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Desde un punto de vista económico, durante la última legislatura se vivió bien en España. Con un crecimiento del PIB en torno al 3,8 % anual, la oposición se limitó a señalar que el Gobierno Zapatero vivía de la herencia de Aznar, mientras que el vicepresidente Solbes aseguró que España era hoy más fuerte que nunca gracias en exclusiva a la política socialista, porque la herencia recibida había sido menor de la esperada.

Esta pelea dialéctica se sostuvo mientras las cosas fueron bien. De repente, ya entrados en el año 2007, las cosas se torcieron, aunque las cifras oficiales mantuvieron el artificio de la estabilidad general y el crecimiento sostenido. Los dos grandes partidos políticos nacionales actuaron con retraso frente al cambio de ciclo. Cuando, pese a todo, el PP se adelantó en su denuncia, el PSOE le acusó de catastrofismo y negó con firmeza que la situación fuera grave. Todavía meses después, en los debates electorales de febrero y marzo de 2008, el Gobierno desmintió cualquier posibilidad de crisis y responsabilizó a la oposición de dañar la imagen de España en el exterior. Alarmismo injustificado, fue la consigna oficial.

Después de las elecciones, el iceberg ha enseñado su punta en materia de economía y empleo. En este sentido, resultó clarificador el artículo que el ex presidente González publicó en El País el pasado 25 de marzo, porque después de tanto disimulo se atrevió a llamar a las cosas por su nombre. Así, tras la obligada referencia al «empeoramiento de la situación económica internacional», González reconoció que «el empeoramiento económico nacional parece cantado y tendrá impacto en los próximos meses en términos de empleo e inversión». El tono coloquial de este comentario excluye cualquier otro.

«Parece cantado», escribió. Y aún añadía: «En nuestro caso soportamos los efectos de la crisis financiera internacional, de la subida de los precios de la energía y de otras materias primas como las alimentarias. Específicamente nos afecta el problema de la construcción y, como trasfondo, un desafío de cambio de modelo productivo que nos permita ganar competitividad». Con lo de «específicamente», supongo que quería decir «en concreto, a nosotros los españoles». Aunque, en concreto, hay muchas más cosas que nos afectan.

El artículo era tan interesante que me siento tentado a copiarlo en su integridad, pero me resisto. Léalo o reléalo usted. Con lo dicho, vale. Y vale para reconocer que estamos entrando a toda máquina en una época de declive económico, que todos somos conscientes de ello y que lo hemos ocultado al conjunto de la población por infantilismo político. Pero lo malo no es esto. Lo peor es que hasta ahora no hemos conocido qué medidas se van a tomar para encauzar la situación. Es lamentable que el descanso postelectoral haya retrasado la urgencia de poner los medios a trabajar.

Estamos en la penumbra. Lo poco que sabemos es lo que nos dijeron el vicepresidente Solbes y el presidente Zapatero durante los debates electorales, aunque sus afirmaciones de entonces no se correspondieran con la realidad de los datos que vamos conociendo entrados ya en el mes de abril. Crece el paro, aumenta la inflación y preocupan mucho algunos sectores económicos intensivos en mano de obra. Pero no sólo ellos.[[wysiwyg_imageupload:843:height=178,width=200]]

Las soluciones no son fáciles de diseñar, ni de tomar, y resulta complicado variar el signo de una tendencia. Cuando las cosas van bien, es relativamente sencillo mantenerlas estables. Pero cuando las cosas van mal, es difícil corregirlas. Los «populares» aseguran que Aznar lo consiguió, y a su tenacidad atribuyen el cumplimiento (milagroso) por parte de España de los criterios de Maastrich para la incorporación de nuestro país a la Europa de hierro, de la moneda única, uno de los peldaños más sólidos de nuestra verdadera modernización económica. Y de  nuestro envidiable crecimiento en  estos últimos años. El euro,  tanto nos asusta, ha soplado a nuestro favor.

Aunque estemos en la penumbra, es justo reconocer que tanto el PSOE como el PP han adelantado algunos borradores de programas. Los del PP, que se asentaban sobre una sustanciosa rebaja fiscal, ya no tienen relevancia efectiva porque los populares perdieron las elecciones. En cuanto a los del PSOE, giran en torno a un impulso de la obra pública y de la inversión institucional en grandes proyectos, que arrastre consigo a la inversión privada. En este sentido, permítame el lector reproducir una última frase del artículo citado de Felipe González: «Merece la pena actuar rápidamente en este frente (aprovecharnos del superávit público y de la salud de nuestro sistema financiero), activando los proyectos de inversión en infraestructuras y vivienda que puedan recuperar el ritmo de actividad y compensar la caída inevitable del empleo». Lo de «inevitable» también es suyo. De rebajas fiscales, nada. Muy al contrario, las considera contraproducentes.

