que ha podido hacernos la ultracorrección política y apuntaba también que los retoques superficiales en el uso de la lengua pueden ser simple maquillaje o postureo bienintencionado que no consiguen verdaderamente cambiar la realidad de las cosas.

«En el debate en torno a los nacionalismos en España, la lengua lleva tiempo funcionando como pegamento ideológico utilísimo a conveniencia». ¿Cuáles han sido sus usos o abusos más flagrantes?  ¿Podría la lengua ser utilísima de igual manera en la construcción de la tolerancia, en la reconstrucción de una convivencia pacífica?
Las lenguas, todas, son y serán la herramienta principal que tienen los seres humanos y las sociedades en las que viven para desarrollarse y mejorar. Las comunidades españolas bilingües tiene esa suerte por duplicado y resultaría absurdo, a mi modo de ver, renunciar al cincuenta por ciento de tu fortuna lingüística. Hablando de mi propia lengua materna, el español, considero que renunciar voluntariamente a ella es renunciar a una de las lenguas principales del mundo, cosa que no parece inteligente. Evidentemente, el problema que radica detrás de estas decisiones aparentemente ilógicas es político y provoca el uso politizado de las lenguas, que es distinto de su uso social por parte de los hablantes. Si los hablantes por naturaleza buscamos hacernos entender y allanar los puentes de comunicación, la politización de las lenguas nos lleva justo a lo contrario, a levantar barreras, a inventar fronteras o a convertir en problema lo que no lo es.

La politización de las lenguas nos lleva a levantar barreras, a inventar fronteras o a convertir en problema lo que no lo es

«Cuando alguien celebra que yo en público hable de la forma en que hablo, la andaluza, me siento sorprendida. No me jacto. No me avergüenzo. Y todo esto no quita para que celebre la fortuna y la oportunidad que tuve de ser, sin esfuerzo alguno, andaluza y libre». ¿Cuál es el sentido o el riesgo de pedir cuentas identitarias a la lengua?
Se busca diferenciarnos de nuestros vecinos más próximos (y nadie emprende la búsqueda de la diferencia para concluir que es peor y que tiene menos que su vecino, sino todo lo contrario). Pero entre las comunidades hispanohablantes debemos tener claro que no hay variedades del español mejores que las otras. En referencia de nuevo a su cita, debo decir que en el caso concreto de la variedad del español en Andalucía, detrás de las críticas que se le puedan hacer hay un fuerte sesgo socioeconómico; asimilado a hablantes desprestigiados o poco cultos, el andaluz ha carecido del lugar que le corresponde en el panorama nacional si tenemos en cuenta, como ejemplo más evidente, la proporción respecto del total que representa la población andaluza. Es probable que ese descrédito sea la causa por la que muchos andaluces en un cargo o puesto de visibilidad mediática hayan reprimido su manera de hablar en público. Las cosas están cambiando mucho y muy rápido en este sentido en los últimos años. Con el acento que tengo, que es el de una sevillana, he dado clases en Sevilla y en muchos lugares de España y del extranjero y nunca he tenido ningún problema de comprensión asociado a él. No tengo que justificar lo evidente, pero conviene recalcar que el andaluz es una variedad completamente válida e inteligible para cualquier tipo de comunicación. Es, nada más y nada menos, que una variedad más del español.

Entre las comunidades hispanohablantes debemos tener claro que no hay variedades del español mejores que las otras

«Hoy patria es una de esas palabras de definición compleja, envilecida por ideologías». ¿La verdadera patria es la lengua?
Para muchos la patria sigue siendo la nación que los vio nacer, para otros, en un sentido más íntimo y poético, son sus seres queridos, pero podríamos decir también que la lengua, el español, es en cierto sentido la patria supranacional que compartimos millones de personas en el mundo.

 «Se confirmó la tendencia al escrutinio constante de la forma de hablar en público […] Las palabras se nos convirtieron en un paisaje moral». A vueltas sobre el uso interesado de la lengua. ¿Tienen moralidad las palabras? ¿Por sus palabras los y las conoceréis?
Las palabras no tienen moralidad, las personas pueden seguir o no seguir las normas de la moralidad haciendo un buen o mal uso de las palabras y de la lengua.

 Ejemplo práctico: Si alguien dice que habla castellano o que habla español, ¿es una marca de identidad, de ideología o de nada?
Se podría afirmar que son expresiones sinónimas, dos maneras distintas de llamar al mismo idioma, pero hay razones históricas que revelan la diferencia entre ambos términos. Yo digo español. Como historiadora de la lengua, hablo de castellano cuando citamos lo escrito hasta el siglo XV, pero a partir del siglo XVI prefiero denominarlo español. Si un murciano y un colombiano se entienden es porque hablamos la misma lengua, se llame como se llame.

 «La polarización vive de los signos, sostiene sus andamios en la vacuidad aérea de los juicios simples y los extremos categóricos, convierte en símbolo lo que no llega ni a la categoría de indicio». ¿En qué medida y con qué consecuencias le está pasando esto al lenguaje?
La lengua ofrece infinitas posibilidades para elaborar un discurso que puede estar asentado en la prudencia y la mesura o en la demagogia y el populismo. De nuevo recurro a la misma idea: no es la lengua lo que se polariza, sino los pensamientos y las declaraciones de los usuarios de la lengua.   

No es la lengua lo que se polariza, sino los pensamientos y las declaraciones de los usuarios de la lengua

 «La templanza y la razón tienen también una construcción lingüística». ¿Cómo se puede favorecer?
Esta frase, incluida en la introducción de uno de los capítulos de mi último libro, El español es un mundo, se refiere a que los discursos basados en la confrontación áspera o el odio adquieren una visibilidad mediática mayor que los discursos sosegados y mesurados por el natural estupor y el eco morboso que provocan (aquella máxima periodística de que las buenas noticias no son noticias). Pero estoy convencida de que debemos reivindicar la atención que merece la argumentación templada y razonada en la tribuna pública como única vía para la construcción firme de un futuro mejor.

Periodista cultural