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democracia-y-nihilismo.jpgHay pocos autores tan sugerentes y tan independientes como Gómez Dávila. Pero, desgraciadamente, también hay poco pensadores tan desconocidos. Tal vez ha sido el carácter asistemático de su obra —junto con la dificultad de leer e interpretar sus escolios— lo que ha provocado su falta de divulgación. ¿O acaso el  silencio sobre este autor procede de su incorrección consciente y casi revolucionaria, en su bella oposición a los tópicos actuales? La obra de José Miguel Serrano, que lleva años estudiando al atípico autor colombiano, es novedosa porque trata de acercar al lector español la figura y, sobre todo, la inmensidad de temas y la originalidad de perspectivas de sus escolios.

Poco a poco, afortunadamente, Gómez Dávila va adquiriendo reconocimiento y notoriedad, gracias a José Miguel Serrano pero también a Nueva Revista. En efecto, en estas páginas se han publicado artículos y reseñas y se ha llamado la atención sobre la oportunidad de reivindicar su legado.

Por otro lado, puede decirse que lo que hace realmente interesante la obra del profesor Serrano es presentar de un modo sistemático el contenido de las preocupaciones intelectuales que ocupaban a Gómez Dávila cuando se retiraba a la tranquilidad lectora de su despacho. Gómez Dávila se construyó así un reducto para asegurar su independencia como lector, como escritor, pero también como ciudadano. Por eso, sus sutiles aforismos funcionan como un revulsivo ante el descrédito de los intelectuales —que hoy luchan por mantenerse cerca del poder— y su lectura resulta ser una terapia que nos rescata o sana de ese hartazgo que con frecuencia ocasiona lo políticamente correcto.

Por otro lado, desde un prisma estrictamente político, la obra de Gómez Dávila ilumina como ninguna otra en la actualidad la profundidad y oportunidad de la crítica conservadora. De ahí que sea imprescindible para regenerar intelectualmente el conservadurismo familiarizarse con sus ideas, aunque no se compartan. Además hay que indicar que los márgenes en los que se mueven los escolios son amplios, como acertadamente sugiere Serrano en su presentación del pensamiento del intelectual colombiano. Son amplios, en cierto modo, porque, además de un agudo observador de la realidad cotidiana, Gómez Dávila era un hombre excepcionalmente culto. Sus escritos combinan la altura intelectual —como, por ejemplo, en su acerada crítica a los postulados modernos y a las consecuencias destructoras de la modernidad filosófica y política— con la sátira detallada de quien, ciudadano atento de día, se encierra a pensar su jornada por la noche.

En un momento, tanto político como social, en el que prima sobre todo la imagen, el lema y el pensamiento único y conscientemente frívolo de la posmodernidad, la contundente crítica y la enmienda a la totalidad que realiza Gómez Dávila en sus escolios confirman la situación de urgencia en que nos encontramos. En el pormenorizado análisis que se realiza en estas páginas, y después de presentar al autor, se expone la crítica de Gómez Dávila a los dogmas democráticos. No estaba muy equivocado el pensador colombiano, como sostiene Serrano, cuando detectaba en la religión democrática la semilla de todos los males y advertía de cómo había ido sustituyendo paulatinamente la fe en la trascendencia. Esta opinión no supone denigrar la forma política democrática. Simplemente denuncia su emplazamiento ilegítimo cuando intenta ocupar el centro de referencia del sentido, por decirlo en términos filosóficos, y usurpando el puesto de lo sobrenatural. Pero es que, además, cuando todo es democrático, de alguna manera nada lo es y el hombre termina siendo menos libre y aherrojándose en brazos de un paternalismo incompatible con su libertad.

Se equivocaría quien viera en Gómez Dávila solo a un destructor. Sigue, es cierto, la estela combativa de Nietzsche; retoma y actualiza el gusto por la paradoja y las contradicciones. Socava las apariencias y a veces es tan sutil que, a un lector poco atento, le puede parecer superficial. Sin embargo, aceptando la invitación a profundizar en su obra que nos oferta este ensayo, tiene también mucha hondura filosófica. Sus ideas sobre las religiones políticas y la herencia teológica de algunos conceptos políticos ya secularizados le emparentan con autores de la talla de C. Schmitt o E. Voegelin y hacen imprescindible su pensamiento para entender la génesis y configuración cultural de nuestras sociedades.

¿Cuál es la causa de ese nihilismo que, ya en el título, se hermana con la democracia? La entronización del individuo, la victoria de la inmanencia sobre lo trascendente, causa la pérdida de sentido. Ya lo vio Kierkegaard de un modo magistral en su análisis sobre la enfermedad mortal, la desesperación. Gómez Dávila sigue la estela de este y otros pensadores poco considerados en el ámbito de los profesionales de la filosofía, pero con suficiente envergadura como para estar situados junto a los autores canónicos. También como el pensador danés, Gómez Dávila detectó que esa pérdida de referencias no libera al hombre, sino que lo esclaviza. La crítica a la excesiva penetración del estado en las esferas individuales y a la pérdida de independencia del ciudadano constituyen, en este sentido, una constante en la obra del escritor colombiano.

Por ello, pese a detectar con tanta agudeza los motivos de la crisis intelectual de nuestro tiempo, y pese a mostrar a veces una rapto escéptico, la mirada de Gómez Dávila no es desesperanzada. Quien con tanto detalle denunció la religiosidad dogmática de una modernidad que había renunciado a lo sobrenatural, se aferra a la trascendencia para huir tanto de ese nihilismo pesimista clásico como del nuevo pesimismo esteticista que nace con Nietzsche. Quien quiera adentrarse en la obra de Gómez Dávila hallará aquí una generosa invitación; quien la conozca, se dará cuenta de lo mucho que tiene que aprender con su relectura.

Josemaría Carabante

Profesor de Filosofía del Derecho (Universidad Complutense de Madrid).