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Escribo este comentario sobre dos libros (El mundo clásico, de Robin ELane Fox, editado por Crítica, y El reloj de la historia, de Francisco Rodríguez Adrados, editado por Ariel) arrastrado por el enfado que me produjo una crítica superficial publicada en un diario de Madrid, en la que su autor se «cargaba» el estudio del primero y decía que el del segundo era mucho mejor.

Lo cierto, sin embargo, es que los dos son interesantes y, lo que es más destacable: no tienen nada que ver el uno con el otro. Absolutamente nada. El trabajo de Rodríguez Adrados se prolonga desde la antigua Grecia hasta el siglo XX, mientras que el del escritor británico se abre con Homero y se cierra con el emperador Adriano. Tampoco hay ninguna semejanza en el propósito de ambas obras, ya que mientras la de Robin Lane Fox es la descripción lineal -o más o menos lineal- de la historia de Grecia y Roma, la del profesor español persigue una nueva filosofía de la historia. En su opinión, Grecia es un corte en la historia. Dice: «La antigua Grecia representa un momento único, especial, en la historia del mundo. Eso es lo que han dejado de ver tantas propuestas anteriores sobre la Filosofía de la Historia. Hay un antes y un después de Grecia, y hay una y otra vez la resurrección de la Grecia que parecía muerta: el espíritu libre, el teatro, la democracia, la ciencia…». Un corte, un despegue, un salto, que se prolonga hasta hoy mismo con sus avances y retrocesos.grecia.png

Para el crítico del periódico madrileño, El mundo clásico es un trabajo aburrido, calificativo con el que tampoco estoy de acuerdo. Efectivamente, no es tan burbujeante como La historia de Grecia (o de Roma) de Indro Montanelli, pero el libro es de fácil lectura, como lo prueba el hecho de que se haya convertido en un éxito editorial en su país de origen y en los Estados Unidos. Si nos tomamos la molestia de consultar la opinión de los lectores en la tienda virtual Amazon, advertiremos que la valoración general es de cuatro estrellas (sobre cinco) y que los comentarios elogiosos superan en mucho a los adversos. Algunos de » ellos destacan, precisamente, su «accesibilidad» y su «legibilidad», virtudes nada despreciables.

Y ya que he citado de pasada a Montanelli, me gustaría detenerme un momento en este periodista italiano y lamentar que la mayor parte de sus obras estén descatalogadas, lo que no habla en favor de muchas editoriales cuya política empresarial se entiende con dificultad. No es éste el lugar para analizar y criticar la pérdida de los fondos de catálogo, pero sí para dejar constancia de ello. Hay mejores libros de historia que los de Montanelli, por supuesto, aunque no todos gozan del mismo fervor del público.

Hace unas semanas, un dependiente de La Casa del Libro, en la Gran Vía madrileña, se me quejaba de que los libros que han sido éxitos de venta en los últimos años han desaparecido de las estanterías de las librerías y me ponía como ejemplo a Montanelli. Y también al americano Herman Wouk, autor de El motín del Caine, premio Pulitzer, y de la trilogía Vientos de guerra. «Esos libros sí que se vendían bien, frente a tanta novedad sin interés como recibimos ahora», aseguraba. La crítica instalada, sin embargo, no ha sido amable con ellos. ¿Herman Wouk? «Un segundón», sentencian. Recuerdo que el cineasta Nino Quevedo, director del primer Goya, con Paco Rabal, y productor de La tía Tula, el formidable filme de Miguel Picazo sobre la novela de Unamuno, solía decir que los best-seller americanos son como grandes rascacielos, de difícil construcción, y aconsejaba a los escritores jóvenes que aprendieran de estos maestros y no de Juan Benet o de Gabriel García Márquez.

El mundo clásico se lee con interés y tiene el valor añadido de la muy notable información que recoge. No es fácil resumir en 800 páginas la historia de estas dos grandes naciones, y Robin Lane Fox lo consigue en buena parte gracias a la selección de materias. No pierde mucho tiempo con cuestiones menores que «ni siquiera le habrían interesado a Adriano», afirma, tales como los diversos reinos griegos surgidos a la muerte de Alejandro o los años de la república romana comprendidos entre la destrucción de Cartago y las reformas de Sila. Por el contrario, reclaman su atención -y la del lector- la Atenas de Pericles y Sócrates y la Roma de César y Augusto.grecia_2.png

Robin Lane Fox es fellow del New Collage de Oxford y catedrático en Historia Antigua. En su opinión, en nuestra época los historiadores interpretan los sucesos pasados con sofisticadas teorías relacionadas con la economía, la sociología, la geografía y la ecología, las teorías de clase y de género, el poder de lo símbolos o los modelos demográficos por poblaciones o grupos de edad. Pero no era así en la Antigüedad, donde sus viejos colegas resaltaban cuestiones tales como la libertad, la justicia y el lujo. «He decidido destacar estos tres -dice- porque están en la mente de los actores de la época y constituían un elemento importante de la forma que tenían de ver los acontecimientos». Pues bien, de libertad se habla mucho. De justicia, también. Y también, mucho, del lujo y de la importancia de su ausencia o su presencia en la vida de los pueblos.

