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Susana Cordero de Espinosa. Directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, primera mujer la que la dirige. Se doctoró en Pedagogía con especialización en Filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador. Cordero de Espinosa es una reconocida ensayista, catedrática universitaria y editora del diario El Universo (Guayaquil).


Avance

La Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) ha investido en el Monasterio de San Millán de la Cogolla a sus primeros doctores honoris causa: Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia Española y presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE); Juan Carlos Vergara Silva, director de la Academia Colombiana de la Lengua; Susana Cordero de Espinosa, directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua; y Gonzalo Celorio Blasco, director de la Academia Mexicana de la Lengua. El solemne acto ha sido presidido por el rector de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), José María Vázquez García-Peñuela. Ofrecemos a continuación el discurso de recepción de investidura de Susana Cordero de Espinosa. Las negritas son nuestras.


Artículo

Agradezco al Rector, don José María Vázquez García-Peñuela, a don Santiago Alfonso López Navia, a profesores y autoridades de la Universidad Internacional de La Rioja, la generosa circunstancia de encontrarme aquí para recibir esta investidura a nombre de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, instaurada pronto hará ciento cincuenta años, en 1874. Experimento, como, sin duda, mis queridos colegas, de qué modo el corazón pierde la palabra cuando lo agobia el agradecimiento.

El monasterio de Yuso es inolvidable para mí desde octubre de 2004; entonces, representantes de la Real Academia Española y de las 19 hispanoamericanas, la Norteamericana y la Filipina, consensuamos en él la relevancia del repertorio del Diccionario panhispánico de dudas, tras cinco años de haber participado en su redacción. Don Víctor García de la Concha, entonces director de la Real Academia, resumió: «La redacción de este primer diccionario respondió a una política lingüística panhispánica y fue consensuada línea por línea entre todas las academias”.

En mi breve lectura intento inducir, no sin atrevimiento, algunos rasgos idiosincrásicos patentes en usos del castellano de nuestra sierra ecuatoriana, cuya clara influencia quichua en tono, léxico y sintaxis lo vuelve más elusivo que expresivo; nuestros usos revelan interiorización, reserva, silencio, talantes significativos de caracteres madurados en siglos, en valles constreñidos entre montañas, riscos, nudos, todo circuido de alturas y de cielo, sobre el cual el poeta francés Henri Michaux sugería: Quien no ame las nubes no vaya al Ecuador.

Según Navarro Tomás, el acento pertenece al pueblo que lo ha producido, no está en las letras ni en las frases, sino en la manera de decirlas; el pueblo no cambia de acento. Tal similitud supone lazos étnicos más estrechos que los del lenguaje. Los límites de los acentos representan las fronteras más sutiles y profundas de la geografía de un país.

Según Humberto Toscano «toda lengua se canta»; el rastro más importante del sustrato indígena prequichua se encuentra en la entonación, «movimiento melódico con el que se pronuncian los enunciados, que implica variaciones en tono, duración e intensidad del sonido, y refleja un significado determinado, intención o emoción», según nuestro diccionario.

El quichua, lengua del inga, impuesta a nuestros pueblos originarios, es presencia irrenunciable en el español heredado; el quechua de Perú y Bolivia cuenta con cinco vocales; el nuestro solo contiene la a, fuerte; la i y la u, débiles. En el habla rural, nuestros campesinos indios cambian aún la o final por u, y por i, la e, como en /cundur/, cóndor o /suru/, por soro, una clase de maíz, y en interjecciones frecuentísimas hasta hoy en el habla serrana, como ¡achachau!, por «¡qué frío!», ¡ayayáu!, para expresar dolor, arrarráu, queja ante el ardor de una quemadura. Cambios de e en i final permanecen en la toponimia: Machachi Pomasqui, Yaguachi, Caranqui, Tocachi, Chimbacalli, (la calle del otro lado)… La presencia predominante de i u en el quichua ecuatoriano no explica, pero anuncia, la debilidad de un acento que contagia su vacilación al español.

Nuestra entonación no es uniforme: la de la Costa se parece a la del habla antillana, mientras el dejo serrano «de ritmo lento, pausado y contenido», (p. 29 T.) y uniformidad tonal muy cercana a la del quichua, se acerca al de las hablas de otras regiones andinas. Al centro sur, en Cañar y Azuay, por herencia de cadencias indígenas cañaris, acento, pronunciación e inflexión retroceden hacia una doble acentuación. En la Sierra norte abrimos poco la boca para articular.

Más al sur y al sureste, en Loja, de habla afamada como la más elegante del país, y en parte de El Oro, entonación y altibajos son poco marcados. El tempo de nuestra habla, trasunto del que un día fue el despacioso tempo vital quiteño, resulta lento para el oyente.

