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Iris Murdoch (Dublín, 1919-Oxford, 1999) estudió Literatura Clásica, Historia Antigua y Filosofía. En 1948 empezó a trabajar como profesora en el St Anne’s College de Oxford. Antes de dedicarse a la literatura, publicó varios ensayos sobre filosofía. Su primera novela, Bajo la red (1954), fue considerada por la revista Time como una de las cien mejores novelas de la literatura inglesa del siglo XX.


Avance

Para Iris Murdoch, la belleza en el arte es la manifestación imaginativa y formal de algo verdadero. Todo buen artista es consciente de la distancia que existe entre él mismo y algo totalmente «otro» ante lo cual se siente humilde, pues sabe que es mucho más detallado, maravilloso, terrible y asombroso que cualquier cosa que él pueda expresar. Eso «otro» se puede denominar indiferentemente «realidad», «naturaleza» o «mundo». 

Aunque conserva la fe en la capacidad del arte y la literatura para aproximarse de manera trascendente a la verdad, Murdoch quiere analizar las razones por las cuales Platón quiso expulsar a los poetas y artistas de su Ciudad-Estado Ideal; como veremos, la distinción entre imaginación y fantasía será la clave para entender esta controvertida decisión platónica.

El gran arte es liberador, según Murdoch, porque nos permite ver y gozar de lo que no somos nosotros mismos. El lenguaje mismo se convierte para ella en «un medio moral» y la metáfora resulta un instrumento perfecto para la iluminación ética. La decisión más importante que tiene que tomar un artista o escritor en su labor creadora reside en cómo conseguir contar la verdad mediante unas técnicas artísticas concretas. El buen artista o escritor es aquel que respeta la realidad y no trata de imponerle sus ideas desde fuera. Hay también en esa actitud una muestra de respeto, amor y compasión por los otros. 

Por eso para Murdoch el arte es una vía de acceso a la moral.


Artículo

Aunque en el ámbito hispanohablante sea conocida principalmente como novelista, Iris Murdoch (Dublín, 1919 – Oxford, 1999) también fue profesora de filosofía en la Universidad de Oxford y publicó numerosos ensayos sobre estética, filosofía moral e historia del pensamiento. Dada su doble condición de novelista y filósofa, las reflexiones de Murdoch sobre la naturaleza de la literatura y el arte en relación con la idea de Bien —que es central en su visión platónica de la ética y del mundo— conforman un punto de vista muy interesante para analizar la relación entre ética y estética en su aproximación a la vida.

Iris Murdoch. Foto: © Wikimedia Commons
Iris Murdoch. Foto: © Wikimedia Commons

Una de las razones por las que Murdoch quiso recuperar el pensamiento platónico para el siglo XX reside en el hecho de que las creencias religiosas tradicionales, que subrayaban la realidad del último bien y la santidad de la vida individual, habían perdido vigencia en la sociedad contemporánea, y la filosofía moral debía ofrecer una respuesta o una alternativa a esa pérdida de la fe religiosa. Ahí es donde el arte podía desempeñar una función fundamental. Para Murdoch la obra de Tolstoi ¿Qué es el arte? expresa una idea central muy profunda y acertada: que el buen arte es religioso y encarna las más elevadas percepciones espirituales de una época. Se podría añadir incluso que el arte de más calidad puede explicar de algún modo el concepto de religión a cada generación. 

Según Murdoch existe una tendencia humana natural a la narración o al relato, como se puede comprobar cada día cuando volvemos a casa después del trabajo y contamos lo que nos ha sucedido durante la jornada;

aunque no seamos conscientes de ello, estamos moldeando hábilmente el material de la experiencia y dándole forma de narración. De modo que, en cierta manera, como seres que utilizamos palabras, todos nos encontramos en una atmósfera literaria, vivimos y respiramos literatura y empleamos constantemente el lenguaje para producir formas atractivas a partir de una experiencia que quizás en origen resultaba espesa o incoherente.

«Hasta qué punto el hecho de recrear la experiencia puede suponer un agravio a la verdad es un problema que todo artista debe afrontar», declara Murdoch.

Un motivo profundo para hacer literatura o cualquier tipo de arte es el deseo de vencer el carácter informe del mundo y obtener placer construyendo formas a partir de lo que, de otro modo, podría parecer una masa de escombros sin sentido.

En su ensayo Thinking and Language, Murdoch analiza en detalle la capacidad del lenguaje tanto para expresar nuestras experiencias como para recuperar y «fijar» nuestra vida mental interior. Además, relaciona la imposibilidad de establecer una clasificación ontológica clara (a la hora de organizar nuestros pensamientos, percepciones, recuerdos, vivencias…) con el hecho de que solemos utilizar metáforas de forma natural para describir estados de ánimo o «procesos de pensamiento» en aquellos casos en los que una frase resulta incapaz de proporcionar el contenido verbal del pensamiento: «En tal contexto la metáfora no es una forma de expresión inexacta, faute de mieux, sino la mejor posible. Aquí la metáfora no es una excrecencia periférica que surge sobre la estructura lingüística, sino su centro vital. Y las metáforas que nos encontramos y que nos iluminan en una conversación o en una poesía son ofrecidas y recibidas como iluminaciones porque el lenguaje también transcurre de esa manera en el pensamiento». Por tanto, no es que adoptemos de repente el modo figurativo, sino que estamos utilizándolo todo el tiempo. 

