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Russell Greene. Colaborador de la publicación Law & Liberty. Investigador del progreso económico en la organización Stand Together.


Avance

El primer «despertar» fue la revolución sexual de los años sesenta. El segundo, el periodo de creciente inmigración y multiculturalismo que comenzó en los ochenta. El tercero, el woke, tiene que ver con el «socialismo cultural», que Eric Kaufmann, en The Third Awokening, define como «el uso del poder administrativo, discursivo y estatal para diseñar la igualdad de oportunidades entre los grupos identitarios históricamente desfavorecidos y evitar que sufran daños emocionales». La corriente más extrema del socialismo1 «y su obsesión con el racismo son los culpables del wokismo», según él.

Kaufmann busca la equidad y la justicia social y aboga por equilibrarlas con otros valores como el crecimiento y la productividad. Greene, en su reseña, se pregunta: si se respeta la igualdad de derechos y la economía crece, ¿por qué oponerse a los resultados desiguales? En cuanto a la intervención regulatoria del gobierno, para Kaufmann «la regulación gubernamental, no la competencia de mercado, es vital para domar el poder woke».

Después de repasar asuntos concernientes a la religión, la educación o las tendencias de voto, Greene concluye: «No cabe duda de que el ‘extremismo progresista’ ha transformado la política estadounidense, que muchos de sus principios básicos son impopulares y que esto representa una importante oportunidad política. El argumento único de Kaufmann es que este extremismo es el principal culpable del wokismo y que una agenda política expansiva inspirada en las teorías de John Stuart Mill y Thomas Hobbes es la respuesta».


Artículo

En junio de 2024, el Comisario Federal de Comunicaciones, Brendan Carr, publicó en X una evaluación de los resultados hasta la fecha del Programa de Acceso y Despliegue Equitativo de la Banda Ancha (BEAD) tras 949 días y 42.000 millones de dólares gastados: Cero personas conectadas, cero paladas de tierra removida, pero cumplidos los requisitos del DEI (diversidad, equidad e inclusión) y de la «agenda verde». 

Ha sido el último de una serie de atropellos. Por ejemplo, la revelación de que 50 millones de dólares para financiar la «justicia medioambiental» de la Ley de Reducción de la Inflación fueron a parar a un grupo de protesta propalestino, y otros 50 millones acabaron en manos de grupos contrarios a la seguridad fronteriza. Es posible que pronto se exija a los fabricantes estadounidenses de material de defensa que revelen y reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero «relacionadas con la producción y el uso de aviones, barcos, tanques y otros equipos militares del gobierno estadounidense». Puede que nos esperen tanques con paneles solares.

Los días en que se separaban claramente las distracciones de las guerras culturales y las cuestiones más importantes, económicas y políticas, hace tiempo que pasaron. ¿Existieron alguna vez? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Y cómo debería responder la derecha a la agenda medioambiental y social de la izquierda?

La obra The Third Awokening, del canadiense Eric Kaufmann, profesor en la Universidad de Buckingham (Reino Unido), contribuye a una creciente literatura que responde a esta pregunta. Entre sus títulos se encuentran The Origins of Woke, de Richard Hanania, y America’s Cultural Revolution, de Christopher Rufo. El primero atribuye al fenómeno woke la legislación sobre derechos civiles y el segundo se centra en los orígenes intelectuales de la teoría crítica de la raza. Hanania nos dio la ley, Rufo, los profetas.

Culpables del wokismo

Kaufmann sostiene que el extremismo progresista y su obsesión con el racismo son los culpables del wokismo. Mientras Rufo se centraba en los intelectuales radicales, Kaufmann adopta un enfoque diferente, examinando la «corriente dominante progresista cuya ética gira en torno a los fundamentos morales de cuidado/daño y equidad». En su opinión, el progresismo de izquierdas «cuajó en América a principios del siglo XX como una orientación mayoritaria pro-inmigración europeos y anti-WASP». Para Kaufmann, los rasgos definitorios de este progresismo moderno son la «reducción de daños» y el igualitarismo, especialmente aplicado a las minorías raciales.

A medida que ganaba poder, «el socialismo pluralista de los intelectuales de mediados de siglo se acabó extralimitando, desde mediados de la década de 1960, hasta convertirse en un socialismo cultural de lo woke». Se trata de una tesis provocadora. Resulta que «los progresistas modernos, no los radicales, son en gran parte responsables de nuestro malestar cultural». Y Kaufmann ofrece la solución en el subtítulo: un «plan de 12 puntos para hacer retroceder al extremismo progresista».

Su alcance real es menor de lo que sugiere el subtítulo. El «extremismo progresista», incluso la ambigua categoría de wokeness, parece incluir el movimiento «decrecentista»,2 los manifestantes de Just Stop Oil que cortan el tráfico y pintan Stonehenge con espray y los reglamentos de que los atletas transgénero compitan contra mujeres biológicas. Kaufmann, sin embargo, se centra principalmente en la raza.