Como testimonio de la influencia quichua-cañari en entonación y acento y la citada doble acentuación del castellano en Cuenca y el Cañar, intento reproducir tal dejo en este ejemplo:

—Magdita, ¿quieres tomar un cafecito con nosotros?…

—Este ratito no puedo, Inés, pero me voy a volver y ahí sí tiacepto…

Tono de voz, acento y ritmo de habla; preferencia por ciertas terminaciones, exclusión de otras; alguna subversión morfosintáctica en palabras y frases de formas extrañas a las del español general ¿permiten enunciar la intimidad de procesos psicológicos que escapan al hablante de cada día?

En nuestra morfología es constante el abuso del diminutivo en nombres y adjetivos terminados en -ito, -ita; nunca, en -ico, y muy poco, en -illo. Si el diccionario habla del valor afectivo del diminutivo, más que del afecto que algo o alguien nos inspira o que la pequeñez del objeto, el uso serrano muestra timidez de ánimo del hablante y aun cierta sumisión. Tan adherido se halla el diminutivo a nuestra piel idiomática, que ayer mismo, antes de la molestia del taladro, oí a la dentista decirme: Ahora sí, abrimos la boquita… El adverbio también soporta el diminutivo: Abajito queda. Aquicito nomás me voy no reflejan la distancia que se recorrerá: el lugar al que vamos queda siempre cerquita… Usamos aurita por ‘ahora mismo’: aurita salgo; ¡Casito te caes! nos previene del peligro de caer. Si acabamos de llegar, explicamos: Reciencito llego; reafirmamos nuestro cuento con un De veritas te digo, y nos despedimos con Hasta lueguito; No sea malito acompaña cualquier solicitud: Vuela, guambra al recado, no seas malito

Uso de adverbios como en Antes no vino no denota tiempo anterior ni contrariedad por la falta de alguien, sino satisfacción: Menos mal que no vinoAntes no llueve dice Qué bueno que no llueva. En Pedí permiso y de ahí me fui, De ahí quiere decir luego. Breve, adjetivo, es adverbio en Ven brevecito y Hasta mientras, significa Entre tanto: Me voy, hasta mientras, ordena tus cosas. Repetimos preposiciones para asegurar la certeza de lo dicho u oído: Hablo de deveras; El tío avaro todo quiere de a de balde… El uso de pues, muletilla al final de oración, desemboca en /ps/ o /fs/, silbido casi imperceptible.

Chulla significa ‘lo que está o va solo’: Mamá, solo encuentro chulla media. ¡Chulla vida!, “única vida”, incita a disfrutar de la existencia o puede figurar, en contexto, el sinsentido de una vida oprimida. El ocioso es un come de balde; el abuelo, papá grande; el dedo pulgar, Dedo mama, y la bola mayor del juego de lamacateta, la bola mama; la mama cuchara es la muy útil cuchara grande de madera.

Si alguien llama a otro y el interpelado es de humilde condición, no pregunta ¿qué?, ni ¿qué dice usted?; pide: Mande, que hasta hace pocos años era la forma educada de contestar a mamá y a papá, aunque los tratáramos de tú: —Mande, mamita

Se ha perdido en lo cotidiano y aun en lo solemne, el antiguo tratamiento con vos; hoy se dirige aún a algún indígena, sin sentido despectivo: ¿Vos trabajas aquí, Manuel? ¿Y vos, Sustancio?

Son muchas nuestras seudomorfosis: Mamá me habló no significa ‘Mamá me dirigió la palabra’, sino ‘Mamá me regañó’, de rimana, quichua, ‘hablar o reprender verbalmente’. ¿Se generaron estas formas porque el patrón hablaba al indio o al mestizo para reprocharle, no para agradecerle ni halagarle? Su uso permanece aún, incluso entre gente culta. Hablar atrás significa ‘murmurar’; llevar, sirve para ‘llevar y traer’. Llorar, guacana en quichua, usa el vulgo por “graznar” o “cantar un ave”, o por “relinchar, gruñir o aullar un animal”: El perro llora, La golondrina o el sapo lloran, uso que ya se señalaba en el siglo XVI. ‘Tener’ o ‘ser de buena espalda’ (en quichua, cushi huasha, ‘alegre espalda’) vale por ‘ser afortunado’, mientras en español general quiere decir ‘resistir, soportar un trabajo’.

Acabar a alguien: Mamá me acaba cuando llego tarde, significa ‘mamá me regaña fuertemente’: Si llegamos tarde nos acaban, ya has de ver.

Es grande la riqueza expresiva de algunas formas verbales: Ser de que expresa obligación: Es de invitarle al Pepito, por Debemos invitarle. En Era de salir, por Debí o Debimos salir, el hablante, al constatar que no salió ni salieron, lamenta no haberlo hecho; otras veces, como en Era de que estudies, amonesta suavemente. Usamos saber por soler: Juan sabe pasar por mi casa; también, el futuro por el imperativo: Asomaraste, por ‘asómate’, significa «Ven, hazte presente» y Dejaraste ver, ‘Ven, muéstrate’. Hay un uso peculiar del pretérito compuesto de indicativo: Al decir Maricarmen se ha graduado, no comunicamos que ella se graduó hace tiempo, sino que acabamos de saber que esto ocurrió. ¡Adiós, ya han sido las cinco! dice el apurado, por Son las cinco: la perífrasis guarda un matiz de sorpresa.

