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George Steiner (1929-2020). Profesor universitario especializado en literatura comparada y crítico literario, Steiner es uno de los ensayistas más influyentes del siglo XX. Fue Premio Príncipe de Asturias en 2001.


Nuccio Ordine (1958-2023). Profesor de Literatura en la Universidad de Calabria, divulgador y humanista, firmó uno de los ensayos más relevantes de las últimas décadas: La utilidad de lo inútil. Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2023.


Avance

Nuccio Ordine: «George Steiner, el huésped incómodo». Acantilado, 2023

George Steiner fue para Ordine el huésped incómodo en la literatura, en el judaísmo y en la vida. Tres veces incómodo por tanto. ¿Qué es un huésped incómodo? Alguien que tiene raíces y trato con la comunidad que lo acoge, pero que no se pliega, no es un incondicional y no duda en decir lo que no se puede o debe decir, aunque no se quiera escuchar. Un huésped incómodo no se resigna a asentir solo por el hecho de ser invitado: allá donde va intenta aportar algo, «aumentando el valor —intelectual, ideológico, material— de lo que encontró cuando vino a llamar a la puerta».

Incómodo en la literatura, George Steiner llamaba «parásitos» a los críticos: nunca tenían que olvidar que debían su tarea a la existencia de libros. No podían aprovechar la circunstancia para hablar de otras cosas (intereses) o de ellos mismos. Los críticos son parásitos y carteros: llevan mensajes importantes de un lado a otro, pero la carta sigue siendo el centro de la labor.

En el judaísmo, la posición incómoda de Steiner viene por ser un judío antisionista y laico. Aunque la Shoah y la cuestión judía fueron uno de los nudos centrales de su producción ensayística, Steiner no tenía reparos en decir, por ejemplo, que el hecho de que Israel fuera «un milagro indispensable» no justificaba «la creación de un Estado-nación armado hasta los dientes». O que su país estaba reduciendo la «singularidad moral» de los judíos, una singularidad nacida de su histórica persecución y hostigamiento que le impedía perseguir y hostigar a los demás. Aquí se yergue el Steiner pacifista, además de humanista: «Tengo por axiomático que cualquiera que torture a otro ser humano, aunque sea por imperiosa necesidad política o militar, cualquiera que sistemáticamente humille o deje sin hogar a otro hombre, mujer o niño, pierde el núcleo de su propia humanidad». Su crítica no solo la practica hacia afuera, sino también consigo mismo. La incomodidad es lo que tiene, que también es para uno: «¿Me habré equivocado? ¿No habría sido mejor luchar contra el chovinismo y el militarismo viviendo en Jerusalén?, se pregunta Steiner».

Al final de su vida se retiró a su casa de Cambridge donde recibía contadas visitas. Una de ellas era la de su amigo Nuccio Ordine a quien le manifestó su intención de hacer una última entrevista, una entrevista póstuma. Tenía cosas que decir y otras que seguir callando hasta pasado un tiempo. El huésped incómodo de la vida, tenía cuentas que arreglar con ella. En esa entrevista, que debía ser publicada al día siguiente de su muerte, Steiner confesó que existían unas memorias escritas a cuatro manos: la correspondencia mantenida a lo largo de treinta y seis años con una mujer cuyo nombre no debía revelarse y cuyo contenido solo podría hacerse público 50 años después de su muerte. Reproches, deseos incumplidos, el recuerdo de los amigos, los amores… desfilaron en esa charla. Y también un consejo que le cambió la vida. Se lo dio su madre, la madre de un niño que no podía manejar el brazo derecho. Ella le enseñó a convivir con ello y a escribir, pintar y atarse los zapatos con la mano derecha. Hubiera sido más fácil hacerlo con la izquierda, pero ella le enseñó que «la dificultad era un don divino: además de librarme del servicio militar, mi limitación me brindaba la oportunidad de aprender a hacer las cosas mejor, de intentar entender que sin esfuerzo no se obtiene nada en la vida».


Artículo

Quién lo iba a decir. El libro en el que Nuccio Ordine se afanaba para publicar la entrevista póstuma que su amigo George Steiner le había legado se convirtió a su vez en un libro póstumo. George Steiner murió el 3 de febrero de 2020 en Cambridge, donde había vivido recluido sus últimos años y Nuccio Ordine el 10 de junio de 2023. En España, Acantilado publicó su «entrevista póstuma y otras conversaciones» en octubre de ese mismo año. El título, «George Steiner, el huésped incómodo». ¿A qué se refiere? En concreto, a uno de los epígrafes en que Nuccio Ordine divide su larga introducción. Explica en él que Steiner «ha habitado la literatura, el judaísmo y la vida en calidad de huésped ‘incómodo’». ¿Qué es un huésped incómodo? Alguien que tiene buenas raíces y trato con la comunidad que lo acoge, pero que no está dispuesto ni a perder ni a disimular ni mucho menos a traicionar su poderosa «vida interior que le sirve para atestiguar, sea cual sea el caso, su alteridad, su diversidad con respecto a los valores dominantes. De ahí su ser ‘incómodo’». De equipaje ligero, los huéspedes incómodos no callan, no son complacientes y dicen lo que tienen que decir allá donde van. Respetan la casa y las leyes de quienes les dan su confianza y les abren su casa, sí, pero aprovechan esa oportunidad y todas para practicar el intercambio de ideas, intentando aportar algo allá donde van y «aumentando en algo el valor —intelectual, ideológico, material— de lo que encontró cuando vino a llamar a la puerta».

