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El primero de febrero de un ya lejano 1990 aparece el primer número de Nueva Revista, subtitulada como de política, cultura y arte. Eran, aquellos, momentos cruciales para el futuro de la sociedad española, una vez superados con éxito los diez años de andadura democrática a partir de la Constitución de 1978. El promotor y director de la revista, Antonio Fontán, resume en página editorial los propósitos que animan a los socios y colaboradores del proyecto: «ofrecer un espacio dedicado al análisis de la realidad contemporánea y a la reflexión sobre ella en los órdenes de la cultura, de las mentalidades, del arte y de la política».

UN TREPIDANTE FIN DE SIGLO

Hablar de años cruciales o de momentos de crisis puede resultar un recurso manido o un simple tópico. En todas las épocas se suceden las fases cruciales, años de crisis más o menos reconocidas que exigen, en cualquier caso, adoptar las medidas adecuadas para resolverlas o, al menos, disminuir en lo posible sus efectos más negativos. Son decisiones que los políticos deberían tomar antes de que las crisis degeneren en serios conflictos posteriores que comprometan el futuro. Con la perspectiva del tiempo, no cabe duda de que lo ocurrido en la última década del siglo pasado influyó notablemente en la historia posterior, tanto si nos situamos en la realidad de España como desde la más amplia perspectiva europea o del resto del mundo.

En el panorama internacional, la década se iniciaba con un gran acontecimiento de alcance universal: la caída del comunismo en la Unión Soviética, la desmembración de las piezas de su imperio, la ruptura de los bloques antagónicos, el final de la guerra fría, la libertad de antiguas naciones europeas y, como consecuencia, la hegemonía indiscutida, económica y militar, de los Estados Unidos.

Hemos de buscar los antecedentes en los años ochenta, ya que el evento no se produce debido a la casualidad, sino que fue el resultado de la decidida intervención de personas que adoptaron en su momento las políticas adecuadas.

En la década de los años ochenta, la firme voluntad del presidente norteamericano, Ronald Reagan, y de la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, dispuestos a no ceder ante el desafío constante y la amenaza representada por la Unión Soviética, permitieron al mundo occidental lograr excelentes resultados que muy pocos, y en las izquierdas, nadie, hubieran previsto diez años antes. De modo paralelo, aunque en el orden moral que fundamenta la dignidad del ser humano, es de justicia señalar el apoyo expreso del papa Juan Pablo II al reconocimiento de las libertades civiles que, desde Polonia, se extendieron como reguero de pólvora a las naciones situadas tras el telón de acero.

Como no podía ser de otro modo, los españoles vivimos con apasionada intensidad la marcha de unos acontecimientos sorprendentes que sesucedieron con inusitada velocidad, en los que se ventilaba el futuro en libertad de millones de personas, además de forzar la ampliación de la Comunidad Económica Europea (CEE).

Salvo excepciones, los medios informativos de nuestro país, tanto oficiales como privados que, entonces como ahora, estaban dominados por mal entendidas simpatías izquierdistas, se mostraron recatados, cautos y, con frecuencia, reticentes ante el acelerado desplome de la «patria del proletariado» que durante los cincuenta años anteriores había servido de base y sustento de las utopías socialistas, incluida la española, en sus diversas formas y versiones.

En realidad, no les faltaba algo de razón a los que pensaban que el fracaso del régimen soviético afectaría las posiciones teóricas y prácticas de la izquierda al promover el éxito del denostado capitalismo representado por los Estados Unidos de América.

EUROPA CAMBIA DE IMAGEN

En los medios intelectuales de todo el mundo, y por supuesto en los españoles, se discute sobre las posibles causas que explican la caída del comunismo algunas de ellas plasmadas en la famosa tesis del norteamericano Francis Fukuyama que, apresuradamente y bajo el título de El fin de la historia y el último hombre, atribuye al capitalismo y no a la dictadura del proletariado marxista la culminación del proceso histórico universal.

En todo caso, para una gran parte de la sociedad española el fracaso del comunismo y el auge de los Estados Unidos supone una buena noticia, aunque también plantea inquietudes e interrogantes. Inquietudes ante la voluntad manifiesta de los países del Este de integrarse en las instituciones políticas y militares de una Europa a la que, sin duda, pertenecen históricamente por tradición y cultura. Interrogantes, al reflexionar sobre el futuro de un mundo en el que sólo aparece una potencia indiscutida y sin contrapeso: Norteamérica. Si los presupuestos doctrinales del socialismo se tambalean, ¿qué porvenir aguarda a los partidos que, en el fondo, aceptan y defienden buena parte de postulados de origen marxista?