El uso del gerundio puede equivaler al de un adverbio, hacer oficio de complemento circunstancial, de modo o como infinitivo, ¿Qué haces? Saliendo nomás, equivale a ‘Salir…’.

El imperativo desnudo es fórmula dura para el oyente serrano: si decimos Trae estos libros, oiremos como rotunda negativa: —¡Qué haciendo! Si alguien cuenta algo inaceptable, se lo calla con un —¡Qué diciendo!, así, el hablante indica que no cree tal barbaridad.

“A menudo el giro quichua puede haber penetrado hondamente en el habla”, afirma Toscano. Muestra de esta penetración intraducible al español general, construcción que Toscano aconsejaba eludir hace ochenta años, pero que sigue en nuestra habla con vigorosa constancia, son los Dame haciendo, Dame pasando, Da diciendo, Deja cerrando; y hasta Le mandó sacandoSi un ama de casa serrana pide a la empleada doméstica: —Olga, páseme un vaso de agua, por favor, habla correcta y cortésmente, pero su eficacia comunicativa es nula, cuando no, negativa. La empleada piensa: ‘¡La señora ha amanecido bravísima!’; pero si la llaman: Olguita, deme pasando un vasito de agua, sabe que todo está bien, y más si la señora añade: —No sea malita…

Tengo, al respecto, una hipótesis sugestiva, aunque improbable: durante la colonia, nuestros indios debían abstenerse de mandar fuera de su pobre hogar; era inaceptable que ordenara al criollo o al mestizo de cierta ‘calidad’… y generó, como en secreto, esta síntesis entre quichua e hispánica, que, en lugar de mandar, ruega, como si pidiera perdón, imperativo atenuado en el que el mandante trata de desaparecer: Dame haciendo, Da trayendo, y hasta en pasado, Le dio escribiendo dulcifican la orden actual o pasada…

Nuestra cocina se expresa todavía en quichua, y hoy, con más ventaja gastronómica: el locro, el runaucho, el timbushca, los llapingachos, las choclotandas, el caucara, el champús, el sango, la chuchuca, el mote, el chulco, la mashca, etc. La comida se sazona con rocoto, a falta de ají; la otavaleña chicha de jora se ha vuelto bebida nacional. El ramo de la construcción está en manos indias: los adobes se hacen de buen chocoto; la cubierta, con pingos, chagllas, chahuarqueros. Toponimia y onomástica son los restos más visibles de las lenguas antiguas, algunas, desgraciadamente, ya desaparecidas.

«Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcus, Bernabé Ladña, Andrés Chabla, Isidro Guamancela, Pablo Pumacuri […] Sebastián Caxicundur. Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal, Nieblí… ». Nombres españoles ante antiguos apellidos indígenas, apelativos de lugares y sufrimientos inician el poema «Boletín y elegía de las mitas», de César Dávila Andrade, ¿Alcanzan a decirnos algo sobre nosotros mismos?

Al no poder despojar a las palabras de su relación con la vida, de su posibilidad de revelarnos, anhelo que las que he pronunciado hayan traído a ustedes parte de nuestro ser andino, de nuestra alma.

«La lengua, escribió Gabriela Mistral, es otra sangre que nos calienta el pecho». Lo es, y espero haber mostrado alguno de tantos modos en que nuestra América habla el español: nuestro español, nuestra sangre espiritual, hecha de tantas sangres.


Bibliografía mínima

—Cordero Crespo, Luis, Diccionario quichua-español, español quichua, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1955.

—Cordero Palacios, Octavio, El quichua y el cañari, Contribución a la historia precuencana de las provincias azuayas (primera edición, 1924), segunda edición, Cuenca, Universidad de Cuenca, 1981.

—Cordero Palacios, Octavio, Estudios históricos, selección, Quito, Banco Central del Ecuador, 1986.

—Navarro Tomás, Tomás, El acento castellano, discurso de ingreso a la Real Academia Española [en línea], Real Academia Española. [Consulta: 3 de octubre de 2023]. Disponible en: https://www.rae.es/sites/default/files/Discurso_ingreso_Navarro_Tomas.pdf.

—Toscano, Humberto, El español en el Ecuador, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1953.


Crédito de la imagen: Quito, a mediados del siglo XIX. Se trata de una obra del pintor Rafael Salas que adorna el Banco Central del Ecuador. Foto: © Wikimedia Commons


Otros artículos con ocasión de la investidura de doctores honoris causa de UNIR:

Gonzalo Celorio Blasco: Conquista espiritual y lenguas indígenas

Juan Carlos Vergara Silva: Colombia y su contribución a la lengua común

Santiago Muñoz Machado: La legislación, difusora del castellano

Directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, primera mujer la que la dirige. Se doctoró en Pedagogía con especialización en Filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador. Cordero de Espinosa es una reconocida ensayista, catedrática universitaria y editora del diario «El Universo» (Guayaquil).