De la incomodidad de ser crítico, es decir, parásito

En la literatura y en la crítica —que es tanto como decir la vida en este caso— Steiner se lamentaba, por ejemplo, de la proliferación de textos secundarios que muchas veces, a fuerza de intentar servir las obras a bajo esfuerzo, no dejaban ver el bosque: en vez de acercar los textos originales, repelen, impiden, incordian. Otro ejemplo, desde la crítica, es el de aquellos que usan «el texto como un mero pretexto» para hablar de sí mismo o de sus intereses. Les recuerda que la misión del verdadero crítico es ejercer como «cartero». Y no es menor: de ella depende que los textos lleguen a sus destinatarios porque «¿para qué serviría escribir una carta si después se extraviara o acabase en un buzón equivocado? Pero a condición, sin embargo, de que la “carta”, continúe ocupando la plena centralidad». La crítica existe porque existen los libros. Eso no se debería olvidar jamás ni relegar a un segundo plano. Para recordarlo siempre, esa denominación de los críticos como «parásitos», pero también la paradoja de que los buenos textos sobre textos se transformen en creación, obra primaria. En Presencias reales subrayaba Steiner —y Ordine lo trae como nota al pie—  que nadie, ningún canon «desearía borrar los comentarios de Samuel Johnson o Coleridge sobre Shakespeare, los de Walter Benjamin sobre Goethe o el ensayo de Mandelstam sobre Dante». Hay un punto en el que la recreación se vuelve creación. Es imposible de fijar y como mejor se define es con la práctica: Steiner y Ordine son ejemplos de esa mutación.

De la incomodidad de ser judío laico

Otro de los ejemplos que hacen de Steiner un huésped incómodo es su posición de judío laico en el exilio. Así, se lee: «El huésped incómodo, aun habiendo hecho de la Shoah y de la cuestión judía uno de los nudos centrales de su producción ensayística, no duda sin embargo en decir cosas que, a una parte de la comunidad a la que pertenece, le suenan a provocación». En Errata afirma que el hecho de que Israel sea «un milagro indispensable» no justifica «la creación de un Estado-nación armado hasta los dientes». En su ensayo Sion, que forma parte de Los libros que nunca he escrito, afirma que «Israel está reduciendo a los judíos a la común condición del hombre nacionalista. Ha reducido esa singularidad moral y esa aristocracia de la no violencia hacia los otros que han constituido la trágica gloria de los judíos». ¿En qué consistía esa singularidad que Steiner veía en retroceso? «Impotente en lo esencial durante unos dos milenios, el judío en el exilio, en los guetos, en medio del equivoca tolerancia de las sociedades gentiles, no estaba en situación de perseguir a otros seres humanos. No podía, fuera cual fuese su causa justa, torturar, humillar ni deportar a otros hombres o mujeres. Ésta fue la singular nobleza del judío, una nobleza que me parece mucho más grande que cualquier otra». Y añade: «Tengo por axiomático que cualquiera que torture a otro ser humano, aunque sea por imperiosa necesidad política o militar, cualquiera que sistemáticamente humille o deje sin hogar a otro hombre, mujer o niño, pierde el núcleo de su propia humanidad».

Su crítica, no es solo de puertas para fuera, también practica consigo mismo, sabe «lo fácil, lo barato que es criticar a Israel si uno no está dispuesto a compartir sus cargas y su constante peligro. Pero es esta sensación de reducción lo que me ha pedido ser un sionista, hacer mi vida y la de mis hijos en Israel. Los sionistas de salón son tan despreciables como los compañeros de viaje que alababan a la Unión Soviética, pero tenían mucho cuidado de no poner jamás un pie dentro de sus fronteras».