Es decir:

creamos metáforas de forma natural cuando intentamos describir la realidad o contar lo que nos ha sucedido.

Por qué Platón expulsó a los artistas
En su obra El fuego y el sol, Iris Murdoch analiza cómo Platón condenó al arte y a los artistas con el fin de mostrar la forma más baja e irracional de conciencia, la eikasia, un estado de ilusión vaga dominada por imágenes: «Platón no llega a decir que el artista esté en un estado de eikasia, pero claramente lo implica, y en verdad toda su crítica del arte extiende e ilumina la concepción de la conciencia atada a las sombras». Para Platón, los poetas nos engañan cuando presentan a los dioses como indignos e inmorales, cometiendo crímenes, dejándose arrastrar por las pasiones o provocando la hilaridad de los lectores o espectadores. Aunque Murdoch conserva la fe en la capacidad del arte y la literatura para aproximarse de manera trascendente a la verdad, no subestima la fuerza y la intensa gravedad de la condenación platónica. Para ella la fantasía es el enemigo más fuerte y astuto del poder inventivo de la imaginación y de su inteligencia cabal, y cuando se condena al arte por ser «fantástico» se lo está condenando por ser falso.

En su ensayo «El arte es la imitación de la naturaleza», Murdoch explicaba cómo la imaginación es una forma de libertad, pues representa la capacidad renovada de percibir y expresar la verdad.

Cuando se dice que el arte es mímesis se quiere expresar en cierto modo la capacidad que tiene la imaginación de revelar o explicar la realidad. Como concluye Murdoch en su ensayo «La salvación por las palabras»: «El arte abre espacio a la precisión en mitad del caos al inventar un lenguaje en el que el detalle se hace posible y escrupulosamente visible, y se pueden decir verdades obvias con sencilla autoridad. (…) El gran arte nos inspira verdad y humildad en la medida en que introduce dentro de la mímesis una precisión que es pura y autocrítica». De este modo, el gran arte es capaz de desvelar los aspectos más importantes de nuestra realidad y de tomarlos a la vez como motivo de análisis, con una precisión que según Murdoch no está al alcance ni de la filosofía ni de la ciencia. 

Para Murdoch el arte es verdad y forma; tiene un carácter mimético y autónomo. Por supuesto, la comunicación puede ser indirecta, pero el gran escritor es aquel capaz de crear espacios que podemos explorar y disfrutar porque son aperturas al mundo real y no meros juegos de lenguaje formal o estrechas grietas de fantasía personal. Por eso no nos cansamos de los grandes escritores, porque nos resulta interesante lo que expresan de verdad. La mencionada idea de Tolstoi de que el arte es religioso encaja muy bien con estas reflexiones de Murdoch.

En definitiva, para Murdoch la belleza en el arte es la manifestación imaginativa y formal de algo verdadero. Todo artista serio es consciente de la distancia que existe entre él mismo y algo totalmente «otro» ante lo cual se siente humilde, pues sabe que es mucho más detallado y maravilloso y terrible y asombroso que cualquier cosa que él pueda expresar. Eso «otro» se puede denominar indiferentemente «realidad», «naturaleza» o «mundo». 

Imaginación frente a fantasía
El arte de calidad tiene un efecto positivo para la gente precisamente porque, según Murdoch, no es fantasía sino imaginación:

«La imaginación quiebra el asidero de nuestra aburrida fantasía cotidiana y nos incita a hacer un esfuerzo por alcanzar la visión verdadera. La mayor parte del tiempo no logramos ver el mundo real en toda su extensión y amplitud porque estamos cegados por la ansiedad, la envidia, las obsesiones, el resentimiento o el miedo. Nos fabricamos un pequeño mundo personal en el que permanecemos encerrados».

Y el gran arte es liberador porque nos permite ver y gozar de lo que no somos nosotros mismos. Además, la literatura estimula y satisface nuestra curiosidad, hace que nos interesemos por otras personas y otros ambientes y nos ayuda a ser tolerantes y generosos. 

Platón representa para Murdoch el modelo de una relación adecuada del arte con la verdad y con el bien, que debe ser la preocupación principal de cualquier crítica seria al arte. Es el fundador de la Academia quien nos puede suministrar el material para una estética completa, una defensa y una crítica razonable del arte. Siguiendo esta derivación platónica, para Murdoch el uso cuidadoso, responsable y hábil de las palabras es uno de nuestros más altos modos de ser. Por eso «el arte impulsa la filosofía del mismo modo en que impulsa la religión […], su realismo psicológico representa a Dios sometiendo a la humanidad a un juicio tan implacable como el del antiguo Zeus, aunque más justo. Una fina red de causalidad moral determina el destino del alma». 

La paradoja reside en que ese movimiento del Eros salvador nos conduce a un vacío impersonal sin imagen, de modo que el arte mediará, adornará y desarrollará estructuras mágicas para ocultar la ausencia de Dios o su distancia. 

