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Hay decálogos poco dogmáticos pero certeros. El primer mandamiento de un conservador responde a su viva conciencia del pecado original y de las distintas servidumbres que acarrea la imperfección humana. El conservador no niega el rostro benéfico de la razón, aunque intuye lo afilado de sus aristas. El conservador ama la verdad —no puede no hacerlo— y efectivamente la persigue con ahínco; sin embargo, al mismo tiempo sabe que, en un mundo imperfecto hecho de sombras y cascotes, las ficciones compartidas, las mentiras nobles y los relatos sofisticados tienen una función que haríamos mal en desdeñar.

La imaginación conservadora. Gregorio Luri (Editorial Ariel, 2019, 344 págs.)

El conservador lee a Platón, a Dante o a Shakespeare, consciente de que la realidad no se reduce a la cuantificación de unos datos ni al dictado estricto de un historicismo que ve en el pasado una etapa ya superada de la humanidad. En este sentido, actúa con mayor humildad: no olvida que los muertos son también nuestros contemporáneos y que, por decirlo con palabras del historiador anglicano Owen Chadwick, «los fines del hombre no se diseñaron para que su alma pudiera gozar del don definitivo de la consistencia»; es decir, que somos hijos de nuestros errores tanto como de nuestros aciertos, del pasado tanto como del anhelo de un futuro.

El filósofo británico Michael Oakeshott sugirió, con una imagen de reminiscencias clásicas, la orientación de la sabiduría conservadora en el vasto océano de la Historia: «En la actividad política, los hombres navegan un mar que no tiene ni límites ni fondo; no hay ni puerto para resguardarse, ni suelo para anclar, ni punto de partida, ni destino fijo. La tarea consiste en mantenerse a flote y en equilibrio; el mar es a la vez amigo y enemigo; y el arte de navegar consiste en utilizar los recursos de una forma de comportamiento tradicional para convertir en amiga toda situación hostil».

El conservadurismo —sostiene el pensador navarro— cree en la existencia de una naturaleza humana y en las permanencias antropológicas

En La imaginación conservadorasu reciente ensayo, Gregorio Luri insiste en estos mismos principios. Por un lado, no somos solo modernos; por otro, no somos solo historia, aunque vivamos y nos movamos en el tiempo. «El conservadurismo —sostiene el pensador navarro— cree en la existencia de una naturaleza humana y, por lo tanto, en las permanencias antropológicas. Siente aversión por los intentos de rehacer de arriba abajo las cosas humanas. Desconfía de las grandes abstracciones que se ven a sí mismas como la semilla de un mundo nuevo y deducen, como de un axioma interior, los teoremas de la vida. Entiende que las líneas de las cosas humanas no siguen trayectorias ideales».

Y no lo hacen precisamente porque no podemos separar al hombre de su insuficiencia, la cual cuestiona incluso el marco de la perfección al que nos aboca un falso racionalismo. El arte constituye un buen ejemplo de ello, pues tampoco la belleza ni las verdades artísticas son deudoras stricto sensu de la perfección técnica. La política, concebida en términos clásicos como el arte de la vida en común, responde a parámetros muy similares.

El diálogo con la tradición brinda al conservador una guía que ilumina el tránsito de la humanidad, frente a la tendencia que define al hombre como un significante vacío sobre el cual construir una realidad nueva. Luri cartografía el mapa de esta fractura recordando algo que nos debería resultar evidente y que no siempre lo es: que la sustancia de la vida política reside de forma fundamental en los ámbitos de copertenencia y en las instituciones de mediación. Nuestras sociedades en cambio parecen empeñarse en recorrer la senda del deseo, olvidando que nuestro yo no es la medida de todas las cosas.

«Para conocernos a nosotros mismos —leemos en La imaginación conservadora apelando al Alcibíades de Platón— debemos buscar nuestro reflejo en las pupilas de las personas con las que hablamos». Que el tú y el vosotros nos sondeen y pongan a prueba, nos enriquezcan y lleguen a definirnos sugiere que los antiguos griegos no iban muy desencaminados al pensar que la amistad entre los hombres fundamenta la constitución política de la ciudad y, por extensión, de la democracia. La reivindicación del deber y de la ejemplaridad frente al individualismo resulta, por tanto, profundamente conservadora, porque es profunda- mente política. Sin piedad ni amistad, no existen espacios comunes ni reconocimiento mutuo a pesar de las diferencias. El conservador sabe, con san Agustín, que para comprender primero hay que amar. De ahí que el auténtico conservadurismo sea patriótico, pero nunca nacionalista.

Consciente de esta sutil diferencia, Luri postula la actualidad del pensamiento español, tantas veces obviado por desconocimiento. De los autores de la Escuela de Salamanca a Donoso Cortés, de Jaime Balmes al genio político de Cánovas del Castillo, subraya tanto el sentido prudencial de nuestra tradición intelectual como el posterior catastrofismo que domina a nuestros intelectuales, sobre todo a partir de la trágica experiencia del 98. «Los hombres del 98 —comenta en La imaginación conservadora— fueron incapaces de crear un mito atractivo en torno a España. Manuel Azaña los tenía por literatos más predispuestos a gritar que a hacer. Podemos comprender que no supieran descifrar el enigma al que se enfrentaban, pero es difícil comprender que habiéndose queja- do tanto, no hicieran lo posible por impedir que las generaciones siguientes continuaran con el mismo tono quejumbroso». Recuperar el legítimo orgullo de un patriotismo español que se sedimente en el deber y la ejemplaridad, en el respeto a la diferencia y en la lealtad constitucional, en el reconocimiento de nuestros errores pero más aún en nuestras virtu- des y aciertos, forma parte de un horizonte moral que apela por igual —o debería hacerlo— al conservador y al liberal.

«La carencia de orgullo —leemos ya en las últimas páginas del libro— nos conduce a una pasividad emotivista». Y a un desarme ideológico que nos debilita, convendrá el lector. Culto, brillante, transparente y atrevido, en La imaginación conservadora Gregorio Luri abre varios debates necesarios. Su lectura no puede dejar a nadie indiferente.

Licenciado en Derecho. Columnista, crítico literario y asesor editorial.