Algunos de nosotros tenemos la creencia de que sabemos bastante, o cuando menos lo «suficiente» sobre Grecia y Roma, pero un libro como éste nos ayuda a salir del error.

Aquellas naciones fueron realmente formidables y marcaron la cultura de Occidente de manera indeleble. Dentro de ellas hay mucho más contenido del que recordamos o del que hemos sabido jamás. El reencuentro con personajes como Heródoto, Aristófanes, Sócrates, Aníbal, Pompeyo, Nerón o Pablo de Tarso (además de Temístocles, Pericles, Platón, César, Marco Antonio, Cleopatra, Augusto…) es siempre una fiesta. También son un festín los capítulos relativos a la conquista del imperio, la lucha por la libertad y la justicia, la vida en las grandes ciudades, el cristianismo y el imperio romano, la paz de los dioses o lo espectáculos públicos.

¿Una obra aburrida? Ni hablar. El volumen se acompaña de mapas, ilustraciones, notas, comentarios, bibliografía recomendada y el correspondiente índice. Como curiosidad, fue Nerva, y no Tito ni Vespasiano, el que realmente fue el «buen» emperador.

Tampoco resulta aburrido, pero sí más denso -mucho más denso- el trabajo del profesor Francisco Rodríguez Adrados, que acomete la tarea con el siguiente espíritu: «No es un libro improvisado; puede decirse que todo lo que he leído, visto y pensado a lo largo de mi vida ha sido una preparación para él». Y propone una nueva teoría. Su título original es: El reloj de la Historia. Homo sapiens, Grecia antigua y mundo moderno.

Se trata de un esfuerzo que no deja indiferente al lector. Rodríguez Adrados, que se autodefine como «helenista», es académico de la Real Academia Española y de la Historia, y catedrático de la Complutense. Esto último se le nota mucho, ya que su libro respira pedagogía y en no pocas ocasiones peca de reiterativo; las reiteraciones típicas del profesor que repite cien veces las mismas ideas para que calen en el ánimo del alumno. Su lenguaje, voluntariamente descuidado en ocasiones, también se vuelve coloquial aquí y allá. A veces da la impresión de que algunos textos están dictados o que se dirigen a un auditorio.

La idea central del libro es que Grecia es un corte en la historia. Introduce una apertura que, aunque silenciada o decaída a veces, resurge siempre. «Sin un conocimiento de lo que significó Grecia -dice- es inútil intentar una visión de conjunto de la historia humana». Error que se comete con frecuencia. Y añade más adelante: «La línea GreciaOccidente, expandiéndose siempre, es la central en la historia del mundo, aunque no la única. Pero es la que se ha impuesto y se impone». Y dice aún más: «Se habla de multiculturalismo; todas las culturas serían iguales.

En mil exposiciones, festejos y foros se nos bombardea machaconamente con est°. Sí, las culturas humanas tienen iguales raíces y ofrecen mil cosas comunes, pero hay una que es el centro de la historia y otras que bien la absorben, bien reaccionan contra ella».grecia_3.png

Dicho con otras palabras: «Hay la ruptura griega y el eje greco-occidental de la historia, hay las aculturaciones y los rechazos. Esa línea central pasa por Roma, los cristianos y los sucesivos movimientos humanistas y socializantes. Se ha impuesto y se impone a cada paso; sólo en el islamismo ha encontrado un rechazo radical. Y aun éste, ni simple ni definitivo».

Sólo el conocimiento de la historia permite realizar paralelismos entre unas épocas y otras. Este libro, que el autor califica de «audaz», nos ofrece variados ejemplos. La reacción de los Estados Unidos contra Vietnam, Afganistán, Irak y quizá Irán se asemejan a acciones similares de Trajano y Adriano, mientras que la paradoja de las tendencias unitarias de la Unión Europea al lado de algunas escisiones internas recuerdan al autor a sucesos que tuvieron lugar tras Alejandro Magno, Roma y Carlomagno.

Como colofón, una afirmación sincera: «Estamos (hoy, en 2007) ante un inmenso crecimiento, pero también ante una dulce paz -casi- y una dulce decadencia. Sin duda, todo ello va a más, se va extendiendo al planeta entero», asegura Rodríguez Adrados.