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Uno de los errores de partida que impiden entender a fondo la realidad es el abuso del pensamiento dicotómico, según el cual las cosas son de una manera o de otra (casi siempre la contraria). Es más ajustado pensar que con mucha frecuencia las cosas son de una manera y de otra, en mezclas variadas, cambiantes y llenas de matices.

Hay que tener eso en cuenta al analizar las relaciones entre economía y cultura, entendiendo por cultura no sólo el mundo de las artes sino el de las costumbres sociales, los modos de vida, los prejuicios asumidos, los tópicos, las modas… En definitiva, el tono dominante en una época, su paradigma. Es cierto que la economía es parte también de la cultura, pero se trata de ver dónde hay que poner el acento: más en lo económico o más en lo cultural.

Queda claro que lo económico es condición necesaria de cualquier sociedad; pero no es la condición única ni definitiva. Se comprende que lo primero sea el pan (primum vivere): hasta la oración cristiana más difundida lo pide para cada día. Pero el mismo autor de esa oración dejó dicho que “no solo de pan vive el hombre…”

La sobreactuación de la importancia de lo económico tiene, desde el siglo XIX y a lo largo del XX una formulación clásica, al lado de otras: la de Karl Marx. En esa obra capital de 1859 que es Contribución a la crítica de la economía política, escribe Marx: “En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad: relaciones de producción que corresponden a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas de producción materiales.

El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, es decir, la base real sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política, y a la cual corresponden formas determinadas de conciencia social.
El modo de producción de la vida material condiciona, en general, el proceso social, político y espiritual de la vida”.

En otras palabras, el modo de producción (lo económico) condiciona en general la cultura. Por si no quedara claro, el párrafo termina con la célebre frase: “No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser [es decir, lo que realmente son, cómo viven, piensan, etc.], sino que, al contrario, su ser social determina su conciencia”.

A pesar de su proclamado “materialismo histórico” esta tesis de Marx escondía un cierto racionalismo (que había heredado de la Ilustración) y la historia no le dio la razón. No solo por el colapso económico y político del comunismo, sino por los muchos intentos de suavizar esa rigidez por parte de marxistas menos ortodoxos, desde Lukács, Benjamín o Schaff hasta el más importante de todos, Antonio Gramsci.

En Italia, donde el sentido común era cristiano, lo que procedía, para que triunfara el comunismo, era una reconversión de la cultura

Gramsci (1891-1937) se dio cuenta de que, a la vez que los modos y relaciones de producción, en la historia contaba de forma preeminente el “sentir común” del pueblo, su visión de la vida en general. “El sentido común –escribe Gramsci– es la filosofía de los no filósofos, es decir, la concepción del mundo absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales, en la que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio”. En un país como Italia, donde ese sentido común era cristiano, lo que procedía, para que triunfara el comunismo, era una reconversión de la cultura, hasta en los menores detalles: rótulo de las calles, canciones que se cantan, cuentos que se cuentan, costumbres sociales… Hasta que no hubiera un generalizado sentido común materialista la revolución comunista no podría triunfar y hacer historia.

La batalla por la cultura era y es algo imprescindible en la izquierda por otra razón: porque ha rechazado y negado cualquier planteamiento religioso. Ahí Marx era coherente: “Una vez rechazada la falsedad del más allá, es preciso construir la verdad del más acá”. La cultura se convertía así en ese fondo que era, para otros, la religión. Por eso el laicismo se presenta en la izquierda (más o menos marxista según avanzan los tiempos) como un sucedáneo de la religión, pero con similares características de globalidad y universalidad.

Teniendo en cuenta una cierta coincidencia casi general en las políticas económicas (condicionada en gran parte por la pertenencia a la Unión Europea), la izquierda se ha dedicado, en España, a la transformación de la sociedad e incluso a reescribir la historia. Es, con las modificaciones propias de unos tiempos más cínicos y de una mentalidad más relativista, la aplicación casi puntual de la estrategia de Gramsci.

LAS CONCEPCIONES CONSERVADORAS Y LIBERALES 
Desde finales del siglo XIX, a todo lo largo del XX y en lo que va del XXI, la cultura de fondo de la mentalidad política conservadora y liberal –de la liberal en menor grado– era de tradición cristiana. Ese era el “sentir común” de la mayoría de los pueblos de Europa. Prueba evidente de esa realidad es que, hoy mismo, hay partidos que se definen como “democracia cristiana” en la mayoría de los países: Alemania, Austria, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Italia (aunque una sombra de lo que fue durante más de cincuenta años), Chequia, Hungría, Lituania, Luxemburgo, Eslovaquia, Suiza, Finlandia, Croacia… Y en países como España, Irlanda, Polonia, Portugal, Bulgaria o Rumanía aunque no se utilice ese rótulo la inspiración es semejante, como lo prueba la unión en el Grupo Popular-Democracia Cristiana del Parlamento Europeo y las más o menos vagas apelaciones a un “humanismo cristiano”.

Sin embargo, si se compara a políticos como Adenauer, Schumann y De Gasperi (precisamente los que inician la Unión Europea) con los actuales políticos populares y demócratas cristianos, se ve que algo importante ha sucedido en los últimos cincuenta años.

Lo que ha sucedido es una pérdida social del sentido común cristiano, debido a múltiples factores, entre los que se cuenta la aceptación por parte de muchas personas que son votantes de la derecha de presupuestos culturales opuestos a su propia inspiración, una vez que han sido instalados en la sociedad por la acción de gobiernos de izquierda.

