Ian McEwan (Aldershot, Reino Unido, 1948). Licenciado en Literatura Inglesa en la Universidad de Sussex, es uno de los miembros más destacados de una brillante generación de narradores. Autor reconocido y multipremiado, firma libros de relatos como Primer amor, últimos ritos o Entre las sábanas; numerosas novelas, algunas llevadas al cine, entre las que se cuentan El placer del viajero, Niños en el tiempo, El inocente, Los perros negros, Amor perdurable, Expiación, Cáscara de nuez, Máquinas como yo o La cucaracha; y el ensayo El espacio de la imaginación.
Ian McEwan (Aldershot, 1948) se confiesa lector de Dickens y de otros escritores del XIX. En su nueva obra, Lecciones, el autor británico sigue a un personaje desde su infancia hasta sus últimos años, tal como hacen algunos novelistas victorianos. El recorrido vital del protagonista, Roland Baines, se arraiga en la historia de la segunda mitad del siglo XX y de las primeras décadas del XXI. El narrador omnisciente, menos intrusivo que el de algunas novelas de hace dos siglos, nos va introduciendo en la vida íntima del resto de los personajes. McEwan alcanza su mayor talla como retratista de personalidades; las psicologías de los seres que acompañan a Baines en esta historia se entrelazan en una composición multiplicadora, hasta representar el complejo mundo moderno y los problemas éticos, políticos, afectivos y familiares que nos rodean.
Si las novelas victorianas triunfaban porque retrataban la vastedad de su época, con los acontecimientos importantes y los avatares de las pequeñas existencias, en esta obra McEwan logra ese mismo efecto con una gran precisión, sin la sentimentalidad de las viejas historias, pero con su persuasión y maestría para captar el interés. La realidad exterior, desde las crisis del Canal de Suez o la de los misiles cubanos, el gobierno de Margaret Thatcher, la caída del Muro de Berlín o los efectos de la pandemia de COVID-19 surgen en el escenario y afectan, de algún modo, a los personajes. Pero la novela de McEwan nos introduce con más intensidad en la privacidad de Roland Baines, en sus pensamientos, traumas, dudas, cobardías, y, hacia el final, podríamos decir que con la aceptación de las frustraciones ha conseguido algo de comprensión del mundo.
Reconocido como uno de los grandes autores británicos contemporáneos, Ian McEwan tiene el vigor de alcanzar una visión totalizadora, y al mismo tiempo la sutileza para penetrar en los detalles más mínimos de la conciencia humana. Alumno de Malcolm Bradbury, en la Universidad de East Anglia, pertenece al grupo de escritores que la prestigiosa revista Granta consideró entre los mejores novelistas de los años 80, junto con Julian Barnes, Martin Amis y Kazuo Ishiguro. Su libro de relatos, Primer amor, últimos ritos, recibió el Premio Somerset Maugham, y entre sus numerosos galardones están el Premio Booker, en 1998, por Amsterdam, el WH Smith Award por Expiación (2001), el Premio Wodehouse, el National Book Award o el Premio Shakespeare. Muchas de sus novelas han sido llevadas al cine.
Su última novela publicada en España dibuja el retrato de un hombre corriente nacido en la posguerra europea. Al menos en edad, y en algunos detalles biográficos, el protagonista es el doble de McEwan. Roland Baines trata de contemplar su vida, sin saber por qué ha llevado determinado curso. En el primer capítulo conocemos a Roland Baines niño en un internado donde estudia piano con la bella profesora Miriam Cornell. Unos recuerdos obsesivos de aquella mujer y la relación posterior entre el adolescente y la profesora marcarán el incierto entramado sexual que va a impregnar toda la novela y la vida del protagonista. Todo empieza con unos detalles insólitos que marcaran el estado de ánimo posterior de Baines. En una de las clases, la maestra de piano se propasa con él, lo que desencadena los impulsos y deseos que llegarán más tarde, en la adolescencia del estudiante, con una desquiciante relación. El prisma del presente, en el mundo de las denuncias por acoso, le hará reflexionar a Baines, ya adulto, sobre aquella relación desigual con una profesora de veinticinco años cuando él tenía sólo catorce. Transcurrido el tiempo, se pregunta si a esa mujer que, finalmente, le hizo daño, debería denunciarla. Uno de los momentos magistrales de la novela es el reencuentro de esos dos seres ya bastante acabados, entre el desquiciamiento, la vergüenza, la culpa y el desconcierto ante el pasado.
Pero el episodio traumático de la infancia y adolescencia se irá entretejiendo con el desarrollo de la existencia del protagonista a lo largo del tiempo. El público se instala en la intimidad de un Roland Baines de 38 años, encarado a un acontecimiento dramático. Baines recibe la visita del inspector Douglas Browne, tras haber denunciado la desaparición súbita de su esposa, Alissa Eberhardt, de origen alemán, que ha abandonado también a su hijo de siete meses. Baines vive su vacío, ni siquiera es capaz de sentir dolor, encerrado en su casa cuidando del bebé. El inspector le trata como a un posible sospechoso del presunto desenlace de la esposa perdida. Pero la desaparición es una huida voluntaria de la mujer, incapaz de asumir la maternidad. La evaporación de Alissa coincide con la angustia de Baines por el desastre nuclear de Chernóbil. Finalmente, la Policía le advierte que el abandono ha sido consciente y planificado: «Su esposa está vagando por Europa. Por voluntad propia. No tenemos motivos para creer que corra peligro». Roland Baines recibe una postal que aclara los términos de la escapada: «Lejos de vosotros dos = dolor físico (…) Un profundo tajo. Pero sé que la maternidad me habría hundido. Mejor dolor ahora que un dolor/caos/amargura más largos después. Tengo claro mi único rumbo + el camino a seguir».
El narrador de la novela nos va introduciendo en la intimidad de Baines, en su flujo de conciencia y en sus movimientos mentales. La escena traumática con la profesora de piano y la escapada voluntaria de Alissa, que quiere estar sola para ser escritora, serán los dos ejes que van a determinar el discurrir de la vida de Baines. Una existencia que parece que él no ha elegido: «Todo le parecía impuesto al azar, como si desde un lugar olvidado lo hubieran descolgado a esa circunstancia, a una vida abandonada por otro, sin que nada hubiera sido escogido por él mismo».
El narrador muda con frecuencia de un personaje a otro, siempre introduciéndose con sutileza en sus pensamientos. Conoceremos a la madre de Alissa a través de sus diarios posteriores al nazismo, al padre militar de Roland Baines y a su sufridora madre, Rosalind. Interesante, el viaje a Berlín de Baines, tras la caída del Muro, en búsqueda de sus buenos amigos de la Alemania Oriental. En Alemania volverá a encontrarse con Alissa, ya convertida en una importante escritora, desapegada por completo de su hijo y de su vida anterior. Es en la última parte de la novela, con un nuevo amor, cuando Baines entenderá el misterioso discurrir de los acontecimientos. La atmósfera, pese a la cercanía de la enfermedad, se volverá para él más cálida y menos cruel. En esta ficción de McEwan llena de talento y conocimiento humano, comprendemos el valor de la aceptación y de la piedad en un mundo dañado.