Ética, estética y religión
El pensamiento de Murdoch se mueve constantemente en torno a la definición del Bien, con el objetivo de orientar nuestras vidas bajo su luz. Es, por tanto, una filosofía práctica, moral, que examina la idea de Bien y trata de categorizarla siguiendo el legado de Platón, del neoplatonismo, de la Ilustración, de Kant y de la lógica moderna. El lenguaje mismo se convierte para ella en «un medio moral» y la metáfora resulta un instrumento perfecto para la iluminación ética. Solo la «claridad de la experiencia» y la «exactitud del concepto» pueden ayudarnos en nuestra búsqueda. 

Para Murdoch, la atención y el asombro son importantes instrumentos de percepción moral. Oponiéndose a Schopenhauer y a Nietzsche, considera que lo que es trascendente es el Bien, no la voluntad; por eso resulta necesario plantearse las relaciones del Bien con la religión y con la fe en Dios, más aún en un «tiempo ateológico» como el que vivimos. Según Murdoch, hay en el misticismo —cuando está en relación con la vida— un utilitarismo de fondo. Como recuerda George Steiner, la influencia de Simone Weil en esta cuestión es capital: «Simone Weil cumple una función totalmente clave: su concepto de enracinement (arraigo), su invocación de un peso sólido (pesanteur) aplicado a la gracia y el carácter sacrificial de su desdichada existencia, que para Murdoch ejemplifica y garantiza el ideal —por lo demás contradictorio— de la trascendencia inmanente, del ‘éxtasis’ o la iluminación con los pies en la tierra». 

Para Murdoch, lo místico es una idea moral que permanece vigente en todo momento y que siempre trata de enriquecer la cotidianidad en la búsqueda de la bondad perfecta:

«El hombre bueno ‘normal’, consciente del magnetismo del bien tanto como de la importancia del deber, está de este modo conectado con un ideal místico, sea o no sea religioso en el sentido tradicional» (Metaphysics as a Guide to Morals). La desaparición o el debilitamiento de la religión organizada es para Murdoch el acontecimiento más importante que se ha producido en el último siglo: la pérdida de la jerarquía social y de la fe religiosa hace que todos los criterios que manejamos sean más provisionales.

El buen escritor debe tener un sentido cabal de la realidad y debe saber transmitirlo, puesto que la literatura está relacionada con la manera en que vivimos. Sin pretender hacer un alegato en favor de la escritura realista, Murdoch defiende que el artista no puede eludir las exigencias de la verdad;

de hecho, la decisión más importante que tiene que tomar en su labor creadora hace referencia a cómo conseguir contar la verdad mediante unas técnicas artísticas concretas. Los grandes escritores demuestran una visión compasiva y tolerante que les permite comprender a todas aquellas personas que son diferentes a ellos, siendo capaces de imaginar puntos de vista dispares. El buen escritor es aquel que respeta la realidad y no trata de imponerle sus ideas desde fuera. También en esa actitud hay una muestra de respeto, amor y compasión por los otros.

Por otra parte, la belleza que encontramos cuando ponemos nuestra atención en la naturaleza es un buen medio para lograr superar nuestro egoísmo natural, nuestras preocupaciones, obsesiones y vanidades:

«Obtenemos un placer que se olvida del yo en la existencia pura, alejada, independiente y sin sentido de animales, pájaros, piedras y árboles. […] Tanto en su génesis como en su disfrute el buen arte es algo totalmente opuesto a la obsesión egoísta» (La soberanía del bien). Ya Platón decía que la belleza era la única cosa espiritual que amamos instintivamente. No importa tanto cómo es el mundo, sino el hecho místico de que el mundo es. Esa perfección en la forma que comparten la naturaleza y el buen arte estimula nuestras mejores facultades, invita a la contemplación no posesiva y nos redime de la egoísta y ensoñadora vida de la consciencia. Como asevera Murdoch en El fuego y el sol, «mientras la religión y la metafísica occidentales rechacen el abrazo del arte, puede parecer que nos vemos forzados a convertirnos en místicos por la ausencia de un sistema de imágenes que pueda satisfacer la mente».

El arte puede ser, por tanto, una vía de acceso privilegiada a la vida moral. 

Conclusión
Para Murdoch, el arte y la moral son en el fondo una sola cosa: su esencia es la misma, el amor, que consiste en la percepción de lo individual. El amor significa en este contexto «comprender que algo distinto a uno mismo es real», algo que resulta mucho más difícil de lo que puede parecer a primera vista. De ese modo, el amor —y por tanto el arte y la moral— se identifica con el descubrimiento de la realidad.

Como vía de acceso a la moral, el gran arte es liberador porque nos permite ver y gozar de lo que no somos nosotros mismos; frente a las actitudes egoístas y la fantasía embaucadora, el arte basado en la creatividad de la imaginación es una muestra de respeto, amor y compasión por los otros y es capaz de ofrecer un sentido cabal de la realidad, encarnando las más elevadas percepciones espirituales de una época.

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y profesor en la Universidad Rey Juan Carlos.