Por lo que se refiere a España, ese porvenir parecía asegurado. El PSOE de Felipe González acababa de ganar las últimas elecciones generales, celebradas en octubre de 1989, por mayoría absoluta con algo más de ocho millones de votos, pero sólo eran apariencias. Sin escatimar méritosa la victoria, lo cierto es que se habían perdido dos millones de votos respecto a los diez millones logrados en la noche del gran triunfo en octubre de 1982.

Y la sangría se mantiene en los meses siguientes a favor del nuevo PP (antes Alianza Popular, Coalición Popular), presidido ahora por la gran esperanza del centro derecha: José María Aznar, que introduce nuevas formas de oposición y elementos de esperanza en los sectores moderados y liberales de la sociedad española.

Por otra parte, como el presidente González percibe el giro de la política internacional, se acerca sin reservas al coloso americano, al secundar los planes del presidente Bush en su ánimo de frenar las ambiciones territoriales de Irak en el golfo Pérsico. Se acerca tanto a él, que España, como miembro de la OTAN y aliado de Estados Unidos, se implica directamente en la guerra, al facilitar el acceso de los superbombarderos americanos a nuestras bases y desplazar dos fragatas de combate a los escenarios bélicos. Todo ello sin encontrar reservas en el PP, grupo mayoritario de la oposición.

Algo distinto a la actitud adoptada por el PSOE en 2003, al utilizar la actitud proamericana del gobierno Aznar como arma letal por su respaldo a Bush hijo en la II Guerra del Golfo, reducido después al envío de un buque hospital de asistencia médica, que llegó a su destino cuando ya habían finalizado las operaciones militares en Irak. Vivir para ver.

EL FRACCIONAMIENTO DEL PSOE

Mientras, la opinión pública percibe que la hegemonía y el prestigio del PSOE se debilita a marchas forzadas, por una suma de factores, que no es el momento de analizar, y que van del desastre económico y falta de credibilidad política, al terreno, moral, cultural y sociológico. La corrupción institucionalizada y, en algunos casos, al amparo del partido, junto a la forma irregular de combatir el terrorismo, los fallos en el ámbito educativo y el permisivismo moral denunciado repetidamente por documentos de la Conferencia Episcopal, crean un creciente clima de descontento que los medios de comunicación afines al gobierno apenas logran ocultar.

La situación, ya de por sí grave, se complica tras la ruptura del tándem mágico: Felipe González /Alfonso Guerra, que tantos éxitos había cosechado. Cuando el hechizo se rompe el PSOE hace agua por la línea de flotación. Felipe González respalda a su segundo para dejarlo después en la estacada. Así, pasamos de la promesa de dimitir en el caso de que se haga dimitir a Alfonso Guerra («dos por falta de uno») a la cruda realidad: te ceso para salvarme yo. Es decir, que el uno destruye al dos.

Algunos afirman que a España tras la pasada por la izquierda no es fácil reconocerla… Pero se olvidan de que nuestra sociedad ha dado muestras de madurez al superar con estoicismo los intentos de la falsa progresía laicista en su intento de suprimir tradiciones y costumbres (familia, religión) profundamente arraigadas que son señas de identidad unidas a la conciencia popular.

Incapaz de encauzar debidamente la recesión económica, con unas tasas de paro insoportables, un sistema financiero en bancarrota, el PSOE dividido (guerristas contra felipistas) no logra recuperar el favor público, pese a los fastos derrochadores de la Expo de Sevilla ni a la brillantez e indudables éxitos deportivos de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Ambos acontecimientos, ocurridos en 1992, apenas sirven para revitalizar a un gobierno que se muestra cada vez más incapaz de taponar las numerosas grietas que surgen desde las más diversas posiciones.