El triunfo electoral es un regalo envenenado, se dice en las tertulias radiofónicas. Y no les falta razón a quienes se manifiestan en este sentido. Todo invita a pensar que el periodo que se avecina va a ser más difícil que los tres últimos que hemos dejado atrás. ¿Nos hemos preparado para una desaceleración? Mi sospecha es que el cambio de signo nos ha pillado desprevenidos, y lamentablemente las declaraciones triunfalistas de Solbes parecen confirmarlo. Hemos contemplado la crisis financiera e inmobiliaria de los EE.UU. como si se tratara de una lejana película negra de Hollywood, que nada tenía que ver con nosotros. Incluso, se ha dicho así oficialmente, con estas mismas palabras: «Nada tiene que ver con nosotros». ¿Se puede preparar un país para la crisis? El relato bíblico de José y sus hermanos nos invita a la esperanza, pero la experiencia de tantos países que han perdido el tren de la modernidad nos conduce en sentido contrario. Recuerdo que durante los años de Aznar, los sindicatos se lamentaban de que el Ejecutivo no aprovechase la época de vacas gordas para ayudar a los más necesitados y llenar los graneros para los tiempos de vacas flacas. No les he oído decir lo mismo con Zapatero, quizá porque el entusiasmo propagandístico del vicepresidente segundo prometía mayor caudal de bienes y servicios durante tiempo indefinido. ¡Los sindicatos como correa de transmisión política son un tumor de consecuencias devastadoras!

El candidato Rajoy fue excesivamente bronco en materia de inmigración en sus debates electorales. La verdad es que la España más pujante de los últimos años debe mucho a los inmigrantes. O quizá ésta es sólo una media verdad. La otra media es que la inmigración es uno de los componentes más frágiles de la riqueza nacional y que esta fragilidad puede provocar un gran drama social a medida que disminuyan las tasas de crecimiento. Los datos de paro son malos y amenazan con ser mucho peores. También son malos los datos de inflación, de las hipotecas, de creación de nuevas empresas, de ventas de coches, de viviendas y tantos otros a los que apenas nos atrevemos a asomarnos. En días como hoy leemos sin inmutarnos titulares como el siguiente: «El mercado inmobiliario se desploma», con el subtítulo: «La venta de pisos desciende un 27% y en algunas comunidades más del 40%». O este otro titular: «Los promotores prevén una caída de precio de los pisos sin precedentes», con su correspondiente subtítulo: «La crisis destruirá 600.000 empleos de construcción en dos años».

Las previsiones para 2008 corrigen a la baja las cifras macroeconómicas avanzadas en meses anteriores a medida que entramos en la primavera. Para 2009, las perspectivas son aún más desalentadoras. Los organismos internacionales y los analistas españoles coinciden en afirmar que el frenazo es cada día más rápido y de mayor envergadura. ¿Se puede hablar de crisis? La mayor parte de nuestros expertos no utilizan este término- porque —en su opinión-— no se corresponde con proyecciones de crecimiento que varían del 1,6% al2,6% para 2009, aún por encima de  la media europea. Quienes sí hablan de crisis son las amas de casa y, en general, los consumidores, pese a lo cual la reciente festividad de Semana Santa fue testigo de un jolgorio vacacional digno de mejor causa. Eso sí, cada familia gastó menos en ocio y «chuches».[[wysiwyg_imageupload:845:height=182,width=200]]

También se ha pronunciado al respecto el presidente del Banco Central Europeo, JeanClaude Trichet, para quien «la crisis aún está en marcha» y no cree que «hayamos pasado lo peor». Los remedios que Europa está poniendo para afrontar el temporal son distintos a los de Washington, ya que mientras allí se han reducido los tipos de interés en tres puntos a lo largo de seis meses, hasta el 2,5%, aquí se mantienen estables en el 4%, porque el objetivo del BCE es la estabilidad de precios. España ha resistido el envite mejor que otros países pero, lamentablemente, todo parece indicar que hemos iniciado la cuesta abajo. Y si hacemos caso de Trichet, entraremos directamente en «lo peor de la crisis». Sabemos de dónde venimos. No tenemos muy claro dónde nos encontramos. Y no sabemos hasta dónde podemos llegar. El Gobierno Zapatero tiene mucha tarea por delante; y también cada uno de nosotros si queremos enderezar la situación.

La banca española, tan rigurosa y solvente, no ve los toros desde la barrera. Su preocupación es evidente ante el giro que ha tomado la economía. De puertas para adentro hay inquietud y se refuerzan las medidas de control. Los efectos de la desaceleración se dejarán notar en su cuenta de resultados, sin ninguna duda. Dicho esto, cuando las barbas de la banca veas pelar, pon las tuyas a remojar.