Eric Kaufmann: «The third awakening. A 12-Point Plan for Rolling Back Progressive Extremism».
Eric Kaufmann: «The Third Awokening». Bombardier Books, 2024

En su opinión, el primer «despertar» fue la revolución sexual de los años sesenta, y el segundo, el periodo de creciente inmigración y multiculturalismo que comenzó en los ochenta. El tercer despertar tiene que ver con el «socialismo cultural», que él define como «el uso del poder administrativo, discursivo y estatal para diseñar la igualdad de oportunidades entre los grupos identitarios históricamente desfavorecidos y evitar que sufran daños emocionales».

Aunque es un científico social, no un teórico político, Kaufmann atribuye grandes efectos prácticos a las ideas. Como ya se ha mencionado, culpa a la obsesión del extremismo progresista con el daño y la igualdad de caer presa del wokeness. Sin embargo, la propia teoría política de Kaufmann no está tan alejada de esta misma concepción. Aboga por un «enfoque utilitarista de las normas» y cita las advertencias de John Stuart Mill sobre el «peligro que supone la presión social no gubernamental a la hora de reprimir la libertad». En otros lugares aboga por «principios liberales hobbesianos-millianos».

¿Equilibrar o no equilibrar?

El «núcleo» de la teoría política de Kaufmann es «una versión cultural del equilibrio entre equidad y rentabilidad». En su opinión, la equidad y la justicia social son objetivos loables, pero deben equilibrarse con otros valores como el crecimiento y la productividad. Esto implica mucha gestión científica: «La buena sociedad es la que se toma en serio la exclusión y la desigualdad, adoptando reformas que aumenten el bien. Los que no se ajustan a la norma deben ser tolerados y asistidos. Los resultados dispares deben abordarse mediante una redistribución moderada, si es posible».

Esto puede ir demasiado lejos. Si se respeta la igualdad de derechos y la economía crece, ¿por qué oponerse a los resultados desiguales?

De hecho, como sostenía Friedrich Hayek en El espejismo de la justicia social, un sistema de libertad e igualdad de derechos está intrínsecamente reñido con otro que persiga la igualdad de oportunidades (lo que hoy se denomina «equidad»). Por lo tanto, debemos elegir entre un sistema de abajo arriba de libre mercado e igualdad de derechos, o una economía de planificación centralizada que persiga la justicia social y la igualdad de resultados de arriba abajo. Hayek concluyó que la expresión «justicia social» es una «insinuación deshonesta de que uno debe aceptar una exigencia de interés especial sin que exista razón real para ello».

Kaufmann, sin embargo, parece pensar que una planificación moderada de la justicia social es coherente con el liberalismo clásico. A pesar de ser él mismo mucho más complaciente que Hayek con la «equidad», reserva algunas de sus críticas más agudas para los «pequeños gobernantes conservadores, amigos de lo woke», que «ven las soluciones basadas en el mercado como la respuesta a todos los problemas». En su momento más vitriólico, Kaufmann alega que «la izquierda está asistida… por idiotas útiles del establishment de la derecha liberal de mercado», que están obsesionados con «Reagan, Thatcher y Hayek».

El problema libertario

Para Kaufmann, estas élites «woke-friendly» de tendencia libertaria son un gran obstáculo para hacer retroceder el extremismo progresista. Un capítulo del libro se titula incluso El problema libertario. Su argumentación, sin embargo, se debilita al agrupar a los políticos republicanos anteriores a 2016 con los libertarios y los conservadores partidarios de gobiernos limitados. En un momento dado se refiere a George W. Bush como «conservador desde un punto de vista fiscal», a pesar del gasto descontrolado y los déficits desorbitados que definieron su presidencia. Si el historial de Bush como conservador en lo fiscal sirve de pista, su fracaso a la hora de frenar el extremismo progresista puede haber tenido más que ver con la competencia que con la ideología.

Además, Kaufmann pasa por alto la larga historia de los libertarios que se oponen a la política racial progresista. La oposición de Milton Friedman a la Ley de Derechos Civiles de 1964 está bien documentada. El economista de la Universidad de Chicago se opuso a la discriminación racial basándose en que los mercados, y no el gobierno, deberían tomar la iniciativa en la lucha contra la intolerancia […].

Sin duda, Kaufmann rechaza la política posliberal de Patrick Deneen y Sohrab Ahmari. Y culpa al gobernador Ron DeSantis de haber ido «demasiado lejos» al «abolir la titularidad, desterrar la CRT (Critical Race Theory o Teoría crítica de la raza) y los estudios de género en la universidad». No obstante, la visión que el autor tiene del liberalismo clásico se caracteriza más por la planificación racional que por la libertad ordenada. En sus palabras, «la regulación gubernamental, no la competencia de mercado, es por tanto vital para domar el poder woke». Esto concuerda con los principios liberales, argumenta.