ANTE EL FINAL DE UN CICLO POLÍTICO

El idilio que la sociedad española inició con el PSOE de forma contundente y entusiasta el 28 de octubre de 1982 empieza a debilitarse diez años más tarde. La capacidad de seducción que Felipe González ha ejercido con notable éxito, parece declinar. Los motivos son varios y de diversa índole. Algunos de ellos han sido señalados: crisis económica, corrupción, elevada tasa de paro, conflictividad laboral dirigida por los sindicatos, pero, sobre todo, un profundo desencanto social. El amor de los comienzos se ha convertido en el hastío, que precede al divorcio. Nos encontramos con un país desilusionado como consecuencia del fracaso de la utopía socialista en la cual creyó firmemente. Este es el gran fallo de las utopías de cualquier signo político: fascismo, comunismo, nacionalsocialismo. Porque la utopía se nutre de ideología, necesaria para atraer el apoyo de los votantes. Y la ideología crea un mundo falso que se descubre al enfrentarse con ese otro mundo de la realidad, que es tozudo, desagradable y molesto pero que acaba por imponer su ley inexorable. Una realidad que se impone con datos contundentes y que la sociedad percibe como muy negativa, pese a los mensajes de optimismo transmitidos desde el poder y ampliados a través de los medios de comunicación, que los ciudadanos consideran como puros ejercicios de propaganda sin valor.

Pese a la clara percepción de que estamos llegando a un fin de ciclo, la agonía se prolonga en 1993 al ganar de nuevo el PSOE, con mayoría simple, las elecciones generales de junio de 1993. Sin embargo, las distancias se acortan con fuerte incremento del PP en votos que le permite subir de los 106 escaños en 1989 a los 141. Perdida la mayoría absoluta, Felipe González se ve forzado a gobernar con el nacionalismo de Jordi Pujol que le ofrece un apoyo circunstancial y condicionado a la defensa de sus intereses localistas. Pese a la victoria, el vencedor moral ha sido el PP que, una vez consolidado el liderazgo de José María Aznar, se dispone, junto a un equipo joven y brillante, a culminar el proceso que le llevaría la presidencia del gobierno.

NUEVA REVISTA ANTE EL CAMBIO DE SOCIEDAD

En junio de 1994, un año después de las anteriores generales, se celebran las elecciones al Parlamento europeo. Apenas en unos meses se ha confirmado la impresión de que la sociedad española ha cambiado de signo. Los datos no dejan lugar a dudas, salvo para los que se niegan a interpretarlos correctamente.

El PSOE ha perdido con rotundidad las primeras elecciones desde 1982. El PP le aventaja en casi dos millones de votos y seis escaños (28 frente a 22), y crece un 13% mientras su rival disminuye un 2%. Felipe González y el PSOE se ven acosados sin cesar y no sólo por la oposición sino desde otros sectores de la sociedad que ya no confían en las promesas de los dirigentes. El atentado de ETA contra José María Aznar conmovió al país y agrandó su figura, al contemplar las imágenes impresionantes de su serenidad y valor al abandonar el coche destrozado en el que pudo haber perdido la vida.

Las páginas de Nueva Revista, en sus diversas secciones, se hicieron eco puntual de todos y cada uno de los acontecimientos, a los que brevemente nos hemos referido, siempre con el propósito de exponer con sencillez y profundidad las inquietudes, afanes y luchas de la sociedad española.

La literatura en sus distintos géneros, novela, poesía, teatro, la música y la pintura, la historia y las expresiones artísticas, así como otras cuestiones, como la integración laboral femenina o la influencia de los medios informativos, encontraron dilatados espacios en la revista a cargo de expertos colaboradores que trataron los temas con seriedad y rigor al tiempo que se cuidaba el tono divulgador imprescindible para llegar al público lector en aquellas materias que pudieran resultarle extrañas. Los mismos criterios expuestos se mantienen al abordar temas relacionados con la naturaleza y medio ambiente que por entonces, antes de Kioto y Río de Janeiro, ya desbordaban el ámbito de los especialistas para interesar vivamente a sectores mayoritarios de la sociedad.

Se cuidaba con especial empeño el propósito de mostrar los hechos con espíritu de objetividad, al reflejar la realidad al margen de la ideología, es decir, un criterio opuesto al de ciertos medios empeñados, en esos años como ahora, en encajar la realidad dentro de los límites estrechos de su ideología.

Se trataba, entonces como ahora, de ser fieles a los principios que inspiraron la publicación y que su primer director, Antonio Fontán, definió como elementos distintivos:

Nueva Revista se propone ser libre y plural en sus informaciones, responsable en sus criterios editoriales y en las opiniones de sus colaboradores, moderna y liberal en su ideología y respetuosa con personas e instituciones, y con los principios y valores históricos del humanismo de raíz grecolatina y cristiana que distinguen a la civilización que se suele llamar occidental.

Abogado y Periodista