La música de Antón García Abril (Teruel, 1933), a diferencia de la de otros compositores españoles actuales, gusta desde el primer momento al gran público. Esto se debe a un estilo apegado a la tradición occidental que reivindica los valores melódicos y armónicos del romanticismo.
Por su fecha de nacimiento pertenece a la llamada Generación del 51, formada por compositores que no pueden ser adscritos a una estética homogénea, pero que sí tienen en común, aparte de la edad, un mismo afán de impulsar la creación musical en España, tras el aislamiento cultural de la posguerra, y un mayor contacto con la actividad artística que se desarrollaba fuera de nuestro país.
Mientras otros compañeros de generación se dedicaron a la búsqueda de un nuevo lenguaje y empezaron a transitar por caminos más vanguardistas, García Abril, tras algunas tentativas rupturistas, ha ido forjando su propio estilo en la esencia del nacionalismo español.
Antón García Abril ha abanderado la defensa de la melodía y no solo en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, sino desde su propia obra musical. El conocimiento profundo de la orquesta y los recursos instrumentales, y el dominio de la construcción formal son los dos ejes fundamentales de su obra, pero olvidaríamos un aspecto esencial si no mencionáramos su talento para la invención melódica.
La música de García Abril se sustenta en la melodía, porque sabe exponerla y tratarla, pero sobre todo sabe crearla. Y es en el terreno de la Canción de concierto —la canción para voz y piano— en la más pura tradición del lied romántico, donde mejor exhibe esa riqueza melódica.
En este doble compacto se recogen treinta y nueve canciones con textos de poetas españoles del 27. Entre ellas, las alegres Canciones infantiles con poemas de Federico Muelas, que le valieron el accésit al Premio Nacional de música en 1956; el aire popular y juguetón de las Nanas de Alberti y de Lorca; las Canciones de Valldemosa, de distintos autores, que sin ser chopinianas rinden homenaje al músico romántico; una muy bella versión de Volverán las oscuras golondrinas de Bécquer y el ciclo de canciones de Rosalía de Castro con los acentos melancólicos de esta poetisa gallega.
Sin ser españolistas, las canciones de García Abril son muy españolas, y en ese sentido continúan la tradición de las de Falla, Mompou o Rodrigo. La música sirve a los textos, pero también se apoya en ellos para crear uno a uno pequeños mundos sonoros en los que triunfa la melodía, a veces desnuda, y otras arropada por un piano sutil y muy íntimo.
La soprano tinerfeña María Orán y la pianista Chiky Martín consiguen penetrar en este mundo personalísimo y logran un trabajo extraordinario.