Piénsese solo en ejemplos como la extensión del aborto, la indoctrinación en una especie de “religión laicista” a través de una determinada “educación para la ciudadanía”, la facilidades para el divorcio, la tácita promoción de la precocidad y de la promiscuidad sexual, la equiparación de las uniones homosexuales con el matrimonio, las campañas a favor de la eliminación de símbolos religiosos en las escuelas,…

Todas esas medidas y otras muchas hacen “cultura” en el sentido de la antropología cultural: “conjunto de ideas, creencias, técnicas, costumbres, etc. que configuran al individuo como miembro de un grupo”.

Tradicionalmente, la mayoría de partidos de derecha y de centro-derecha (a excepción de algunos de inspiración fascista y pagana) no necesitaban cultura porque vivían, quizá de modo parasitario a veces, de la cultura cristiana. Cuando esta cultura cristiana viene a menos, en gran parte por culpa de los propios cristianos, pero también por la acción de partidos de izquierda laicista, la derecha, en su competición con la izquierda, esgrime como valor su mejor gestión de lo económico, lo cual es generalmente cierto. Pretende así batir a la izquierda en el que cree su propio terreno, el de la infraestructura económica, sin darse cuenta de que la izquierda lleva, desde hace mucho tiempo, trabajando en el ámbito de lo que Marx llamaba la superestructura y que no es otra cosa que la cultura, sin más, que acaba modelando el sentir común de pueblo.

LOS RETOS
La batalla por la cultura, en el caso de que se intentara seriamente, se le presenta difícil a los principales partidos de derecha y centro-derecha. Para ser fiel a su inspiración y a su historia debería oponerse frontalmente a esas modificaciones en las costumbres, en la moral y en la propaganda que la izquierda ha ido asentando paulatinamente en la sociedad. No suele hacerlo porque, advirtiendo que algunas de esas medidas han tomado ya carta de naturaleza (por ejemplo, el aborto: más de 100.000 casos anuales en España), teme que una actuación decidida se traduciría en una pérdida de votos, con lo que nunca llegaría a gobernar.

Además, la mayoría de los medios de opinión pública (especialmente prensa y televisión) se sitúan genéricamente en la galaxia izquierdista y autodenominada progresista. Como la conciencia social, la lucha efectiva contra la pobreza y la marginación es algo olvidado en la práctica, para no pocos profesionales de los medios la forma de demostrarse progresista es atacar a la derecha con cualquier pretexto. O, con una mayor carga de intencionalidad, atacar lo cristiano. Bien directamente, bien indirectamente promoviendo la inmoralidad de forma lúdica, jocosa, como sin darle mayor importancia. Por ejemplo, puede tener mejor prensa la prostitución que la virginidad. O, con la excusa del pluralismo religioso, tratar con más respeto al Islam o al budismo que el cristianismo.

En esa situación -como la economía hay que gestionarla en cualquier caso y, en el fondo, no hay grandes diferencias, en Europa, entre soluciones económicas de derecha y de izquierda-, lo que procede en la derecha y el centro-derecha es una verdadera batalla por la cultura. No se trata de “volver” a una cultura confesional, sino al fondo humano, a los valores esenciales de la existencia.

El cristianismo no es una superestructura construida con independencia de lo radical humano; al contrario, recoge todo lo valioso humano y le transmite un fundamento trascendente. Por eso, cuando lo valioso humano viene a menos –entre otras razones por la extensión del vicio-, lo cristiano se percibe con más dificultad.

Una referencia a un tema que ha tenido sus puntas de actualidad desde la restauración democrática hasta hoy mismo: la corrupción que ha afectado y afecta a todos los partidos. Es un ejemplo claro de que lo valioso humano –la ejemplaridad pública, el servicio a la comunidad, la lucha contra la tentación del lucro ilícito e ilegal- ha venido a menos. Las acusaciones mutuas de corrupción son una prueba del cinismo y de la hipocresía instaladas en una parte de la clase política. Y cuando los políticos honrados hablan de no generalizar, deberían preguntarse también qué han hecho para evitar la corrupción en sus propios partidos.
La batalla por la cultura ha de consistir en promover, en miles de casos concretos, los verdaderos valores humanos –justicia, libertad, solidaridad, sinceridad, servicio, sacrificio, valor, belleza, generosidad …-, a través de los instituciones, asociaciones, organizaciones que los defiendan en la práctica. Por eso nada es poco importante: desde el nombre de una calle a un coro de villancicos, desde el arte en todas sus manifestaciones hasta el fomento de las procesiones o de las innumerables romerías que se celebran en España, desde un programa de televisión hasta un foro en Internet, desde una colección de cuentos para niños hasta un seminario filosófico sobre metafísica.

Se trata de promover esos valores humanos por sí mismos, porque son en sí valiosos, no de un modo instrumental para conseguir otra cosa. Bach, un músico profundamente cristiano, no consideraba su música un instrumento de propaganda religiosa. Amaba la música por la música misma y a Dios por Dios mismo.

Hay que amar la cultura por la cultura misma, con independencia de que pueda convivir con otros amores. Y es el amor a la cultura el que evita dar a lo económico un peso desmedido, de condición no solo necesaria, sino suficiente y definitiva. Ya Aristóteles advertía que sin una suficiencia económica es difícil para el común de la gente la práctica de la virtud. Pero asegurado lo suficiente queda mucho territorio humano por explorar y cultivar; entre otras cosas, toda la interminable extensión de la belleza.

Esta batalla por la cultura es obra, sobre todo, de la sociedad civil. Y también de políticos lúcidos, con aliento, con lecturas y a la vez en conexión directa con lo que piensa y siente la gente común, políticos capaces de soñar la utopía. No entenderán nunca este amor por la cultura los políticos calculadores, pragmáticos, cautelosos y cínicos. Juzgue quien esto lee qué tipo de político abunda más en Europa y en España y calcule cuáles pueden ser los resultados.

Profesor de antropología cultural