Para Kaufmann, la regulación gubernamental antiwoke «trata de defender la libertad de los ciudadanos frente a las instituciones y las amenazas privadas más que frente al gobierno ejecutivo». Después de todo, el gobierno es «responsable y transparente de una manera que las instituciones no lo son». Se me ocurren algunas excepciones.

Religión, educación y votos

Kaufmann se siente más cómodo trabajando con encuestas de opinión pública. Las pruebas que reúne son impresionantes. Argumenta persuasivamente —y en contra del sentido común— que «la religiosidad… no predice la resistencia al wokismo entre los individuos». Más bien, la fe cristiana es «solo un baluarte contra el socialismo cultural en la medida en que inclina a los individuos a ser conservadores». Del mismo modo, rechaza la afirmación de que el «Gran Despertar», la irrupción del fenómeno woke, se deba a una crianza intensiva e hiperprotectora, señalando que «los que decían que siempre tenían que ser guiados por un adulto eran en realidad más partidarios de la libertad de expresión».

En lo que respecta a la política, Kaufmann sugiere que el apoyo popular a las posturas conservadoras convierte al wokismo en un tema de controversia. Pero eso depende de su relevancia. ¿Priorizarán realmente los votantes la Teoría Crítica de la Raza sobre la inmigración o los derechos? Kaufmann sostiene que con el liderazgo adecuado lo harán, pero su fe en la movilización popular tiene límites. Arremete contra los «conservadores del libre mercado» por centrarse en la elección escolar, señalando que «la mayoría (de los padres) se preocupan principalmente de que sus hijos salgan adelante y solo son vagamente conscientes de las nocivas ideas que se imparten».

Pero aquí radica un dilema. Si los votantes se preocupan por estas cuestiones como para influir en las elecciones, ¿por qué no iban a preocuparse de que sus propios hijos las aprendan en la escuela?

En cuanto al papel de las empresas, Kaufmann parece contradecirse. Al revisar las pruebas, concluye en la página 245 que «el uso de las redes sociales no parece afectar a las creencias per se, ya sea en mi investigación o en la de otros», y sugiere que «lo que los niños oyen en la escuela puede ser, en realidad, la mayor influencia». Pero cuando llega a la política, se muestra a favor del estatus de correa de transmisión para las grandes tecnológicas, en parte porque «las actitudes de los jóvenes están posiblemente más determinadas por los medios sociales que por las escuelas» (página 367). No da ninguna cita para esta última afirmación ni menciona su refutación anterior de esto mismo.

Kaufmann también rompe con muchos conservadores y libertarios en la cuestión de la clasificación racial. Mientras que muchos, como el juez del Tribunal Supremo Neil Gorsuch, apoyan la eliminación de la recopilación de «datos étnicos», Kaufmann recomienda que Estados Unidos mantenga sus sistemas de clasificación racial pero «garantice la representación de grupos más equitativa y coherente con el liberalismo.» Pero si figuras como Gorsuch o David Bernstein tienen razón y las clasificaciones raciales son «arbitrarias e irracionales», ¿no es más coherente con el liberalismo rechazarlas de plano y dejar de basar las políticas en ellas, en cualquier dirección?

No cabe duda de que el «extremismo progresista» ha transformado la política estadounidense, que muchos de sus principios básicos son impopulares y que esto representa una importante oportunidad política. El argumento único de Kaufmann es que el progresismo de izquierdas es el principal culpable del wokismo y que una agenda política expansiva inspirada en las teorías de John Stuart Mill y Thomas Hobbes es la respuesta… si los libertarios y los conservadores del libre mercado se echaran a un lado.

Aunque acierta en gran parte de su diagnóstico de lo que aqueja al cuerpo político, la receta de Kaufmann sería mucho más sólida si se atuviera a un liberalismo clásico más tradicional y, por tanto, más radical. La planificación central nunca podrá abordar las raíces del extremismo progresista: solo la recuperación del orden constitucional y una sociedad civil floreciente pueden hacerlo.


  1. En el original left-liberalism, entendiendo como liberalism (según la definición 2c del diccionario Merriam-Webster) una filosofía política basada en la creencia en el progreso, la bondad esencial de la raza humana y la autonomía del individuo, y que defiende la protección de las libertades políticas y civiles. Esta corriente considera el gobierno como un instrumento crucial para mejorar las desigualdades sociales (como las que afectan a la raza, el género o la clase) ↩︎
  2. El decrecimiento, también conocido como decrecentismo, designa el movimiento político, económico y social que critica el paradigma del crecimiento económico ilimitado y pone el énfasis en la necesidad de reducir el consumo y la producción globales. ↩︎

Este artículo, publicado originalmente en Law & Liberty el 6 de agosto de 2024, se reproduce aquí con autorización del medio. La imagen que lo ilustra es un archivo de Pixabay/ Clker-Free-Vector-Images editado en Canva.

Investigador del progreso económico en la organización Stand Together. Colaborador de la publicación «Law & Liberty»