De la incomodidad de morirse

Básicamente viene de saber que se acaba el tiempo y con él, la lectura y escritura de libros, los encuentros con amigos… Se acaba el tiempo y llega la necesidad de explicarse quizá una última vez y de organizar ciertos preparativos. En una de las visitas con las que George Steiner rompía su aislamiento voluntario en su casa de Cambrigde con Nuccio Ordine le reveló su idea de hacer una entrevista para ser publicada al día siguiente de su muerte. Sería una manera de «romper el silencio y despedirse de sus amigos, de sus alumnos, de sus muchos lectores». En ese hacer las maletas en que consistió la entrevista le confesó un secreto: la existencia de un diario compartido que había escrito durante treinta y seis años en forma de correspondencia con una destinataria. No quería dar su nombre. No quería que se abriese hasta pasados cincuenta años de su muerte, «cuando muchas de las personas cercanas a mí ya no estén», dijo un misterioso George Steiner. «Se conservará en Cambridge en un archivo del Churchill College junto con otras correspondencias y documentos que dan testimonio de las etapas de una vida quizá demasiado larga». ¿Cómo había sido esa vida? En la entrevista se desvelan algunas claves como, por ejemplo, los errores cometidos. Errores de percepción y errores personales. Entre estos últimos, y en relación con lo anterior, no haber dado el salto a la literatura creativa. Steiner escribió cuentos y poemas, pero «nunca he querido asumir el riesgo trascendente de experimentar algo nuevo en un terreno que me apasiona tanto […]. Y, probablemente, es mejor cosechar un fracaso en el intento de crear que tener un cierto éxito en el papel de “parásito”, como me gusta definir al crítico que vive a expensas de la literatura». Entre los errores de percepción, debido a su educación clásica y temperamento —se disculpaba de alguna forma — contaba el no haber entendido el potencial del cine como nueva forma de expresión, el fenómeno de la deconstrucción o el feminismo: «Debería haberme dado cuenta de que el movimiento —al que apoyé en Cambridge con gran convicción reconociendo  la importancia del papel de la mujer— ejercería después, en la lucha por ocupar un lugar dominante en nuestra cultura, una función política y humana extraordinaria».

Entre aquello que le ha producido más placer refiere «la felicidad de haber enseñado y haber vivido en muchas lenguas […]. He tenido el enorme privilegio de hacer el amor en diferentes lenguas […]. El donjuanismo políglota ha sido para mí una gran recompensa».

Su gran victoria es «haber insistido en la idea de que Europa continúa siendo una necesidad importantísima, y de que, a pesar de las amenazas y de los muros que se alzan, no debemos abandonar el sueño europeo».

Entre sus dudas recurrentes, algunas que entroncan con lo anteriormente mencionado. Antisionista declarado y detractor del nacionalismo militante, manifiesta haber pagado un alto precio por ello y también tener remordimientos: «¿Me habré equivocado? ¿No habría sido mejor luchar contra el chovinismo y el militarismo viviendo en Jerusalén? ¿Tenía derecho a criticar sentado cómodamente en el sofá de mi hermosa casa de Cambridge? ¿He sido arrogante?». Irascible sí ha sido. Lo reconoce y lo lamenta, junto con una ironía mordaz por la que también ha pagado el precio de perder amistades y acumular hostilidades. «Con los años he tenido que aprender a moderarme».

Finalmente le pide Nuccio Ordine un consejo que le haya cambiado la vida y que quiera dar a quien quiera leerlo y acaso atenderlo…«La dificultad es un don divino», le decía su madre, su «radiante madre». Y es que George Steiner nació con una discapacidad que le impedía manejar el brazo derecho. ¿Qué hizo su madre? Le animó a escribir con la mano derecha, a atarse los cordones con esa misma mano, cuando lo lógico hubiera sido aprender a hacerlo con la otra. «A ella le debo que me invitara a mantener una convivencia fructífera con mi discapacidad […]. Mi limitación me brindaba la oportunidad de aprender a hacer las cosas mejor, de intentar entender que sin esfuerzo no se obtienen nada en la vida. Lo he recortado en diferentes circunstancias», afirma un George Steiner que cuenta como uno delos hitos más bellos de su existencia aquel en el que consiguió, por fin, atarse los zapatos con la mano del brazo impedido.

Otras conversaciones

El libro incorpora otras conversaciones que Nuccio Ordine mantuvo en distintos momentos con George Steiner en las que habla, por ejemplo, de su anhelo por haber llegado a ser un científico y deja citas relevantes como: «Hoy no se puede llamar hombre o mujer de cultura, en el sentido general de la palabra, a quien no tiene conocimientos científico». Narra, en el capítulo de confidencias personales, la ruptura con The New Yorker, donde ejerció la crítica durante más de treinta años y que acabó cuando reconoció a su responsable, frente a frente, haber dicho que ella [Tina Brown] estaba trivializando la revista. La última de estas conversaciones trata la deriva europea. En 2019 un Steiner muy preocupado expresaba así sus inquietudes por el futuro del continente: «Hoy, se respira un aire peligroso en nuestro continente. Me produce un gran temor el viento xenófobo y antisemita que sopla en muchos países europeos. El odio el extranjero, la caza del judío, la apología de la autodefensa y de las armas son los peligrosos signos de una terrible regresión un preludio a la violencia […]. Si seguimos por este camino de barbarie ¿qué quedará de la Europa de los cafés, de la Europa del pensamiento y de la cultura?».

Periodista cultural