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p>He aquí un escritor peruano, de sangre japonesa e italiana a partes iguales, instalado en Sevilla y dando cuerda al reloj de la mejor literatura española última. Se llama Fernando Iwasaki Cauti y nació en Lima en 1961. Pero sus principales señas de identidad son sus ensayos Nación peruana: entelequia o utopía (Lima, 1988), Mario Vargas Llosa: entre la libertad y el infierno (Madrid, 1992) y El sentimiento trágico de la Liga (Sevilla, 1995), y tres soberbios libros de relatos: Tres noches de corbata (Lima, 1987), A Troya, Helena (Bilbao, 1993) e Inquisiciones peruanas (Sevilla, 1994). Dirige en la actualidad la estupenda revista literaria Renacimiento, auspiciada por el poeta y bibliópata sevillano Abelardo Linares.

 

El descubrimiento de España se reparte en tres zonas -«M i voz igual que un niño», «Donde el fuego se hace amor» y «Dejaré mi tierra por ti» más un «Liminar» y un «Colofón». El volumen, dedicado a Paula, hija del autor nacida en España, comprende cuanto Fernando ha descubierto en su nueva patria a través de la memoria, el estudio y la experiencia. Se dan cita en sus páginas, por emplear palabras del propio Iwasaki, «los libros, las canciones, los amigos, la historia y mis ensueños, reunidos por la magia menor de la escritura y el arbitrario cedazo del olvido». España actúa en todo momento de hilo conductor de una trama que, sin ser novelesca, divierte tanto como una novela, y que, sin ser propiamente un ensayo o unas memorias, participa de la riqueza de ideas de aquél y de la temblorosa intimidad de éstas.

En atinadas frases impresas en la contracubierta del tomo, Guillermo Cabrera Infante define magistralmente lo que es este libro de Fernando Iwasaki: «Simplemente, literatura». Sabemos -no todos, pero al menos algunos lo sabemos muy bien— que el propósito fundamental de la literatura es producir placer en el lector, hacerle olvidar durante un rato la angustia cotidiana, distraerlo de la soledad y el desamparo. Pues bien, El descubrimiento de España cumple sobradamente con ese primer objetivo. Pero también con ese otro propósito, desdoblado del primero, que consisteen transmitir información al mismo tiempo que diversión, en «instruir deleitando», que decían los antiguos. La prosa de Iwasaki es un ejemplo de lo que debe ser la prosa castellana de finales del siglo XX, como la de su paisano Ricardo Palma, autor de lasinolvidables Tradiciones peruanas, fue un modelo del buen decir decimonónico.

Miren, por caso, la elegancia y brillo con que el autor hilvana este párrafo, extraído del comienzo de un capítulo consagrado a glosar las sombras de Félix del Valle, Felipe Sassone y Rosa Arciniega: «Así exhumé algunos volúmenes descabalados y enmalecidos por el trasiego de voraces manos; aunque la mayoría me aguardaban intensos, como vírgenes maduras que dóciles se abrían de páginas paraser desfloradas con minuciosa emoción, diseminando el polvo exquisito de la primera lectura…». Valga este mínimo botón como muestra de los muchos talentos literarios que Fernando Iwasaki despliega en un libro transido de glamour, amenidad, ternura e inteligencia.

Filólogo. Profesor de investigación del ILC/CCHS/CSIC. Poeta. De la Real Academia de la Historia.